"No tengo miedo", le dije. Y seguí el camino de las pisadas rojas. No eran pies humanos.
Ese fue el día que lo conocí.
¡Cuántos que son los recovecos misteriosos del hombre!
Esos recovecos son los que me llevaron a perderme en la oscuridad de aquella parte abandonada del teatro. Alejarse de todos es saber que cualquier contacto hace mal. Incluso una caricia.
Sin pensar, terminé en ese espacio en el que se montaron tantas ficciones, espacio cubierto de una energía errante y densa que aún se niega a desaparecer. La alfombra marca pisadas de pies que ya no existen. Recovecos oscuros del hombre.
Una luz breve se filtra, se manifiestan sus partículas, y proyecta los defectos de la madera vieja que cruje desde mis pisadas.
Una ventana mira hacia cualquier lado, al interior de edificios que crecieron alocadamente.
Y otros crujidos hacen gruñir ese piso solitario.¡Hay alguien más aquí!
"¿Cómo llegaste hasta mi secreto?".
Foto: Daniel Katz
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