viernes, 11 de mayo de 2012




No soy una desalmada. No. Ni siquiera soy desconsiderada. No.


Ella me mira entre horrorizada y risueña. Sus ojos rebotan desde mi boca hacia mi mano, o más precisamente, siguen al tenedor cargado de comida. Soy la "escucha" perfecta, porque  tengo tanta hambre que ella puede contarme toda su vida siempre y cuando siga habiendo pescado en el plato.
En algún momento lo "larga" y me pregunta adónde va todo lo que ingiero. Se me pasan varias cosas por la cabeza: lo cierto es que no es que coma tanto, sino que desde la mañana no había vuelto a probar bocado. Aparte, en mi ciudad, a diferencia de en la suya, el pescado no es muy fresco, y encima, es caro. Acá es todo lo contrario. 
La dueña del hotel nos había presentado en la mañana, y todo el día fue el proceso de conocernos: charlas en las caminatas, confesiones en las hamacas paraguayas, chistes tiradas en la playa sobre nuestros pareos (o mejor dicho, sobre el pareo de ella, porque yo me olvidé de traer algo para tirarme sobre la arena). Entre las cosas que no me sorprenden está el hecho de que mi nueva amiga es más organizada que yo; también está el hecho de que la amiga con la que vino decidió hacer el viaje a su estilo y la abandonó por un gringo con el que está "conviviendo" en el hotel de al lado (sí, de ese desde el que sale música todo el tiempo). Le dije varias veces: "Esas cosas pasan... sobre todo cuando somos grandes".
Lo que sí me sorprende es su edad, porque parece más joven; y que de alguna manera, si bien es organizada, puede ser distraída. En el día perdimos su llave tres veces, y su cámara ya no tiene funda porque se "evaporó" en algún momento por la playa. Creo que la gente que puede perder las cosas así tiene un don especial: una vez conocí a alguien que "disolvió" un papel de su mano en cinco segundos. Si lo pensamos bien, son como magos; magos víctimas de sus trucos.
Mi amiga dice que ha venido para "ligar"; yo en cambio, vine para estar tranquila, y si paso todo el verano tirada en la arena sin hablar con nadie, será más que suficiente.
"¿Aguantarías? Tú hablas mucho...".
Me dejó con la boca abierta. ¿Ya les conté que me gusta su sinceridad?

Trato de hacerle entender que no pienso salir, porque realmente necesito descansar (y mientras se lo digo, muevo la cabeza de un lado a otro). Yo tuve un año difícil, año del que me costó desprenderme, y sueño con todo esto desde hace tiempo; la imagen de mí, en bikini, en la playa, es la foto mental que me ayudó a soportar las durezas de los últimos meses: no hay forma de que me pierda el amanecer en este viaje que está muy lejos de ser adolescente.
Me levanto de la silla y miro hacia la calle a través de la no pared que delimita el restaurante de techo de paja, de sillas viejas, de mesas rústicas de madera; termino el agua que me salió cincuenta centavos de dólar y comienzo un movimiento que nunca termino: levanto una pierna, intentando que mi pie pase sobre la tabla en la que estaba sentada, pero en el medio lo engancho y casi caigo. Por la calle, tres chicos bien jóvenes me dicen lo linda que soy, pero no de una manera molesta, sino con la dulzura más gratificante del mundo; se ríen de mi accidente al querer salir y sus risas sinceras y espontaneas me protegen de toda intención sexual que alguien pueda tener.
No me interesan las intenciones sexuales: es más, intentaré repelerlas durante todo el viaje (¿si fallo? O lo sabrán o no).
Un grupo de malabaristas ejecuta una danza con fuego y el sonido de los tambores hace vibrar ese elemento primordial; unos chicos europeos están sentados y los filman, mientras toman algún trago con ron, y uno devora una empanada; las chicas pasan y sonríen, y mi amiga pide una cerveza enorme.
Acto seguido, haciendo honor a esa noche tan linda y rindiéndome ante la energía joven de Montañita, decido quedarme un rato.
"Dos horas, nada más... Espero estar en la cama a la una", le digo, y encima, me lo creo.
La cerveza se siente más rica que nunca. Me doy cuenta de que es la última noche completa del año y decido que no hice mal al haberle concedido dos horas.
Nos perdemos por la calle con dos vasos improvisados; pasamos entre una multitud de gente joven que baila y se acerca a los pequeños puestas en busca de algo para tomar o con el pedido de alguna canción.
Los puesto de esta avenida "Coctelera" están casi pegados, separados entre sí por un metro de distancia como mucho. Cada cual tiene su música, y si queremos escuchar "reggaeton" en vez de cumbia o rock o música electrónica, podemos hacerlo moviéndonos dos pasos. Esta fusión particular es algo que nunca vi: ninguna música se contrapone a la otra, convive esa armonía. Lo que sí, cuando nuestros cuerpos no logran el equilibrio, es probable que un salto muy inspirado te lleve lejos de la canción que lo vio nacer, y termines con un meneo en dónde debería haber un paso "rockero".
Cuatro chicos que están en nuestro hotel y que juran que hoy me vieron en el desayuno (motivo por el cual les creemos) nos invitan a su pequeño puesto de batalla: una improvisación de sillas muy cerca de su proveedor favorito de alcohol. Nosotras aceptamos la invitación.
"Pero en dos horas, más o menos, yo me vuelvo...", aclaro por las dudas.


El último amanecer del año no tuvo nada de particular... solo que el sol, acá, no sale desde el mar (un detalle que, obviamente, tampoco había tenido en cuenta).
Uno de los chicos me recuerda que en esta parte del Pacífico es más lindo el atardecer y entiendo que tiene razón.
Apagamos el cigarrillo, sin levantarnos de las hamacas paraguayas del hotel desde donde vemos el mar.
El grupo que se formó hace casi seis horas se empieza a disolver y cada cual se dispersa hacia su habitación.
Lo que sí tuvo de distinto este último amanecer es que, después de mucho tiempo, me vuelve a encontrar sin haber dormido.
Mi "solo dos horas" dejó de importarme después del tercer Mojito, y quizás me convirtió en mentirosa frente a mis nuevos amigos. De todas maneras, fui fiel a mi promesa y acá estoy, viendo como amanece desde mis espaldas.
Mi amiga apaga la notebook desde la cual yo pude, finalmente, escribirle a los míos a través de mi borrachera y de un teclado que perdió la letra "E". Porque no soy desconsiderada. No.


"los kiro muchjo a tdos. Fliz anio, stoy viva y tngo dond pasar mañana".








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