domingo, 25 de diciembre de 2011

Please, please, please let me get what i want

Sé que te extraño.
Hoy estoy pensando en el tiempo. En cómo me sacudió un poco, me rompió las maquetas que había armado, se llevó los restos, y me dejó parada frente a un espejo que refleja vacíos.
A veces creo que mi vida emocional es como el clima en esta estación. Me entiendo cálida, pero con ráfagas frías, y el sol intermitente acaricia mis tardes cuando no diluvia, cosa que sucede varias veces en un solo día.
¿Consecuencias o frutos? ¿Pueden ser los dos al mismo tiempo, o es uno u otro?
Yo sigo en movimiento, desde mí, hacía mí, por mí, en mi afuera. Entiendo que de ilusiones se vive, ahora más que nunca, y esa tarde sin sonrisa adquiere un sentido cuando mis ojos se abren sorprendidos frente a ese mensaje que tanto esperaba que ya no espero. Sé que nada puede ser cierto, y que lo cierto puede ser mentira.
Seguir en movimiento. Los frutos. Las consecuencias. Mis días: mis ojos están cansados, lo he notado; mis palabras lucen cansadas, lo escucho. Me vi en el espejo hoy y lo supe. De hecho, lo sé...
Ser realista... es otra de las cosas que si es que no había olvidado, nunca había entendido. El hormigueo del año se va deteniendo, porque las corrientes chocan contra la tierra, el aire contra la torre, la tierra contra sus contextos, y sí, el fuego se apaga alguna vez. Lo que queda es ese elemento tan real, resultado de toda esta acción. "Sé realista", dice lo mejor de todos. Fácil, pero aburrido.
Te extraño... ¿Te lo dije? Por las dudas, te lo digo nuevamente: Inocencia, te extraño.


"Lo, recien esty contestando un mail que mando tu amiga Sol un viernes a la noche. Me conto lo que paso.
Lo cierto es que estando lejos, mucho no podoía hacer. Y también es cierto que hasta ahora, sentada en una café en Londres, no tuve la energía como para contestarte. Ahora la tengo, cinco semanas después.
Nunca te escribi porque no podia no hacer mención al tema, con lo cual preferi no incluirte en la cadena con Clara y Coki, pero tnego la idea de enviarte todos los mails juntos, para que te vayas haciendo la idea de lo lindas que pueden ser las cosas en un viaje en soledad, lo mÁGICO en todo y el hecho de encontrarte solo y sin nadie a quien recurrir, con lo cual uno es el jefe en cada una de sus decisiones (¿se escribe asi? vos lo sabrás mejor que yo).
No es mi estilo consolarte y decirte pobrecita, eso lo sabés."

Claro que lo sabía bien. Ella y yo habíamos peleado innumerables veces en el pasado por su frialdad en los consejos y en la dureza con que acompañaba sus opiniones. Continué leyendo el mail.

"Se me viene a la cabeza el ejemplo de una persona que conozco, alguien que no deja de darse palos en la vida, hasta me pregunto por que dios lo tiene de punto. Pero él sigue adelante, está en el horno y toda la vida me pregunte como era que el seguía adelante con esa inocencia insolente e inconsciente que lo hace seguir haciendo las cosas como si no aprendiera (tal vez si le cae un meteorito en la casa entenderia que el universo le quiere decir algo). lo mas paradojico es que el es feliz, con lo cual creo que frente a la vida y frente a la posibilidad de felicidad lo importante es la actitud."

Me reí al leerlo: "con lo cual", su muletilla; la palabra que ya había repetido varias veces. "Shhh", continué con el "mail":

"Vas a tener que ser fuerte y aprender alkgo de esto, sino el universo te va a seguir enviando rayos y meteoritos pero ante todo, rescatemos de esta persona la actitud. Me llevo años entenderlo, y recuperarme de las cosas que nos pasaron, lo sabés más que nadie. Hoy estoy aca y me siento tan lejos de aquella Sofía que fui que no lo puedo creer.
El viaje te va a ayudar. Estas cosas no se pueden remediar, no te revuelques en la mierda. Y si la muerte te encuentra, que te encuentre bailando. Nos vemos en Buenos Aires en dos semanas.
No dejes de leer mis aventuras londinenses. Y no me digasque tengo muchas faltasy me tenes que corregir, porque este no es un mail de laburo.
Saludos."

Rápidamente apagué la computadora, miré la hora en la que me había llegado el mensaje de Sol que decía que en veinte minutos iba a estar en la puerta de mi casa. Eso había pasado hacía media hora, lo que significaba que en diez minutos más estaría sonando el teléfono para que yo saliera.
Pensé en Sofía. Esa amiga que había sabido ser mi hermana durante la adolescencia. Éramos mejores amigas, o más que eso, una era la extensión de la otra, en cuerpo y alma. Esa relación simbiótica había pasado por diferentes etapas, y ahora permanecía bien oculta en lo cotidiano: apenas una sabía de la otra, pero claro, cuando pasaban cosas que excedían lo cotidiano, ese sentimiento afloraba como un dinosaurio, y la calidad del encuentro era intensa. Podía no saber en qué andaba mi vida (incluso yo apenas me había enterado poco antes de que se fuera que pensaba viajar unos meses), pero cada vez que algo sucedía, nuestras mentes realizaban un examen exhaustivo de lo que podía llegar a significar en cada una de nosotras  ese suceso. Aparecíamos y sabíamos cómo llevarnos adelante.
Como suele pasar, la vida nos había ido alejando y terminó por romper ese cordón que nos ataba en el "todos los días", en los llamados para preguntar si ella debía teñirse el pelo, si yo debería decirle a un compañero de la facultad que me gustaba, o simplemente, si había escuchado el tema que más sonaba en los boliches. Eso habían sido nuestros noventa.
Las peleas complicaron las cosas cuando cada uno comenzó a pertenecer a otros grupos, y si bien las extrañas juntadas con gente mía que ella no conocía, o con gente suya a la que yo trataba de adaptarme eran posibles, la extrañeza de nuestros afectos comenzó ese inevitable proceso de separación de los amigos adolescentes. Crecíamos. Dejábamos etapas, nos dejábamos.
Por suerte, parece ser cierto que hay algo que nunca se pierde cuando hay amor. El amor no se pierde, se transforma, y aparece naturalmente si es sincero cuando el tiempo lo pide, cuando las circunstancias pesan y cuando los sucesos hacen eco de lo terrible que es el mundo de ahí afuera.
También es cierto que entre Sofía y el grupo de amigas que terminó por convertirse en mi familia jamás hubo buena relación (incluso ha rozado lo polémico en ciertas reuniones).
Sol y Sofi, unidas por mi afecto y mis vivencias, pero sin nada en común más que ese amor hacia mí. El amor que hizo que Sol le escribiera contando lo que había pasado aquel maldito viernes, pidiéndole que apareciera porque yo la necesitaba. Me pareció dulce, agradable, como el rayo de sol que entraba por la ventana y daba a mi living la luz que no puedo reproducir en fotos (sí, estoy tratando de tener registros de mis vivencias, así que la cámara es mi nueva mejor amiga). Realmente dulce y apacible.

"Pendeja, más te vale que salgas ya y que no te hayas colgado", dijo la voz de Sol cuando atendí la llamada. Bueno, dulzura a veces.
Salí disparada porque tenía todo listo: el bolso, las bolsas con las "viandas" necesarias para una hora de viaje hasta la quinta. Los ojos dormidos se achinaron cuando mi cara se asomó al sol del mediodía y (¡en serio!) hacía tanto calor que me arrepentí de haberme puesto una remera de mangas sobre la musculosa. Atravesé mi pasillo rodeado de vegetación, mirando el auto en el que el aire acondicionado se reflejaba en la cara fresca de las dos mujeres rubias que me esperaban.
Ellas apenas me miraban, porque una se concentraba en el estéreo; la otra se miraba en el espejo y hacía algún comentario.
Abrí la cerca, crucé con zancadas y ojotas la vereda, abrí la puerta, arrojé con fuerza las cosas en el asiento del auto y me tiré adentro.
Un gato se quejó.
- Lolaa, cuidado.
Sol había traído su gata que me miraba desde la jaula canchera que tenía y se quejaba por el sobresalto que de pronto la había sacado de su letargo.
- Me encanta tu casa -dijo la otra rubia.
- Hola -les dije, acomodándome en el asiento -. A las tres.
- Es rara tu casa. No es de las comunes -siguió Lila, con ese acento único e indefinido.
- ¿Viste lo que es? -dijo Sol arrancando el auto - Debería poder doblar a la izquierda, a ver si me dejan...
- ¿Saliste anoche? -preguntó Lila. Se la veía sumamente feliz. Era la primera vez, desde que vivía en Buenos Aires, que salía de la ciudad.
"Basta de cemento" había contestado al mensaje con la invitación.
Lila era la nueva. Amiga de un amigo de nosotras, había llegado a nuestras vidas hacía no más de tres semanas; pero después de una fiesta, de una cena y de su cumple, había logrado entrar a nuestro círculo más íntimo.Era de Israel, y a pesar de lo distinta que había sido su vida, ni a Sol ni a mí nos costó sentirnos identificadas. Había estado por todos lados, y sobre todo, en situaciones en las que jamás nos encontraríamos nosotras. Y sin embargo, la intensidad con la que había transitado cada momento de su vida la convertía en alguien que podría haber estado a mi lado. Su mirada fuerte, con algo de dulzura melancólica, transmitía esa sensación de entereza y sabiduría. Entereza que se podía quebrar en cualquier momento y en dónde justamente descansaba esa fuerza.
Por supuesto, enseguida llamó nuestra atención.
- No salí ayer... -contesté. Sol me miró por el espejo y con palabras que no tenían sonido y que eran demasiado rápidas como para ser escuchadas por alguien, esbozó: "Ah cierto, ya sé lo que hiciste...".
Con Sol nos suele pasar eso: una mirada y un esbozo, sumado a la información cotidiana que una tiene de la otra, hacen que nuestra comunicación se base en más que palabras; un arqueo de cejas, una torcedura en la boca, una mano con dedos extendidos y el mensaje es completo.
- Yo no salí... Salí un poco,  vi a mis amigos. Pero Sol... se puede decir que salió -Ambas rieron. Rieron por lo que había hecho Sol la noche anterior. Noche que obviamente yo desconocía.
- Es increíble tu acento. -comenté a Lila de pasada, porque cada vez que habla disfruto de aquel sonido distinto.
- El otro día por teléfono me habló un rato largo sobre tu acento... -le comentó Sol con una media sonrisa. Sin apartar mucho la mirada de la calle, miró a Lila mientras le hacía ese comentario.
- Tenés cara de algo... -le dije a mi amiga -¿Qué hiciste anoche?
Las dos se rieron.
- ¿Vos qué hiciste anoche?
Las dos nos reímos (Sol y yo).
- Bueno, empecemos a blanquear. ¿Quién va primero?
- Decime vos nena, que tenías "Loud"...
- ¿Quién es Loud? -preguntó Liloa a Sol. Cuando entendió que "Loud" tenía que ver conmigo, movió la cabeza hacia mí: "¿Quién o qué es Loud, Lola?".
Como si no me hiciera cargo de la situación, me acomodé en el asiento y miré por la ventana.
Desde chica había sido observadora, y me encantaba acercar la cara al vidrio y mirar lo que dejaba atrás en el camino: las casas, los árboles, el campo (exactamente en ese orden). De vez en cuando, solía preguntar: "¿Dónde estamos?". Mi padre se reía por mi voz de cinco años pidiendo explicaciones: "Ranelagh", "Dolores", "Florencio Varela". Él la miraba a mi madre, y ambos sentían curiosidad por mi curiosidad.
No era nada misterioso: yo necesitaba saber dónde estaba para imaginarme cómo sería mi vida en aquellos lugares; era una especie de juego mental del que aún no logro desprenderme (salvo cuando me distraen). Pero para saber cómo sería mi vida en aquellos parajes, que me resultaban tan alienantes con respecto a mi vida cotidiana, debía saber, ante todo, dónde estaba yo.
La boca grande de Lila me trajo nuevamente a mi realidad con su insistencia.
- Loud es un hombre con el que yo salía, pero ayer se terminó todo...
- ¿Cómo que se terminó todo? -gritó Sol, se dio vuelta, asustó a la gata, y frenó violentamente cuando volvió la cabeza hacia la calle y vio cómo el auto de adelante se detenía.
Yo me fui hacia adelante, y con el pie atajé la jaula que se dirigía libremente hacia el piso.
Como si nunca hubiese sucedido lo que acababa de pasar, y con el auto detenido, ambas giraron nuevamente la cabeza hacia mí, que torpemente acomodaba la jaula de la pobre gata sobre el asiento.

¿Quién era Loud? El hombre con el que había salido las últimas tres semanas. Aquel que en el bar, ese mismo día en que Julia nos había contado que iba a tener un hijo, se acercó como pudo hasta mí.
Me había robado una sonrisa primero; después, con astucia, el celular, el mail, el facebook.
Con un poco de insistencia, también me había robado un beso tímido esa misma noche.
Y con poco ánimo por parte mía, empezó el "histérico cortejo" propio de la especie humana.
Sus ganas de tener algo conmigo eran inversamente proporcionales a las ganas que yo tenía de entablar algo con un "masculino" después de lo que había pasado con Paco.
La única finalidad que yo proyectaba para este año tenía que ver con aprobar todos los exámenes, andar en bicicleta con Santi, salir a bailar con Juampi, mimar a Julia que sería madre, hacer miniviajes con Barbi, tomar mucho Fernet con Cata (que me había hecho apreciar esa bebida), pasar tiempo con Sol, escribir con Ale (y, ¿por qué no? abrir un blog), organizar un viaje sola, y sobre todo, huir de esta ciudad antes de que terminara el año. Yo solo sabía que no podía empezar el 2012 en Buenos Aires.
Como nunca, mis días quedaban signados por una rutina que giraba en torno a mi pequeño mundo: mis mañanas de jugo de naranja y "The Big Ban Theory"; mi subte con música y las historias que nacen en mi imaginación; mi trabajo; mis "pilates"; mis caminatas por los bosques de Palermo; mi nuevo intento de relación con la cocina. Series y más series, libros y películas; alcohol y baile dos veces al mes y mucha cama (de la solitaria, obvio). Algo de sol cada mañana y el tostado gradual para darle la bienvenida al verano.
Mi hermana y sus astros no me deparan buen futuro; Sol se queja de su venus en acuario. Y eso era para mí todo lo que iba a atravesar hasta terminar este momento de mi vida.
Loud apareció para recordarme que vivo en un mundo más amplio, y que, cuando uno es más uno que nunca y pasa buenos momentos con uno mismo, alguien más quiere compartir esos momentos.
Él salía de una crisis y llegaba lleno de energía para empezar algo que dejara atrás todo lo malo de la vida. 
Yo estaba en esa bola caótica de confusión, algo adolescente, pero que no me quedaba nada mal.
Semanas de insistencia lograron que este hombre llegara hasta la puerta de mi casa y se ganara la caminata de la tarde.
Tres días después logró que yo lo acompañara al cine. Como buen caballero, y excelente observador, me dejó en mi casa después de la película, con el estómago lleno de "gomitas" Billiken y sin la presión del pedido de un beso, porque un beso era algo que iba mucho más allá de lo que yo podía en ese momento extraño.


"Mentirosa, debe ser que no es la persona...", decía Alejandro, con cara de pocos amigos: "Sino te lo comerías crudo... ¡te conozco!".


"Y sí, es un momento que necesitás para vos.", decía Cata con su cigarrillo en mano y su nuevo look floreado y zen; una Maru Botana neurótica y contadora: "Basta de hombres, es hora de estar sola y tranquila".


"O era un momento, o era él o no lo era; o era yo o la primavera.", le decía a Ale. Él insistía: "Te lo comerías crudo querida, no me hagas hablar más. Te salió un verso, ¿ahora sos poeta?".


"Lo, viaje, nada más. Que bueno está este Fernet", y Cata reía: "Esperá, ¿es ese mi auto? La grúa se está llevando mi auto...".


"Dejé de fumar, ¿sabías?".
"¿Y que tiene que ver con lo que te estoy contando, Santi?".


Finalmente, Loud me robó besos. Yo sabía que él ameritaba mejores besos, pero en cambio, recibió besos automáticos; y su descontento era evidente porque siempre buscaba actividades que no implicaran intercambio de cariño.
Entre una cosa y otra, entre mensajes de "Te extraño", que eran respondidos por una yo fría, distante, que cambiaba el tema de conversación, había llegado la "noche". Y esa había sido la noche anterior: debería haber sido otra cosa, pero a las cuatro de la mañana, él juntó sus cosas y se fue. Yo me quedé mirando por la ventana mientras me fumaba un cigarrillo, con una horrible e infantil sensación de culpa: "¿Por qué me metés en esta situación? ¿Tenías que aparecer ahora...?".
Prendí la música, escuché esa canción que quería escuchar y me fui a dormir.

Las chicas quedaron conformes con mi relato.
- Bueno, nada -contestó Sol, y por el espejo, por ese desde el que me miraba concentrada, su cara reflejó mi vacío. La mía nos reflejó.
La música nunca nos faltaba de fondo, y atravesamos, quintas, arboleda, fábricas y poblaciones, que se veían distantes. Era Lila la que preguntaba donde estábamos.
Llegamos más rápido de lo que creíamos, dos paquetes de papas fritas después: esa era la famosa "vianda" que también incluía una botella de champagne que había comprado en los chinos de enfrente de mi casa.
Los padres de Sol nos recibieron, pero nunca dejaron de hacer lo que estaban haciendo, siguieron con su ritmo mientras nosotras desfilábamos en biquinis, licuados, revistas, fotos y conversaciones.
- Nunca me contaste de ayer... -le dije a Sol, que jugaba con su celular y un sombrero que le habían regalado. Lo cierto es que ella no me lo había contado porque sus padres estaban cerca, y no podían saber dónde había estado la única "nena" de la familia. Obviamente, sentí más curiosidad.
- Estuve en un casamiento.
- ¿Quién se casó?
- Un casamiento de gente que no conocía... - Mientras me hablaba no me miraba. Nunca sacaba los ojos de lo que leía en su celular.
Lila se rió. Yo también.
- ¿Y cómo llegaste a la boda?
- En avión.
Me quedé callada: ¿Sol me estaba delirando?
- Bueno, contame en serio.
- Es que es cierto -intervino Lilo, que tenía mucha más información que yo.
- El casamiento fue en Punta del Este. O sea, te resumo, ayer salí en otro país.
Me debo haber reído durante varios minutos cuando entendí que aquello era cierto.


Volví (otra vez) con mi mente al día anterior, antes de que Loud llegara a mi casa.
- Lola.
- Sol, ¿en qué andás?
- Yendo a mi casa... tuve un día largo, onda no paré de hacer cosas. ¿Vos cómo te preparás?
- No me preparo Sol... Todo el tiempo estoy a punto de cancelar.
- Dejá de darle vueltas en tu mente, enfrentá la situación, nadie te obliga a nada... Che me entra un llamado, después te llamo. Acordate mañana... Yo paso temprano, no creo que haga nada hoy...

El llamado que le entraba era de un amigo (bizarro) que había conocido en su edificio: un señor grande, "muy copado" como lo definió ella, un artista plástico o algo de ese estilo con el que había "buenondeado" en su plieta". Producto del intercambio cultural fue esa invitación a un casamiento en Punta del Este; avión privado mediante, estaba todo arreglado para llegar al "casorio" en la playa, disfrutar de una fiesta lujosa y divertida, con concurrentes interesantes, y con la promesa de estar de nuevo en Buenos Aires a las diez de la mañana.
Y ese terminó siendo el plan de Sol. Claro que no tuvo tiempo de volver a llamarme, porque tuvo que llegar como pudo a su casa, bañarse y sacar un vestido de su placard 
"No te olvides la biquini" : fueron las palabras de su amigo cuando volvió a llamar.
Él era demasiado gay como para dar a entender lo que podría haber sido dado a entender. Eso la alivió y le permitió caminar por la calle sin taparse la cara.
Y mientras ella bailaba en la playa, con su vestido negro, y luego se ponía la bikini, ya ebria, para saludar al sol desde una pileta enorme, mis acciones hacían huir de mi casa al hombre que parecía quererme.
- ¡Qué cosas que hago! Realmente creo en lo que hablamos el otro día... El universo habla, Lola. Simplemente se va manifestando de acuerdo a lo que somos, y jamás nos viene con cosas que no podríamos soportar. Lo importante es tener la energía como para recibirlo. Abrazarlo, estar a la altura de las circunstancias. -concluyó ella. Se paró, se acercó a la pileta, bailó alrededor con esa sonrisa cómplice y adolescente que a veces se le escapa. Lila se sumó rápidamente a su alegría: tiró una cama flotante en el agua y se subió como pudo. Yo me puse el gorro que llevaba antes Sol, con algo de dificultad porque soy más cabezona.
- ¡Qué primavera, Lo!
- ¡ Qué año! -le dije cuando llegué a su lado -El universo me grita porque nunca lo escuché lo suficiente...
- Por dios Lola, vos lo dijiste... Lola, Lila... cuántos LL me rodean. Che Li, ¿qué tiene el licuado?
- Yo estoy mareada... -le dije. Me quedé callada, pensando en qué momento las cosas habían pasado a tener ese sentido ebrio que tiene todo a veces. Todo se vuelve un lugar común, algo "careta" como había dicho el ex de Sol de mis escritos.
- Yo también... Creí que era por ayer, pero creo que Lila nos hizo un trago.
- Es que le puse la vodka... -contestó riendo -Les avisé.
- Pero te pedimos un licuado, Li... 
- Pero ¿licuado no lleva vodka? ¿Qué es licuado, Sol?
- ¡Solo frutas! Con voka es daiquiri...
Lila torció su labio: "Perdonen chicas".
- ¿"La" vodka? -le pregunté a Sol, con mi cara bien cerca de la suya.
- Mejor nos alejamos de la pileta -me dijo Sol, y me agarró.
- Qué año de mierda...
- Sí, Lola, pero pronto el dragón se va a comer al conejo.
Me pareció genial. Tanto que me reí como tonta. Casi me resbalo.
- No te vayas a caer, boluda... -me dijo ella y me agarró por los hombros, mientras pretendía volver a las reposeras.
- No.
No me caí: Sol fue la que se resbaló, pero como se agarró de mí terminé con ella en el agua. Lila se cubrió la cara mientras caíamos porque la salpicamos. Supongo que vi todo en cámara lenta, y la cara de Sol, que abría la boca sin emitir sonido, me acompañó toda la caída. Con la cabeza sumergida, me seguí riendo tanto que el agua me entró.
Lilu tenía una expresión entre preocupada y tentada.
Sol se reía y se echaba en pelo hacia atrás, entre carcajadas roncas.
- Perdón... -me dijo, escupiendo agua.
El sombrero flotaba en algún rincón de la pileta.
Flotaba algo más: un cigarrillo que ella estaba fumando antes de caer.
- Suena un celular -dijo Lila sin salir de la cama flotante -.Son muy graciosas.

Entre risas relajadas, la cara de Sol adquirió una seriedad matizada. Me miró con una sonrisa romántica. Supe enseguida que era él. Su él. Bajó la mirada, atendió y se alejó de nosotras, caminando erráticamente hacia los árboles lejanos.
- Historias... -me comentó Lila.
 Me senté en el pasto y nos miramos las dos. El sol empezaba a caer, respiré hondo y pensé en viajar, otra vez. Me faltaban detalles, y ese demonio malo que a veces me frena se calló. Supe que iba a viajar.
-Sí -contestó Lilo, como si leyera mi mente. Salió de la pileta por los escalones, tratando de no perder el equilibrio.


Lo dejé ir. Esa noche atrás, Loud me dijo que me quería.
No pude seguir adelante. Él tampoco. Se alejó de mi.
- Entiendo lo que te pasa. Estuve en ese lugar.
Miré hacia abajo, porque él tenía razón y sé que todos hemos estado en ese lugar, y también en el de él.
Me acerqué a la ventana. Yo no sabía qué decir porque mis emociones iban a un ritmo distinto al de mi cabeza. Él se encargó de entenderme.
- No me hagas esto -me dijo -.Yo me voy.
Asentí con mi cabeza. 
- Mejor dicho, no me puedo hacer esto. Te libero de culpa... Si estamos juntos, te vas a sentir rara. Por lo que veo de vos, vas a poder seguir adelante, pero cuando eso termine, vas a necesitar que yo me vaya, y no quiero eso para nosotros.
Bajé la mirada. Dios, soy tan transparente...
- Podrías "garchar" conmigo... pero después no vas a querer que te toque, ni que te abrace. Eso pasa cuando uno fue lastimado: siente rechazo hacia todo, no puede valorar lo que tiene. Ese corazón ya viene roto, y ahora ni siquiera está... Fría. Eso sos.
Créanle, tiene razón.
Esto lo decía sin estar enojado. Era un razonamiento objetivo y sincero. Yo no lo miraba, pero me reía por sus metáforas y asentía con mi cabeza. Él estaba sentado sobre la cama de mi living  que hace de sillón. 
- Y vos te defendés -le dije: finalmente emití palabras -. Te lastimaron así de grave, pero estás bien. Listo para lo nuevo. Pero sabés que si empezás a dar espacio a la intimidad con gente que no te va a responder, puede volver ese miedo. Sumar fracasos en una etapa nueva... ¿para qué?
- No pienses en nada. Haceme ese favor.- Me dio un beso en la cabeza y se paró al lado de la puerta, esperando que yo le abriera.
Me quedé pensando unos segundos, sin saber qué hacer. Había visto esta escena varias veces, pero recién esa madrugada, yo era la protagonista. Toda la vida supe qué debía hacer, pero parece que he vivido equivocada porque nada fue real.
Antes de irse me miró a los ojos. Los de él estaban llorosos.
- Me duele saber que un día vas a volver a brillar, pero no va a ser conmigo. Cuidate, por favor. El dolor...dejalo ir, dejalo ir, no siempre va a ser así.
En cuanto se fue, volví a mi lugar, ahí cerca de la ventana. Vi su figura perderse en el pasillo. 


Temo a mis decisiones, a las consecuencias. Le temo al tiempo y a lo que le hizo a mi mundo. 
Por un segundo, todo deja de tener sentido y casi no soporto estar en mí. Por suerte me entra un aire fresco por la ventana, apago el cigarrillo y recuerdo que puedo ser dueña de mi propio mundo y de mis tiempos.
Me río al ver un mensaje que llega así de tarde, que es de Cata que está por irse una semana de viaje.
Rápidamente pienso en mi pequeño mundo y todo vuelve a tener sentido. El miedo es para las películas de terror.
Y llega ese minuto en el que logro entender qué es lo que yo necesito. Todo encaja entonces en su lugar.
Cada uno de mis pasos me llevarán inevitablemente hacia algún tipo de dolor, y hacia la muerte misma, pero si me encuentra la muerte, espero que sea bailando.


http://www.youtube.com/watch?v=DMQbzLrvwlE

No hay comentarios:

Publicar un comentario