O sea, está buenísima la forma en que nos estamos mirando a los ojos (me hacés sentir como algo que merece ser mirado). O la forma en que sin querer tu dedo termina en mi mano, en mi panza, y se desliza.
Yo apenas te toco, pero te miro mucho. Miro lo que me hacés y no hago nada.
Dejo que toques los botones de mi saco. Y no hago nada.
Creo que nos estamos robando algo del tiempo que tuvimos. Y cuando de algo tenemos que hablar, no hablamos.
Más abajo, pienso, algo parece imposible de dejar.
En todos los universos posibles estamos juntos.
Pero no nos es posible mantener esta intensidad acá, ¿no? Ni tu paradójica protección ni mi paradójico “seamos amigos”.
Porque entonces nos damos un beso y faltamos a nuestras pequeñas promesas. Dejás de cuidarme, yo dejo de ser tu amiga.
Me pregunto si leíste lo que te escribí en el libro, si entendiste mi letra. si entendés esta letra. Vos te preguntarás porqué te preguntás tantas cosas y qué está mal en vos, ¿o en nosotros?
Me decís que no sabés dónde está tu cabeza, pero yo sé que medio corazón mío está acá, en juego en esta mentira que estamos sosteniendo que termina siendo una realidad a medias.
Te dejo medio corazón y me voy. Así ya sabés lo que te quería decir: que te quería, bebé.