Las canciones en la ruta suenan distinto.
En algún momento del viaje, a la noche, dejamos de hablar solo para escuchar el sonido de la música. Los chicos, atrás, decían que no veían las estrellas, pero Barbi y yo insistíamos en que ahí estaban.
Afuera, en la oscuridad del campo, el frío intenso se podía ver en los detalles.
Me sentí insoportablemente poética, y Dios sabe que no me gusta sentirme poeta. Siempre me llevó por lugares peligrosos.
Barbi me miró y se rió. Ninguna de las dos sabía qué estábamos haciendo, pero, casi sin pensarlo, estábamos en una ruta sin saber adónde íbamos.
- Necesitaba esto -nos confesó ella. Por suerte, le encantaba manejar y se le veía en la cara: finalmente, su ceño fruncido tenía paz. No importaba si esa sensación iba a durar, era solo algo de aquel momento.
Daro estaba asomado entre los dos asientos y parecía manejar con ella.
- Estoy acostumbrado a manejar yo -decía a cada rato y reproducía los movimientos de mi amiga.
Nacho, en cambio, estaba bien atrás, bien metido en él, con sus propios pensamientos. Esa era su forma de paz.
Y yo seguía buscando algo que ni siquiera había perdido. Algo que estaba en mí, pero que había olvidado.
No creo que fuera casualidad el que llegáramos a San Pedro y entráramos a cenar en aquella parrilla.
El frío polar no pudo con nosotros, y en cuanto estacionamos el auto corrimos hacia el lugar, para descubrir que no había calefacción.
La temperatura no era tan agresiva como la de afuera, pero en ningún momento pudimos sacarnos los abrigos.
Este lugar parecía detenido en el tiempo, y "El show de Lito y Mario" era la atracción de esa parrilla o cantina, aunque no sabría cómo llamarla.
¿Quiénes eran Lito y Mario? Padre e hijo; gente de pueblo, vestidos ambos con un estilo Johnny Tolengo.
"¿Qué hacíamos nosotros ahí?", nos preguntábamos los cuatros con miradas, sin emitir ningún sonido.
El mozo bizco ya no tenía ganas de atender, solo quería bailar las canciones olvidadas que esta familia cantaba.
Mirábamos a todo el mundo con la sensación de estar rodeados de personas que no eran de nuestros días.
La opción obvia: parrillada para cuatro.
El chico que nos atendió (bizco, insisto), dulce, joven, lindo, distraído, huyó en cuanto lo liberamos y definimos la cena.
Barbi había querido preguntar algo, pero el mozo la dejó hablando sola.
Graciosamente, quedamos sentados los cuatro a lo largo de la mesa para poder ver de frente a Lito y a Mario, que no dejaban de hacer chistes con la gente de las mesas de alrededor. Era como estar en un casamiento pueblerino.
Daro y mi amiga no paraban de hablar. Nacho y yo estábamos mudos, y eso me hizo sentir a gusto: no necesitaba hablar esa noche, porque como ya parece ser frecuente estos últimos dos meses, tengo momentos raros.
- Te quiero contar algo -dijo Nacho, interrumpiendo.
- ¿Qué pasa? -le pregunté, con mi mayor cara de ojete (insisto, yo no quería hablar).
- Uy,¿viste eso?
Por suerte, en ese momento, otro mozo pasó con un bombón suizo.
Para ser sincera, y no sé si será parte de mi habitual distracción, hacía años que no veía ese postre.
El helado, al que yo calificaba como ochentoso, se depositó en una de las mesas más participativas del show.
En ella estaba sentada una familia: el padre, morocho guapo con camisa desabrochada por la panza que asomaba, tomaba vino, reía y entonaba alguna que otra letra; la madre, rubia linda que aún usaba la permanente, vestida apretada y adornada por hombreras, se preocupaba por sonreír cada vez que me veía mirar; el hijo, el dueño del ancestral helado, había estado llorando porque ya tenía sueño. Ella le secó las lágrimas y lo besó; su padre ni lo advertía, sino que simplemente se relajaba y disfrutaba.
Cuando se movió un poco pude ver el sifón. Supongo que hacía años que no veía un sifón en un restorán. Pero ahí estaba: sobreviviendo a las modas.
- ¿Qué pensás? -me preguntó Daro, quien, a decir verdad, recién me había conocido el día anterior cuando iniciamos este viaje errático.
- En mi familia -le contesté.
- Opa, ¿y qué pensás? - En cuanto me conoció, Daro elaboró la teoría de que mi cabeza llega a conclusiones inesperadas- Imaginate que quiero saber, nena.
- Los extraño...
- ¿Nunca los ves?
- Desde que vivo sola, casi nada. Pero ya antes, algo se rompió.
- ¿Hace muchos años?
- No tantos. Pero mi familia era así, como estas familias que nos rodean. En verdad, supongo que todas las familias eran así, pero se fueron adaptando. La mía no está teniendo mucho éxito.
- Que cagada -me contestó, y me dio un abrazo fraternal.
Lo cierto era que el estar ahí, el ver a esta gente, me recordó lo que era tener una familia; lo que era ser una niña en mi familia. Irnos de vacaciones, divertirnos hasta la hora de dormir con tonterías, salir a cenar y ver a mi madre como mujer, arreglándose; mi papá tratando de despejarse de su "laburo"; los retos por los juegos violentos que con mis tres hermanos inventábamos. Me acuerdo de aburrirme en las cenas para adultos, incluso de llorar para que me llevaran a dormir, cuando, al mismo tiempo, solo quería estar ahí con ellos, sentir esa seguridad que me abrazaba, saber dónde volver cuando me caía. Incluso, dormirme con las voces y las risas de fondo.
Lo cierto es que mi familia se rompe, se abre, y yo estoy lejos. Pero tuve que irme lejos para entenderlo. Para volver a lo que era, aún me falta, necesito fuerza.
La madre y su hijo me miraron, y esta vez lo dos me sonrieron.
Las cosas se pusieron agitadas en la pista de baile, porque Mario entonaba Matador de Cacho Castaña.
Todas las familias se pusieron de pie: como corresponde, los maridos sacaron a bailar a sus mujeres; los niños se sumaron; algunos hombres no querían participar, solo hablar entre ellos, pero sus señoras se sumaban a la pista y coqueteaban con el viejo guapo.
Como la vida es cursi se me escapó una lágrima.
Tomé agua, y Nacho, mi amigo, en ese momento me agarró el brazo:
- Estoy loco... No te dije nada, pero renuncié a mi trabajo y estoy pensando en irme a vivir lejos... No aguanté más.
Escupí el agua al mismo tiempo que le decía: "¿Queeee?".
- Vamos a bailar -dijo Barbi, que no había notado ni mi lágrima cursi, ni la repercusión por la confesión de Nacho.
Él se sumó también. Terminamos bailando los cuatros, entre risas.
- Amiga -dijo Barbi, mientras voltereaba alrededor de Daro-, sé que estás mal. Pero esto va a pasar... ¿me creés? Tiene que ser así.
- Sí -le dije, y nos separamos un momento una de la otra porque Lito decidió bailar entre las dos.
- ¿Estás segura de querer irte a la mierda sola, a pasar fin de año afuera?
- Sí. Lo necesito, Barbi.
Ella me abrazó.
- Sol mandó otro mensaje. Después leelo...
Asentí con la cabeza y seguí bailando. Cómo me gusta bailar. Cómo me gusta seguir descubriendo que no es tarde, que a veces uno necesita estar solo, y volver, más entero que nunca. Recordar, como nunca en la vida, para abrazar lo nuevo y unirlo a los buenos recuerdos.
Esas cosas no suceden siempre.
Asentí con la cabeza y seguí bailando. Cómo me gusta bailar. Cómo me gusta seguir descubriendo que no es tarde, que a veces uno necesita estar solo, y volver, más entero que nunca. Recordar, como nunca en la vida, para abrazar lo nuevo y unirlo a los buenos recuerdos.
Esas cosas no suceden siempre.
No se de donde la sacaste, pero pareciera ser que el tema estaba preparado como para este cuentito... tampoco se como lo lograste, pero me trasladaste otra vez a esa ruta, a esa parrillita, y esta vez si pude ver las estrellas!!!
ResponderEliminar:)
Me encanto, tenes el poder de transportar las mentes a donde escribís!!!!!!!!
No pares de escribir!