Pigmalión se arrastra por el piso. La sangre forma una línea que se extiende desde el lugar del que partieron sus penas.
Enamorado de la musa apolínea, de la hembra de carácter de fuego y dulzura de agua, se debate entre dos destinos: la muerte rápida y la muerte lenta.
Montó una mujer perfecta con sus manos. Los pechos tenían el tamaño que siempre buscó. El contorno de cintura fue el que siempre quiso apretar. Las piernas, de un largo para rodearlo en un círculo estrechamente consumado.
Pasó la lengua por los labios de la estatua y marcó la línea de lo que sería la carne blanda de una boca.
Deseó que una lengua respondiera. Todos los días deseó esa lengua.
De esa mujer, “sin vagina…”, (advirtió).
Rearmó su proyecto con un cincel. Marcó la forma entre las piernas. Una prostituta lo ayudó en el modelo y permitió que tallara los mismos pliegues que tenía su vagina real.
Esa noche, Pigmalión ofreció un sacrificio humano. Pasó la lengua por los labios de mármol (luego de bañar la estatua con la sangre de la prostituta).
Esta vez, la lengua respondió el llamado.
No sabe si primero sintió la humedad de la saliva o el aliento vital.
Unas manos frías tomaron las suyas y las llevaron alrededor de la cintura de mármol que se contorneaba.
Ella lo recostó suavemente en el piso.
La sangre fue directo a su miembro.
La estatua abrió las piernas con fuerza,mientras su temperatura aumentaba desmedidamente.
La rajadura creció hasta convertirse en agujero, para que él pudiera penetrarla.
El mármol de dureza incómoda cedió hasta volverse seda.
Acarició los muslos, suaves ahora,
Ella comenzó a gritar…Él sintió una incomodidad profundad.
La piel de la estatua se puso rugosa.
Las manos blancas de él resaltaban ante la piel de ella, verde.
Sintió un dolor en el pene, ¿estaba moviéndose entre escamas?
Mientras la estatua se retorcía de placer, algo asomaba de la cabeza tallada en piedra.
De su abertura brotó una sustancia verde.
Y esa verdocidad se mezcló con su sangre.
En el momento en que ella tuvo un orgasmo, las serpientes vivas asomaron tímidamente desde su cabeza.
Pigmalión , llorando, goteando sangre, se arrastró lejos.
Él amaba a las musas apolíneas, a las vírgenes de mármol blanco.
Pero terminó llevando al orgasmo a la más vengativa de las hembras.
Imagen: Enzzo Barrena
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