viernes, 8 de marzo de 2013

Tangled up in blue

- Siempre amé esa enorme capacidad para llorar que tenés -me dijo ella. Aún no lo sabía, pero se estaba despidiendo.
Por Dios que hacía calor en esos días. Digo: ¿estuvieron este enero y este febrero en Buenos Aires?
 "¿Quién dejó abierto el horno?", gritaba un señor desde una vereda.
Díganme que no estoy loca y que padecieron lo mismo que yo: caminaban por la calle y un minuto al sol, esperando que cortara un semáforo o que alguien acelerara el paso, hacía que los pensamientos se dispersaran, que la ira cobrara dimensiones básicas y que la temperatura doliera. Era como entrar en un horno, y movernos entre una masa hirviendo, una goma pesada apoyada en el piso; naturalmente, y por mala costumbre quizás, creíamos que con cada paso íbamos a llegar a un lugar en el que un viento nos aliviara, pero no, la quietud del calor abarcaba todo. Respirar quemaba las fosas nasales  -parecía una mentira, un montaje-, y no encontrábamos el espacio en el que nuestra nariz pudiera dar ese suspiro, esa inhalación que permitiera desempeñarnos como la especie dominante que somos. Alguien nos vendió un clima templado, con las obligaciones y el modo de vida que tal situación amerita, pero no, llegamos al siglo en el que el mapa de color amarillo nos abarca.
"¿Estamos en el Ecuador o qué?", gritaba un señor por la calle. La gente lo miraba con odio. Ni una sonrisa en la vereda... Hasta que sí: sonrisas cómplices de compasión.

http://www.youtube.com/watch?v=YwSZvHqf9qM

Mientras los grados nos derriten, yo estoy deshaciéndome, sacando de encima todo lo que no soy, todo lo que dejé que eligieran por mí. Como un hilo que va desenredándose, buscando qué hay en ese fondo fijo, estable, en el núcleo.
Soy de migrar eras y los cambios le calzan bien a mis zapatos. Quizás soy ultra maleable como el agua, que entra en cualquier lugar, se adapta, se mueve, se transforma.
No es culpa de nadie que la propia naturaleza nos mueva, nos aleje de nuestros hermanos de ruta y que nos vuelva a encontrar. Seguir esa ruta después de enamorarse de ella implica focalizar.
"Encuentra tu alegra y focus", había dicho Amie, en esa mezcla increíble de idiomas que hacía que sus consejos fuesen más legendarios de lo que eran. Amie había seguido su camino, y, si ahora no me equivoco, debía estar rumbo a Japón: "Es mejor para mí ser sola", me confesó la última vez que nos comunicamos , después de tres serias relaciones fallidas en poco tiempo. ¿Acaso también lo era para mí?

Sol me trajo de nuevo a un presente focalizado cuando me hizo apurar el paso. Es mi primer caminata urbana desde que regresé, y más allá de reencontrarme con mi mejor amiga, no tiene nada de atractivo. El calor me está matando, lo mismo que estos zapatos altos. 
- Me encanta ver que no volviste como una hippie roñosa. Cuando volviste de Ecuador estabas tan dejada... ahora estás hermosa. Me encanta.
Lo que a mi no me encanta es el hecho de haber tropezado tres veces ya.
Sol retoma el monólogo en el que dice que tengo la increíble capacidad de llorar mucho y que eso hace que apacigue el dolor, que evito así, de esa manera, que la ansiedad se apodere de mi organismo.
Ella siempre me recuerda que el cuerpo tiene memoria, así que cada hábito que nos haga bien puede conectarnos enseguida con algo de luz cuando todo se vuelve oscuro. Explotar en llanto, para ella, es un buen hábito. ¿Cómo le explico que ya no quiero llorar...?
- Me voy de Buenos Aires -lanza al aire y ni se inmuta. 
En ese momento extraño en el que abandono mi cuerpo, veo las caras borrosas de la gente, pero una cara comienza a definirse entre todas. Un rostro de otro lado, que nada tiene que hacer en los pasos que camino, se planta frente a mí con una nitidez que provoca de todo.
Sol nota que pierde mi conexión. Yo noto que pierdo, otra vez, el equilibrio. En esta ocasión, tengo poco tiempo para reaccionar, y cuando tomo algo de conciencia me doy cuenta de que estoy muy cerca del piso. Hago mi mejor movida y quiero creer que fui como una gacela que volaba por los aires, con mi divino vestido floreado.

Ante la mirada impresionada de Sol, esa presencia que ella nunca había visto en persona, Paco, me levanta del piso.
¿Cómo le explico a él que no soy la misma, o que no quiero serlo, o que quizás lo soy pero soy más fuerte, o que soy más débil pero nunca la misma? Tampoco me lo puedo explicar a mí.
- No cualquiera cae de esa manera... -dice, y se porta como un caballero.
En cuatro minutos de charla me entero que tuvo una hija, que es feliz; él se entera de mis viajes, de lo intenso que fue el 2012. Le presento a Sol (y de paso, le resuelvo a mi amiga la intriga de no haber visto nunca al hombre que me había dejado patas para arriba).
Nos saludamos con un abrazo y seguimos.
No sé porqué, pero creo que es la mejor forma en la que podría habérmelo encontrado.
- Por lo menos, estabas hermosa... -comenta Sol, como para que yo no pensara en la caída. Enseguida supera el momento en el que podría no haber sabido qué decirme. Lo gracioso es que no importa. Nada es más que la afirmación de mi propia vida. Creo que alguna vez hice las cosas bien...
Pero todo lo que me importaba era que Sol se iba. Yo no la podía detener. Ahora sí, las cosas iban a cambiar. 
- ¿Crees que vas a estar bien sin mí? O sea, solo con decírtelo, te caíste y te encontraste con Paco. No sé si es el universo pidiendo que me quede, o diciendo que me vaya.
Me sonrió, como hacía mucho que no veía.
- Como si no me hubiesen pasado cosas peores... 

Supongo que eso era todo. Lo de mi amiga estaba decidido y esto no había sido el anuncio, sino la despedida. Yo la acompañé a hacer un par de cosas y a cerrar otras tantas. Ella me acompañó hasta la puerta de casa. No se movió hasta que atravesé ese jardín que ella amaba y hasta que desaparecí en mi edificio.
Adentro sonó el teléfono.
Supongo que puse a Santi al día. 
- Se viene la tormenta -me dijo.
- Ajá.
- Sos como el clima.
- ¿Insoportable?
- Inestable. 
- Mañana te veo a la noche... pero ¿qué pensás hacer durante el día?
- Voy a ir a reciclar botellas -contesté.
- Planes locos los tuyos chiquita... 
- No me cargues, sabés que me divierto a mi manera.
- Lo, deberías empezar a salir. Creo que es una pena que no conozcas a nadie.
Me dejó pensando.
Ni él ni yo sabíamos que se acercaba un hombre que iba a sacarme de esta caja de cristal...