"No regreses", me dijo ella y los calló por un tiempo.
Cada decisión que tomo me lleva lejos de aquel punto de seguridad que fue mi vida, y siento que a cada instante me arrojo de espaldas a un vacío.
No fue fácil, pero probablemente es el momento más maduro de mi vida espiritual.
Y supongo que al final, nunca se trató de un salto enorme, no. Eso sería muy fácil: se trata, al contrario, de pequeños saltos todos los días, lo que equivale a 365 abismos y 365 momentos de espanto.
Pero si yo lograra girar la cabeza y ver aquello hacia lo cual me arrojo, quizás podría extender los brazos y mostrar a lo que me espera la más linda de mis sonrisas. Sería obvio y adecuado, y sin embargo, hay razón en mi pequeño pensamiento.
Mis días no serían la suma insustanciosa de momentos calculados, sino una sucesión atemporal de espontaneidades revitalizadoras.
A veces, es tan simple como disfrutar del viento en la cara al llegar a una esquina; ver los detalles en cada una de las personas de todos los días, y distinguir, como nunca lo había hecho, cada línea de la arquitectura que rodea mi rutina diaria: y esa cúpula extraña puede llegar a alienar mis días conocidos; y aunque sigo luchando contra mi narcicismo rebuscado y elocuente, y evito mirarme en cada reflejo para criticar mis propios detalles, mi cara, distraída, va a dar contra una esquina vidriada y me veo entera, y como no tengo nada qué decirme, me río.
"No regreses", me dijo Amie. De hecho, fue lo que nos dijo a todos.
La traigo conmigo en mi mente... cada vez que la tarde solitaria se pone dura y veo el reflejo de todos mis errores; cada vez que siento tristeza y quiero escuchar esa canción que algún día fue mi muerte. Sí, Amie, estoy rota.
La última noche del año pasado me había encontrado en el mejor lugar del mundo, con una sensación agridulce. Esto lo recuerdo ahora, meses después, sentada, después de la medianoche frente a mi computadora, esperando un mensaje. Y de nuevo tengo esa sensación de necesidad de compañía.
Por suerte, aquel día que aún era 2011, estuve bien acompañada. Ella se acercó a mí mientras los demás hacían los preparativos. Yo estaba tirada sobre la hamaca paraguaya, sin importar que mi posición dejara desprolijo el vestido con el que iba a recibir el año. El calor se ponía denso y calzarse zapatos altos habría sido muy mala idea.
Sin siquiera tener espejo en el cual mirar la combinación azarosa, y dejándome llevar por la máxima de que un buen bronceado vuelve todo lindo, mis ojotas se desplegaron orgullosas por la tela.
- Me gusta tu vestido- me dijo, pensando en la elección de las palabras.
Cada oración llevaba sus minutos: ella no hablaba español fluido. Su idioma era el inglés.
- Por favor hablar en español, yo debo practicar.
Eso nos había pedido a todos. Le hicimos caso. Cada chiste requería intervención, pero aún así, las veladas en ese jardín frente a la playa eran de lo más divertidas.
Casi no me conocía esos días, y no había nadie que me conociera de antes, motivo por el cual yo era quién era de manera espontánea. Claro que llevaba conmigo mi bagaje, pero hasta el momento, a nadie le había importado.
- Usted está muy linda -me dijo ella.
Le sonreí y le dije que ella también.
- Tú, quise decir yo.
Contarle acerca del "vos" habría sido sumergirla en un mar de confusiones, así que acepté ser un "tú".
Se recostó sobre la hamaca de al lado, pero no se permitió ser tan desprolija como yo.
- Es melancolía, ¿no?
- Sí -contesté. Intenté contarle algo de manera tal que entienda que yo era una persona melancólica, y una fecha como hoy, lejos de todos mis afectos, no era una situación casual, sino producto de un año intenso.
Me comprendió instintivamente y se quedó mirando las estrellas. Sus ojos verdes clarísimos se mantuvieron sin humedad, incluso cuando yo sabía que había despertado el sentimiento que también existía en ella, sentimiento tapado por actividades que no permitían la soledad que necesita esa amargura que es adicción. Soledad, aunque estemos rodeados: uno se calla, y el alma abandona el lugar físico; participamos en piloto automático de cada charla y cada juego, pero en el fondo, el corazón nos ha abandonado. Si alguien dedicara enciclopedias a esos viajes, las historias del mundo serían las de todos con todos.
Amie atrapó mi alma en pleno vuelo y la trajo de nuevo a mi cuerpo. Me dio la botella de plástico cortada en forma de vaso. Me sorprendió que tomara Fernet, algo que no suelo elegir pero que acepté agradecida.
- Me pasaron muchas cosas...
- Lo sé. Porque yo también tengo cosas...
- ¿Me contás?
- Sí -dijo ella-. Yo estuve triste en mi país y vine lejos, otra vida. Amo mi vida nueva. Y trabajo en que guste a mí, todos los días, cada hora. Mira tu "alegra" y FOCUS.
Nos interrumpió un petardo estruendoso: era el otro año en mi país, y algún argentino festejaba en nombre de los suyos. Era 2012 en Buenos Aires, pero yo seguía atrapada en el 2011 porque faltaban dos horas para pegarle una patada a ese año.
- Feliz año a tus cariños -me dijo, y agarró mi mano.
- También estuve triste en mi país. Y ahora estoy bien, pero algo duele... acá.
Me toqué el pecho.
- ¿Qué hiciste? ¿Qué hay en tu mente?
- No puedo dejar de pensar en algunas cosas...
- Yo escucho.
Mientras me decía eso, preparaba su cámara de fotos: las cosas en la playa comenzaban a ponerse divertidas en una fogata. Varios surfers comenzaban a sacar bebidas sin soltar las tablas. Algunos bailaban la música reproducida por tambores y bombos, instrumentos improvisados dirigidos por las olas.
- Fui mala conmigo. Fui mala con algunas personas.
- No mala, ¡tú eres buena! Pero yo comprendo. Yo lastimo.
Me reí de lo que dijo.
- Pero no más. ¿Sí? ¿Por qué puede ser tan malo?
- Yo dejé a alguien que me quería mucho. Había estado de novia, como tres años, pero no lo soporté más. Él me hizo creer que no "podíamos" hacer cosas -Ese "podíamos" lo remarqué con mis manos y entendió ese signo universal-. Yo no sabía qué era el amor, pero sí sabía que no era feliz...
Rápidamente el 2009 volvió a mi mente.
El año que me encontró con una sonrisa inmensa, los ojos bien abiertos y las piernas inquietas: dejar a mi exnovio fue volver a vivir. La frialdad, rasgo que no es común en mí, me llevó a desaparecer de su vida; fue como si él nunca me hubiese tenido, como si yo no fuera más que una sombra. Huí como un ladrón en medio de la noche. Más adelante me dejé conmover por el dolor que imagino que debe de haber sentido, pero nunca volvió por una explicación.
Esa sonrisa, esos ojos y esas piernas mías siempre tuvieron un trasfondo neurótico y trágico.
Con algo de vergüenza, admito que se sintió como sacar una pesada cadena de mi cuello. Después volé lejos.
Recuperé mi energía y salí a caminar cada mañana, cada sábado, cada domingo.
Apenas podía dormir porque el mundo era un lugar nuevo para mí y todo era una aventura. Pero lo cierto es que la aventura más grande era recuperarme a mí. Me había olvidado de mí misma... algo quedaba, y podía empezar de nuevo o encontrar los pedazos: justamente, elegí, entonces, empezar de nuevo, "resetear". Y todo lo que podía pasar, las cosas que me esperaban, en el fondo, sucedían en mi interior.
Nunca me pude conectar con ninguna pena, y durante varios meses transité sin ningún dejo de amargura. Fue como si alguien descolgara un teléfono que sonó toda mi vida; ni siquiera elegía no atender, no, sino que nadie llamaba.
De a poco fui volviendo a reencontrarme con amigas, pero lo cierto es que una parte mía aún se escondía atrás de mi figura. Y también es cierto, que la palabra "figura" es una elección, no una casual conjunción de palabras... Mi figura.
En mi casa comenzaba el principio el fin de lo que habíamos sido. Pero yo me tenía a mí de nuevo.
Me costaba concentrarme, eso sí, así que no leía mucho. Me la pasaba pensando en cómo sería mi vida cuando pudiese llevar adelante mi proyecto: mudarme sola.
Mis caminatas solitarias, acompañadas de ese mp3 que es "este mp3" ( y no otro) desplegaban ese mundo nuevo que me esperaba: imaginaba salir sin tener que explicarle a alguien que puedo caminar sin querer ir a ningún lado; pensaba que podría comer a la hora que quisiera, lo que yo quisiera.
Por lo general, llegaba hasta la plaza del centro de Avellaneda y me sentaba en los bancos junto a la gente grande, buscando el sol tibio. Me pasaba minutos sin mirar otra cosa que las palomas que se les acercaban. Después, con la sensación de que me estaba olvidando algo, me levantaba poseída y rápidamente mis patitas alcanzaban el ritmo apurado que me caracteriza. Esas zancadas largas, a fin de cuentas, me querían alejar de algo.
Un día todo fue distinto: no solo me estaba empezando a molestar el dormir pocas horas y el no poder controlar esta mente que no dejaba de planear y calcular cosas, sino que las rodillas se sentían raras y a la noche el roce me provocaba una molestia.
Caminé sin rumbo durante horas, con la sensación, de nuevo, de que había olvidado algo.
Entré distraída a un lugar, mientras pensaba qué podía comer que no me hiciera mal a la panza, porque yo había transitado los últimos años con una molesta gastritis nerviosa; por otro lado, quería y estaba obsesionada por mantener mi figura. El lugar parecía más grande de lo que era porque al final, pegado en la pared, había un espejo enorme.
Vi a una chica que me pareció enferma. Fue una ráfaga, como si se tratara de un fantasma que pasó junto a mí, porque no la encontré cuando volví a mirar. "Qué asco... qué flaca", pensé.
Esa chica era yo.
Se me revolvió el estómago, sentí una tristeza inmensa. Nada de esto me sorprendió. Yo sabía lo que estaba sucediendo, sabía que algo no estaba bien y eso me convirtió en una mentirosa, me convirtió en la persona que me mentía, en mi peor enemigo. La revolución se evidenció de tal manera que me hizo huir ante la mirada sorprendida de la vendedora que se me acercaba.
Yo no tenía sentimientos, los había dejado de lado, y todo (pero todo) se reflejaba en este cuerpo que se había desprendido de mí y que yo había soltado. Las decisiones que había tomado y la dureza que había adquirido me estaban pasando factura: "Hasta acá llegamos, lograste la firmeza, con los demás, contigo. Es hora de asumir lo que está pasando".
Siempre supe que algo andaba mal, lo sospechaba, y por eso no tenía paz.
Tengo varios argumentos para explicar lo que pasé: todos son reales y todos son falsos. Las cosas se iban a poner feas y yo iba a tener que tomar decisiones para las cuales necesitaba no sentir demasiado; o, el empezar de nuevo suponía terminar de romperme y renacer de las cenizas; o, nunca pude lidiar con mi cuerpo y lo que él podía causar, y decidí achicarme hasta llegar al punto de que nadie se fijara en mí.
Lo cierto es que estaba tan asustada que sí, el corazón me abandonó, se resguardó de mí misma, y este monstruo huesudo era el que iba a luchar contra los obstáculos hasta que pudiese regresar.
Lo peor de todo no fue la verguenza de admitirlo. Y lo peor no fue la amenorrea que padecí durante un año. Lo peor fue volver a reactivar todo mi sentir, mi cuerpo, mi femeneidad; lo peor fue, también, lidiar con la culpa, mía, de los demás.
Volví a crecer y fue duro, física y mentalmente. Fue como volver hecha pedazos, pedazos que aún se siguen uniendo.
Cuando volvió la conexión con mi cuerpo volvieron los sueños, las pesadillas, las angustias, los miedos y todos esos sentimientos escondidos atrás de mi falta de hambre, de la falta de aquello que me hacía mujer. Pero también volvieron las miradas, las risas con ojos llorosos, los abrazos interminables y los roces de cuello; el tembleque frente a un hombre, el corazón agitado cuando las cosas se ponen complicadas. Todo eso vale tanto la pena, que no debería ser pena.
El dolor de perder, pero la posibilidad de sentir. De transitar sin correr, de detenerse y disfrutar. De reencontrarse, incluso con lo que no está bien, porque solo de esa manera, eso se puede cambiar.
Es la primera vez que siento que puedo decir que FUI anoréxica, de todo. Porque no lo soy más.
No más daño para mí.
- No había hablado de esto en mucho tiempo... Nunca se lo conté a nadie de esta manera y creo que es la última vez que mi corazón debería mirarme en el 2009. Lo cierto es que esa persona que fui me ha ayudado mucho, y no debería estar enojada con ella... -le dije a Amie cuando terminé mi relato, muy emocionada y con una sonrisa agria.
Si siempre insistí en llevarme el pasado es porque necesitaba aprender, porque hasta que eso no sucediera, me iba a estar gritando musicalmente... y a mí me gusta la música y no me puedo resistir ante una linda canción. Sincerarme, ese día, con ella, ayudó a entender y a medir la armonía entre llevar y dejar ir: podía abandonar ese momento y al mismo tiempo valorar lo que había hecho por mí. Si hubiese imagen, sería la de esa niña sonriente saludando de lejos, porque se iba para siempre, nada más.
- Lo lamento, pero yo no entendí nada sobre lo que dijiste.
Me reí a carcajadas. Ella continuó:
- Entendí: "no más daño para ti". Esa es tu carta al universo.
Me dio un pedazo del papel en el que había estado escribiendo toda la tarde. Yo no la había querido interrumpir, porque sabía que andaba en algo importante.
- Yo escribí mi carta a un universo. Tú hiciste lo mismo, ahora haz en el papel. Y a las doce, en este país, todos tiremos papeles en el fuego.
Hice todo lo que me dijo y me guardé el papel con la idea de que en el conteo final debía llegar hasta la fogata gigante y arrojarlo al fuego.
Nos levantamos porque nos llamaron a comer. Me agarró la mano y corrimos hasta la mesa.
Cuando me senté apareció Noe y me abrazó.
Siempre creí que me había escuchado. Y ella sí hablaba español.
Lejos de entonces, tanto del 2009 como del final del año pasado, me encontraba frente a la computadora esperando un mensaje. Como suele suceder, porque para el dolor soy presa fácil y amante de lo más fiel, los fantasmas comenzaron a atacarme. Ni me sorprendió.
"Qué haces, tú!", llegó justo un mensaje de Amie, como si supiera que estaba violando su regla de no regresar: "Yo la extraño...".
"Justo pensaba en ti. Voy a mandar un mail, a ti, a todos mis amigos del viaje, con la dirección de mi casa para que vengan a verme", contesté.
"Sí", escribió rápidamente: "Yo te regresaré..."
"Q??", pregunté.
"Al volver te lo vuelvo...".
"No entiendo!", insistí.
"I´ll come back for you".
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