El atardecer apenas entra por las persianas cerradas que atrapan tus olores, esos que recién ahora ella empieza a recordar con fuerza, como si habitaran en su cuerpo y despertaran ante el estímulo indicado. Como si respondiera a ellos con una sensación física inevitable.
A ella le cuesta creer que estés amando a otra. En serio. O que ya te estén amando.
Pero la verdad golpea. No como una piedra, sino como una pared. Es el golpe al intentar atravesar esa pared, al hacer de cuenta que no está ahí.
"Sigo siendo el mismo", decís de nuevo. Insistís. No creas que tu voz no le es familiar. Tampoco voy a mentirte, ella cree que tu voz es una de esas voces que hacen que uno se detenga y quiera conocer la fuente de aquella cuerda contenida.
Supongo que querés que ella se sienta como antes, que te cuente las cosas dentro de la misma burbuja de intimidad que tuvieron.
Terminás el segundo cigarrillo enseguida, porque no estás fumando más, pero ella te pone nervioso.
Ella casi no entra a la casa. No tiene ganas de adentrarse en algunas cosas.
No creas que ella no lo entiende, ni que no te recuerda en abrazos.
Te estirás para tocarle la mano, porque ella está lejos del centro de aquel cuarto, casi bordea la puerta; porque querés despertar el pasado en ella. Y que ella se relaje y entienda que vos no cambiaste, sos ese que amó.
Quizás no entendés algo, ella no está nerviosa. Y no tiene ganas de entrar en tu casa.
"Lo siento", contesta ella, "es que yo no soy la misma".
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