miércoles, 12 de agosto de 2015

Una última aventura

"Me estoy matando", pensó él, cinco minutos antes.
También pensó en las cosas que se dirían.¿Habría alguna consciencia de él que observaría aquellos pensamientos, aquellas oraciones y charlas sobre su recuerdo? ¿O sólo lo imaginaba ahora que existía como nos dicen que se existe, y luego, luego, se disiparía en la nada, en aquella buscada posibilidad de anulación que tanto temía?

Esa dimensión de tragedia lo había acompañado siempre, desde ese momento en el que también se había despertado una enorme capacidad de asombro.
Tal vez, más de grande, entendió que mientras esa inocencia lo acompañara, la tragedia nunca lograría ocupar todo lo que él tocara, nunca se desplegaría por sus venas y nunca se alojaría en el centro de la fuerza de vida. Ese líquido negro sólo conducía a una conclusión.

Recordaba haber sufrido posesiones casi totales por parte de esa mitad misteriosa, saturada en ansiedad.
Ser quien no era lo ayudaba mucho. El reconocimiento, también. El escribir en el espejo "Me estoy matando", también. Era una muerte poética... No más que eso.

Esa mañana de agosto no encontró inocencia; no había otros que lo reconocieran; no había mentiras escénicas; tampoco había palabras.
"Me estoy matando", pensó él, cinco minutos antes.
Pero nunca lo escribió.




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