sábado, 29 de octubre de 2011

Imagíname viajando


¡Si alguien supiera cómo se siente esta noche en la ruta!
Siempre me gustó viajar, pero nunca manejando.
Tirada en un asiento, dónde arrojo las cosas que forman mi pequeño mundo.


No me es difícil aislarme, y tengo ojos que ven de noche. 
Más allá de la ventana, que se siente fría, puedo sentir el olor del campo, 
y esa sensación de humedad que tanto me gusta y que extrañaba.


La luna no puede estar más perfecta, y sí, estoy sola y tengo miedo,
 y estoy volviendo hacia aquello que abandoné un día.


Mi gente debe preguntarse si cambié,
y hace meses que sólo llegan mis autoretratos, algunas fotos, y mis palabras inspiradas.
Pero jamás podré explicarles exactamente cómo se sintió esta soledad de aventuras,
 y el amor que sentí con mis nuevas familias.


Siempre habrá un momento de sus vidas en el que no existí.
Aunque, de alguna manera debo haber buscado eso.


Cuando mis fantasmas tuvieron forma, me atacaron de la manera más cruel.
Todo había pasado a ser enemigo, incluso yo misma.
Y como si hubiera previsto ese desastre,
 inventé mi escape, desde cuando aún las cosas eran de todos los días, 
y empecé a preparar un bolso de esperanza. 


Secretamente fui creando todo este viaje desde los diciembres del 2009.










 "¿Por qué nos hacemos este mal'?",  pienso al fundirnos en un beso.

martes, 18 de octubre de 2011

“Destruirás mi pensamiento, te darás algún sentido, andarás en bicicleta" (Así habló Zaratustra)

Sábado: el día en el que uno puede dormir.
 Son las 8.30 y ya no aguanto estar en la cama… Por lo único que no me levanto es porque el lunes voy a desear no tener que hacerlo; y sin embargo, ahora que podría elegir quedarme tirada, no quiero.  
Ya conozco cómo funciona: a lo mejor, si me obligo, puedo dormirme un rato más y despertarme con sueño y dolor de cabeza.  Por otro lado, también me enojaría empezar a cabecear un sábado a las 12 de la noche, pero es lo que me toca: están los mandatos sociales y convencionales, pero también, los deseos de mi propio cuerpo que ya casi saborea las tostadas y el café; y sin que lo pueda controlar, mis dedos del pie se mueven de un lado a otro.
Lo único que hice el viernes a la noche fue releer a Nieztsche, porque hace semanas que me prometo  someterlo a un examen sistemático y serio. ¿Yo, que no soy seria, y menos sistemática? ¿Él, que no fue sistemático, y menos serio?
Una y otra leí el fragmento tan increíblemente escrito: “Al oír estas palabras Zaratustra se despidió del santo diciéndole: ¿Qué podría yo darte? ¡Pero ya es hora de que me vaya. No sea que te quite algo.  Y así se separaron el anciano y el hombre, riendo como dos niños. Cuando Zaratustra estuvo de nuevo solo, dijo para sus adentros: ¿Será posible? Ese viejo santo en su bosque no se ha enterado aún de que Dios ha muerto!”.

Tremenda declaración la de este muchacho. Así, como nada, marca con una frase, con una sentencia, el sentimiento que va a acompañar a cada alma intelectual del siglo 20. Más aún, habiendo muerto en el año 1900 (sí, hasta en ese detalle se hizo leyenda), marcó el destino del siglo que casi no llegó a conocer. Logró escandalizar a personas que secretamente adoraron esta confesión, que volvieron sobre sus textos tratando de encontrar al buen pibe confundido detrás del cabrón nefasto; y también, aparecieron aquellos que lo vieron como la puerta, como la excusa para ahondar en pasillos oscurísimos reflejados en los terribles hechos a los que asistimos en nuestro (ya pasado) siglo. Rápidamente, un escuadrón antibombas doctas analizó la frase, demostrando la imposibilidad de la idea de que si existiese una ser llamado Dios, este pudiese perecer. Porque claro, ese era el mayor problema...


Otras almas, de dedos muy sutiles, lograron descifrar, muchos años después, qué era exactamente lo que  nos quería decir este señor: ese dios motor inmóvil aristotélico, voluntad creadora escolástica, ser perfecto cartesiano, propio de la devoción del deber kantiano, dador de la razón humana salvadora iluminista; ese mismo concepto era el que estaba muriendo, porque lo que pasaba en el mundo (y pasaría, porque quizá Nieztsche fue un hombre de nuestros tiempos colocado en un momento histórico que no era el suyo) no podría sostener la existencia de este Bien que era Ser; de este Bien que convertía al Mal en un no ente, en una privación, y con él, moriría la escandalosa afirmación: "No existe el mal". Lo cierto es que tal vez, esa idea de Dios estaba agonizando para morir, quizá con Nieztsche mismo, pocos años después, ya que si hilamos fino: ¿quién más volvió a hablar de él con tanta pasión?


“Mucha información”, me dije a mí misma, mientras hacía un café gigante y negro.
En la cocina, la bicicleta roja me miraba como un perro que pedía que lo saquen a pasear.
Una sola vez había salido, y era porque me obligaron, porque yo le tengo miedo a todo: le temo a Nieztsche y a mi bicicleta. De hecho, el día en que la compré, la traje caminando, como si realmente paseara a un ser vivo. 
¿Qué temo? Morir aplastada, caerme frente a la gente y que se rían de mí (y quedar en culo delante de todos, obvio), incomodar a los autos.
Por todas estas razones, tratando de hacer uso de mis propias teorías, y una hora después de digerir las controversias y la lucha dialéctica de mis deseos y pensamientos, salía yo con la mochila, calzas, zapatillas, y cara de deportista. Ah, y me olvidaba, con la bicicleta.
Después de pasearla cuatro cuadras, finalmente me subí. Y mientras pedaleaba tímida y atenta, temblorosa y muerta de miedo, volví sobre el filósofo polémico,  al que todos le temen por las cosas que dijo.
¿Yo estaba loca en buscarle un costado amable? Se venía a mi mente ese fragmento que tanto disfruté al leerlo:  “Yo solo creería en un dios que supiera bailar. Y cuando vi a mi diablo, lo encontré grave, serio, profundo y solemne –era el espíritu de la pesadez; a través de él caen todas las cosas. No la ira, sino la risa mata. ¡Ea! ¡Aplastemos el espíritu de la pesadez! He aprendido a caminar; desde entonces me pongo a correr. He aprendido a volar; desde entonces no espero a que me empujen para moverme del sitio. Ahora soy ligero; ahora vuelo: ahora me veo debajo de mí; ahora un dios baila en mí”.
Sí, este es Nieztsche el ateo, el asesino de las deidades. 
En algún punto de mi razonamiento, casi le doy a un auto con mi bicicleta.


“La risa mata”,  recuerdo y me río y pedaleo cada vez más fuerte. La calle sigue en bajada y me dejo caer. El viento seco me da en la cara y el sol de lleno en la cabeza. No hace frío ni calor y solo puedo escuchar mi corazón galopando en el pecho. Me creo un segundo que puedo ser poeta, pero no lo soy.
Algo en mí ya no tiene miedo y podría vivir subida a esta bicicleta: esquivando pozos, enfrentando obstáculos urbanos y autos que me golpearían sin pensarlo tres veces.
Por algún motivo, siento que abandono ese espíritu de pesadez, porque eso es todo lo que pide el filósofo.  El espíritu de la pesadez no es otra cosa que el cansancio por emprender lo que nos gusta; la distracción a la hora de leer aquél libro que tanto buscamos; el darnos por vencido en la búsqueda de ese par de zapatos único e ideal; la suma de todos los contras a la hora de solucionar problemas domésticos; las vueltas de la mente cuando encontramos a alguien que se interesa por nosotros; el miedo a caminar por calles que no conocemos; la paralización frente a decisiones no trascendentales y de nuevo, la suma de los contras en cada una de ellas; la reflexión desmedida y vana que nos aleja de la costa (ay, ¡esa me tiene de punto!). 
Aplastar la pesadez es un quiero: es ser primero camellos que cargan con las culpas, que se internan en el desierto y sufren las penas, ¡y piden más penas! Para luego despertar como leones y enfrentar esa terrible sensación, que es un dragón de los no simpáticos. Es morir como león en la batalla, sin miedo a lo no conocido, y renacer como niños: cada mañana, con cada pedaleo.


Hasta que ese dios, que poco tiene que ver con el que enseñan, ese que late en la sangre y vive cada mañana de una ciudad que enloquece, baile en mí.
Mientras tanto, no paro de pedalear.


Sí, Nieztsche es imposible y me rindo. Él quería que hiciéramos lo que hizo, no lo que dijo.




martes, 4 de octubre de 2011

I wish i was the moon

Sola en Buenos Aires. Turista en Buenos Aires.
No importa lo que suceda, yo jamás seré turista en esta ciudad. Sin embargo, extrañamente, esa noche de viento primaveral, encontré un escondite en dónde pude estar sola unos minutos.
Alguien interrumpió, y yo sentí miedo.


"Me siento como un camión", les dije a las chicas.
Ellas se sorprendieron al verme: esperaban encontrar los restos de la marioneta que puedo ser.
No voy a mentir, soy más fuerte que esa marioneta. Fuerte como una pared.
En una semana recogí mis propias cenizas y me calcifiqué en este muro que soy ahora. Me puse al día con mis asuntos pendientes, y con gusto empecé a tachar palabras en mi agenda. Me mordía la lengua cuando lo hacía, o por lo menos, eso me dijo Ale: parece ser que siempre lo hago cuando estoy concentrada.
Fui articulando mi propia mente; agoté emocionalmente las ideas que me ponían mal y las enrollé en una bandeja: "¿Qué puedo obtener a cambio de esto?", desafié al destino. Claro que las respuestas están en mi.
Sí, me pasaron cosas que no me hacían nada de gracia, pero mi punto más sensible se disoció de estas situaciones.
Nada pierdo al pensar que las cosas van a estar bien. De hecho, quiero estar bien.
La idea es ser más que lo que soy, un poco cada día. Sacar esa pesadez que no me permite conectarme con el más lindo de mis centros. Claro que esto no hubiese sido posible sin mis amigas, y sobre todo, sin ella.

- Estoy embarazada -nos dijo Julia. 
Barbi y yo nos quedamos calladas un segundo. Barbi no me miró: se adelantó y se avalanzó sobre nuestra amiga, en un abrazo intenso.
Ambas pusieron cara de preocupación a la vez que las comisuras en sus labios se inclinaban hacia arriba en una sonrisa natural. Hace segundos menos que una semana, yo me había enterado de otro embarazo. Sí, soy esa persona que lloró y que había cerrado la puerta de ese capítulo.
Me reí, porque, como dije, pude cerrar esa puerta y separar las situaciones.
Julia se emocionó al ver que yo podía reaccionar de la manera en que lo había esperado antes de todo esto.
- Era lo que me querías decir la semana pasada... ¿no?
- Sí... sé lo que pasó, sé cómo te sentiste, pero esto también está sucediendo, y es bueno.
- Claro que es bueno, es genial -le contesté y la abracé. Barbi me guiñó el ojo y me sentí absolutamente contenida- Ahora entiendo porqué no querías tomar...
- Sí, pero ni lo sospechaste.
- Creo que estaba muy borracha.
Nos reímos las tres. En el bar en el que siempre nos veíamos.
- No podía esperar a las demás, no aguantaba más no poder decírselo a ustedes.


El grupo de hombres de la mesa al lado nuestro dejó de hablar. Habían estado gritando todo el tiempo, porque parece que era una despedida de soltero, y se concentraron en la figura que se acercaba a nosotras.
La muchacha rubia, linda, seductora, con tacos y vestido floreado, se balanceó entre las mesas con soltura. Apuntó los ojos hacia abajo, esquivó un abrigo tirado en el piso y nos miró, al mismo tiempo que levantaba su mano saludando.
Era Sol. Había llegado.
Nos dio un beso. A cada una de nosotras.
- ¿Qué me perdí? Quiero tomar algo sin alcohol, no saben qué día tuve... En fin, solo quiero saber cómo están mis lindas amigas... ¿Lola? No te veo desde el día "D" (ver Ridi pagliaccio) ... nada de esas cosas hoy, solo nosotras.
Las tres nos miramos cómplices, y Sol, que desconocía aún la última noticia, ni lo notó.
- Ah sí, yo quiero algo frutal, ¿qué me recomendás? -le preguntó al mozo, que se acercó rápidamente porque custodiaba nuestra mesa de cerca.
Así era ella: en segundos preguntaba algo a cada una de nosotras, después se acomodaba sin escuchar qué teníamos para decir; actualizaba su situación antes de empezar, al mismo tiempo que, como si tuviera un tercer ojo, ya habiendo ojeado una carta o un lugar físico, decía exactamente qué es lo que quería. Y finalmente, después de todo ese ritual de entradas en cámaras lenta, ella estaba ahí para dar vuelta con su lógica infalible y emocional todo lo que sucedía, y encontrar la palabra exacta.
- Tal vez un licuado. Estoy en proceso de purificación...
- Estoy embarazada -le dijo Julia, con un poco de temor. Guau, me sorprendió el miedo con que ella le dijo a Sol su novedad. Pero pensándolo en este momento, no me llamó la atención el hecho de que Julia haya intuido que el "notición" podría llegar a ser difícil de digerir en nuestro estado declarado de crisis de treinta. Sol siempre fue intensa.
- Y ponele vodka mejor -le dijo al chico, mirando a nuestra amiga embarazada. Después me miró a mi, temiendo quizás por mi salud mental. Ahora, esta semana, eran los ojos de ella los que se movían como huevos de un lado a otro, como en una sartén en movimiento.
- Te felicito -le dijo con frialdad.
Las cuatro nos quedamos calladas. Barbi le mostró la carta y le comentó las cosas ricas del lugar. De todas formas, ni una ni otra miraban la carta. Algo le dijo de lo lindo de su vestido y le preguntó de dónde era.
- Quiero hacer un blog -les dije, y fingí que miraba un mensaje en el celular. Pero lo cierto era que no entendía mucho qué estaba pasando, y en consecuencia, no sabía qué (carajo) decir. Intenté llevar la conversación hacia otro lado.
- Era hora -dijo Julia.- Nunca me mostraste nada de lo que escribís en ese diario que llevás a todos lados... ¿Alguna lo vio alguna vez?
- No. Pero me ayudó muchas veces a redactar cosas de la fábrica, me gusta cómo lo hace, no dudo de que escribe cosas muy lindas -contestó Barbi acomodándose su propio pelo rubio.
Sol asintió con la cabeza. Ella sí había visto cosas mías: varias veces me había pescado escribiendo y no es de las personas que aceptan un "no". De hecho, había estado conmigo toda la noche del viernes anterior. Hasta se había quedado a dormir en casa y había participado de una poesía que yo había escrito en ese momento. Cuando la terminamos, le pedí que se la llevara y que la tirara.
- Igual... -interrumpió, cuando pensé que había logrado desviar la conversación-, ¿alguien es consciente de la situación? O sea, es como medio incómodo.
Y les advirtió con una mirada que yo estaba ahí.
No lo dijo con dulzura, pero fue un gesto dulce.
- No se preocupen por mí, estoy bien -insistí -. Ya te dije Sol, es una puerta que puedo cerrar.
- Perdón, me alegro porque te quiero, Juli, pero me asusta que esté pasando por todos lados. El viernes pasado sufrí casi en carne propia una situación triste, ¡y estoy sintiendo el dolor que ella no siente! -Y me señaló a mi. Yo volví a fingir que leía un mensaje, porque no sabía, nuevamente, qué decir.
Barbi estaba tan nerviosa que se tomó la cerveza que tan poco le gustaba en un solo trago, profundo y largo.
- No sé si esto que estás haciendo tiene que ver con tus propios deseos o estás actuando en consecuencia.
- ¿Creés que yo haría algo que no quisiera? -dijo Julia, desafiante -. Me extraña lo poco que me conocés.
- Me extraña lo poco que me conocés a mí. Era claro que iba a cuestionar esto, más después de lo que hablamos. Sabés que no me puedo callar nada...
- ¿Lo hago por complacer a mi marido o por convención social?
- Eso lo sabés vos, Juli... Gracias -le dijo al chico, que le había traído su trago que ya no era un licuado.
- ¿Otra cerveza? -le preguntó el mozo a Barbi.
Ella asintió con la cabeza. Yo la miré descolocada, pero nunca encontré sus ojos verdes.
- Es lo que ella quiere, Sol -le dije desde mi rincón oscuro.
- Entonces bien... Te felicito...
De todas maneras, las cosas no habían quedado nada claras. 
- No tuve un buen día, perdonen. 
- Me imagino -contestó Julia, pero no estaba siendo dulce, como suele serlo. 
- Digo, estas cosas que están pasando... y yo todavía dando vueltas en mis propios "mambos". Me siento lejos de eso, del matrimonio, de la familia, pero aparece por todos lados, y me corre, como diciendo que debería estar cerca para mí también, y no lo está, chicas. De hecho, este fracaso que estoy viviendo, este fracaso de amor, me está echando hacia atrás. Me tira décadas atrás y no le encuentro la vuelta. -Ella bajó la mirada.


Sol estaba siendo más que sincera, estaba abriéndonos su corazón, porque lo que pasaba nos ponía en jaque. Porque ni ella, ni Barbi, ni yo, ni Cata (que aún no había llegado) estábamos cerca de algo así. Nosotras no nos podíamos decír, con pruebas contundentes, que era posible el amor; ese amor que en consecuencia nos lleva a comprometernos, a empezar a proyectar la idea de seres que se críen en amor y para amar. Al contrario, más allá de las historias que nos distraían, que se llevaban buen tiempo de nuestra energía, sentíamos que no nos estaban eligiendo, que nos estábamos quedando solas. 
"Nos tenemos a nosotras" nos murmurábamos a veces, pero enfrentemos la realidad: existe otra capa de soledad a la que solo llega esa persona con la que hay otro tipo de intimidad; y después, otra capa, esa a la que no llega nada y en la que estamos solos con nuestra alma.
Sol es de esos seres en los que esa última capa ha crecido mucho, y ella teme, en lo más profundo de su corazón, que pase a ocupar todo su mundo. La entiendo, eso es seguro, porque corro el mismo riesgo que ella corre.
- Hice cosas que me hacen creer que nunca va a pasar... Que me hago vieja y me sigo quedando sola.
- A mí me recuerdan todos los días que deje de ser romántica, porque eso no es el amor.O sea, todo lo que creí que era amor,quizá no es más que una construcción de mi mente -dije yo.
- Yo creo que me equivoqué y dejé ir al amor de mi vida -agregó Barbi. Las tres la miramos, porque no solo nos conmovió lo que dijo, sino que se terminó otra cerveza de un sorbo.
- Yo metí la pata miles de veces, y me di cuenta de que me quería tan poco que no creía que nadie me pudiese querer... Un poco de cerveza puedo tomar -dijo Julia. Sol la miró con admiración y con una sonrisa.
- A mí me dejaron ayer... -dijo un chico de otra mesa, que nos miraba, nos escuchaba, pero que nosotras no habíamos notado.
- Mi ex se está por casar... -dijo otro, riendo, mientras miraba orgulloso su Fernet.
- Yo terminé una relación y no sé quien soy... -agregó un tercero y se acercó a la mesa con su silla. Llegó como pudo junto a mi lado y apoyó su vaso y su celular pegados a los míos.
- Yo no estoy enamorado de mi novio, pero no me quiero quedar solo -interrumpió el mozo, mientras le traía otra cerveza a Barbi.
Hubo un silencio en ambas mesas y el mozo esperó alguna respuesta, sonriente. Todos nos reímos.
Julia rió a carcajadas. 
- ¡Yo me voy a casar! -comentó el agasajado de la mesa de los chicos. 
- Yo me casé -le dijo Julia, y ambos levantaron sus vasos en un brindis privado-. Y voy a tener un hijo.
Todos nos sumamos al brindis.
- Pero todo es nuevo -agregó el que se había sentado junto a mí. Y me miró.
- Yo ya no quiero a mi ex, así que solo me duele en el ego el hecho de que se case.
- Alguien me quiso el día en que yo misma me perdoné -confesó Julia. 
- No es fácil... -interrumpió Sol, y ambas se miraron con complicidad.
- Quererse es un trabajo de todos los días, chicos -nos contó nuestra amiga, casada y futura madre.
- Me dejaron ayer porque yo ya no demostraba amor... ¡porque no lo sentía más! -dijo aquel que había sido dejado.
En medio del nuevo grupo me sentí de nuevo segura. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos? No, consejo de muchos. Comunión de rotos, convención espontánea.
Barbi se tambaleaba. Nunca la había visto así. Sol le preguntó por lo bajo si sentía bien.
- ¡Por lo nuevo! -me dijo él, que no solo se había sentado al lado mío, sino que no dejaba de mirarme.
- A cerrar puertas del pasado... -dije yo, algo tímida.
- Chicas, estoy muy en pedo -dijo Barbi y salió corriendo al baño.
Las tres nos quedamos sin poder creerlo.
En ese momento llegó Cata, con una pequeña cartera apenas colgando de su brazo, y acelerada, como siempre andaba. 
- ¿Qué es todo esto? ¿De qué me perdí? 
Nos reímos nuevamente.
"No tenés idea", contestó Julia.
Aprovechando el clamor grupal, le envié un mensaje a Sol, que me miraba desde su rincón: "Gracias, no podría haber sobrevivido esa noche sin vos". Y era cierto, yo estaba entera gracias a ella.

A veces, solo a veces, nos enojamos porque las cosas no salen como queremos; pero luego, nos abrimos, contamos nuestro dolor. Incluso, dejamos que más personas se sienten a la mesa.
Es entonces, solo entonces, que salimos de nuestra capa solitaria y sabemos que una parte de nosotros no está sola solo porque no lo está.  
Esos días, esas noches...




sábado, 1 de octubre de 2011

Nos miramos de reojo y nos decimos todo,
sin saber qué decir.
En una madrugada creemos que se puede resolver una vida,
 y recuperar los días felices.

Bajo tierra no se vive mejor cada mañana,
cuando el camino de vuelta es el mismo cada tarde.
Fragancias subterráneas que ya no se distinguen,
porque hay un Hades en la tierra.

Sin embargo, yo te miro,
y no siento que estés.
Mis lágrimas, tus tragedias,
encantos y alegrías.

Es cuando la noche se hace día
que lo sé: esos días volverán.

La mitología no tiene dueños.
Dame una sonrisa sagrada,
un poco de sol de mediodía,
compartiré mi melodía y tu viaje de mañana.