miércoles, 29 de agosto de 2012
viernes, 17 de agosto de 2012
Sus ojos miraban hacia atrás porque se habían detenido en algún punto de la historia.
Por lo menos para mí, porque esa historia había sido mía.
Todo era distinto; nosotros éramos distintos: inocentes y crueles, grandes y niños.
Redimidos y condenados.
En el medio, un vacío.
El tiempo se acerca a nosotros a través de combinaciones insólitas.
E insólito era poner esa cara que conocí, tantos años atrás, en aquel pelo grisáceo.
Parecía la escena forzada de una película olvidable.
Las expresiones eran de otros sentimientos y, sin embargo, eran las mismas.
Solo pude pensar en mí y cerrar ideas.
Mi camino parece signado a veces por esa interpretación libre de un recuerdo.
No se repite una y otra vez, pero a veces se respira y a veces ahoga.
Pero, a fin de cuentas, se va disolviendo en las novedades de la vida y vuelve a ser la pieza de un rompecabezas que se ha perdido en la sala de juegos.
"No es más que una amenaza", me repito.
Bajo mis ojos y emprendo mi retirada.
El suelo espera mis labios
y el rey reclama justicia.
"Voz de mil almas que se encontraron,
me dejaste en un valle perdido.
Hablan tus voces de fuego robado,
noches irónicas del olvido.
Espíritu de uno de mis tantos pueblos pisados,
Se levanta de la tumba de reinas decapitadas por verdugos intemporales.
Y sin embargo, mis sentimientos tristes y epocales
se van con mis años coloridos y un poco dejados.
Cuando reconozcas donde habito,
y saques tu alma de mi alma,
la música sonará distinto,
Tu magia es mi magia.
Siempre sabe lo que digo.
Siempre supe lo que piensa
Creí que solo era un impulso,
pero no, también fue la tormenta".
B.
Cuadro: Paula Dagostino
viernes, 10 de agosto de 2012
Estoy acá.
¿Estás ahí...?
¿Te puedo contar algo?
Tal vez porque escuché buena música o, simplemente, porque la semana desacelera
-y todos sabemos cómo nos trató esta semana-.
¿Estás ahí...?
¿Te puedo contar algo?
No me digas que sí, si no.
No importa, no tenés que contestarme.
Podés seguir haciendo lo que hacías.
Tal vez porque escuché buena música o, simplemente, porque la semana desacelera
-y todos sabemos cómo nos trató esta semana-.
Porque hice una cena para cinco y viene nadie;
porque de tres llamados, cuatro eran de llanto si cuento ese mail.
O porque hice un mal movimiento y me lastimé físicamente y soy maricona de dolores,
o porque ya no me enamora una sonrisa, pero sí cualquier chiste tonto.
O porque me asusta ser delirante al estar bien y no entender la gravedad de los problemas,
o porque el mundo es raro y tengo demasiado recuerdo del mundo.
Porque vi durante estos meses cómo mi pares se bajaron de la vida
-y yo la encuentro sencillamente asombrosa-.
O porque puedo ser un niño con arrugas,
o porque aún espero que vuelvas por mí.
O porque los que regulan deseos siempre me dejaron afuera del sistema,
o porque quiero compartir todo esto con alguien.
Porque me leés, abrís la boca y no sabés qué decirme,
o porque no sabés cómo atajarme.
O porque mi abrazo es real
-no me dejes seguir en vano-.
O porque yo soy de verdad.
Porque me leés, abrís la boca y no sabés qué decirme,
o porque no sabés cómo atajarme.
O porque mi abrazo es real
-no me dejes seguir en vano-.
O porque yo soy de verdad.
Tengo miedo.
Y a veces no tengo respuestas ni preguntas.
Solo ojos llenos de asombro por todo lo maravilloso que existe.
Estoy donde siempre, por si me andabas buscando.
Y todavía no sé quién soy, pero me gusta cuando río.
Me gusta que comentes mis tonterías y hasta que me critiques.
Tal vez, hasta me guste tener miedo,
porque quizás no sea más que saber que aún me interesan las cosas
o porque tengo esperanza.
O porque alguien tocó a mi puerta y no cené sola,
o porque me llamó un amigo borracho desde una exposición y me hizo reír.
O porque me duele menos la herida,
o porque estoy haciendo vida.
O porque, simplemente, importa. Todo esto.
El que quiera vivir, que dé el primer salto.
Y todavía no sé quién soy, pero me gusta cuando río.
Me gusta que comentes mis tonterías y hasta que me critiques.
Tal vez, hasta me guste tener miedo,
porque quizás no sea más que saber que aún me interesan las cosas
o porque tengo esperanza.
O porque alguien tocó a mi puerta y no cené sola,
o porque me llamó un amigo borracho desde una exposición y me hizo reír.
O porque me duele menos la herida,
o porque estoy haciendo vida.
O porque, simplemente, importa. Todo esto.
El que quiera vivir, que dé el primer salto.
viernes, 3 de agosto de 2012
Primer día del año pasado: como un escupitajo que resumía todo lo que venía, allí, lejos en tiempo, me encuentro yo, a la tarde noche, tirada en el piso. Estaba llorando y no despegaba el cachete de la madera fría. ¡Ojo! Se sentía bien porque hacía mucho calor en mi casa.
¿Los motivos? Olvidados y olvidables.
Solo puedo decir que, si el primer día del año es un vestigio de todo lo que vendrá, entonces, el desenlace ocurrido la noche anterior fue más que inevitable.
Creo que me lancé a los viajes para huir no sé de qué y encontrar no sé que tanto.
No soy de leer mucho, pero una vez di con un párrafo -que jamás podría reproducir textualmente- ydecía algo así como que los viajeros van en busca de algo, aunque no saben de qué. Eso soy yo.
Ahora bien, si el primer día del año es el año entero que nos habla a través de señales, yo no sé qué pensar... Parada en la puerta de mi habitación, debo entrar y preguntarle al hombre desnudo en mi cama qué es lo que pasó entre nosotros. Y más importante: quién es exactamente.
Tres horas después.
Mis amigas -mi mejor amiga desde hace dos días y su amiga recuperada de los brazos del gringo- me esperan abajo. Como tardo, me revolean una ojota o sayonara, como dicen ellas, que da contra mi ventana. La misma ojota que creímos perdida la noche anterior.
Se ríen de mí y de mi pelo. Claro, nuevo look 2012: de un lado, mi pelo llega hasta la cintura; del otro, hasta el hombro. Podría hacerme cargo y llevar un corte con onda, pero no, no soy "ondera", así que algo voy a tener que inventar.
Ellas insisten en saber qué pasó...
Caminamos las tres por la playa: el día no es el más lindo y sin bien hubo algo de sol, se fue corriendo y dio lugar a una nube gris clara que cubre el cielo; queda de él no más que el reflejo de una idea a través de las nubes.
El Pacífico, hoy y todos los días, luce agitado... me pregunto la razón de su nombre. Aunque es claro y trasparente, no se ve verde, sino, más bien, del mismo color que el cielo.
Torpemente pude atarme el pelo, y no es evidente el contraste... va, el desastre.
A medida que nos acercamos al pueblo, a través de la playa, van apareciendo los adolescente que horas atrás tomaban cerveza, bailaban borrachos y se besaban desparramados por toda la arena; los grupos molestos ahora se ven inofensivos y como corderos llegan a las playas con botellas de Coca Cola, Sprite y el glorioso termo y el mate mejor compañero. Algunas chicas aún llevan el maquillaje corrido (si lo habré hecho de más chica...) y sus ojos lucen cansados pero llenos de excitación. Los más cancheros traen gafas y tienen ese aspecto del trasnochado listo para cualquier aventura de día.
Aparecen los puestitos móviles: bicicletas con compartimiento acoplado adelante en donde uno puede comprar ceviche a precio muy accesible.
Recuerdo las palabras de mi papá cuando me dio las pastillas de carbón. Recuerdo a la gringa a la que le di una de esas pastillas ayer a la noche, y alimentarme ahí pasa a ser el último de mis planes.
Varias personas nos saludan y no me sorprende, porque parece que anoche hemos hecho destrozos.
La arena comienza a ponerse algo negra debido a una capa de ceniza. A medida que nos acercamos al centro, vemos los restos de la enorme fogata que conocimos.
Alrededor de esta círculo sin forma, hay un cementerio de latas de cerveza, de cajas vacías de cigarrillos: el hombre que levanta la basura se detiene frente a cada una de ellas para ver si alguna no está vacía. Mientras subimos al pueblo, puedo ver que no tiene suerte.
Las calles están sucias, a lo que debo agregar que Montaña no es, habitualmente, un pueblo sucio: la gente que habita estas aguas está orgullosa de cada calle, de cada estructura, y si bien las construcciones son austeras, la limpieza es uno de los mandamientos. Después de una noche como la de anoche, ni siquiera se puede pedir que algún policía esté despierto. A los costados, en ese pequeño hueco entre la vereda y la calle de tierra arenosa, vemos algunos borrachos tirados, en su mayoría ecuatorianos que parecen llegados de pueblos cercanos y que no tienen otro lugar en el que dormir (me pregunto si mi amigo Roberto no estará entre ellos). Claro que, a medida que avanzamos, empiezan a aparecer los restos de personajes de otras nacionalidades: un australiano llamado Dorf (sé su nombre porque la amiga de mi amiga lo conoce) levanta la mano, hace la seña surfista por excelencia, pero nunca abre los ojos. Las rastas rubias están esparcidas por la calle; su cara está en la tierra y la cola apunta al cielo.
Nos reímos.
Mientras la otra chica, que no deja de contarnos una y otra vez su historia de amor , va a comprarnos un licuado, un chico con guitarra entona una canción de "Los Piojos". Me alegra oír esa canción que no escuchaba hace años.
Hubiese sido amor a primera vista si tan solo me hubiese mirado. En vez de eso, nunca deja de mirar su guitarra. Me parece el hombre más interesante que vi en mucho tiempo.
Me tiran de la mano, y con muy pocas ganas deme muevo. Sin querer piso a un italiano... El italiano cree reconocerme y mi amiga me saca huyendo de ahí.
Frente al mar, ella me cuenta que se enamoró y que esa noche tenemos que estar listas para buscar a su "churro" (usa exactamente estas palabras) porque solo le quedan dos noches en Montañita.
Le explico de mil maneras porqué no saldré esta noche... mientras lo hago, muevo las manos, como siempre.
La amiga me cree, porque no me conoce.
Tomo café y escucho la música que hay, y no otra. Ellas juegan a las cartas y no dejan de pasarse protección solar; yo empiezo a verme como un isleño moreno. Una de ellas promete cortarme el pelo al otro día, cuando Darwin, el chico que arregla los cuartos del hotel, consiga una tijera.
En este pueblo, a veces es imposible encontrar esas pequeñas cosas útiles: solo hay lo que se desea, no lo que se necesita. Y si lo que necesita es dormir, ¡no venga!
A pesar de todo eso, el cansancio me abandonó. Como viento que llega desde el mar, la energía es joven y nueva.
Dejo de mentirme y admito que la noche me va a encontrar volviendo tarde desde el pueblo al hotel. Caminando por la arena fresca, creyendo que estoy en el mejor tiempo, en el mejor lugar, en el mejor momento, en el mejor paralelo, en la mejor longitud. Buscando no sé qué...
¿Y qué importa? Yo seguiré caminando.
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