Lo cierto es que la primera oración era originalmente la siguiente: "Zombi: persona muerta que vuelve a la vida...".
Ahora, ¿quién no sabe ya qué es un "zombi"? Algunos corren; otros apenas se arrastran; algunos comen carne y otros, cerebros (no me parece lógico esto último, dentro de este universo en que la palabra "lógica" se vuelve un poco más flexible); algunos pueden llegar a ciertos razonamientos básicos, mientras están esos extraños monstruos de "28 días después" que no nos quieren comer, solo golpearnos hasta rompernos la cabeza.
Lo importante, lo que une a esta diversidad de películas, series y cómics radica en la temática (guauu que descubrimiento el mío), que es siempre la misma: el final apocalíptico de la sociedad como la conocemos; y el hecho, en definitiva, de que el único capaz de causar la destrucción del hombre es el hombre mismo. Esto último no es un dato menor, ya que es la base de aquel resultado de destrucción total.
No es casual que a lo largo de la historia de la humanidad, el terror, sentimiento que existe en nosotros como un aliado particular (que a veces puede ser enemigo), siempre se inspiró en aquello que nos era desconocido: lo demoníaco, lo fantasmal, lo vampírico.
Pero ahora asistimos al siglo en el que el diablo puede ser vencido a balazos por Schwarzenegger y en el que los vampiros son como los chicos de "Dawson´s creek". Sin ánimos de ofender a libros y películas que disfruté, lo importante es el hecho de que nos fuimos amigando con estos personajes, y hoy en día, es difícil catalogar como "de miedo" a una peli de vampiros.
El terror fue evolucionando con nuestras ideas más oscuras y morbosas, y aparece ahora en este formato: humanos muertos, incapaces de sentir o de pensar, que vuelven a la vida movidos por el instinto básico de alimentarse de la carne viva, situación que los convierte en caníbales.
El zombie de Hobbes se revuelca en su tumba gritando: "Yo lo dije: homo homini lupus".
Ya no nos asustan los demonios ni los fantasmas ni cualquier ser sobrenatural. Nos asusta lo natural en nosotros; esa parte maliciosa y fuera de control que nos convierte en nuestra propia arma.
Las consecuencias se pueden ver claramente en el pibe caminando solo por la calle, en medio de una enorme ciudad: hay autos dados vuelta; vidrieras de negocios rotas; pájaros que invaden las calles como si no los acecharan los peligros de la vía pública. De entrada, es la típica situación con la que todos soñamos: la ciudad para nosotros mismos. Pero la verdad de la milanesa es que el último hombre sobre la Tierra no está solo, y de pronto se encuentra con algo que parece un tipo, pero no lo es: lo persigue, él le clava algo y el otro sigue vivo. El flaco no entiende nada hasta que por casualidad da con un periódico y lee que es el fin de los tiempos.
Supongo que se pregunta por sus seres queridos, cuál habrá sido la suerte de cada uno de ellos; y cómo habrá sido aquel momento en el que el mundo que conocemos dejó de existir: el momento en el que los teléfonos ya no nos podía comunicar, en el que la energía cesaba y las redes sociales publicaban mensajes contradictorios, mezclados, confusos. ¿La gente se dispararía por un refugio seguro, por una lata de comida? ¿Seríamos capaces de matar a gente que conocemos, pero que de pronto nos quiere comer?
Volviendo un poco a mi humilde realidad de no pistolera, y al mundo que todo el tiempo amenaza con caer, o mejor aún, al mundo que es como ese globo que se infla e infla pero no termina de reventar, estoy en mi casa muerta de miedo. Estoy por terminar la segunda temporada de "The Walking Dead" y me descubro con las manos al costado de la cara en un grito silencioso y desesperado. Pongo pausa en Cuevana todo el tiempo porque casi no soporto lo que está pasando.
Si me viera a mi misma, descubriría que quizás aparento tener una sonrisa en la cara, pero no, les cuento que esa expresión que nos sale cuando nos asustamos es el modo en que los simios reaccionamos al miedo: abrimos la boca y apretamos los dientes, pero no nos estamos riendo.
El estómago se pasea por todo mi cuerpo y estoy estremecida. Creo que estoy a punto de llorar y no es que no estoy acostumbrada a estas cosas... ¡¿qué demonios me pasa?!
Una de las posibilidad es que mi sensibilidad haya madurado. Pero no. No soy madura.
La otra posibilidad se me viene a la mente en la mañana.
Hace más de un año que le temo a la gente. O mejor dicho, a la acumulación de gente, porque creo que puedo percibir la "mala onda" que emana de todos.
Me aprieto en el subte cada mañana y tengo malos pensamientos, y a veces me pregunto de dónde vienen, porque mientras estuve en mi casa, en mi pequeño mundito, nada de eso existía en mí.
Yo huelo algo en el aire, como un olor a "todo va a colapsar".
"Claro", grito como loca.
Entiendo que el capítulo fue demasiado para mí, porque ya no es ficción: los zombies están acá, o peor aún, el Hombre está en todos lados.
Con tenazas intelectuales me adecuo a la idea que aquella huida desesperada de la granja atacada por zombis removió mis entrañas porque es lo que vivo cada día.
Camino con miedo por la calle, temiendo que en cualquier momento alguien se abalance sobre mí; de hecho, cada vez que tengo que tratar con gente, temo que ser atacada...
Pero "No soy inocente", descubro más adelante en el día, después de tratar muy mal a alguien.
Yo misma puedo ser un zombi, y no tiene sentido entrar en el círculo del huevo y la gallina. Más que nunca, recuerdo las palabras del protagonista de la serie y adquieren otro sentido. Entiendo porqué aquello obvio y que normalmente no tendría mayor impacto en mí, de pronto me había paralizado y se había llevado mi corazón: "Todos estamos infectados".
Parece ser que la única diferencia, lo que no nos convierte en caníbales declarados, es el hecho de que estamos "vivos".
La serie nos muestra literalmente ese colapso, esa situación que se espera en el aire; anticipa metafóricamente un futuro, en base a la situación actual, pero deja, en secreto, ese hilo de esperanza en dos mensajes: "La naturaleza puede ponernos a prueba, pero esa ley sigue siendo verdad". Eso le dice uno de los protagonistas a otro, cuando lo incentiva a seguir adelante con un único objetivo: mantener vivo a su hijo.
Un segundo mensaje se deja ver cuando ellos abandonan ese lugar peligroso. La cámara enfoca algo escrito en un auto, un grafiti ya medio borroso que le habían dejado a una niña que perdieron y que no se salvó: "Sophia quédate aquí. Volveremos por ti".
Azar o no, "Sophia" significó originalmente sabiduría, pero no esa sabiduría fría e informativa y recopiladora de información; "sabiduría" con connotaciones emocionales y morales, el verdadero saber, ese que se acumula en el espíritu, ese que siente y percibe lo que hay en el aire.
Bueno, "Sophia", espero que nos esperes, quizás no estemos tan perdidos. Aún estamos vivos, ¿no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario