sábado, 27 de agosto de 2011

Las cosas que duelen esperan afuera. Y mejor no buscar un sentimiento triste que no se siente porque siempre anda cerca de nosotros.
Creía que no puedo, y saber cómo se hace es un misterio divino en cada uno.
Nos despertamos y la vida sigue, pero ¿cómo se sigue?
Como siempre... juntando hormigas.


El que quiera escuchar, que lea.

viernes, 26 de agosto de 2011

Tu mejor versión

Me quedé sin música para pensarte,
y todo esto pone en duda mis canciones.
No es poca cosa decirte esto,
y si lo estoy haciendo, es que nada salió bien
(aunque finalmente habrá algún sentido).

Me gustaste cuando querías estudiar historia y te perdías en historias que nadie recuerda.
Me enseñabas las cosas que nadie quiere escuchar, salvo dos locos que se acuestan al revés.
Que te interesen mis conocimientos inútiles. Eso fue ridículamente hermoso.
Como tu "hola" y tu pequeña cabeza asomando por mi puerta, ridículo.


Cómo le explico a un mundo entero que aprecio una bufanda y un cepillo de dientes,
y nunca nadie entendió lo importante que es eso para mi.
Que nos reímos hasta hacer explotar nuestras cabezas,
Y los bailes torpes y coloridos que yo hacía.


Que quiero y me abro a vos,
y que nunca, nadie llega a mi.
y que cuando me mirabas, yo, finalmente, fui linda.


Te tengo en la mejor de tus versiones,
y en tu deseo secreto de irte a África.
Pero estas cosas, simplemente pasan.




Hubo una vez una chica que quiso a alguien,
hubo ilusión y un beso secreto.
Miles de risas que se fueron apagando,
hasta desaparecer para siempre.





viernes, 19 de agosto de 2011

Hard rain is gonna fall


A veces la miro y no sé como llegó hasta mí.
Un cielo la quiere poner en evidencia y ella se pone de espaldas.
Me río cuando me acuerdo;
ella se ríe porque no se acuerda bien.


Cada momento que pasa,
es un momento menos con él,
pero ella está aquí.


Se para y se acomoda,
se desliza distraida por el cuarto.


Sigue mirando lo que parece que ve,
pero su corazón puede estar muy lejos.
Entrelaza sueños en su pelo largo,
con sus dedos nuevos y limpios.


Cada sombra y cada uno de sus ojos,
aún se abren cada mañana cuando resiste.
Qué intensos suenan sus tipeos y sus pulsaciones,
y qué lejanas las cosas que ya pasaron.

Parece que va a llover,

martes, 16 de agosto de 2011

Temor y temblor: la teoría de la tarta de atún


"Y Dios puso a Abraham a prueba y le dijo: toma a tu hijo, tu único hijo, el que amas, Isaac; ve con él al país de Morijá, y allí ofrécemelo en holocausto sobre una montaña que te diré."

Más allá de toda interpretación relacionada a lo religioso y teologal a la que nos pueda llevar la historia de Abraham, quiero aclararles que la reflexión que hoy nos trajo hasta acá tiene que ver con lo existencial del asunto.
Tenemos un héroe: otro héroe fue el que pensó sobre él; otro héroe apareció y me entregó el libro de este segundo. El primero dio el mensaje al mundo; el segundo, a los que quieran entenderlo; el tercero me lo dio a mi. Todos podemos ser héroes. De hecho, estamos llamados a serlo.

Por si no lo recuerdan, Abraham es aquel personaje bíblico sinónimo de fe, caballero de la fe (abanderado de la fe), que estuvo a merced de los designios de ese Dios extraño que nos aparece en el Antiguo Testamento.
Abraham no podía tener hijos con su mujer, pero Dios le pidió que tuviera paciencia (y fe, claro) porque un día podría tener el niño que tanto deseaba.
Pasaron cien años, y pese a lo que todos opinaran, y pese, incluso, a la tentación de dejar a su mujer por un modelo más nuevo que quizá pudiese darle los críos que tanto quería  (porque ella, claramente, no se hacía más joven), él siguió sujeto a su creencia.
Renunció a todo sentido común; abandonó lo entendible para concentrar su energía en aquello que parecía absurdo.
Y el hombre ya anciano recibió su recompensa: su mujer parió un hijo.
Ahora, parece que Dios se había aburrido (¡sin ánimos de ser hereje!) y como no era lo suficientemente gracioso ver al viejito contento por ser papá después de todo lo que había tenido que pasar,  le pidió que lo sacrificara.
"WTF", debe haber pensado Abraham, lo mismo que nosotros.
Supongo que lo que ese pobre hombre sintió quedó en aquel instante privado. ¿Qué hizo?
Obedeció.
Tuvo fe.
Siguió adelante.
Finalmente, segundos antes de matar a su propio hijo, Dios detuvo el sacrificio (tremenda broma, ¿no?). Abraham había demostrado su fe, solo restaba terminar sus días rodeado de amor y de felicidad.

El segundo de los héroes, uno de  aquellos filósofos que inauguraban  la Edad Contemporánea, se sintió atraído hacia el personaje: hizo hincapié en la angustia que este debe haber sentido; indagó y revolvió en todo lo moral y contradictorio del asunto; resignificó el "creo porque es absurdo"; engrandeció la figura cotidiana del hombre de verdadera fe; y aprovechó para despacharse contra los ultraracionalistas de sus tiempos.

Mi amigo, el que me dio el libro... digamos que hizo un buen negocio comprando tres libros al precio de dos, pero algo quería hacerme entender.

En esos días de verano estaba yo extrañando este tipo de reflexiones, aunque también tenía dilemas mucho más concretos: buscaba una manera de mejorar mi propia economía y de encontrar una organización contra la anarquía que gobernaba mi vida. Claro que una estaba relacionada con la otra. Y tenía presente que ambas cosas significarían también una armonía espiritual.
Entre las hojeadas que le daba al libro, mientras pensaba qué tipo de comida podía llegar a preparar, se me ocurrió hacer mi propia tarta de atún; esa tarta que tanto me gustaba y que me parecía la experiencia culinaria de más alto nivel.
Mi relación con la cocina (y quizá con el mundo) nunca fue muy equilibrada: cosas que se caen, cosas que explotan y vuelan por los aires, quemaduras, cortes y finalmente, bolsa de basura para todo el engrudo resultante.
Una tarde tarde calurosa empecé a hacer la tarta y, por supuesto, minutos después, la cocina era caótica.
Muy tentada a darle un punto final a todo, recordé a Abraham.
Abraham, la Biblia, un personaje anónimo que quiso legarnos una enseñanza (¡no importa históricamente quien, ni porqué!) nos dejó dicho algo. No nos legó un concepto abstracto para debatir entre cuatro paredes con vocabulario engorroso y algo kantiano; tampoco un razonamiento racionalmente perfecto en el cual cada una de sus premisas no se contradijera en ningún punto con Dios como primer motor inmóvil; ni siquiera nos insinuó una idea de caos que destrozara en nuestras almas racionales cualquier indicio de sentido metafísico. El mensaje de Abraham era claro, simple, cotidiano, existencial: "terminá esa tarta".
Entonces decidí seguir adelante.
Primero con gracia e inocencia, pero luego, con un sentimiento de horror, descubrí que yo misma no creía en mis posibilidades. Y sin embargo algo empezaba a estar distinto dentro de mí: yo quería seguir adelante, y entonces comprendí que nadie hace las cosas bien por primera vez salvo por alguna casualidad o genialidad que poseen algunas y contadas personas. Todos empiezan con desastres, pero siguen adelante: endurecen sus cabezas con voluntad de hierro y engrandecen el corazón con pasión por lo pequeño e inmediato.
Cuando me empezaba a sentir algo engreída porque habían pasado cinco minutos sin que siquiera se me cayera una cuchara, me quemé.
Enojada, amagué con abandonar todo porque una quemadura es una quemadura.
Pero el haber llegado hasta cierto punto me dejó ver eso: que una quemadura es una quemadura y nada más.
"Creer no es esperar lo mejor, es seguir adelante". Recordé lo que el filósofo supo entrever en una historia simple y extraña: mi fuerza es fuerza que es debilidad; mi fuerza se amortigua en mi debilidad.
El lunes y el martes comí la tarta. Estaba simplemente rica, pero la disfruté tanto como mi siete en lógica matemática.
Las cosas suelen ser difíciles: mírenlo a Abraham antes de quejarse por algo. Pero ojo, no lo miren con conmoción, mírenlo como ejemplo.
La vida es difícil, nos pide cosas difíciles.
La vida es como hacer una tarta de atún: pase lo que pase, uno sigue adelante con el pie de plomo de la constancia, creyendo en el absurdo y resginándose a todo lo demás. Solo pueden ganar, porque ya no hay nada que perder.
Es cuestión de probar.

"No es aquello que me sucede lo que me engrandece, sino lo que yo hago..." (Gracias Sören K.).



http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%B8ren_Kierkegaard


viernes, 12 de agosto de 2011


Algo que deberías saber de mí es que mi permanencia no logra extenderse.
Soy el pedazo grosero, de algún grosero al que le gusta deshacerse.


Mientras fumo cigarrillo tras otro, y me río al recordar las cosas que hice,
encuentro el sueño que buscaba.
Ahí está.


Ella me mira de reojo. Sabe que no tiene que confiar en mi.
Yo sé que lo sabe, y me pongo las mejores ropas que encuentro.


No sé que hace, pero intenta pasar desapercibida (¡como si no la oliera!).
Ese juego no es el mío, amor.


"No", me contestó ayer. Como si su "no" me importara.
Gracias deberías darme por ser egoísta, y si llegamos hasta acá no fue por tu luna serena, sino por mi mar apocalíptico.


En medio de la tormenta, me desentendí de tu destierro. Yo logro escapar, siempre.
Estaba lloviendo cuando me fui hoy, y escuché que me hablabas.
 Una sedosa voz de hilo jugaba en el salpicar de las gotas, y entonces nos fundimos.


A veces te ayudo, ¿cierto?
Que oscuro está el cielo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Against the wind

Además de volcar el vaso con agua mientras cenábamos, mi cabeza se centraba en un solo pensamiento: quería escribir. Más aún, me debo haber tirado el agua encima porque solo podía pensar en eso.
Antes de saber el final de todo esto, ahí estaba yo, mentalmente inquieta, después de haber visto la última película de Woody Allen.
- Creí que no te gustaba Woody -me dijo Sol, cuando por teléfono le comenté acerca de mi plan.
Era cierto, nunca me gustó mucho, pero esta última película en particular me llamaba la atención.
- Lo -me dijo-, ¡qué terrible Edipo tenés!
Antes de saber el final de esa cena, ahí estaba yo, pensando qué es lo que les quería decir. 

Románticos... Romántica yo. La soledad que esto implica; las horas, y la música que nos conecta con aquel sueño romántico de otra era; "negación del presente"; seguir o no seguir; revolver o resolver.
"Por suerte", pienso, "hay otros como yo", y eso hace que no me sienta tan sola.
Exploro y respiro esa belleza que hay en mi ser que proyecta, que refleja el eco de cada alma que siente, y padece el reflejo de los sueños almacenados.
"Sí", respiro: toda época pasada fue mejor, y le sonrío a la melancolía. Ese viento dulce y primaveral que adorna cada situación observada y vivida.
El trágico final de todos ellos, románticos, que miran atrás y se despiden poéticamente de sus poéticas vidas; imprimen en sus cuerpos muertos el nombre o sentido de aquello que todos olvidan pero ellos no, porque ellos lo aman.
Lo entiendo. Lo sé. París era una fiesta.
Es fácil sacarme una lágrima (¡cualquiera puede hacerlo!, pero por favor, no lo difundan). Creo que hubo un solo año en mi vida en el que no fui romántica; de hecho, nunca lloré durante ese año.
Saber qué es recibir  una mirada y recordarla una y otra vez, dando vueltas en mi cama, eso es; un beso escondido, y salir a caminar, pensando una y otra vez en ese gusto en mi boca, en las palabras de otro murmurando sobre mis propios labios; el viento de su respiración; el olor aún en las sábanas; y despertarse pensando en donde estará...
 Eso es muy lindo, gente. Lo entiendo Lo sé.

Pero no me gusta la gastritis. No me gusta el tiempo que pierdo pensando en los besos que ya se fueron. No me gusta alejarme de todo lo que podría hacer ahora mismo, ni poner mi mente en blanco con las cosas que me sedan. No me gusta el dolor con el que a veces me despierto, porque la melancolía es un amigo que pesa mucho y aplasta (y sobre todo los domingos). No me gusta el miedo que tengo ahora. No me gusta estancarme, porque lo que se estanca se pudre. 
Lo malo de mirar hacia atrás es querer ir hacia atrás. No hay forma de ir hacia atrás sin que nos termine costando la vida. 
No me gusta pensar que voy a terminar volviéndome loca. No me gusta creer que el dolor algún día va a ser todo lo que pueda proyectar.
No me gusta ser la novia del romanticismo: no quiero que me escriba una canción.
"Andate", le dije, "o por lo menos, sé arte". 
Y creo que lo estoy pudiendo entender: la condición romántica se hace sana con el arte. Y esto sirve para todos los románticos: los declarados y los encubiertos. Y arte... arte es amplio: es el que conocemos y el que cualquiera puede inventar. 
No quiero ser la novia del romanticismo, solo quiero coquetear con él.

- ¿Vas a quedarte mirando la mesa y tus calzas mojadas? -me preguntó Barbi- A lo mejor, si seguís mirando la copa caída, volvés el tiempo atrás, cuando todavía no te habías volcado el agua... jaja.
Me reí. Las palabras de ella (que no sabía qué cosas pensaba yo) coronaron mis pensamientos.
Agarré una servilleta y sequé un poco la mesa. Me pasé a la otra silla, que estaba seca y sin usarse.
No podía hacer mucho por las calzas: seguirían mojadas hasta que llegara a casa.
- ¿Nos vamos? Son las doce... me quiero ir.
- Sí -contestó ella-. Linda la peli. Fue tu papá quien nos la hizo ver, ¿no?
- Sí... Sol siempre me dice que no logro superar mi Edipo.
- ¿Qué te puedo decir? Yo también ando loca por mi viejo... de hecho, él fue quien me arrastró a la carrera.
Yo no podía creer todo lo que ella había hecho ese día.
También recordé eso que me había contado una amiga sobre su papá y cómo él ,de pronto, se había vuelto cariñoso y atento cuando llegó a los sesenta. Parece que algo tiene que ver con la andropausia, pero no estoy segura de haberlo entendido bien.
Le pedí a Barbi que me lo contara todo de nuevo en el auto: cómo, a pesar de la dificultad de sus tobillos había tomado la decisión de encarar la carrera; cómo su padre la acompañaba a entrenar todas las mañanas; y cómo, ese domingo, se dijo a sí misma: "Basta de vueltas, de miedo, de dolor, voy a correr".
Cuando salimos, todavía nos reíamos. Había sido un día revelador para ambas, en dos direcciones que avanzan separadas pero compañeras.
En ese momento llamó Fede, mientras abríamos la pesada puerta de salida.
Barbi seguía sonriendo.
- ¿Qué hacés "wachito"? -le dijo.
Segundos después, ella se quedó muda. Su boca se entristeció. Los ojos se le pusieron colorados.
- No puede creer lo que me estás diciendo. ¿Dónde estás?

Por eso, antes de saber como terminó nuestra noche, estaba pensando en algo.
Y por esas cosas de la vida, algo de mí quedó en el camino. 

sábado, 6 de agosto de 2011

Tomar el toro por las astas.
Claro que me asusta.
Le dije que sí, y ella me dijo que iba a ser duro.
Por suerte, están los soles que estuvieron allí,
cuando nació hace muchos años este toro,
en aquellos días oscuros. 



Creo.