No sé ustedes, pero yo vengo de una racha de malos domingos, o, mejor dicho, de malos fines de semana.
Tuve una corta, serena y equilibrada vida emocional estos meses; uno de esos momentos en los que no sé cómo, ni porqué, uno gusta de uno mismo, y hasta extraña encontrarse en soledad, después de un día rodeado de gente: llegar a casa solo, arrojar la ropa sin importar donde caiga, ponerse las pantuflas con medias (pero sin pantalón), tirar los almohadones al piso viendo una serie sin interrupciones, comiendo la basura que a uno le gusta, y (¿por qué no?) el erupto triunfal de la Coca Cola. Puedo decir que lo tuve. Tuve ese momento.
Después de algunos meses de amor sin barreras hacia mi divina persona, la bestia se me soltó. Puedo saber que fue alrededor del 30 de mayo... simplemente, me animé a "sacar a pasear" a esa parte mía que no me hace sentir orgullosa; esa parte que se alimenta de la ansiedad, se escuda en la depresión y tiene un nihilismo romántico como bandera.
Supongo que calculé que podía guardarla cuando quisiera.
Nunca fui buena con los cálculos.
- No sé vos, Santi. Pero mi corazón...
-Está roto- interrumpió él-. Mi corazón está roto -Y apagó el cigarrillo en mi cenicero nuevo.
- ¿Y qué pasó este domingo? -pregunté, mirando con preocupación las 50 colillas amontanadas en el cenicero que había comprado recién ayer, al que casi no soportaba ver lleno de ceniza negra.
- ¿Te preocupa el cenicero? Ni que te hubiese salido una fortuna.
Sí, me había salido caro. No se lo dije porque me dio algo de verguenza.
Mi verdadera preocupación tenía que ver con mi amigo dejando una montaña de ansiedad.
Yo fumo, pero admito que no me gusta el olor de un cigarrillo apagado, y tengo la pesada manía de lavarme las manos cada vez que termino un pucho.
Estos, no miento, eran cincuenta en pocas horas.
- Cierto que vos fumás poco...
Con la dulzura que lo caracteriza, se levantó, fue a la cocina y volvió a los minutos con el cenicero limpio y seco. Lo puso en el centro de la mesa, pero después lo movió hacia un costado, donde quedaba mucho más lindo.
Los dos nos reimos.
- ¿Qué me pasa?- me dijo, mientras buscaba en la notebook la canción que quería escuchar.
- ¿Qué te pasa?
- No tengo ganas de levantarme- Y apartó la mirada de la mía-. No quiero estar acá. No quiero estar en ningún lado.
- Ya no sé que es lo que me hace bien- interrumpí. Santiago se calló.
Bajó la cabeza, porque yo estaba sintiendo dolor y yo nunca cuento que siento dolor.
- Antes me despertaba de buen humor. No te jodo, Santi, en serio. Me acuerdo lo que era despertarme antes de que sonara el despertador con la sensación de que algo bueno iba a pasar y todo era aventura.
Me quedé pensando. Era cierto todo lo que había dicho. Realmente lo creí.
- Supongo que a mi también me pasó. Aunque me gusta cuando lo describís vos... ¡¡Sos tan trágica!! -Los dos nos reimos.
- Amaba ir al laburo en el bondi, escuchando música e imaginando cosas, ¡imaginando cómo sería mi vida! Amaba mi rutina, Santi. Despertarme y desayunar como bestia, el viaje, el cigarrillo previo a entrar al trabajo mientras caminaba esas dos cuadras...
- No fumás más a la mañana, ¿no?
- Nooo, me mareo...
- ¿Ya te hiciste estudios?
- Claro..., mi última excusa era culpar a las hormonas. Soy de cuarta.
- ¿Funcionó?
- No. Estoy sana.
- Lo lamento- me contestó y después de un silencio nos reimos como niños-. Siempre estás tan calmada y tu mensaje es optimista, pero hacia los demás por lo que estoy descubriendo. Nunca te vi así, querida. Me preocupa.
- Mi papá me llama todos los días porque tiene miedo de que me suicide. Ayyy, que poco me conoce cuando estoy triste. La vida es una mierda, o mejor dicho, así se muestra ahora, pero no vale la pena perder la vida entonces por esta mierda... Me gustaban los almuerzos con mis amigos en el trabajo, la tarde con un café con azúcar, salir contenta y fumarme mi cigarrillo liberador mientras escuchaba a Bob Dylan.
- Uyyy, me diste ganas de escucharlo- Y agarró la notebook, nuevamente, para cambiar la canción-. Es una mierda lo que puse.
- ¡Sí!- le contesté sin pensar-. Y siempre hacer algún plan... Ir a comprar ropa, llegar a casa y ver a mis hermanos (aunque a veces los odiaba) y cenar riéndome, cargando a alguno; estar en mi cama, en la casa en la que crecí, soñar con vivir otra vida, pensando en cosas tan simples como en ponerme algo lindo para ir a trabajar. Recuerdo no querer dormir, porque tenía ganas de seguir pensando en todo lo que iba a venir... Hasta que un día casi dejé de dormir, pero nunca estaba cansada, como te digo, solo podía pensar en aventuras simples...Ahora estoy cansada todo el tiempo y sí, solo quiero dormir... - Entonces me quedé sinceramente muda. Como en uno de esos momentos en los que un personaje inventado descubre una verdad, mira fijo, la música suena emocionante e intensa, y finalmente, nos aclara el sentido de nuestra existencia.
Cuando Santiago se fue, yo estaba contenta. Y aunque era tarde, medianoche de martes, no pude dormirme hasta las dos de la mañana. No giré en la cama; simplemente prendí la computadora y empecé a escribir :
"No sé ustedes, pero en este momento de mi vida me conozco y desconozco todos los días. En medio de ese redescubrirme continuo, ahora mismo entiendo que siempre fui la chica que soñaba la vida que quería vivir, y que esa chica que finalmente vive la vida que siempre soñó, no sabe cómo hacerlo. Y hasta diría que casi no lo está haciendo.
Lo conocido, la costumbre, lo que nos es habitual, eso que quisiéramos conservar aunque no nos permita crecer:¿cuándo es el momento de dejarlo atrás, de crecer, de cambiar?
¿Cuándo es el momento de animarse a viajar solo, con un viaje a medio planear, a esas islas que uno siempre quiso conocer?
¿Cuándo animarse a dejar entrar a tu vida a alguien que por algún motivo insiste en hacerlo?
¿Cuándo animarse a tener constancia en esa pequeña pavada propia que nos llena de orgullo: escribir, hacer ropa, enseñar filosofía, amar las leyes, volver a estudiar, sacar fotos, dejar todo y volverse ermitaño, irse lejos de la ciudad unos días, cambiar de trabajo, diseñar páginas, hacer música, tener un hijo, terminar con esa relación que simplemente hace que no estemos solos?
Es más fácil y tentadoramente simple seguir así.
- Nunca es el momento correcto para esto -me dijo al irse.
Tiene razón. No existe el día mágico en el que las cosas cambian, pero va a existir un día en el que yo elija cambiar las cosas. Hoy, mañana: nunca es el momento correcto, o mejor dicho, cualquier día puede serlo."