Noe aterrizó en su amada Lima. Se dio cuenta de que no volvería a ser la misma. De hecho, nada volvería a ser igual.
Entendió esto con una sonrisa tímida y pícara mientras el taxi doblaba en la avenida llena de autos. La noche seca se sintió distinta a las noches húmedas del Pacífico. Había extrañado la suavidad de aquel viento sereno, y el ritmo de todas sus rutinas.
También sabía que no podría olvidar la intensidad del viento cargado de agua; de la música; las fotos imprecisas y confusas.
Todo tuvo un gusto distinto porque le dijo al buen mozo sentado al lado de ella que la despertara poco antes de aterrizar para poder ver la noche limense desde las alturas. Él le sonrió (cosa que le sorprendió: desde joven tuvo la impresión de que la gente no le sonreía nunca). Él asintió con la cabeza al mismo tiempo que arrugaba la frente, porque ella, claramente peruana, había hablado de otra manera. La nueva Noe había voseado sin ningún pudor.
En su mente cansada, sí, pero excitada por las novedades, se mezclaban las palabras, los "che" porteños que ya no escucharía, los gritos italianos, los guiños ecuatorianos, esa "s" que se perdía en susurros, las diferentes idas y vueltas del español de todos los pueblos, y ese castellano infantil bañado de inglés dulce con las palabras que habían quedado en su mente: "No regreses...". Eso había dicho ella. Y Noe entendió que nada sería lo mismo.
Se pasó la mano por la frente mojada. Se miró en el espejo, y pese a la fea luz fría que iluminaba aquel baño más que público, reflejó una imagen que lo dejó satisfecho.
Los ojos negros se detuvieron en los detalles que componían su cara: no por poético, sino, simplemente, como aquel que descubre que a pesar de la edad, las arrugas que rodean los ojos recién empiezan a asomar. Se comparó rápidamente con todos sus amigos: dejados, gordos, con patas de gallo. En cada reunión, parte del saludo inicial iba acompañado de: "Negro, ¿cómo hacés para mantenerte así? Estás hecho un pibe".
Las mujeres de sus amigos le preguntaban si acaso seguía un tratamiento especial; prometían guardar el secreto si confesaba qué extraña mezcla mantenía su piel tersa y desestresada. Él se limitaba a aconsejarles que no fumaran, que no tomaran café y que se acercaran a la medicina homeopática. Siempre, con el mismo entusiasmo, se tomaba su tiempo para explicarles cómo funcionaba el universo físico. Incluso, cuando sabía que ellas no prestaban ningún tipo de atención: en cuanto se enteraban que estar bien suponía más que frotar una crema por treinta segundos, perdían el interés. Lejos de molestarse, él les hablaba con dulzura, porque creía en que algún día entenderían. Él creía en las personas.
En una de esas charlas en las que no faltaban los recuerdos de aquellos tiempos con sabor distinto, se enteró de que su exnovia no solo había sido madre, sino que su hija tenía ya casi tres años. Ella y la niña vivían en otro país.
"Nunca nadie me contó...", dijo él.
No le habían contado porque a veces no lo incluían en aquellas conversaciones.
Ese día sintió una punzada en el pecho, de esas que había olvidado. Se sintió raro, como si hubiera habido un hueco emocional entre ese chico que intentaba hacerla feliz y ese hombre que luchaba día a día por ser feliz.
Peleas y reconciliaciones. La convivencia y el alejamiento gradual que se hacía inevitable. Hasta ese día en el que uno no conoce a la persona con la que come y duerme; en la que uno no se conoce, se aliena y debe huir. Las familias interviniendo... ¡qué gusto amargo dejó eso y qué olvidado había estado! El padre de ella, que había sido como un padre, lo buscaba para golpearlo.
¿Pero qué había pasado en el medio? Entre aquello y hoy.
"Tiempo", le dijo alguien. Él lo miró con asombro. "Tiempo es lo que tenemos pero no tenemos...".
El "Suizo" había llegado hacía no más de veinte minutos.
Dany y el "Suizo" eran los que no estaban casados del grupo, las ovejas negras, los indomables, los que no tenían hijos, los que no llevaban una vida de fines de semana en plazas al sol o en los sectores de juegos en los centros comerciales; al contrario, se movían en un ambiente bohemio, con esa vida desestructurada y descontracturada.
Para ser justos, Dany siempre resaltaba que, a diferencia del "Suizo" (quien a veces saltaba de la nada con comentarios como el que le había hecho), amaba sus rutinas semanales. Esas rutinas que incluían meditación a las seis de la mañana antes de partir hacia su trabajo, en dónde, sin ningún contratiempo, cumplía las nueve horas mientras se mantenía al pie del cañón. Esas rutinas incluían también días de ayuno en el que solo se permitía líquidos y frutas.
Luego llegaban los jueves, días de contraste y descontractura, en los que por lo general, Magui lo invitaba a algún evento: nunca faltaban ni el champán ni una buena cerveza.
El fin de semana abría sus puertas desde el viernes: Dany se perdía en una corriente que lo llevaba de manera espontánea por bares, encuentros con artistas, cenas de madrugada y regreso al hogar en algún punto entre esas 48 horas erráticas. Claro que nunca perdía ese rumbo que lo arrojaba nuevamente al lunes con sus disciplinas sanas.
A veces, solo a veces, se sentía perdido en esas juntadas con los amigos que tenían familia. Brillaba como nadie cuando recordaban el pasado divertido y esas anécdotas que fueron trágicas en algún momento.
Toda esa vida intensa lo había encarrilado hacia ese viaje, y este personaje repasó todo esto en aquel baño de Ezeiza.
- Dany, te estás muriendo de calor... ¿no te vas a sacar la campera?- le dijo su madre, con ese aire protector pero no absorbente.
¡No se sacaría la campera! Su look era algo muy importante para él, y esa campera de cuero simbolizaba lo que era y lo que sería.
Ella no necesitó respuesta ni explicación: lo conocía desde hacía 40 años.
La abrazó. Hasta acá llegaba ella. El resto dependía de él.
Parece mentira que, aún de grandes, seguimos sorprendiéndonos, y que, a veces, hacemos cosas arriesgadas, cosas que nunca creíamos que haríamos, cosas que habíamos ido pateando pero que tanto deseamos siempre: volver por alguien, decir cosas que no nos solemos permitir, viajar por primera vez en avión.
- No vas a tener miedo, ¿no?
- Mamá, voy a estar bien. Los aviones son seguros...
- Sí, claro, pero mirá si te da un ataque de pánico ahí arriba...
- ¿Cuándo tuve un ataque de pánico?
- Nunca.
- ¿Y por qué lo tendría ahora que es uno de los mejores momentos de mi vida?
Amó cada detalle de esa primera vez en un aeropuerto: la gente que llegaba, apurada, arrastrando enormes valijas; personas con papeles y con bolsos de mano enganchados en sus hombros buscaban información sobre sus vuelos en las pantallas pequeñas que colgaban prolijas del techo blanco. Hombres y mujeres que aparecían por todas las puertas, que buscaban a sus familiares levantando la cabeza y corrían al encuentro: salían airosos con sus carritos llenos de equipaje; algunos bronceados, otros blancos como papel (de acuerdo al lugar del que venían); vestidos con shorts de jean, pantalones deportivos, trajes elegantes, vestidos; zapatillas, zapatos y ojotas. Una mujer que levantaba miradas con ese andar de pelo impecable, casi salido de una peluquería. Puestos de revistas, en el que todas parecían más interesantes de lo que cotidiana y realmente eran. Y las golosinas, sí: se veían gloriosos los Marrocs, como si fuesen los últimos del planeta.
Ya había hecho todos los trámites previos ayudado por su madre que custodiaba los bolsos: de esa manera, Dany, había podido leer tranquilo su libro mientras esperaba su turno. Claro que cada detalle de lo que sucedía a su alrededor lo distrajo. Con una sonrisa baja, cerró la tapa y se dispuso a observar: amó cada detalle de esa primera vez en un aeropuerto...
Frente a la mirada de su madre, entró en la sala de preembarque. Ella siguió cada uno de sus movimientos después de esconderse atrás de un grupo de personas.
Dany nunca supo cómo su "vieja" lo miraba. Una lágrima privada de alegría por parte de ella, un respiro lleno de amor; y luego, se fue, volvió al auto donde la esperaba su marido.
"C6", se dijo en voz baja al ubicar el asiento que le había tocado en suerte. Su compañero era un muchacho, quizás una década más joven que él, que hablaba por celular tratando de esquivar la mirada inquisitiva de la azafata que empezaba a pedir que apagaran los equipos eléctricos.
- Tengo miedo, Lo... Sé que soy pesado... que no va a pasar nada.
Dany lo miró asombrado: él creía que era el único que tenía miedo. Bien oculto, pero miedo en fin. Le gustó saber que hay gente valiente en todos lados: gente que sabe tener miedo y sabe compartirlo. Eso debilita el miedo.
- ¿Primera vez en un avión?- le preguntó al muchacho.
- Nooo, ni en pedo... - contestó él, casi sin mirarlo. Se veía ansioso; parecía una persona ansiosa, de hecho.
Aunque por un momento se arrepintió de haber iniciado una conversación, un minuto después, su compañero de avión enseñó una mirada amable: "Estoy preocupado porque voy a Colombia a buscar a alguien... a una mujer. Supongo que me preguntabas por lo que escuchaste...".
- Claro -contestó Dany.-. Dany, y es mi primera vez en un avión. La primera vez que salgo de este país, aunque no lo creas-. Y le estiró la mano.
- ¡No te lo puedo creer! Y yo con miedo por una mina...
- Yo no te puedo creer a vos. Y yo con miedo nada más que por viajar en avión...
- ¿Vas a buscar a alguien?
- Sí, por supuesto.
- ¿Una chica?
- No, a mí mismo.
- ¡Hay que festejar entonces que finalmente estás en viaje! Yo soy Santiago. ¡Un gusto, Dany!
"Qué me importa lo que piense la gente... OJO, encontrar el punto justo entre que importe lo que importa y cagarse en lo que no importa, esa es la idea. Pero es como estar en una calesita en la que solo hay que sacar las sortijas de un determinado color y la verdad es que uno es medio daltónico y, encima, los colores son parecidos entre sí.
Todo el tiempo pierdo y no saco la que corresponde... y sin embargo, después de intentarlo, empiezo a encontrarle la mano y mis ojos se agudizan y saben distinguir el color correcto. Eso mismo hace que los colores sean distintos y pueda prepararme mejor para llevarme el premio. Acá estoy ahora, sentado, en el avión. Creo que acabo de sacar la sortija correcta. Estoy bien. De hecho, soy muy feliz.".
Eso escribió Dany, "el Negro", en un papel. Cerró los ojos y respiró hondo.
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