Agua y tormenta. Misterio y melancolía... (mmmm).
Me acostumbré a que mi vida fuera una historia de amor y que cada palabra mía sea romance en tinta...
Hoy no me creo a mí misma ni una puta palabra.
Y si mi vida es historia de amor es porque es historia de exigencia.
Agua y tormenta: el trasfondo claro de esta alma que siempre pujó para sacar lo mejor de sí misma (y nunca fue suficiente).
Y en este universo, idealizó estos mundos que son personas obligadas a amarla de la forma en que arbitrariamente concibe el amor. Le pide a la matemática que sea poema y quiere que un viaje sea cuento. Quizás nunca fue justo.
La vida mostró cómo colapsaron esos mundos y los sueños se hicieron pesadillas.
Como el cocodrilo persigue a Garfio en "Peter Pan", así me persiguen estas personas que dionifiqué hasta hacerlas demonios; y la peor de todas soy yo, que caigo en desesperación porque no alcanzo lo que debo querer alcanzar, y, entonces, algo en mí muere. ¿Debo morir una y otra vez hasta encontrarme?
Hoy me paro frente al espejo y solo entiendo que no lo entiendo. Debería saber qué decir, qué sentir, pero solo tengo confusión...
Me desperté transpirada y me senté en la cama. Por un momento, no hice otra cosa más que tratar de identificar cada uno de los objetos de mi habitación. Poco a poco, en medio de tanta oscuridad, fueron haciéndose presentes.
El "despertar exagerado" fue así de exagerado, y respondió a la desesperación que tenía por dejar de soñar. Todo el tiempo era consciente de que lo que pasaba no era más que un sueño, y sin embargo, cuando pensaba que había logrado escapar, yo percibía algo extraño y el miedo irracional volvía: entendía que de nuevo estaba soñando o, mejor dicho, que había abierto los ojos un momento y luego había caído otra vez. Justamente, sentarme en la cama fue lo único que me sacó de aquella atmósfera densa.
Esa noche me había dormido en medio de una tormenta infernal, pero lo peor de aquel diluvio acompañado de viento digno de tornado había pasado, y solo quedaba un hilo de lluvia suave y continuo. Siempre amé dormirme con el ruido de la lluvia.
Los psicólogos sostienen que los sueños se dan en los segundos previos a despertarnos, y lo que para nosotros es una odisea, en la realidad, transcurre en menos de un minuto.
Si es así, puedo decir que los últimos cinco segundos fueron rudísimos y crueles conmigo.
Busqué desesperadamente la luz y sin querer, mi pie pateó un zapato que fue a parar contra la pared.
Me miré en el espejo y me descubrí gotas de sudor en la cara... o sea, ¡eso pasa en las películas! Se supone que no pasa en la realidad, pero ahí estaba yo, en mi película de fantasmas.
Eran las cinco de la mañana del sábado y decidí hacer un té: mi solución para todo.
Aún tenía miedo, así que corrí hasta la cocina con los ojos cerrados y prendí la luz.
¿Cómo era posible estar tan aterrada? ¿Y este miedo por un fantasma qué querría decir en verdad?
Cuando me libré del miedo, llegó la angustia (mal negocio)... y ¿cómo sucedió esto?
Fue muy simple: en mi propio alivio encontré mi pasaje hacia la angustia.
"Hola, soy grande...", me dije, "y no hay nadie en mi casa, no debo temer. Un momento... ¿soy grande? Sí, como 31... Y ¿por qué estoy sola?". Un trueno adornó aquel pensamiento.
Seguí con mi monólogo privado: "Hace diez años, probablemente haya tenido una pesadilla y quizás me dije lo mismo, que era grande y que no debía tener miedo... Y estaba sola. Entonces, ¿quién aseguraba que dentro de diez años no iba a suceder lo mismo? La diferencia sería que tendría menos posibilidades que ahora de sanar emocionalmente y tener una pareja y quizás hijos (sí, ¡de pronto me vino la preocupación por eso!), y ni hablar de lo que vería frente al espejo... El tiempo pasa y mis sueños quedan relegados. Pero...de todas formas, ¿cuáles eran mis sueños? ¿Hacia dónde debía mirar?". Bueno, más o menos así se dio todo. En tremendo lío me metí. Justo en el momento de la vida en el que empiezo a aceptarme parece ser que (como efecto rebote) aparecieron los pensamientos fantasmas del pasado (y del probable futuro...). Buen momento para tener una crisis existencial, ¿no?
Con el té en la mano, caminé por toda mi casa (para no decir por las paredes). En un momento agarré el celular, lo prendí y pensé en llamar a Joaco... digamos que me debía una. Lo dejé rápidamente.
No tardé en entrar en razón: si yo estaba buscando un cambio, no tendría sentido hacer lo que había hecho toda la vida. "No, este fantasma va a desaparecer mirándome a los ojos". Obviamente, porque esto parecía una película, el trueno me reprochó el comentario.
Prendí la computadora (o sea, si Joaco estaba conectado y me hablaba no era mi culpa...). Pero entré y salí de Facebook.
Lo cierto es que me sentía endemoniada y aún estaba muy oscuro como para salir a caminar bajo la lluvia.
Pocos segundos después, sonó el celular. Traté de encontrarlo (no recordaba adónde lo había arrojado), pero perdí la llamada.
Cuando lo encontré, decía "anónimo" en la pantalla. Sentí tristeza y curiosidad. Por suerte, volvió a sonar en mis propias manos.
- Hola... - contesté tímida.
- Váyase a dormir... ¿qué está haciendo, señorita?
Era un hombre.
- ¿Quién habla?
- ¡Santiago! -gritó.- Tontita... ¿te asustaste?
- Sos un tarado.
- Te vi entrar y salir de Facebook y elegí arriesgarme...¿Qué hacés a esta hora, atorrantita? ¿Andás "chongueando"? Y yo encima me creo esto de que andas sola, purificando tu vida emocional...
- No, ojalá fuera eso. Tuve una pesadilla y tengo miedo. -En cuanto se lo dije me puse a llorar, como si tuviera tres años y Santiago fuese mi papá.
- ¿Qué le pasa, señorita Lola? - Esa sí era una voz que no conocía: un hombre había agarrado el celular de Santiago. Pedí de manera muy antipática que me pasara con mi amigo.
- Perdón... es Dany. Mi amigo nuevo, del viaje, el que te conté...
Lo cierto es que le presté poca atención: "Ah, sí. Me contaste". Dany había sido un alivio en la vida de todas, y aunque no lo conocíamos aún, "filtraba" las llamadas desesperadas del Santiago sensible que todas queremos y padecimos.
"La visión de un hombre me ayuda más, chicas...". Era cierto, Santiago no necesitaba más estrógenos descontrolados.
-¿Qué pasa, chiquita? -dijo mi amigo, en su versión más dulce.
- Lo peor del mundo... Estoy sola, Santi, y ya se terminó el verano... - Me soné la nariz con mi suéter, ese suéter viejo que simbolizaba el invierno.
No hubo respuesta. Descubrí que mis palabras eran escuchadas en alta voz, pero no me importaba... Causé silencio en mis oyentes.
- No sé que hice mal todos estos años... Pero lo más probable es que en diez años más esté sola. Y que vuelva a pasar cíclicamente lo mismo, amigo, porque nunca me sale bien cuando quiero a alguien, y en el medio, solo hay compañías esporádicas.
- Lo, ¿qué hacés pensando esto a la madrugada? ¿Y usando esas palabras? - Risueño, trataba de sacarme una carcajada (siempre fue fácil para él hacerme reír).
- Todos se están enamorando, pero yo sigo sola, Santi.
- Yo no me estoy enamorando, de hecho sabés que me rompieron el corazón -.Ahora el silencio vino por mi lado-. Algunos días me despierto y viene la angustia... Tardo como media hora en entender que no fue culpa mía... Todo puede salir mal, siempre nos arriesgamos, y pensar que todo es así de oscuro responde simplemente a que no salió como queríamos... ¡pero no nacemos y nos aseguran que todo va a estar bien! Y cada cual, Lola, hace su propio camino, aprende. Y sobre todo, aprende...
- A elegir bien...
- Exactamente. Hagamos de cuenta que fue culpa nuestra en algún punto, lo cual no es tan grave: digo, no hemos tomado decisiones que costaron vidas humanas, ¿no? Todo el tiempo, vos y yo dimos lo mejor, porque sabemos poner corazón. Nuestra culpa consiste, simplemente, en habernos apurado, no ser precavidos a la hora de hacerlo, porque no todos lo merecen. No saber recibirlo fue culpa del otro... Creo que ellos nos perdieron. Nosotros, por otro lado, ganamos experiencia, aprendimos.
- Pero también puede salir mal... aunque sea el correcto.
- Lola, sabemos la diferencia entre darle todo a alguien que no nos cierra. Vos y yo vivimos peleando con el instinto, siempre algo nos avisó que ciertas personas nos iban a dañar y seguimos adelante. No hablamos del típico caso en el que después de un tiempo de amor sano todo se derrumba, no. ¿No?
- No.
Los dos nos callamos, y solo pude escuchar la lluvia de fondo y la estupidez en mis palabras. Claro que yo lo entendía.
- Hola, Lola... Soy Dany, el Negro, Niger, como te guste llamarme.
No le respondí a su saludo.
- Yo también estoy solo, pero no dudo de que va a llegar la persona. Pasé por momentos en los que tuve miedo, pero ya no tengo miedo y es por eso que sé que la persona está cerca. Son nuestros miedos... todo el tiempo, ¿me seguís?
- Aja...
- Vos, con diez años menos y siendo la persona que Santi me contó que sos, no tenés chance de quedar sola. Sos tan capaz de amar que es matemáticamente imposible.
Me reí, apreté los dientes y sollocé. Me conozco: eran mis últimos momentos de tristeza.
- En la noche... -balbuceé.
- Todo se ve peor de lo que es. Cuando amanezca, todo esto se va a disipar... ¿me crees?
- Ajá... -contesté.
Amar lo correcto, lo que corresponde, cómo corresponde. Simple, pero difícil: la lección más difícil de mi vida.
- Bueno, dice Santi que te conectes, que hay una sorpresa para vos.
Con el teléfono colgando de mi hombro volví a entrar a Facebook. Dany me seguía hablando, pero no lo estaba escuchando.
El "Hola" de Barbi llegó instantáneamente.
El "¿Dónde carajo te metiste, amiga?", fue mi respuesta acompañada de una sonora risa feliz.
Y el "¿Viste a quién encontré conecting?" de Santiago llegó segundos después.
Coincidimos los tres en un chat comunitario, en el que había más gente, pero no leí quiénes. Mientras nosotros estábamos atrapados en la madrugada, Barbi disfrutaba del mediodía.
"Acá el sol es increíble", me dijo. Claro, era de día en algún lado.
Barbi nos contó que no había sido su intención irse de viaje tanto tiempo sin avisar. De hecho, ese viaje nunca había sido de ella, sino obra y orgullo de su hermana.
De un día para el otro, armó su bolso y consiguió pasaje en el mismo vuelo: varios lugares de Asia; Asia lejos y distante era el destino.
¿Qué la llevó a escapar?
"Necesité irme lejos, no creí que nadie fuera a entender", confesó. ¿Cómo no la iba a entender yo? ¿Cómo no iba a entender eso que nadie entiende? Barbi y yo pasábamos por una etapa similar. Mi miedo, el suyo, las cosas que habían pasado...
"...Lejos de todos, de todo lo que me era familiar. La vida se puso rara, y yo, que soy una persona optimista, me siento mareada. Las ideas de a poco se van acomodando, las sensaciones... Crecí, chicas. Me asusté, quería estar sola".
No nos había podido explicar esto, porque recién ahora lo estaba entendiendo.
"Dany dice que lo dejaste colgado y que puede escuchar como apretás las teclas...". Escribió Santiago.
Corté la comunicación telefónica que había dejado abierta.
"Por un momento no tuve las fuerzas para volver, y fui pateando la vuelta, pero extraño mi casa, te extraño".
"¡Entonces volvé ya, tarada!". ¿Era Cata? Sí, otra de las personas implicadas en el chat. Salió de la nada. Fue como si alguien hubiese prendido una luz en una habitación oscura.
Claro, Cata tenía ahora un celular al que le llegaban los mensajes de Facebook.
"Es la última vez que dejo el celular prendido... No paran de llegar sus mensajes, ¿qué hacen todos despiertos?"
Le expliqué que todo había empezado con una pesadilla.
Me preguntaron si estaba bien; Cata ofreció abrirme las puertas de su casa si es que aún tenía miedo. Descubrí que ya no tenía miedo.
"Dany te felicita", escribió Santi.
"¿Quién mierda es Dany?", comentó Cata. "Perdón, estoy de muy mal humor... Me está por venir, el dolor de ovarios me está matando y soy un globo aerostático, nunca me vi las gomas así. No me soportooo".
"Uy Cata que mal", contestó un tal Luis. "Tomátelo con calma".
Hubo un silencio, o mejor dicho, una página virtual vacía. No conocíamos a Luis, pero Barbi lo había incluido en ese mensaje en el que, claro, había más gente. Y nosotras contando intimidades...
Un mensaje privado de Cata, dirigido solo a mí: "¿Y quién mierda es Luis? No entiendo nada".
Luis era un amigo de Barbi, alguien de quien siempre nos hablaba, pero que no conocíamos (algo así como el Dany de Santiago y mi amiga Noe de Perú: amigos que los amigos no conocen, pero de los que siempre escuchan hablar).
Revisé la lista para entender quiénes estábamos en la conversación: también estaba Julia, que no se enteraría hasta mañana, y Sol, que no daba señales de vida.
"Propongo que todos se vayan a dormir", comentó ese tal Luis.
"De acuerdo", contestó Cata.
"Vuelvo pasado mañana", dijo Barbi.
"Besos a todos...", y cerré, riéndome de la situación.
Mi alma estaba en paz. Finalmente. Y por ahora.
Es cierto lo que dicen: abrirse, no importa en qué momento deba suceder, es el mejor remedio. Crear esos puentes para dejar correr este dolor que existe, el dolor por lo que salió mal y que sigue girando por nuestros cuerpos. Y que esos puentes sean de ida y de vuelta.
Tirada en esa cama que hace de sillón, creo que me dormí como un perro acurrucado. El sol empezaba a acariciar mis ventanas, pero no toqué las cortinas.
Probablemente pasaron tres horas hasta que el timbre me despertó. No sabía si era el de la entrada al edificio o si era desde dentro del edificio.
Fastidiada, pero acostumbrada, abrí la puerta (por las dudas, desde hacía varios fines de semana abría siempre vestida).
Era la vecina yugoslava. Me miró.
- ¿Estás con tu novio?
- No -contesté.- No tengo novio...
- Ese chico que vino hace semana. Pisó jardín, ¿sabe? Era borracho ese día...
- Es un amigo.
- Yo vi que cuando estabas en tu viaje pasaba a la mañana con el auto y miraba y entraba a jardín. Siempre pisa, dígale que camine en pasillo.
Asentí con la cabeza.
- El timbre funciona bien -le dije, sin dejarla seguir hablando.
- No siempre funcionan. Hoy sabe que día es, ¿no?
La miré perpleja y repasé mentalmente qué conmemorábamos hoy. Separé las manos en un signo de ignorancia.
- Hoy no tenemos el agua, porque limpian tanque. Yo avisé. ¿Tenés tu agua que juntaste?
Se sorprendió con mi respuesta, porque ella esperaba que yo no estuviese preparada: "Sí, ya me bañé anoche y tengo unos bidones de agua por las dudas... Me acordaba...".
Se fue contenta. Quizás hasta orgullosa.
Un día sin agua. Me había preparado para eso.
http://www.youtube.com/watch?v=fk1Q9y6VVy0&ob=av2e
lunes, 30 de abril de 2012
viernes, 20 de abril de 2012
Sol, arena y mar. Sí.
Noche confusa... yo algo tenía... ah sí, tenía hambre... "¡¿dónde estoy?!".
Por una persiana rota, un rayo de sol entra e ilumina un mosaico blanco en forma de cuadrado delimitado por líneas negras. Una ojota descansa en el piso y en su quietud, despojada de conciencia, refleja la energía de paz.
La sábana áspera da la sensación de ser nueva o de estar lavada por algún producto poco personal y económico. Me estiro como un oso que acaba de hibernar.
Tengo calor, y el ventilador de techo solo produce ruido. Y de pronto (encima) estoy rodeada por cuatro muros de madera. Solo dos tienen ventanas: ambas tienen persianas. Esas persianas algo rotas son las que producen ese efecto en la pared: el color marrón acebrado por esa luz que entra y toca el costado de mi cara.
Es entonces que abro los ojos porque un calor me recorre el cachete y veo todo lo que acabo de describir.
Agradezco este amanecer.
Me siento y el estómago hace ruido. Claro, hace como un día que no como. Repasemos.
Llegué... estoy en Ecuador. Casi no pisé Santiago de Chile, tuve amigos momentáneos y huí desde Guayaquil hasta Montañita (ah, y nadie sabe dónde estoy).
Debía comer algo después de dejar las cosas en el hotel. Pero llegué al cuarto, me saqué las lentes de contacto para descansar los ojos. "Me tiro un toque en la cama y bajo a comer algo...".
Evidentemente, nunca llegué a la cena.
El ruido que me llega podría ser mi estómago, pero no, es la música del hotel de al lado. Recuerdo haberla escuchado mientras dormía y que el sonido entraba en mis sueños como si fuera parte de esa sensación placentera que me abrazó toda la noche.
Abro la puerta rústica y veo, por primera vez, la playa de día. Veo movimiento, a pesar de ser temprano, y esto llama mi atención: "¿acaso no eres célebre, Montañita, por el descontrol de tus noches?". Con los días, entenderé cómo funciona la biología de aquella tierra.
Ni quince minutos habrían pasado cuando llegué al lugar del desayuno: es fácil la vestimenta de verano y no nos demora mucho.
No puedo creer que era yo esa persona frente al mar, frente a ese mar salvaje que no conocía. Y supongo que fue amor a primera vista.
La dueña del hotel me saluda y se sienta conmigo. Es rubia, tiene cincuenta años y ojos verdes y redondos.
Es una especie de Susana Giménez relajada y dulce. Su voz parece la de la señora amable de las novelas latinas. Me mira con ternura y le pide a los chicos que me sigan trayendo tostadas. Yo no emito palabras, solo mastico.
Me entero de que fue nadadora, que Dios la acompaña en cada momento y que su deseo es evangelizarme antes de que me vaya. En mi mente le deseo suerte.
Se sorprende cuando se entera que estoy viajando sola y el objetivo de su misión cambia: como nadie debe terminar el año solo, tiene dos días para encontrarme amigos. Yo le hago saber que estoy bien así, que no me molesta estar sola y que tuve un año difícil.
Insiste en si acaso no tengo conocidos perdidos por Ecuador. Le aseguro que estoy bien ("en serio"), y que no conozco a absolutamente nadie.
Mis palabras son interrumpidas por una de las típicas situaciones en mi vida: la contradicción accidental.
No bien termino de decirle que soy "nadie" en Ecuador porque "nadie" me conoce, resulta que "alguien" grita mi nombre desde la playa: dos personas agitan la mano; la mujer lleva su suéter colgando de la cintura (algo ancha) y lleva un bolso del que sobresale un termo; el hombre carga la mochila pesada y una bolsa con galletitas.
¡Los rosarinos! ¡Lo lograron!
Me río como loca. Le explico rápidamente a la dueña de dónde salieron mis "amigos".
Me paro y me apoyo sobre el palo vertical de madera que separa al hotel de la playa, y agito las manos. Ellos se ríen también, y siguen su camino.
"A esta hora se despierta siempre... Te voy a presentar a alguien", me dice la dueña, y se va a retar a un tal Darwin porque perdió las llaves de algunas habitaciones.
viernes, 6 de abril de 2012
No sé porqué, pero a veces nos elegimos y elegimos.
Me encontraste de nuevo, pero seamos sinceros:
nunca me habías perdido.
Flotaba en el viento de un día como el de hoy,
y, finalmente, me miraste.
Yo, que reniego de los mundos que tuve que dejar caer,
porque se fueron las personas que crearon esos mundos.
Si te declaro la paz,
es para que me dejes salir de esta playa.
No miremos ese mar ni busquemos el sueño que se perdió,
pero que no sabemos cuál es.
No miremos el cielo buscando caer en ese blanco negro. No.
Suspendeme en tus colores,
la vida es nueva.
No extrañes el dolor.
Volveremos un día a la playa,
a mirar los barcos que se alejan,
el sol que se pone en ese reflejo sobre el mar, que lo hace misterio,
tan grande... tanto como el tuyo y el mío.
Te limpio y asumo el alma que es puro corazón,
para que tengas esa vida dispersa.
Te prometo que llegaremos adónde no conocés.
No extrañarás más esa fuente desconocida.
Es como si viera las cosas que pasaron por tu cabeza,
porque conozco cómo se mueven los demonios.
Y ¿qué pasaría si no tuviera estas armas?
Lo mismo.
B.
miércoles, 4 de abril de 2012
Mi papá siempre decía que yo tenía un cocodrilo en el bolsillo.
Era su forma de decir que yo era "amarreta". Yo no entendía, porque era muy chica y no me consideraba amarreta (palabra de la que apenas entendía el significado...). Lo que pasaba era que yo no necesitaba más que lo que tenía, y ese era el motivo por el que la plata que nos daban para comprar golosinas en el colegio fue creciendo hasta convertirse en una pequeña fortuna para cualquiera, pero en una inesperada acumulación de bienes para una nena de seis años. Casualmente, también me habían enseñado el concepto de "ahorro", situación que yo entendía como guardar en una caja la plata que sobraba del día. Y esa caja adornada con espejitos fue llenándose de dinero.
"¿Qué es esto?", preguntó mi madre, una noche.
Cuando le contesté que eran "ahorros", ella me miró asombrada: "Yo te los guardo...".
De todas manera, me pregunto porqué les cuento esto... Aaah, sí, estaba pensando en mi familia. O más bien, pensaba en lo que debe estar pensando mi familia: o sea, hace quince horas que no saben nada de mí; hace quince horas, ellos me dejaron en el aeropuerto y no supieron más sobre mi vida.
Sabían, por ejemplo, que el avión había llegado bien, porque de otra forma, ya estarían al tanto sobre un avión que nunca llegó a destino (y probablemente, el resto del mundo también sabría, sin siquiera proponérselo, que yo habría muerto).
Pero no sabían si había logrado salir de Guayaquil, ni tenían idea alguna de dónde estaba yo, por dónde paseaban mis piernitas ni qué cosas veía.
Mi papá debía estar llamando todo el tiempo a mis hermanos para saber si alguno sabía algo sobre mí.
Mi mamá estaría atenta al teléfono, esperando esa llamada de larga distancia que le confirmara que su hija seguía respirando y que no había sido secuestrada y vendida como esclava sexual.
Mis hermanos (seamos sinceros) ni estarían pensando en mí salvo en la medida en que mis acciones habían desencadenado eventos que los obligaban a responder los mensajes de mi padre.
Bien, acabo de llegar, y el último de mis planes es avisarles.
Mi primer plan es poner los pies en el piso, encontrar la valija poco práctica que llevo conmigo, llegar al hotel y cenar algo. Esos días de viajes eternos tienen la particularidad de encontrarnos sin hambre por horas: el cuerpo entiende que uno no tiene tiempo de parar a comer, y el alma, en vez de hostigarlo, le transmite la emoción por pisar tierras desconocidas. En resumen: "¿Hambre?, ¿qué es eso?".
Hambre es aquello que ahora me ataca de todas las maneras posibles.
Igual me detengo a ver lo que tengo frente a mis ojos: lo logré, he llegado. Lo que fue un punto lejano en septiembre, desde mi ciudad, desde la inercia estática de mi oficina, se empieza a hacer nítido frente a mis ojos.
El lugar es como lo había imaginado, gracias a las descripciones y a las fotos (aunque rara vez confío en que una foto me defina todo el paisaje de un pueblo), puedo decir que cada detalle me suena conocido.
Distinta es la magia que se siente al estar ahí: tocar el lugar, olerlo, los ruidos... Sí, los ruidos. Déjenme decirles algo de Montañita: si New York es la ciudad que nunca duerme, este debería ser el pueblo que nunca se calla (como iré descubriendo al pasar los días...). Ese día, siete de la tarde con luna, muerta de hambre, sin teléfonos para avisar que llegué, con la valija medio rota con su rueda torpe, cansada pero feliz, escucho la música distinta que llega de todos lados y se funde en mi oído, como si fuesen los tambores de una tribu desconocida. De vez en cuando, descubro algún acorde que se pierde.
Un grupo de chicos, al lado mío, con termos de agua caliente y claramente argentinos, señala una pequeña casilla improvisada en el que se amontonan los taxis. Ellos me hacen sentir como si estuviera en Pinamar o en cualquier lugar de la costa argentina, solo que este es otro océano. Estoy del otro lado, crucé las líneas imaginarias, pero esa familiaridad "matera" es recibida con gratitud.
Como soy sola, no me cuesta para nada adelantarme a ellos (que debaten la división en grupos para entrar en los autos) y enseguida, antes de recorrer el pueblo, me encuentro dentro de un auto con aire acondicionado (el único aire acondicionado del que voy a disfrutar en días).
El taxista me hace las preguntas de rutina: ¿adónde voy y de dónde vengo?
Cuando le contesto, me cuenta que hay muchos argentinos en su país y me pregunta por los Wachiturros. Apenas le contesto, y termina con el cuestionario. Toda la conversación es amigable, porque yo estoy amigable.
Repaso las cosas que tenía que hacer: entrar al hotel, tirar la valija, comer... Aaah, avisar que llegué. Eso puedo hacerlo al otro día. De hecho, es lo que terminaré haciendo.
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