martes, 16 de agosto de 2011

Temor y temblor: la teoría de la tarta de atún


"Y Dios puso a Abraham a prueba y le dijo: toma a tu hijo, tu único hijo, el que amas, Isaac; ve con él al país de Morijá, y allí ofrécemelo en holocausto sobre una montaña que te diré."

Más allá de toda interpretación relacionada a lo religioso y teologal a la que nos pueda llevar la historia de Abraham, quiero aclararles que la reflexión que hoy nos trajo hasta acá tiene que ver con lo existencial del asunto.
Tenemos un héroe: otro héroe fue el que pensó sobre él; otro héroe apareció y me entregó el libro de este segundo. El primero dio el mensaje al mundo; el segundo, a los que quieran entenderlo; el tercero me lo dio a mi. Todos podemos ser héroes. De hecho, estamos llamados a serlo.

Por si no lo recuerdan, Abraham es aquel personaje bíblico sinónimo de fe, caballero de la fe (abanderado de la fe), que estuvo a merced de los designios de ese Dios extraño que nos aparece en el Antiguo Testamento.
Abraham no podía tener hijos con su mujer, pero Dios le pidió que tuviera paciencia (y fe, claro) porque un día podría tener el niño que tanto deseaba.
Pasaron cien años, y pese a lo que todos opinaran, y pese, incluso, a la tentación de dejar a su mujer por un modelo más nuevo que quizá pudiese darle los críos que tanto quería  (porque ella, claramente, no se hacía más joven), él siguió sujeto a su creencia.
Renunció a todo sentido común; abandonó lo entendible para concentrar su energía en aquello que parecía absurdo.
Y el hombre ya anciano recibió su recompensa: su mujer parió un hijo.
Ahora, parece que Dios se había aburrido (¡sin ánimos de ser hereje!) y como no era lo suficientemente gracioso ver al viejito contento por ser papá después de todo lo que había tenido que pasar,  le pidió que lo sacrificara.
"WTF", debe haber pensado Abraham, lo mismo que nosotros.
Supongo que lo que ese pobre hombre sintió quedó en aquel instante privado. ¿Qué hizo?
Obedeció.
Tuvo fe.
Siguió adelante.
Finalmente, segundos antes de matar a su propio hijo, Dios detuvo el sacrificio (tremenda broma, ¿no?). Abraham había demostrado su fe, solo restaba terminar sus días rodeado de amor y de felicidad.

El segundo de los héroes, uno de  aquellos filósofos que inauguraban  la Edad Contemporánea, se sintió atraído hacia el personaje: hizo hincapié en la angustia que este debe haber sentido; indagó y revolvió en todo lo moral y contradictorio del asunto; resignificó el "creo porque es absurdo"; engrandeció la figura cotidiana del hombre de verdadera fe; y aprovechó para despacharse contra los ultraracionalistas de sus tiempos.

Mi amigo, el que me dio el libro... digamos que hizo un buen negocio comprando tres libros al precio de dos, pero algo quería hacerme entender.

En esos días de verano estaba yo extrañando este tipo de reflexiones, aunque también tenía dilemas mucho más concretos: buscaba una manera de mejorar mi propia economía y de encontrar una organización contra la anarquía que gobernaba mi vida. Claro que una estaba relacionada con la otra. Y tenía presente que ambas cosas significarían también una armonía espiritual.
Entre las hojeadas que le daba al libro, mientras pensaba qué tipo de comida podía llegar a preparar, se me ocurrió hacer mi propia tarta de atún; esa tarta que tanto me gustaba y que me parecía la experiencia culinaria de más alto nivel.
Mi relación con la cocina (y quizá con el mundo) nunca fue muy equilibrada: cosas que se caen, cosas que explotan y vuelan por los aires, quemaduras, cortes y finalmente, bolsa de basura para todo el engrudo resultante.
Una tarde tarde calurosa empecé a hacer la tarta y, por supuesto, minutos después, la cocina era caótica.
Muy tentada a darle un punto final a todo, recordé a Abraham.
Abraham, la Biblia, un personaje anónimo que quiso legarnos una enseñanza (¡no importa históricamente quien, ni porqué!) nos dejó dicho algo. No nos legó un concepto abstracto para debatir entre cuatro paredes con vocabulario engorroso y algo kantiano; tampoco un razonamiento racionalmente perfecto en el cual cada una de sus premisas no se contradijera en ningún punto con Dios como primer motor inmóvil; ni siquiera nos insinuó una idea de caos que destrozara en nuestras almas racionales cualquier indicio de sentido metafísico. El mensaje de Abraham era claro, simple, cotidiano, existencial: "terminá esa tarta".
Entonces decidí seguir adelante.
Primero con gracia e inocencia, pero luego, con un sentimiento de horror, descubrí que yo misma no creía en mis posibilidades. Y sin embargo algo empezaba a estar distinto dentro de mí: yo quería seguir adelante, y entonces comprendí que nadie hace las cosas bien por primera vez salvo por alguna casualidad o genialidad que poseen algunas y contadas personas. Todos empiezan con desastres, pero siguen adelante: endurecen sus cabezas con voluntad de hierro y engrandecen el corazón con pasión por lo pequeño e inmediato.
Cuando me empezaba a sentir algo engreída porque habían pasado cinco minutos sin que siquiera se me cayera una cuchara, me quemé.
Enojada, amagué con abandonar todo porque una quemadura es una quemadura.
Pero el haber llegado hasta cierto punto me dejó ver eso: que una quemadura es una quemadura y nada más.
"Creer no es esperar lo mejor, es seguir adelante". Recordé lo que el filósofo supo entrever en una historia simple y extraña: mi fuerza es fuerza que es debilidad; mi fuerza se amortigua en mi debilidad.
El lunes y el martes comí la tarta. Estaba simplemente rica, pero la disfruté tanto como mi siete en lógica matemática.
Las cosas suelen ser difíciles: mírenlo a Abraham antes de quejarse por algo. Pero ojo, no lo miren con conmoción, mírenlo como ejemplo.
La vida es difícil, nos pide cosas difíciles.
La vida es como hacer una tarta de atún: pase lo que pase, uno sigue adelante con el pie de plomo de la constancia, creyendo en el absurdo y resginándose a todo lo demás. Solo pueden ganar, porque ya no hay nada que perder.
Es cuestión de probar.

"No es aquello que me sucede lo que me engrandece, sino lo que yo hago..." (Gracias Sören K.).



http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%B8ren_Kierkegaard


3 comentarios:

  1. Una teoria sin desperdicio! :) excelente

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  2. jajaja qué bueno y educativo también.

    Besos Tony!

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  3. Mirá... no lo había pensando tan en la práctica!

    Cuántas veces nos quieren hacer creer q basta q uno se proponga las cosas para q salgan. La gente te cuenta el final de la historia: "salí a la calle, ví el cartel y conseguí el laburo", "me puse a vender hebillas y ahora tengo 3 locales"...
    pero, y lo q pasó antes?
    Los miles de mails q mandaste sin encontrar respuesta? La cantidad de entrevistas q fuiste para q te contestaran "te llamamos..." y nada?
    Los veinte proyectos q pensaste y terminaron en déficit de tu economía?
    Eso... está, pero nadie te lo contó. Y al final: no se rindieron... y salió!

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