O me enjuago tan rápido la cara
que no tengo oportunidad
ni de mirarte.
Pueden pasar días
sin que perciba tu presencia
y que luego, simplemente,
aparezcas a cualquier hora.
Tal vez, cuando me escondo en el baño de la oficina
para no verle la cara a lo cotidiano
y miro sin querer el espejo
y te veo en el vértice de mi ojo.
A veces negra, a veces transparente.
Blanca o amarilla no es una buena señal.
La con-junti-vitis me enseñó tu amor,
hizo que te notara por primera vez.
No recuerdo bien si fue entonces que comencé a sentir placer
cada vez que te arrancaba de mi ojo...
Primero buscándote con mi uña.
Me lastimé tantas veces tratando de tenerte,
pero con los años encontré la forma de no dañarme,
de acorralarte y de levantarte con delicadeza
y de sentir cómo tu viscosidad se despegaba de mi córnea,
cómo me acariciaba en ese momento
en el que te alejaba de la zanja que es el marco de mi ojo.
Me gusta cuando te mantenés entera
mientras yo te estiro con los dedos.
A veces desaparecés sin dejar rastro,
a veces peleás contra mi manía de adueñarme de todo
y sobrevivís, elástica, a mis embates.
Diferente o la misma.
El punto que se endurece,
la que se disuelve enseguida,
la pegajosa y alarmante,
la que se forma por las lentes de contacto,
la que nace con el rimel,
la que nace de las lágrimas.
La zarpada.
A veces simplemente terminás en mi cachete,
porque es lindo sentir esa gota fresca tocando la piel.
Otras, terminás en mi boca,
porque tu gusto es salado y siempre preferí lo salado.
"Qué poco duran las lagañas en la boca, apenas la baba las envuelvan se pierden para siempre", me dijo él. Y me despertó.
Hicimos experimentos, pegamos todas las lagañas en la pared y formamos palabras. También las intercambiamos para ver si: A- a partir de la lagaña visitante se formaba una nueva; B- si los agentes oculares salinos y activos atacaban el elemento ajeno; C- si quedaba ahí estancada.
Dejamos para el final lo más comprometido de todo: ¿sería uno capaz de comerse las lagañas del otro?
Durante 17 horas nos comimos las lagañas del otro... A veces dormíamos, para juntar nuevas lagañas y seguir experimentando, o nos delineábamos con furia para acelerarlas. También lloramos para acumular más agua estancada.
Lo peor fue cuando me enamoré, yo siempre me enamoro.
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