jueves, 24 de mayo de 2012

Bitter sweet symphony

...ser sueño que puede ser pesadilla; caos; miedo; lo hago; te miro... "¿cómo pudiste?"; voy pero no voy; creo que no creo en el amor... "entonces, ah sí, ¿qué es lo que siento?"... Me gustás, no me gustás, un rato, para siempre, hasta nunca. Ya a veces, no recuerdo qué cosas me gustaban...


"No regreses", me dijo ella y los calló por un tiempo. 

Cada decisión que tomo me lleva lejos de aquel punto de seguridad que fue mi vida, y siento que a cada instante me arrojo de espaldas a un vacío.
No fue fácil, pero probablemente es el momento más maduro de mi vida espiritual.
Y supongo que al final, nunca se trató de un salto enorme, no. Eso sería muy fácil: se trata, al contrario, de pequeños saltos todos los días, lo que equivale a 365 abismos y 365 momentos de espanto.
Pero si yo lograra girar la cabeza y ver aquello hacia lo cual me arrojo, quizás podría extender los brazos y mostrar a lo que me espera la más linda de mis sonrisas. Sería obvio y adecuado, y sin embargo, hay razón en mi pequeño pensamiento.
Mis días no serían la suma insustanciosa de momentos calculados, sino una sucesión atemporal de espontaneidades revitalizadoras.
A veces, es tan simple como disfrutar del viento en la cara al llegar a una esquina; ver los detalles en cada una de las personas de todos los días, y distinguir, como nunca lo había hecho, cada línea de la arquitectura que rodea mi rutina diaria: y esa cúpula extraña puede llegar a alienar mis días conocidos; y aunque sigo luchando contra mi narcicismo rebuscado y elocuente, y evito mirarme en cada reflejo para criticar mis propios detalles, mi cara, distraída, va a dar contra una esquina vidriada y me veo entera, y como no tengo nada qué decirme, me río.

"No regreses", me dijo Amie. De hecho, fue lo que nos dijo a todos.
La traigo conmigo en mi mente... cada vez que la tarde solitaria se pone dura y veo el reflejo de todos mis errores; cada vez que siento tristeza y quiero escuchar esa canción que algún día fue mi muerte. Sí, Amie, estoy rota. 




La última noche del año pasado me había encontrado en el mejor lugar del mundo, con una sensación agridulce. Esto lo recuerdo ahora, meses después, sentada, después de la medianoche frente a mi computadora, esperando un mensaje. Y de nuevo tengo esa sensación de necesidad de compañía.
Por suerte, aquel día que aún era 2011, estuve bien acompañada. Ella se acercó a mí mientras los demás hacían los preparativos. Yo estaba tirada sobre la hamaca paraguaya, sin importar que mi posición dejara desprolijo el vestido con el que iba a recibir el año. El calor se ponía denso y calzarse zapatos altos habría sido muy mala idea.
Sin siquiera tener espejo en el cual mirar la combinación azarosa, y dejándome llevar por la máxima de que un buen bronceado vuelve todo lindo, mis ojotas se desplegaron orgullosas por la tela.
- Me gusta tu vestido- me dijo, pensando en la elección de las palabras.
Cada oración llevaba sus minutos: ella no hablaba español fluido. Su idioma era el inglés.
- Por favor hablar en español, yo debo practicar.
Eso nos había pedido a todos. Le hicimos caso. Cada chiste requería intervención, pero aún así, las veladas en ese jardín frente a la playa eran de lo más divertidas.
Casi no me conocía esos días, y no había nadie que me conociera de antes, motivo por el cual yo era quién era de manera espontánea. Claro que llevaba conmigo mi bagaje, pero hasta el momento, a nadie le había importado.
- Usted está muy linda -me dijo ella.
Le sonreí y le dije que ella también.
- Tú, quise decir yo.
Contarle acerca del "vos" habría sido sumergirla en un mar de confusiones, así que acepté ser un "tú".
Se recostó sobre la hamaca de al lado, pero no se permitió ser tan desprolija como yo.
- Es melancolía, ¿no?
- Sí -contesté. Intenté contarle algo de manera tal que entienda que yo era una persona melancólica, y una fecha como hoy, lejos de todos mis afectos, no era una situación casual, sino producto de un año intenso.
Me comprendió instintivamente y se quedó mirando las estrellas. Sus ojos verdes clarísimos se mantuvieron sin humedad, incluso cuando yo sabía que había despertado el sentimiento que también existía en ella, sentimiento tapado por actividades que no permitían la soledad que necesita esa amargura que es adicción. Soledad, aunque estemos rodeados: uno se calla, y el alma abandona el lugar físico; participamos en piloto automático de cada charla y cada juego, pero en el fondo, el corazón nos ha abandonado. Si alguien dedicara enciclopedias a esos viajes, las historias del mundo serían las de todos con todos. 
Amie atrapó mi alma en pleno vuelo y la trajo de nuevo a mi cuerpo. Me dio la botella de plástico cortada en forma de vaso. Me sorprendió que tomara Fernet, algo que no suelo elegir pero que acepté agradecida.
- Me pasaron muchas cosas...
- Lo sé. Porque yo también tengo cosas...
- ¿Me contás?
- Sí -dijo ella-. Yo estuve triste en mi país y vine lejos, otra vida. Amo mi vida nueva. Y trabajo en que guste a mí, todos los días, cada hora. Mira tu "alegra" y FOCUS.
Nos interrumpió un petardo estruendoso: era el otro año en mi país, y algún argentino festejaba en nombre de los suyos. Era 2012 en Buenos Aires, pero yo seguía atrapada en el 2011 porque faltaban dos horas para pegarle una patada a ese año.
- Feliz año a tus cariños -me dijo, y agarró mi mano.
- También estuve triste en mi país. Y ahora estoy bien, pero algo duele... acá.
Me toqué el pecho.
- ¿Qué hiciste? ¿Qué hay en tu mente?
- No puedo dejar de pensar en algunas cosas...
- Yo escucho.
Mientras me decía eso, preparaba su cámara de fotos: las cosas en la playa comenzaban a ponerse divertidas en una fogata. Varios surfers comenzaban a sacar bebidas sin soltar las tablas. Algunos bailaban la música reproducida por tambores y bombos, instrumentos improvisados dirigidos por las olas. 
- Fui mala conmigo. Fui mala con algunas personas.
- No mala, ¡tú eres buena! Pero yo comprendo. Yo lastimo.
Me reí de lo que dijo.
- Pero no más. ¿Sí? ¿Por qué puede ser tan malo?
- Yo dejé a alguien que me quería mucho. Había estado de novia, como tres años, pero no lo soporté más. Él me hizo creer que no "podíamos" hacer cosas -Ese "podíamos" lo remarqué con mis manos y entendió ese signo universal-. Yo no sabía qué era el amor, pero sí sabía que no era feliz... 


Rápidamente el 2009 volvió a mi mente.
El año que me encontró con una sonrisa inmensa, los ojos bien abiertos y las piernas inquietas: dejar a mi exnovio fue volver a vivir. La frialdad, rasgo que no es común en mí, me llevó a desaparecer de su vida; fue como si él nunca me hubiese tenido, como si yo no fuera más que una sombra. Huí como un ladrón en medio de la noche. Más adelante me dejé conmover por el dolor que imagino que debe de haber sentido, pero nunca volvió por una explicación.
Esa sonrisa, esos ojos y esas piernas mías siempre tuvieron un trasfondo neurótico y trágico.
Con algo de vergüenza, admito que se sintió como sacar una pesada cadena de mi cuello. Después volé lejos.
Recuperé mi energía y salí a caminar cada mañana, cada sábado, cada domingo.
Apenas podía dormir porque el mundo era un lugar nuevo para mí y todo era una aventura. Pero lo cierto es que la aventura más grande era recuperarme a mí. Me había olvidado de mí misma... algo quedaba, y podía empezar de nuevo o encontrar los pedazos: justamente, elegí, entonces, empezar de nuevo, "resetear".  Y todo lo que podía pasar, las cosas que me esperaban, en el fondo, sucedían en mi interior.
Nunca me pude conectar con ninguna pena, y durante varios meses transité sin ningún dejo de amargura. Fue como si alguien descolgara un teléfono que sonó toda mi vida; ni siquiera elegía no atender, no, sino que nadie llamaba. 
De a poco fui volviendo a reencontrarme con amigas, pero lo cierto es que una parte mía aún se escondía atrás de mi figura. Y también es cierto, que la palabra "figura" es una elección, no una casual conjunción de palabras... Mi figura.
En mi casa comenzaba el principio el fin de lo que habíamos sido. Pero yo me tenía a mí de nuevo.
Me costaba concentrarme, eso sí, así que no leía mucho. Me la pasaba pensando en cómo sería mi vida cuando pudiese llevar adelante mi proyecto: mudarme sola.
Mis caminatas solitarias, acompañadas de ese mp3 que es "este mp3" ( y no otro) desplegaban ese mundo nuevo que me esperaba: imaginaba salir sin tener que explicarle a alguien que puedo caminar sin querer ir a ningún lado; pensaba que podría comer a la hora que quisiera, lo que yo quisiera.
Por lo general, llegaba hasta la plaza del centro de Avellaneda y me sentaba en los bancos junto a la gente grande, buscando el sol tibio. Me pasaba minutos sin mirar otra cosa que las palomas que se les acercaban. Después, con la sensación de que me estaba olvidando algo, me levantaba  poseída y rápidamente mis patitas alcanzaban el ritmo apurado que me caracteriza. Esas zancadas largas, a fin de cuentas, me querían alejar de algo.
Un día todo fue distinto: no solo me estaba empezando a molestar el dormir pocas horas y el no poder controlar esta mente que no dejaba de planear y calcular cosas, sino que las rodillas se sentían raras y a la noche el roce me provocaba una molestia.
Caminé sin rumbo durante horas, con la sensación, de nuevo, de que había olvidado algo.
Entré distraída a un lugar, mientras pensaba qué podía comer que no me hiciera mal a la panza, porque yo había transitado los últimos años con una molesta gastritis nerviosa; por otro lado, quería y estaba obsesionada por mantener mi figura. El lugar parecía más grande de lo que era porque al final, pegado en la pared, había un espejo enorme.
Vi a una chica que me pareció enferma. Fue una ráfaga, como si se tratara de un fantasma que pasó junto a mí, porque no la encontré cuando volví a mirar. "Qué asco... qué flaca", pensé.
Esa chica era yo. 


Se me revolvió el estómago, sentí una tristeza inmensa. Nada de esto me sorprendió. Yo sabía lo que estaba sucediendo, sabía que algo no estaba bien y eso me convirtió en una mentirosa, me convirtió en la persona que me mentía, en mi peor enemigo. La revolución se evidenció de tal manera que me hizo huir ante la mirada sorprendida de la vendedora que se me acercaba.
Yo no tenía sentimientos, los había dejado de lado, y todo (pero todo) se reflejaba en este cuerpo que se había desprendido de mí y que yo había soltado. Las decisiones que había tomado y la dureza que había adquirido me estaban pasando factura: "Hasta acá llegamos, lograste la firmeza, con los demás, contigo. Es hora de asumir lo que está pasando".
Siempre supe que algo andaba mal, lo sospechaba, y por eso no tenía paz. 
Tengo varios argumentos para explicar lo que pasé: todos son reales y todos son falsos. Las cosas se iban a poner feas y yo iba a tener que tomar decisiones para las cuales necesitaba no sentir demasiado; o, el empezar de nuevo suponía terminar de romperme y renacer de las cenizas; o, nunca pude lidiar con mi cuerpo y lo que él podía causar, y decidí achicarme hasta llegar al punto de que nadie se fijara en mí. 
Lo cierto es que estaba tan asustada que sí, el corazón me abandonó, se resguardó de mí misma, y este monstruo huesudo era el que iba a luchar contra los obstáculos hasta que pudiese regresar.
Lo peor de todo no fue la verguenza de admitirlo. Y lo peor no fue la amenorrea que padecí durante un año. Lo peor fue volver a reactivar todo mi sentir, mi cuerpo, mi femeneidad; lo peor fue, también, lidiar con la culpa, mía, de los demás.  
Volví a crecer y fue duro, física y mentalmente. Fue como volver hecha pedazos, pedazos que aún se siguen uniendo. 
Cuando volvió la conexión con mi cuerpo volvieron los sueños, las pesadillas, las angustias, los miedos y todos esos sentimientos escondidos atrás de mi falta de hambre, de la falta de aquello que me hacía mujer. Pero también volvieron las miradas, las risas con ojos llorosos, los abrazos interminables y los roces de cuello; el tembleque frente a un hombre, el corazón agitado cuando las cosas se ponen complicadas. Todo eso vale tanto la pena, que no debería ser pena.
El dolor de perder, pero la posibilidad de sentir. De transitar sin correr, de detenerse y disfrutar. De reencontrarse, incluso con lo que no está bien, porque solo de esa manera, eso se puede cambiar.
Es la primera vez que siento que puedo decir que FUI anoréxica, de todo. Porque no lo soy más.
No más daño para mí.


- No había hablado de esto en mucho tiempo... Nunca se lo conté a nadie de esta manera y creo que es la última vez que mi corazón debería mirarme en el 2009. Lo cierto es que esa persona que fui me ha ayudado mucho, y no debería estar enojada con ella...  -le dije a Amie cuando terminé mi relato, muy emocionada y con una sonrisa agria.
Si siempre insistí en llevarme el pasado es porque necesitaba aprender, porque hasta que eso no sucediera, me iba a estar gritando musicalmente... y a mí me gusta la música y no me puedo resistir ante una linda canción. Sincerarme, ese día, con ella, ayudó a entender y a medir la armonía entre llevar y dejar ir: podía abandonar ese momento y al mismo tiempo valorar lo que había hecho por mí. Si hubiese imagen, sería la de esa niña sonriente saludando de lejos, porque se iba para siempre, nada más.
- Lo lamento, pero yo no entendí nada sobre lo que dijiste.
Me reí a carcajadas. Ella continuó:
- Entendí: "no más daño para ti". Esa es tu carta al universo.
Me dio un pedazo del papel en el que había estado escribiendo toda la tarde. Yo no la había querido interrumpir, porque sabía que andaba en algo importante.
- Yo escribí mi carta a un universo. Tú hiciste lo mismo, ahora haz en el papel. Y a las doce, en este país, todos tiremos papeles en el fuego.
Hice todo lo que me dijo y me guardé el papel con la idea de que en el conteo final debía llegar hasta la fogata gigante y arrojarlo al fuego. 
Nos levantamos porque nos llamaron a comer. Me agarró la mano y corrimos hasta la mesa.
Cuando me senté apareció Noe y me abrazó.
Siempre creí que me había escuchado. Y ella sí hablaba español.




Lejos de entonces, tanto del 2009 como del final del año pasado, me encontraba frente a la computadora esperando un mensaje. Como suele suceder, porque para el dolor soy presa fácil y amante de lo más fiel, los fantasmas comenzaron a atacarme. Ni me sorprendió. 
"Qué haces, tú!", llegó justo un mensaje de Amie, como si supiera que estaba violando su regla de no regresar: "Yo la extraño...".
"Justo pensaba en ti. Voy a mandar un mail, a ti, a todos mis amigos del viaje, con la dirección de mi casa para que vengan a verme", contesté.
"Sí", escribió rápidamente: "Yo te regresaré..."
"Q??", pregunté.
"Al volver te lo vuelvo...".
"No entiendo!", insistí.
"I´ll come back for you". 






http://www.youtube.com/watch?v=ldxY2S7xyDc











viernes, 18 de mayo de 2012

No te conozco

Pero el silencio de tu música me trajo hasta este momento.
Tan diferentes y, como siempre, es lo mismo.
Tu vino de guerra oscura,
la miel de mi sueño blanco.


Casi no nos miramos cuando coincidimos,
porque el Dionisio de tus poemas cree pelear con el Apolo (que no duerme conmigo).
Los pasillos con nostalgias son tan nuestros.
Igual, un poco que no nos conocemos.


No podemos creer lo que pasa con cada mundo que tocamos.
Secretamente, en agonía, nuestros hermanos ojos negros ven cómo crece nuestro rayo.
Hablemos lo mismo en distinto idioma.
Y sí, mejor no te enteres de mis suciedades.


Creo que en el fondo hasta nos odiamos,
te cito un rato: los enamoradizos nunca se enamoran.
Aunque nuestros reinos sean enormes,
el barquero nos espera a los dos, al otro lado de ese río sucio.
Gracias por lo demás.






 Foto: Marina Mangieri (http://www.flickr.com/photos/mesuenolosdedos/)

viernes, 11 de mayo de 2012




No soy una desalmada. No. Ni siquiera soy desconsiderada. No.


Ella me mira entre horrorizada y risueña. Sus ojos rebotan desde mi boca hacia mi mano, o más precisamente, siguen al tenedor cargado de comida. Soy la "escucha" perfecta, porque  tengo tanta hambre que ella puede contarme toda su vida siempre y cuando siga habiendo pescado en el plato.
En algún momento lo "larga" y me pregunta adónde va todo lo que ingiero. Se me pasan varias cosas por la cabeza: lo cierto es que no es que coma tanto, sino que desde la mañana no había vuelto a probar bocado. Aparte, en mi ciudad, a diferencia de en la suya, el pescado no es muy fresco, y encima, es caro. Acá es todo lo contrario. 
La dueña del hotel nos había presentado en la mañana, y todo el día fue el proceso de conocernos: charlas en las caminatas, confesiones en las hamacas paraguayas, chistes tiradas en la playa sobre nuestros pareos (o mejor dicho, sobre el pareo de ella, porque yo me olvidé de traer algo para tirarme sobre la arena). Entre las cosas que no me sorprenden está el hecho de que mi nueva amiga es más organizada que yo; también está el hecho de que la amiga con la que vino decidió hacer el viaje a su estilo y la abandonó por un gringo con el que está "conviviendo" en el hotel de al lado (sí, de ese desde el que sale música todo el tiempo). Le dije varias veces: "Esas cosas pasan... sobre todo cuando somos grandes".
Lo que sí me sorprende es su edad, porque parece más joven; y que de alguna manera, si bien es organizada, puede ser distraída. En el día perdimos su llave tres veces, y su cámara ya no tiene funda porque se "evaporó" en algún momento por la playa. Creo que la gente que puede perder las cosas así tiene un don especial: una vez conocí a alguien que "disolvió" un papel de su mano en cinco segundos. Si lo pensamos bien, son como magos; magos víctimas de sus trucos.
Mi amiga dice que ha venido para "ligar"; yo en cambio, vine para estar tranquila, y si paso todo el verano tirada en la arena sin hablar con nadie, será más que suficiente.
"¿Aguantarías? Tú hablas mucho...".
Me dejó con la boca abierta. ¿Ya les conté que me gusta su sinceridad?

Trato de hacerle entender que no pienso salir, porque realmente necesito descansar (y mientras se lo digo, muevo la cabeza de un lado a otro). Yo tuve un año difícil, año del que me costó desprenderme, y sueño con todo esto desde hace tiempo; la imagen de mí, en bikini, en la playa, es la foto mental que me ayudó a soportar las durezas de los últimos meses: no hay forma de que me pierda el amanecer en este viaje que está muy lejos de ser adolescente.
Me levanto de la silla y miro hacia la calle a través de la no pared que delimita el restaurante de techo de paja, de sillas viejas, de mesas rústicas de madera; termino el agua que me salió cincuenta centavos de dólar y comienzo un movimiento que nunca termino: levanto una pierna, intentando que mi pie pase sobre la tabla en la que estaba sentada, pero en el medio lo engancho y casi caigo. Por la calle, tres chicos bien jóvenes me dicen lo linda que soy, pero no de una manera molesta, sino con la dulzura más gratificante del mundo; se ríen de mi accidente al querer salir y sus risas sinceras y espontaneas me protegen de toda intención sexual que alguien pueda tener.
No me interesan las intenciones sexuales: es más, intentaré repelerlas durante todo el viaje (¿si fallo? O lo sabrán o no).
Un grupo de malabaristas ejecuta una danza con fuego y el sonido de los tambores hace vibrar ese elemento primordial; unos chicos europeos están sentados y los filman, mientras toman algún trago con ron, y uno devora una empanada; las chicas pasan y sonríen, y mi amiga pide una cerveza enorme.
Acto seguido, haciendo honor a esa noche tan linda y rindiéndome ante la energía joven de Montañita, decido quedarme un rato.
"Dos horas, nada más... Espero estar en la cama a la una", le digo, y encima, me lo creo.
La cerveza se siente más rica que nunca. Me doy cuenta de que es la última noche completa del año y decido que no hice mal al haberle concedido dos horas.
Nos perdemos por la calle con dos vasos improvisados; pasamos entre una multitud de gente joven que baila y se acerca a los pequeños puestas en busca de algo para tomar o con el pedido de alguna canción.
Los puesto de esta avenida "Coctelera" están casi pegados, separados entre sí por un metro de distancia como mucho. Cada cual tiene su música, y si queremos escuchar "reggaeton" en vez de cumbia o rock o música electrónica, podemos hacerlo moviéndonos dos pasos. Esta fusión particular es algo que nunca vi: ninguna música se contrapone a la otra, convive esa armonía. Lo que sí, cuando nuestros cuerpos no logran el equilibrio, es probable que un salto muy inspirado te lleve lejos de la canción que lo vio nacer, y termines con un meneo en dónde debería haber un paso "rockero".
Cuatro chicos que están en nuestro hotel y que juran que hoy me vieron en el desayuno (motivo por el cual les creemos) nos invitan a su pequeño puesto de batalla: una improvisación de sillas muy cerca de su proveedor favorito de alcohol. Nosotras aceptamos la invitación.
"Pero en dos horas, más o menos, yo me vuelvo...", aclaro por las dudas.


El último amanecer del año no tuvo nada de particular... solo que el sol, acá, no sale desde el mar (un detalle que, obviamente, tampoco había tenido en cuenta).
Uno de los chicos me recuerda que en esta parte del Pacífico es más lindo el atardecer y entiendo que tiene razón.
Apagamos el cigarrillo, sin levantarnos de las hamacas paraguayas del hotel desde donde vemos el mar.
El grupo que se formó hace casi seis horas se empieza a disolver y cada cual se dispersa hacia su habitación.
Lo que sí tuvo de distinto este último amanecer es que, después de mucho tiempo, me vuelve a encontrar sin haber dormido.
Mi "solo dos horas" dejó de importarme después del tercer Mojito, y quizás me convirtió en mentirosa frente a mis nuevos amigos. De todas maneras, fui fiel a mi promesa y acá estoy, viendo como amanece desde mis espaldas.
Mi amiga apaga la notebook desde la cual yo pude, finalmente, escribirle a los míos a través de mi borrachera y de un teclado que perdió la letra "E". Porque no soy desconsiderada. No.


"los kiro muchjo a tdos. Fliz anio, stoy viva y tngo dond pasar mañana".








miércoles, 9 de mayo de 2012

Desencantados

Los melancólicos de los mundos de fantasía
juegan con los relojes tangueros.
Conciben el amor en una docena de churros
y vuelven a amar los aires fríos.


Se llueven cuando ellas se van
(sus tiernas reinas, de esas noches alargadas que nunca se hacen día)
y en los sótanos de los bares de alegría,
se matan a besos y algo más...



Vivo día a día de mis pequeñas ilusiones.
Y de un sueño que se perdió.
Porque cuando más me enamoro en las rimas,
es cuando menos creo en el amor.





Foto: Mariana Zanazzi
Dibujos: http://www.flickr.com/people/mesuenolosdedos/




viernes, 4 de mayo de 2012

Like a walking dead

"La naturaleza puede ponernos a prueba, pero esa ley sigue siendo verdad".






Lo cierto es que la primera oración era originalmente la siguiente: "Zombi: persona muerta que vuelve a la vida...".
Ahora, ¿quién no sabe ya qué es un "zombi"? Algunos corren; otros apenas se arrastran; algunos comen carne y otros, cerebros (no me parece lógico esto último, dentro de este universo en que la palabra "lógica" se vuelve un poco más flexible); algunos pueden llegar a ciertos razonamientos básicos, mientras están esos extraños monstruos de "28 días después" que no nos quieren comer, solo golpearnos hasta rompernos la cabeza.
Lo importante, lo que une a esta diversidad de películas, series y cómics radica en la temática (guauu que descubrimiento el mío), que es siempre la misma: el final apocalíptico de la sociedad como la conocemos; y el hecho, en definitiva, de que el único capaz de causar la destrucción del hombre es el hombre mismo. Esto último no es un dato menor, ya que es la base de aquel resultado de destrucción total.


No es casual que a lo largo de la historia de la humanidad, el terror, sentimiento que existe en nosotros como un aliado particular (que a veces puede ser enemigo), siempre se inspiró en aquello que nos era desconocido: lo demoníaco, lo fantasmal, lo vampírico.
Pero ahora asistimos al siglo en el que el diablo puede ser vencido a balazos por Schwarzenegger y en el que los vampiros son como los chicos de "Dawson´s creek". Sin ánimos de ofender a libros y películas que disfruté, lo importante es el hecho de que nos fuimos amigando con estos personajes, y hoy en día, es difícil catalogar como "de miedo" a una peli de vampiros.
El terror fue evolucionando con nuestras ideas más oscuras y morbosas, y aparece ahora en este formato: humanos muertos, incapaces de sentir o de pensar, que vuelven a la vida movidos por el instinto básico de alimentarse de la carne viva, situación que los convierte en caníbales. 
El zombie de Hobbes se revuelca en su tumba gritando: "Yo lo dije: homo homini lupus".
Ya no nos asustan los demonios ni los fantasmas ni cualquier ser sobrenatural. Nos asusta lo natural en nosotros; esa parte maliciosa y fuera de control que nos convierte en nuestra propia arma.
Las consecuencias se pueden ver claramente en el pibe caminando solo por la calle, en medio de una enorme ciudad: hay autos dados vuelta; vidrieras de negocios rotas; pájaros que invaden las calles como si no los acecharan los peligros de la vía pública. De entrada, es la típica situación con la que todos soñamos: la ciudad para nosotros mismos. Pero la verdad de la milanesa es que el último hombre sobre la Tierra no está solo, y de pronto se encuentra con algo que parece un tipo, pero no lo es: lo persigue, él le clava algo y el otro sigue vivo. El flaco no entiende nada hasta que por casualidad da con un periódico y lee que es el fin de los tiempos.
Supongo que se pregunta por sus seres queridos, cuál habrá sido la suerte de cada uno de ellos; y cómo habrá sido aquel momento en el que el mundo que conocemos dejó de existir: el momento en el que los teléfonos ya no nos podía comunicar, en el que la energía cesaba y las redes sociales publicaban mensajes contradictorios, mezclados, confusos. ¿La gente se dispararía por un refugio seguro, por una lata de comida? ¿Seríamos capaces de matar a gente que conocemos, pero que de pronto nos quiere comer?


Volviendo un poco a mi humilde realidad de no pistolera, y al mundo que todo el tiempo amenaza con caer, o mejor aún, al mundo que es como ese globo que se infla e infla pero no termina de reventar, estoy en mi casa muerta de miedo. Estoy por terminar la segunda temporada de "The Walking Dead" y me descubro con las manos al costado de la cara en un grito silencioso y desesperado. Pongo pausa en Cuevana todo el tiempo porque casi no soporto lo que está pasando.
Si me viera a mi misma, descubriría que quizás aparento tener una sonrisa en la cara, pero no, les cuento que esa expresión que nos sale cuando nos asustamos es el modo en que los simios reaccionamos al miedo: abrimos la boca y apretamos los dientes, pero no nos estamos riendo.
El estómago se pasea por todo mi cuerpo y estoy estremecida. Creo que estoy a punto de llorar y no es que no estoy acostumbrada a estas cosas... ¡¿qué demonios me pasa?!
Una de las posibilidad es que mi sensibilidad haya madurado. Pero no. No soy madura.
La otra posibilidad se me viene a la mente en la mañana.
Hace más de un año que le temo a la gente. O mejor dicho, a la acumulación de gente, porque creo que puedo percibir la "mala onda" que emana de todos.
Me aprieto en el subte cada mañana y tengo malos pensamientos, y a veces me pregunto de dónde vienen, porque mientras estuve en mi casa, en mi pequeño mundito, nada de eso existía en mí.
Yo huelo algo en el aire, como un olor a "todo va a colapsar".


"Claro", grito como loca.
Entiendo que el capítulo fue demasiado para mí, porque ya no es ficción: los zombies están acá, o peor aún, el Hombre está en todos lados.
Con tenazas intelectuales me adecuo a la idea que aquella huida desesperada de la granja atacada por zombis removió mis entrañas porque es lo que vivo cada día.
Camino con miedo por la calle, temiendo que en cualquier momento alguien se abalance sobre mí; de hecho, cada vez que tengo que tratar con gente, temo que ser atacada... 


Pero "No soy inocente", descubro más adelante en el día, después de tratar muy mal a alguien.
Yo misma puedo ser un zombi, y no tiene sentido entrar en el círculo del huevo y la gallina. Más que nunca, recuerdo las palabras del protagonista de la serie y adquieren otro sentido. Entiendo porqué aquello obvio y que normalmente no tendría mayor impacto en mí, de pronto me había paralizado y se había llevado mi corazón: "Todos estamos infectados".
Parece ser que la única diferencia, lo que no nos convierte en caníbales declarados, es el hecho de que estamos "vivos".
La serie nos muestra literalmente ese colapso, esa situación que se espera en el aire; anticipa metafóricamente un futuro, en base a la situación actual, pero deja, en secreto, ese hilo de esperanza en dos mensajes: "La naturaleza puede ponernos a prueba, pero esa ley sigue siendo verdad". Eso le dice uno de los protagonistas a otro, cuando lo incentiva a seguir adelante con un único objetivo: mantener vivo a su hijo. 
Un segundo mensaje se deja ver cuando ellos abandonan ese lugar peligroso. La cámara enfoca algo escrito en un auto, un grafiti ya medio borroso que le habían dejado a una niña que perdieron y que no se salvó: "Sophia quédate aquí. Volveremos por ti".
Azar o no, "Sophia" significó originalmente sabiduría, pero no esa sabiduría fría e informativa y recopiladora de información; "sabiduría" con connotaciones emocionales y morales, el verdadero saber, ese que se acumula en el espíritu, ese que siente y percibe lo que hay en el aire. 


Bueno, "Sophia", espero que nos esperes, quizás no estemos tan perdidos. Aún estamos vivos, ¿no?