viernes, 23 de septiembre de 2011

As tears go by

 (Es frágil como cualquier cuento; parece cerrado, pero todos lo pueden leer).

Las hojas son perfectas, y cuando envejecen, el nuevo color contagia todo su contenido y vuelve a ser nuevo.
Pasó de bolsillo a bolsillo, pero amó depositarse en una cartera.
Si lo dejo, me muestra hasta su música; y los dibujos que laten en él parecen tener poco sentido, y cambian mientras paso hoja tras hoja. Me apuro para que no sigan migrando, pero lo que creía que era un pájaro resulta ser un águila.

(Es frágil como un cambio de estación; dura días y pocos lo pueden notar).
Un grito derrumba el castillo y la torre, pero las hojas siguen corriendo.
El viento le dio en la cara y la tormenta volvió noche al mediodía.
La sigue a casa sobre sus propios pasos.
No lo pienses más.









sábado, 17 de septiembre de 2011

Ridi pagliaccio

¿Cómo te cuento sobre esto?
Parece que tengo que decir que creo en el amor simplemente porque siempre fui enamoradiza. 
¿Creo en el amor? ¿Qué es el amor? (hace semanas que pregunto estas cosas a la gente). 
¿Y si no creo? Entonces sería el ser más enamoradizo de los que descreen del amor. Una hipócrita.
Julia insiste en que mi capacidad de amar es enorme y que no es cierto que vengo fallada de fábrica, ni que fui manchada en todos estos años. Y también cree que, a pesar de todo, todavía llevo conmigo la inocencia del que cree.

- ¡Qué pelotudas son! -dijo Julia, con seriedad poco creíble. No solo porque la conozco y sé cuanto se divierte secretamente con estas payasadas, sino que encima, mientras lo decía, se le escapó la carcajada contenida.
El chico me miró y se rió en cuanto encendió el cigarrillo.
Barbi escupió la cerveza de la risa.
- ¿Es ese encendedor de un "telo"? -gritó, sorprendida.
- Sí -les contesté-, pero no es mío, o sea, yo no fui. Me lo regaló Juampi.
Las tres nos reímos.
- ¿Cómo anda el loco ese? -preguntó Julia-. No lo veo hace rato.
- Lo vimos la semana pasada -contestó Barbi.
Así de fácil nos divertíamos. Así de niñas podemos ser.
El flaco se fue mirándome con una sonrisa.
- ¡El pibe no lo puede creer! -exclamó Julia y lo siguió con la mirada todo el camino.
- Escuchen -interrumpió Barbi-, la música, suena baja... "No le enviaré, cenizas de rosas".
- "Ni pienso evitar... un roce secreto"... -cantó Julia.
Barbi, la única rubia del grupo ese día, se fue al baño para secarse la cerveza que tenía en la cara y en la remera.

- Son las ocho y media ya... me tengo que ir -dijo Julia, mirando el celular por última vez (no había parado de mirarlo durante la hora y media que habíamos estado en el bar).
La verdad era que a Barbi no le gustaba la cerveza. Por lo menos, no le gustaba tanto como a Julia y a mí. Se había tenido que amoldar a nuestros encuentros. Sin embargo, Julia apenas había tomado ese día (casi nada), pero yo sí que lo había hecho. Ya me imaginaba cómo iba a tambalearse todo en cuanto me levantara.
- Che, -me dijo, y guardó el celular en la pequeña cartera-, te quiero decir algo, pero te lo digo otro día mejor.
- Dale, linda. - le contesté, agarrando una de sus manos, llena de anillos. Ella me sonrió con dulzura y me guiñó un ojo.

En ese momento recordé que yo también tenía un anillo. Lo miré: ahí estaba. Como yo no estaba acostumbrada a llevar nada de eso, solía perderlo, dejarlo en la oficina, en los baños, en mi casa, pero siempre volvía a mí.
Julia se había casado hacía poco más de un año.
Barbi volvió del baño pavoneándose y haciéndole ojitos a los de la mesa de al lado.
Por la cara que traía, podíamos estar seguras de que había conseguido el teléfono de uno que había "fichado" desde que llegó.
Julia se rió al verse en ese contraste entre el matrimonio asentado y la adrenalina adolescente, pero estaba acostumbrándose.
- Para hablar de vida marital, tengo otras amigas -decía, cuando se veía envuelta en estas situaciones-. Es más, prefiero estar acá con ustedes.
Nos saludó con el más dulces de los besos y se fue.
- Avisanos cuándo llegás -le dijo Barbi.
Ambas nos quedamos calladas, mirándonos.
- Boluda, pensar que Julia está casada.
- Lo sé -le dije, y terminé lo que quedaba de mi última cerveza.
- Y Clara embarazada...
Siete eran mis amigas (aunque no eran del mismo grupo): Clara era la primera en estar embarazada, y Julia, la primera en casarse.
Estos hechos no habían pasado inadvertidos: el setenta por ciento de aquella totalidad empezaba a plantearse el hecho de sentar cabeza; el resto había sufrido una crisis de pánico... ¿o era al revés?
¿En qué grupo estaba yo? En los dos... en ninguno.
- ¡Lo sé! Y yo todavía lidiando con mis problemas emocionales -exclamé.
- ¿Y yo? Peorrr. Pensá lo que debe ser para ella: nosotras hablando de "chongos", boludeces que nos pasan todos los días...
- Con nuestros boludos...
- Aja. Y ella que ahora tiene temas más importantes en los cuales enfocarse. 
Mi amiga me miró de reojo. Conozco esa mirada: ella espera que detalle más cómo me siento.
En vez de eso (porque el tema pasó a ser el tema de moda entre todas: casamiento, hijos, etc.), la empiezo a apurar para irnos. La idea había sido un encuentro breve, una cerveza de por medio, chismes, cortar con la terrible semana laboral y despejarse entre amigas. Y además de eso, Alejandro había quedado conmigo en pasar a dejarme unos libros.

Barbi me dejó en la puerta de casa: si ella había tomado un poco de más, no se sintió para nada al volante. Varias veces intenté convencerla de salir en taxi, pero el auto ya era una extensión de su propio cuerpo, el signo personal de su independencia y su lugar en el mundo. 
- Mañana vayamos al cine ...
- Dale -le contesté. 
Intenté bajar con el vestido, las botas y la mochila ultrapesada que traía de todo el día.
Como ella arrancó rápido para evitar el semáforo, no vio como yo tropezaba en algún punto de la vereda con la torpeza de un payaso de circo.
- ¡Qué raro Lola cayendo! -dijo un hombre que estaba ahí, con el cuerpo apoyado contra las chapas del puesto de diarios que ya estaba cerrado.
Lo miré rápido, con la torpeza de un borracho, para descubrir, con la estúpida cara de un (payaso borracho) enamorado, que era Paco.
Bajé los ojos, me enrojecí, me reí.
Me ayudó a acomodarme la campera y a colgar la mochila en la espalda.
- Huevón... -le dije, sin entender mucho qué hacía él ahí.
- Pasaba por acá.
- ¿Hace mucho estás? 
- Para nada, cinco minutos. Toqué timbre, no estabas... Te di cinco minutos y llegaste justo. - Se rió. Me encantó... él y su tímida sonrisa irregular.
- Me sorprendiste... Vengo de juntarme con amigas, tomamos algo y...
- Sí, me di cuenta.
De más está decir que varias cosas pasaban por mi mente en ese momento, y todo exacerbado por el efecto de tres cervezas: "¿qué hacía él acá?, ¿debía invitarlo a pasar?; estábamos tratando de ser amigos... pero ¡qué lindo estaba con esa campera gastada y verdosa!; ¿habría terminado con la chica con la que salía?; ¿¿y si le doy un beso??; ¿tenía yo mucho olor a cerveza?; ¿lo llamaba a Ale y le decía que no viniera, o esperaba a que llegara y con un gesto entendería que tenía que seguir de largo?; ¿me vería linda con el vestido?; ¿se daría cuenta de que estoy pensando a 190 km por hora?; debe escuchar el tambor de mi corazón...".
Abrí la boca para intentar decirle algo, para acomodar mis ideas: "Linda noche, ¿no?".
Él se rió.
- Estás linda -me dijo.
- Bueno... pasamos, dejo las cosas...
- Necesito decirte algo.


De nuevo conmigo misma: el mundo se detuvo. El ruido de los autos se unificó en un sonido lejano y de fondo, y la luz se puso nítida sobre su cara flaca y huesuda. Me reí sin saber qué decir. Porque esa introducción, jamás en mi vida, fue algo bueno. Esperaba, mientras vi pasar el gato negro que habita en mis jardines, que Paco hubiese llegado para romper esa racha.
Olí su perfume porque se acercó a mí, y sus manos estaban sobre mí, no de manera sexual, pero sobre mí; yo no podía sentir nada: ¿estaban en mis brazos, en mi cintura, en mis hombros? Mi cuerpo se arqueó y se desplegó hacia adelante, sin hacer nada inadecuado, en un "sí, sé que te quiero, pero te tengo miedo" mudo.
- No era mentira lo que te dije la última vez.
- Ah, cuando quisiste darme un beso, ¿no?


Repasé en segundos la situación. Hace semanas que ocultaba la sensación de que sí, yo quería estar con él, pero sabía que, nuevamente, esto no iba a funcionar, y por eso esquivaba plantarme en este lugar, en el que estoy exactamente en ese momento. Claro que deseaba estar con él, intentar tener algo con él, en el futuro quizá, cuando mis fantasmas se hayan ido, cuando él pudiese tomar decisiones que ahora no podía. Sí, era el hombre en el que pensaba y sonreía, el que me acompañaba en el corazón si me desvelaba; en el que pensaba cuando me ponía linda cada día.
- Mi novia está embarazada.
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...................................................................................................................................................................ksjnf snfhj f sfkaknñ.


Esos puntos, esas letras sin sentido, más o menos representan lo que vino después en mi mente, en mi alma. Empecé a temblar. Algo ácido bajó hasta mi panza y se me aflojaron las piernas. La mochila dejó de existir y el ruido también; la luz se puso nebulosa y sus ojos buscaban los míos que se cerraban, giraban desconcertados como dos yemas de huevos echadas en una sartén que se movía de un lado a otro; el gato, inadecuado, se frotó contra mis piernas y mis manos temblorosas lo alejaron; también empujaron el cuerpo de Paco lejos de mí.
Sonó el celular (también inadecuado). Era Sol: "No te puedo atender ahora", le dije y corté el aparato sin siquiera escuchar su aceptación.
- Decí algo -gritó él.
- ¿Novia? ¿Embarazo? 
Nunca la había llamado "novia": él no lograba comprometerse; él, que se confundía, que sentía que siempre iba a estar solo porque su capacidad de amar nunca había sanado de los golpes y en eso, ahí, estábamos unidos... en el miedo.
Empecé a llorar como la más boluda. Y para peor, después me reí.
- No me hagas esto... 
- ¿La amás? -le pregunté, pero enseguida dije algo sin sentido, porque obviamente no quería saber la respuesta.
- Estoy muy contento... sabés lo importante que es para mí la familia.
(Claro que lo sabía, era una de las cosas que me habían enamorado de él).
- ¿Me lo decís porque querés que no te quiera más?
- No, Lola... ¿qué me decís? Quiero seguir en contacto con vos.


Empecé a caminar, alejándome. Él amagó con tratar de detenerme, pero no lo hizo. 
"Dios, esto es surrealista", pensé, mientras deseaba que se pusiera delante mío y me dijera que nada era real. Abrí los ojos gigantes, tratando de despertar.
"Nada. Es el mundo, es la realidad. Esto es real. Está sucediendo".
- No quiero cerca gente que no me banque en esta -me dijo, enojado. ¿Cómo podía estar él enojado? Ah, sí, era caprichoso. 
Abrí la tranquera y, como condenada, seguí alejándome por aquel camino rodeado de vegetación. Y ya cerca de mi puerta, giré la cabeza: "Decapitaste mi ilusión" pensé, sin sacarle los ojos de encima. Él seguía parado, apoyado en las maderas del portón, esperando directivas... ¡como si el arma mortal la tuviera yo! 
"No soy tu monigote" le decía yo a veces, en mejores tiempos, cuando no paraba de reírse de mis chistes, cuando se sentía vivo de nuevo con mi propia fuerza y encontraba algo del sentido que le había perdido a las cosas.


Empecé a abrir la puerta, lentamente. Ya sabía que no era un sueño, y que él no me iba a detener.
- Lola -gritó. Y fue la última vez que escuché su voz-, quiero decirte algo, tiene que ver con tu pregunta. No busques amor, tenés que ser más práctica.
Se fue. Rápido.


Me puse a llorar y a gritar. Nunca entré. Me senté en el escalón lleno de bichos, con las manos en mi cara, gimiendo como un bebé, como nunca pensé que volvería a llorar.
Escuché de nuevo el portón y unos pasos se acercaron casi corriendo.
- Vi pasar al pelotudo ese, ¿qué pasó?
Era Ale, que traía una mochila llena de libros. 
En cuanto se sentó a mi lado, lloré aún más.
Me abrazó, me hizo preguntas, me dijo cosas que no tenían respuesta ("Decime qué hago, por favor").
- Entremos. Te hago un té. Me decís lo que tenés que decirme y me voy tranquilo. ¿Hecho?
Me levantó tirando de mi brazo. Abrió la puerta porque la conocía, porque esa había sido su casa antes que la mía. 
- Vas a estar bien... Te lo prometo. Ahora tenés que pensar en vos, en qué querés hacer, en poner linda tu casa, en tu viaje de fin de año. Estás llena de bichos... Tenés un hormiguero en la puerta... ¿Qué estás planeando hacer con estas hormigas?
Ale trataba de hacerme chistes.
Pero el chiste mayor ya me lo habían hecho. Era el fin de mi mundo, tal como lo había conocido hasta ahora.
 - La vida sigue -me dijo Ale. Y me señaló con el dedo-. Vos te salvaste de él. Sabelo. Tenés mucho olor a cerveza...

Ya en casa, bajo los cuidados de mi amigo, supe que era cierto: la vida había cambiado, y en eso, las chicas tenían razón. Se me vino a la mente la línea final de la última ópera que había visto: "la commedia è finita".

domingo, 11 de septiembre de 2011

Jornadas de lo auténtico

En mi jardín, es invierno y verano a la vez.
Hoy quizás me estén esperando, 
pero el sol es dulce y no pienso moverme.
El pasto, viejo y dejado, me recuerda que ya estuve aquí.

La visión propia de la casa que fui: 
el desayuno lleno de palabras,
y las personas que asisitieron a mi vida 
caen de a una para sumarse al café.

Me escapo traviesa y me echo cerca de la pileta;
el agua estancada y verde y oscura 
me sugiere aventuras mágicas
(y que un cocodrilo habita en ella).


Mi madre me reta como si tuviera cinco años,
porque en vez de estar en la mesa para el almuerzo,
miro la pileta durante horas,
y rescato a las hormigas que están por morir.


"No cambiamos" (dice ella),
sino que adaptamos nuestro personal destello único al tiempo,
que me espera en mis rutinas, pero que no espera.
El tiempo enseña, a ser lo que somos. 



 





 

sábado, 3 de septiembre de 2011

El viento que anticipa la primavera
trajo algo de aquel sentimiento olvidado.
Me puso de cara al sin sentido de la tristeza
y me encontró de nuevo caminando...

Las luces en la ciudad
coronan mi breve reinado,
el ángel pequeño y dorado,
que adorna mis más íntimos cimientos.

Me voy de carrete con mis amigos.
Dolor, no me esperes despierto.




Foto: Alejandra Czmychalo

jueves, 1 de septiembre de 2011

Arrangements of shapes and space

Las canciones en la ruta suenan distinto.
En algún momento del viaje, a la noche, dejamos de hablar solo para escuchar el sonido de la música. Los chicos, atrás, decían que no veían las estrellas, pero Barbi y yo insistíamos en que ahí estaban.
Afuera, en la oscuridad del campo, el frío intenso se podía ver en los detalles.
Me sentí insoportablemente poética, y Dios sabe que no me gusta sentirme poeta. Siempre me llevó por lugares peligrosos.
Barbi me miró y se rió. Ninguna de las dos sabía qué estábamos haciendo, pero, casi sin pensarlo, estábamos en una ruta sin saber adónde íbamos.
- Necesitaba esto -nos confesó ella. Por suerte, le encantaba manejar y se le veía en la cara: finalmente, su ceño fruncido tenía paz. No importaba si esa sensación iba a durar, era solo algo de aquel momento.
Daro estaba asomado entre los dos asientos y parecía manejar con ella.
- Estoy acostumbrado a manejar yo -decía a cada rato y reproducía los movimientos de mi amiga.
Nacho, en cambio, estaba bien atrás, bien metido en él, con sus propios pensamientos. Esa era su forma de paz.
Y yo seguía buscando algo que ni siquiera había perdido. Algo que estaba en mí, pero que había olvidado.
No creo que fuera casualidad el que llegáramos a San Pedro y entráramos a cenar en aquella parrilla.
El frío polar no pudo con nosotros, y en cuanto estacionamos el auto corrimos hacia el lugar, para descubrir que no había calefacción.
La temperatura no era tan agresiva como la de afuera, pero en ningún momento pudimos sacarnos los abrigos.
Este lugar parecía detenido en el tiempo, y "El show de Lito y Mario" era la atracción de esa parrilla o cantina, aunque no sabría cómo llamarla.
¿Quiénes eran Lito y Mario? Padre e hijo; gente de pueblo, vestidos ambos con un estilo Johnny Tolengo.
"¿Qué hacíamos nosotros ahí?",  nos preguntábamos los cuatros con miradas, sin emitir ningún sonido.
El mozo bizco ya no tenía ganas de atender, solo quería bailar las canciones olvidadas que esta familia cantaba.
Mirábamos a todo el mundo con la sensación de estar rodeados de personas que no eran de nuestros días.
La opción obvia: parrillada para cuatro.
El chico que nos atendió (bizco, insisto), dulce, joven, lindo, distraído, huyó en cuanto lo liberamos y definimos la cena.
Barbi había querido preguntar algo, pero el mozo la dejó hablando sola.
Graciosamente, quedamos sentados los cuatro a lo largo de la mesa para poder ver de frente a Lito y a Mario, que no dejaban de hacer chistes con la gente de las mesas de alrededor. Era como estar en un casamiento pueblerino.
Daro y mi amiga no paraban de hablar. Nacho y yo estábamos mudos, y eso me hizo sentir a gusto: no necesitaba hablar esa noche, porque como ya parece ser frecuente estos últimos dos meses, tengo momentos raros.
- Te quiero contar algo -dijo Nacho, interrumpiendo.
- ¿Qué pasa? -le pregunté, con mi mayor cara de ojete (insisto, yo no quería hablar).
- Uy,¿viste eso?
Por suerte, en ese momento, otro mozo pasó con un bombón suizo. 
Para ser sincera, y no sé si será parte de mi habitual distracción, hacía años que no veía ese postre.
El helado, al que yo calificaba como ochentoso, se depositó en una de las mesas más participativas del show.
En ella estaba sentada una familia: el padre, morocho guapo con camisa desabrochada por la panza que asomaba, tomaba vino, reía y entonaba alguna que otra letra; la madre, rubia linda que aún usaba la permanente, vestida apretada y adornada por hombreras, se preocupaba por sonreír cada vez que me veía mirar; el hijo, el dueño del ancestral helado, había estado llorando porque ya tenía sueño. Ella le secó las lágrimas y lo besó; su padre ni lo advertía, sino que simplemente se relajaba y disfrutaba. 
Cuando se movió un poco pude ver el sifón. Supongo que hacía años que no veía un sifón en un restorán. Pero ahí estaba: sobreviviendo a las modas.
- ¿Qué pensás? -me preguntó Daro, quien, a decir verdad, recién me había conocido el día anterior cuando iniciamos este viaje errático.
- En mi familia -le contesté.
- Opa, ¿y qué pensás? - En cuanto me conoció, Daro elaboró la teoría de que mi cabeza llega a conclusiones inesperadas- Imaginate que quiero saber, nena.
- Los extraño...
- ¿Nunca los ves?
- Desde que vivo sola, casi nada. Pero ya antes, algo se rompió.
- ¿Hace muchos años?
- No tantos. Pero mi familia era así, como estas familias que nos rodean. En verdad, supongo que todas las familias eran así, pero se fueron adaptando. La mía no está teniendo mucho éxito.
- Que cagada -me contestó, y me dio un abrazo fraternal.
Lo cierto era que el estar ahí, el ver a esta gente, me recordó lo que era tener una familia; lo que era ser una niña en mi familia. Irnos de vacaciones, divertirnos hasta la hora de dormir con tonterías, salir a cenar y ver a mi madre como mujer, arreglándose; mi papá tratando de despejarse de su "laburo"; los retos por los juegos violentos que con mis tres hermanos inventábamos. Me acuerdo de aburrirme en las cenas para adultos, incluso de llorar para que me llevaran a dormir, cuando, al mismo tiempo, solo quería estar ahí con ellos, sentir esa seguridad que me abrazaba, saber dónde volver cuando me caía. Incluso, dormirme con las voces y las risas de fondo.
Lo cierto es que mi familia se rompe, se abre, y yo estoy lejos. Pero tuve que irme lejos para entenderlo. Para volver a lo que era, aún me falta, necesito fuerza.


La madre y su hijo me miraron, y esta vez lo dos me sonrieron.
Las cosas se pusieron agitadas en la pista de baile, porque Mario entonaba Matador de Cacho Castaña.
Todas las familias se pusieron de pie: como corresponde, los maridos sacaron a bailar a sus mujeres; los niños se sumaron; algunos hombres no querían participar, solo hablar entre ellos, pero sus señoras se sumaban a la pista y coqueteaban con el viejo guapo.
Como la vida es cursi se me escapó una lágrima.
Tomé agua, y Nacho, mi amigo, en ese momento me agarró el brazo:
- Estoy loco... No te dije nada, pero renuncié a mi trabajo y estoy pensando en irme a vivir lejos... No aguanté más.
Escupí el agua al mismo tiempo que le decía: "¿Queeee?".
- Vamos a bailar -dijo Barbi, que no había notado ni mi lágrima cursi, ni la repercusión por la confesión de Nacho.
Él se sumó también. Terminamos bailando los cuatros, entre risas. 
- Amiga -dijo Barbi, mientras voltereaba alrededor de Daro-, sé que estás mal. Pero esto va a pasar... ¿me creés? Tiene que ser así.
- Sí -le dije, y nos separamos un momento una de la otra porque Lito decidió bailar entre las dos.
- ¿Estás segura de querer irte a la mierda sola, a pasar fin de año afuera?
- Sí. Lo necesito, Barbi. 
Ella me abrazó. 
- Sol mandó otro mensaje. Después leelo...
Asentí con la cabeza y seguí bailando. Cómo me gusta bailar. Cómo me gusta seguir descubriendo que no es tarde, que a veces uno necesita estar solo, y volver, más entero que nunca. Recordar, como nunca en la vida, para abrazar lo nuevo y unirlo a los buenos recuerdos.
Esas cosas no suceden siempre.