Además de volcar el vaso con agua mientras cenábamos, mi cabeza se centraba en un solo pensamiento: quería escribir. Más aún, me debo haber tirado el agua encima porque solo podía pensar en eso.
Antes de saber el final de todo esto, ahí estaba yo, mentalmente inquieta, después de haber visto la última película de Woody Allen.
- Creí que no te gustaba Woody -me dijo Sol, cuando por teléfono le comenté acerca de mi plan.
Era cierto, nunca me gustó mucho, pero esta última película en particular me llamaba la atención.
- Lo -me dijo-, ¡qué terrible Edipo tenés!
Antes de saber el final de esa cena, ahí estaba yo, pensando qué es lo que les quería decir.
Románticos... Romántica yo. La soledad que esto implica; las horas, y la música que nos conecta con aquel sueño romántico de otra era; "negación del presente"; seguir o no seguir; revolver o resolver.
"Por suerte", pienso, "hay otros como yo", y eso hace que no me sienta tan sola.
Exploro y respiro esa belleza que hay en mi ser que proyecta, que refleja el eco de cada alma que siente, y padece el reflejo de los sueños almacenados.
"Sí", respiro: toda época pasada fue mejor, y le sonrío a la melancolía. Ese viento dulce y primaveral que adorna cada situación observada y vivida.
El trágico final de todos ellos, románticos, que miran atrás y se despiden poéticamente de sus poéticas vidas; imprimen en sus cuerpos muertos el nombre o sentido de aquello que todos olvidan pero ellos no, porque ellos lo aman.
Lo entiendo. Lo sé. París era una fiesta.
Es fácil sacarme una lágrima (¡cualquiera puede hacerlo!, pero por favor, no lo difundan). Creo que hubo un solo año en mi vida en el que no fui romántica; de hecho, nunca lloré durante ese año.
Saber qué es recibir una mirada y recordarla una y otra vez, dando vueltas en mi cama, eso es; un beso escondido, y salir a caminar, pensando una y otra vez en ese gusto en mi boca, en las palabras de otro murmurando sobre mis propios labios; el viento de su respiración; el olor aún en las sábanas; y despertarse pensando en donde estará...
Eso es muy lindo, gente. Lo entiendo Lo sé.
Pero no me gusta la gastritis. No me gusta el tiempo que pierdo pensando en los besos que ya se fueron. No me gusta alejarme de todo lo que podría hacer ahora mismo, ni poner mi mente en blanco con las cosas que me sedan. No me gusta el dolor con el que a veces me despierto, porque la melancolía es un amigo que pesa mucho y aplasta (y sobre todo los domingos). No me gusta el miedo que tengo ahora. No me gusta estancarme, porque lo que se estanca se pudre.
Lo malo de mirar hacia atrás es querer ir hacia atrás. No hay forma de ir hacia atrás sin que nos termine costando la vida.
No me gusta pensar que voy a terminar volviéndome loca. No me gusta creer que el dolor algún día va a ser todo lo que pueda proyectar.
No me gusta ser la novia del romanticismo: no quiero que me escriba una canción.
"Andate", le dije, "o por lo menos, sé arte".
Y creo que lo estoy pudiendo entender: la condición romántica se hace sana con el arte. Y esto sirve para todos los románticos: los declarados y los encubiertos. Y arte... arte es amplio: es el que conocemos y el que cualquiera puede inventar.
No quiero ser la novia del romanticismo, solo quiero coquetear con él.
- ¿Vas a quedarte mirando la mesa y tus calzas mojadas? -me preguntó Barbi- A lo mejor, si seguís mirando la copa caída, volvés el tiempo atrás, cuando todavía no te habías volcado el agua... jaja.
Me reí. Las palabras de ella (que no sabía qué cosas pensaba yo) coronaron mis pensamientos.
Agarré una servilleta y sequé un poco la mesa. Me pasé a la otra silla, que estaba seca y sin usarse.
No podía hacer mucho por las calzas: seguirían mojadas hasta que llegara a casa.
- ¿Nos vamos? Son las doce... me quiero ir.
- Sí -contestó ella-. Linda la peli. Fue tu papá quien nos la hizo ver, ¿no?
- Sí... Sol siempre me dice que no logro superar mi Edipo.
- ¿Qué te puedo decir? Yo también ando loca por mi viejo... de hecho, él fue quien me arrastró a la carrera.
Yo no podía creer todo lo que ella había hecho ese día.
También recordé eso que me había contado una amiga sobre su papá y cómo él ,de pronto, se había vuelto cariñoso y atento cuando llegó a los sesenta. Parece que algo tiene que ver con la andropausia, pero no estoy segura de haberlo entendido bien.
Le pedí a Barbi que me lo contara todo de nuevo en el auto: cómo, a pesar de la dificultad de sus tobillos había tomado la decisión de encarar la carrera; cómo su padre la acompañaba a entrenar todas las mañanas; y cómo, ese domingo, se dijo a sí misma: "Basta de vueltas, de miedo, de dolor, voy a correr".
Cuando salimos, todavía nos reíamos. Había sido un día revelador para ambas, en dos direcciones que avanzan separadas pero compañeras.
En ese momento llamó Fede, mientras abríamos la pesada puerta de salida.
Barbi seguía sonriendo.
- ¿Qué hacés "wachito"? -le dijo.
Segundos después, ella se quedó muda. Su boca se entristeció. Los ojos se le pusieron colorados.
- No puede creer lo que me estás diciendo. ¿Dónde estás?
Por eso, antes de saber como terminó nuestra noche, estaba pensando en algo.
Y por esas cosas de la vida, algo de mí quedó en el camino.