viernes, 3 de agosto de 2012




Primer día del año pasado: como un escupitajo que resumía todo lo que venía, allí, lejos en tiempo, me encuentro yo, a la tarde noche, tirada en el piso. Estaba llorando y no despegaba el cachete de la madera fría. ¡Ojo! Se sentía bien porque hacía mucho calor en mi casa.
¿Los motivos? Olvidados y olvidables.
Solo puedo decir que, si el primer día del año es un vestigio de todo lo que vendrá, entonces, el desenlace ocurrido la noche anterior fue más que inevitable.
Creo que me lancé a los viajes para huir no sé de qué y encontrar no sé que tanto.
No soy de leer mucho, pero una vez di con un párrafo -que jamás podría reproducir textualmente- ydecía algo así como que los viajeros van en busca de algo, aunque no saben de qué. Eso soy yo.
Ahora bien, si el primer día del año es el año entero que nos habla a través de señales, yo no sé qué pensar... Parada en la puerta de mi habitación, debo entrar y preguntarle al hombre desnudo en mi cama qué es lo que pasó entre nosotros. Y más importante: quién es exactamente.


Tres horas después.
Mis amigas -mi mejor amiga desde hace dos días y su amiga recuperada de los brazos del gringo- me esperan abajo. Como tardo, me revolean una ojota o sayonara, como dicen ellas, que da contra mi ventana. La misma ojota que creímos perdida la noche anterior.
Se ríen de mí y de mi pelo. Claro, nuevo look 2012: de un lado, mi pelo llega hasta la cintura; del otro, hasta el hombro. Podría hacerme cargo y llevar un corte con onda, pero no, no soy "ondera", así que algo voy a tener que inventar.
Ellas insisten en saber qué pasó...

Caminamos las tres por la playa: el día no es el más lindo y sin bien hubo algo de sol,  se fue corriendo y dio lugar a una nube gris clara que cubre el cielo; queda de él no más que el reflejo de una idea a través de las nubes.
El Pacífico, hoy y todos los días, luce agitado... me pregunto la razón de su nombre. Aunque es claro y trasparente, no se ve verde, sino, más bien, del mismo color que el cielo.
Torpemente pude atarme el pelo, y no es evidente el contraste... va, el desastre.
A medida que nos acercamos al pueblo, a través de la playa, van apareciendo los adolescente que horas atrás tomaban cerveza, bailaban borrachos y se besaban desparramados por toda la arena; los grupos molestos ahora se ven inofensivos y como corderos llegan a las playas con botellas de Coca Cola, Sprite y el glorioso termo y el mate mejor compañero. Algunas chicas aún llevan el maquillaje corrido (si lo habré hecho de más chica...) y sus ojos lucen cansados pero llenos de excitación. Los más cancheros traen gafas y tienen ese aspecto del trasnochado listo para cualquier aventura de día.
Aparecen los puestitos móviles: bicicletas con compartimiento acoplado adelante en donde uno puede comprar ceviche a precio muy accesible.
Recuerdo las palabras de mi papá cuando me dio las pastillas de carbón. Recuerdo a la gringa a la que le di una de esas pastillas ayer a la noche, y alimentarme ahí pasa a ser el último de mis planes.
Varias personas nos saludan y no me sorprende, porque parece que anoche hemos hecho destrozos.
La arena comienza a ponerse algo negra debido a una capa de ceniza. A medida que nos acercamos al centro, vemos los restos de la enorme fogata que conocimos.
Alrededor de esta círculo sin forma, hay un cementerio de latas de cerveza, de cajas vacías de cigarrillos: el hombre que levanta la basura se detiene frente a cada una de ellas para ver si alguna no está vacía. Mientras subimos al pueblo, puedo ver que no tiene suerte.

Las calles están sucias, a lo que debo agregar que Montaña no es, habitualmente, un pueblo sucio: la gente que habita estas aguas está orgullosa de cada calle, de cada estructura, y si bien las construcciones son austeras, la limpieza es uno de los mandamientos. Después de una noche como la de anoche, ni siquiera se puede pedir que algún policía esté despierto. A los costados, en ese pequeño hueco entre la vereda y la calle de tierra arenosa, vemos algunos borrachos tirados, en su mayoría ecuatorianos que parecen llegados de pueblos cercanos y que no tienen otro lugar en el que dormir (me pregunto si mi amigo Roberto no estará entre ellos). Claro que, a medida que avanzamos, empiezan a aparecer los restos de personajes de otras nacionalidades: un australiano llamado Dorf (sé su nombre porque la amiga de mi amiga lo conoce) levanta la mano, hace la seña surfista por excelencia, pero nunca abre los ojos. Las rastas rubias están esparcidas por la calle; su cara está en la tierra y la cola apunta al cielo. 
Nos reímos. 
Mientras la otra chica, que no deja de contarnos una y otra vez su historia de amor , va a comprarnos un licuado, un chico con guitarra entona una canción de "Los Piojos". Me alegra oír esa canción que no escuchaba hace años. 
Hubiese sido amor a primera vista si tan solo me hubiese mirado. En vez de eso, nunca deja de mirar su guitarra. Me parece el hombre más interesante que vi en mucho tiempo. 
Me tiran de la mano, y con muy pocas ganas deme muevo. Sin querer piso a un italiano... El italiano cree reconocerme y mi amiga me saca huyendo de ahí. 

Frente al mar, ella me cuenta que se enamoró y que esa noche tenemos que estar listas para buscar a su "churro" (usa exactamente estas palabras) porque solo le quedan dos noches en Montañita.
Le explico de mil maneras porqué no saldré esta noche... mientras lo hago, muevo las manos, como siempre.
La amiga me cree, porque no me conoce.
Tomo café y escucho la música que hay, y no otra. Ellas juegan a las cartas y no dejan de pasarse protección solar; yo empiezo a verme como un isleño moreno. Una de ellas promete cortarme el pelo al otro día, cuando Darwin, el chico que arregla los cuartos del hotel, consiga una tijera.
En este pueblo, a veces es imposible encontrar esas pequeñas cosas útiles: solo hay lo que se desea, no lo que se necesita. Y si lo que necesita es dormir, ¡no venga!
A pesar de todo eso, el cansancio me abandonó. Como viento que llega desde el mar, la energía es joven y nueva. 
Dejo de mentirme y admito que la noche me va a encontrar volviendo tarde desde el pueblo al hotel. Caminando por la arena fresca, creyendo que estoy en el mejor tiempo, en el mejor lugar, en el mejor momento, en el mejor paralelo, en la mejor longitud. Buscando no sé qué...
¿Y qué importa? Yo seguiré caminando. 























































































































































































































































































































































































































































































































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