miércoles, 31 de octubre de 2012



                                      


Extraño las cosas cuando vuelvo a verlas. Es entonces que descubro cuánta falta me hacían.
También extraño cosas que nunca pasaron, cosas que creí que iban a pasar. Como si padeciera una nostalgia de futuro.
Me resulta paradójico el haber relacionado este diálogo interior, este mix de sensaciones, con mis estados más tristes. Sin embargo, ahora que estoy feliz, vuelvo a ese juego dinámico, como si, en definitiva fuera parte del mismo proceso. Como si se tratara de una elección que determina el mundo.
Extrañaba el sol. El sol que finalmente entra por ese persiana chueca y rota.
Mi casa pequeña de aquel hotel sin mucha tecnología está como la dejé: ropa a medio secar colgada de donde se puede.
Respiro hondo y el día espera. Acá no vuela, ni se va a ningún lado.
Pero¿para qué hablar de mis particularidades del día? Entre surfers y licuados y encuentros con las personas de siempre no presentan nada novedoso. Solo mi propio disfrute personal.
El pragmatismo mudo me está abandonando. Comienzo a ser parte real de este verano y espero combinar lo que soy desde siempre y lo que quiero ser.
Pero, insisto: ¿para qué hablar de las particularidades de mi día si puedo contar sobre la noche en que Montaña quedó sin luz  y yo fui besada por un desconocido en medio del apagón general del pueblo?
Ay, sistema electrógeno montañés, ¡qué avalancha de cuerpos!

Empecemos de cero: en Montañita es invierno.
Lo que determina este invierno de treinta grados no es otra cosa que la frecuencia de las lluvias. Lo cierto es que esta gente no padece las amplitudes térmicas que el resto de la humanidad sufre. Así de corta.
El verano tiene también treinta grados, pero nunca llueve.
De todas formas, el anochecer temprano es una característica heredada de cualquier invierno, y a las siete de la tarde ya no queda rastro de sol.
Pienso que, después de varios días sin contacto, debería dejar esta crueldad de lado y avisar a mi familia que sigo viva.
Después de varias vueltas, me decido a ir al pueblo para enviar un mail desde un locutorio. Esto lo empiezo a planear desde las cuatro de la tarde, porque, convengamos, lo ideal sería que no oscureciera en el camino.
Por supuesto, termino saliendo del hotel a las seis y cincuenta y cinco.
Mientras camino a medio vestir (salí de la peor manera posible) ya ni miro lo que cruzo. Puedo decir que conozco casi todos los detalles de memoria.

En el locutorio me atiende un chico que no tiene ni dieciocho añitos. Tampoco tiene ganas de hacer lo que hace y no me mira cuando me habla.
Con pocas palabras, me da una máquina.
Entro ante la mirada atenta de (en serio) todos hombres. Empiezo a arrepentirme de haberme dejado la biquini. También de tener la cámara de fotos, porque mi idea era bajar todas las fotos que saqué y mandarlas en aquel bendito mail.
Mientras espero que se envíen esas palabras, veo que pasa el chico de la guitarra con un grupo de amigos. Ríen, cantan, toman Fernet en una botella de plástico cortada.
Decidida a ir tras él, freno todo: la sesión, las fotos que se estaban bajando, el mensaje a punto de ser enviado.
De pronto, la computadora se apaga. Micro-segundos después, ante un grito generalizado, todo se apaga.
El pueblo a oscuras. Terror.
Escucho gritos, risas, voces que hablan fuerte, gente que busca a su propia gente. Las sillas se mueven y siento cuerpos que pasan.
Agarro mis cosas, las abrazo, las guardo y pienso qué es lo que debería hacer.
Alguien pasa cerca y, sí, creo que me manosean.
Salgo apurada de aquel lugar. Percibo que el chico desganado sigue ahí y ni se inmuta: podríamos llevarnos los monitores y ni se movería para impedirlo. Me sorprende el escalón de madera que había pasado por alto al entrar, y piso la calle sin ver nada más que una manada de cuerpos negros que pasan ante mí. Algunos corren y empujan a los otros. Alguien me da con una linterna en la cara y me enceguece aún más.
Desde lo que sospecho que es un bar sale algo de música improvisada. Música de fogón para esta oscuridad.
Cuando solo puedo ver un círculo luminoso en mis pupilas por culpa de esa linterna que me apuntó directo a los ojos, alguien respira cerca de mí, me golpea con algo en las piernas, y lo próximo que siento son dos manos en la cara y los labios algo secos en los míos. Lo empujo y me quedo sin saber qué hacer. Trato de agarrarlo para ponerlo en su lugar, pero se ríe y huye.
Bueno, no sé qué hacer. Tengo miedo de que me vuelva a pasar lo mismo. Empiezo a moverme junto a un grupo de voces femeninas. Alarmada les cuento que alguien me había besado. Una me dice que le tocaron la cola. Trato de unirme a ellas, porque la unión hace a la fuerza, pero ellas no me reconocen como una de las suyas y, ante el choque contra una columna que viene desde una calle que cruza, ellas me pierden y no se preguntan por mí. Siguen su camino.
Me pongo tan nerviosa que improviso un ataque de risa. ¿Cómo me puede estar pasando esto?

"¿Piscis?", me dice Stalin, que aparece con una vela.
En verdad soy yo la que aparece ante él, porque de alguna manera llego hasta su puesto.
Me da la mano y paso del otro lado, a salvo.
"Solo tú puedes quedar desnuda en un apagón...".
Nos sentamos sobre la mesa, en el lugar en dónde irían sus artesanías si es que no las hubiera sacado. Me da una cerveza y acepto. Nos quedamos viendo a las personas que pasan y tratan de resolver esta aventura. Intentan hacer aquello que hacían antes de que se hicieran las tinieblas. En algunos sectores aparece la luz de velas que se encienden y se ven como círculos de fuego en medio de la nada.
Stalin mira concentrado lo que puede y no se pierde un detalle. Me cuenta que esta tragedia sucede todos los años. Que mejora con el paso del tiempo.


Cuenta alguien que también estuvo ahí esa noche, que las chicas se reían si alguien se acercaba, porque las mujeres de ahora no le temen realmente a nada.
Que el chico que atiende el locutorio principal, que no tiene ni dieciocho años, dejó todo como estaba y se fue a fumar a la playa.
Que un artesano se sentó a tomar cerveza sobre su mesa de trabajo con una chica argentina.
Que la dueña de un hotel se preocupó por todos los que estaban perdidos en la oscuridad.
Que unos chicos de Adrogué se pelearon con unos de San Isidro.
Que un italiano se puso insoportable con unas chicas.
Que una mujer llamada Mariella terminó su romance de dos días con el australiano Dorf.
Que el apagón duró tres horas y fue provocado por una argentina que enchufó un secador de pelo.
Que un chico con guitarra andaba con una linterna...







viernes, 26 de octubre de 2012





- Quiero volver típico lo atípico y mágico lo cotidiano. Quiero expresarme en privacidad y compartir lo más íntimo.
- Solo te pregunté si querías agua...
- Quiero hacer bello el enojo y quiero enojar a los astros que nos hicieron mortales y que, en su inmortalidad, nos recuerden siempre en un grito de notas musicales, en un papel, en una tela, en un olor, en colores, en nuestros bailes.
- Ah, vos querés hacer algo de arte.
- No. No entendiste nada. Yo quiero vivir.



Foto: Marina Mangieri 



miércoles, 24 de octubre de 2012

Ningún tiempo es tiempo perdido

¿Cómo nos vamos olvidar? Se llevó seis años de nuestra vida.
La respuesta siempre estuvo en una zapatilla colgada en el árbol. 
Un aplauso encubierto de reproches para "Lost", la serie que nos enseñó la historia del mundo, y de una vida, y del proceso que, en definitiva, todos atravesamos. Y que el tiempo no es lineal cuando se trata de emociones, porque los actos se ordenan no en función del acontecer físico, sino de una trama que es nuestra y, al mismo tiempo, no lo es.
No se preocupen, no me voy a poner misteriosa, oscura, oracular. 
Me estoy metiendo con recuerdos emocionales: para mí, representa lunes de canal de cable hace muchos años, en la cena familiar (muda) frente a la coincidencias a las que nos sometía una primera temporada prometedora; el ruido de los cubiertos, las respiraciones detenidas ante los cruces entre los personajes, en momentos previos a la isla; los "callate" de todos contra mi mamá que intentaba saber cómo había sido nuestro día.
También me meto con recuerdos culturales: imagino la cara de todos cuando descubrimos que Sawyer conoció al papá de Jack; que los números que llevaron a Hugo a la desgracia son los mismos que yacen en aquella escotilla misteriosa que deja ver una luz; luz que fue encendida por  Desmond que buscaba saber qué era ese ruido, después de un ataque desesperado en el que había decidido matarse; el grito mudo cuándo nos enteramos que una parte del avión había quedado en la otra costa y otro grupo había sobrevivido, y que el hermano del señor Eko era el cura que iba a bordo de una avioneta que -¡oh casualidad!- años atrás había caído en la isla; las lágrimas cuando la isla nos lleva por el tiempo y  Kate se ve a sí misma asistiendo en el parto a Claire, hecho que, para ese entonces, había ocurrido años atrás, o adelante, porque en definitiva, el tiempo es tan misterioso como el ser, y la última pregunta sobre la existencia es acerca del tiempo. 

Por otro lado, quisiera quejarme por mi poca participación en el blog... Acá todos la pasan bien, incluso el infeliz que escribe en letra bordó. Hasta los nuevos la pasan mejor que yo. A mí me toca la parte aburrida: yo no viajo, no ando en bici, no fumo, no me saco la ropa y poso en fotografías, no veo ni un hombre desnudo y tampoco me despierto con personas que no sé quiénes son... 
¡Reclamo atención!

Pido disculpas por el exabrupto. Y vuelvo por lo que vine. ¿Qué hice? Me propuse ver la serie nuevamente. De principio a fin. Tratando de buscar no sé qué, pero con un pálpito de que ahí hay algo más.
Lo que pasó después fue lo que suele pasar con "Lost": me abstraje del mundo varias noches. Todo el tiempo me decía que debía grabar lo que veía en mi mente, porque ese era el punto de gravedad de "Lost". Pero lo cierto, señores, es que después me olvidé de muchos detalles que harían un examen más racional, claro y distinto.
Y no solo eso, sino que no pude volver a ver ciertas situaciones que sabía cómo terminarían (claramente, no pude volver a ver cuando Locke queda paralítico, ni cuando mueren Ana Lucía y Libby en manos de Michael). 
Y como si eso no fuera poco, terminé el análisis en la segunda temporada porque no quería perderme...no quería perder el punto.Sobre todo porque creo con objetividad que ciertas temporadas estuvieron de más.

Y la respuesta descansaba ahí, en todo momento, desde el primer plano, desde que Jack abre los ojos. Desde que una zapatilla cuelga del árbol. Todo es señales, tiempo y juego. A ensuciar la zapatilla.
¿Por dónde empiezo?

Ah, sí. Argumento: accidente aéreo, sobrevivientes varios, isla misteriosa, grupo hostil de personas extrañas en la isla, romances varios, el rescate que nunca llega. Objetivos: sobrevivir, ser rescatados. Problema: ¿por qué nadie llega, por qué no logramos salir?







Casualidad y causalidad
Casi terminando la primera temporada, Locke le dice a Jack: "Si nos trajeron aquí, fue por algo. Por alguna razón. A todos". Más importante es lo que responde Jack: "¿Y quién nos trajo, John?".  
La respuesta es simple: ellos mismos se han llevado a la isla. Este hecho lo veremos suceder físicamente, pero siempre reflejado en una metáfora, porque todo esto no es más que una  metáfora. 
La explicación real (si podemos hablar de realidad) es que ellos estaban muertos, pero no por el accidente. La isla no es más que el purgatorio de estas personas que, al haber sido tan importantes la una para la otra en la vida real (en esa vida que nunca llegamos a ver del todo) se han juntado al final para resolver los asuntos pendientes, como si fuesen desconocidos en la situación en la que los conocemos.
Cuánto más enroscado es el personaje, más tarda en morir o en aceptar ciertas cosas. Jack, el héroe, es el personaje más complejo de todos; de hecho, es el último en llegar. Pero esta es la historia de la vida: las personas más inteligentes tardan más en resolver los conflictos. Ellos sufren como nadie, y hay quien dice que el diablo nunca será perdonado porque es demasiado inteligente como para echarse atrás en su postura. 
"Lost" es la historia del proceso mental, moral y emocional que pasan las personas a lo largo y al final de sus vida: los conflictos reflejados en situaciones, y la resolución de todo eso que nos ha perdido.
Así como en este proceso Locke entiende que no puede echarle la culpa de todo al destino, a Jack le toca entender que sí, hay algo de destino en todo. Eko (el mejor personaje que hubo en la serie, y que no entiendo porqué corno lo sacaron) le dice a Locke: "No confundas las coincidencias con el destino".
Pero ese juego de casualidades y causalidades solo es posible verlo retrospectivamente, cuando, de alguna manera, llegamos a un fin. Lo que da sabor a la vida y nos da capítulos interesantes es el camino hacia él.


Los padecimientos del alma contemporánea (Soledad, miedo y falta de fe)
Es increíble seguir descubriendo cosas a medida que pasan los capítulos. Sentir que siempre hay algo más, y que lo que nos hizo entender la serie, sin entenderlo, es que nadie está solo.
A lo largo de la vida nos ataca cierto fantasma de soledad. Llegamos a un punto en el que nos sentimos incomprendidos.
Vemos que hay gente que suele mimetizarse con la multitud con mayor facilidad. Pero cuando se trata de seres con particularidades, con errores que aún se cargan, con ilusiones que no les permiten entrar fácilmente a un circuito poco inocente, o, incluso, cuando se trata de aquellos que actúan de manera cruel ante lo que el destino o la suerte les depara, entonces, el sentirse acompañado no pasa a ser algo de todos los días.
Terminamos por creer, algo desesperanzados, que la última realidad es la soledad. Amamos y tememos la soledad. La queremos echar, pero, al mismo tiempo, nos aferramos a ella como si fuera lo único que conocemos. Nos aferramos a los filósofos, mártires sociales y pensadores pesimistas que sostienen que no importa lo que hagamos: dormimos solos, soñamos solos, hablamos solos y, para colmo, somos seres destinados al egoísmo. Panorama copado, ¿no?
¿Por qué nos hace sentir bien "Lost"? Porque vemos cómo estas personas destinadas a la soledad se encuentran. Algo nos trae paz al alma en los cruces, en las miradas entre ellos. Se convierte en un alivio para nuestra cabeza. Un llamado a la fe natural: confiar en que seremos encontrados, confiar. CONFIAR.

Nos habla, también, del miedo que tenemos aquellos que hemos padecido. El miedo a seguir adelante ante un camino incierto. 
Lamentablemente, es la superación de estas pasiones la única puerta de acceso. Y la isla, ese purgatorio creado por ellos mismos, pone estas pruebas a los personajes todo el tiempo.Se ensaña en perderlos, porque, en definitiva, ellos mismos deben encontrarse. Se ensaña en asustarlos, porque ellos mismos deben perder el miedo.



La idea de purgatorio
Sí, hubiésemos querido una resolución distinta. 
¿La isla era el purgatorio? Eso parece.
Lo más triste es que, ya desde los primeros capítulos, esta idea pasaba por las más selectas páginas en las que todos asomábamos para ver posibles teorías. Pero deseábamos con todo nuestro corazón (comprometido a esa altura como con nada en la vida) que esa no fuese la respuesta. Queríamos una sorpresa, porque somos la especie humana que perdió la fe y la inocencia. 
El padre de Jack, al final, le asegura que lo de la isla había sucedido. Yo no creo que haya sido así y es probable que, en esa frase, sigamos dentro de la metáfora: era tan real como lo sintió, porque lo que vivió en tan poco tiempo en la isla es lo que vivió a lo largo de su vida, y de ahí, que haya sido tan intenso.
Nunca hubo un accidente: ellos se habían conocido en una vida tan urbana y cotidiana como la nuestra. Se me ocurre pensar, por ejemplo, que Jack no solo puede haber sido el médico de Locke, sino que fue quien recibió al accidentado padre de Shannon. Quizás conoció a Kate, y ella fue el amor de su vida. Quizás conoció a Claire porque, a fin de cuentas, ella era su hermana. Podríamos realizar uniones que solo los que han seguido la serie podrían elucubrar en sus mentes. Estas uniones son libres y los famosos flash fowards son los que hablan de una vida real de los personajes. Nunca subieron a un avión juntos, solo se esperaron para cruzar al otro lado y el accidente fue la ocasión metafórica para llegar a ese punto.

De ahí también ciertas contradicciones muy tangibles: hablamos del purgatorio de varias personas, personas cuya real unión es incierta. Nos encontramos con personajes raros, como, por ejemplo, Walt, que dudo que haya sido un personaje real dentro de la metáfora: creo más bien que era la ocasión para que su padre lograra la paz que no logró. Porque sí, muchos no lo logran y quedan en su supuesto olvido: quizás la isla les depare otra vuelta hasta que finalmente estén en listos.
Otro ejemplo es la escotilla: en Locke representa todo el tiempo una muestra de fe, como un juego perverso que lo va encaminando a un punto medio. Vemos un hombre que pasa por todos los estados: desde un pietismo hasta un escepticismo. Para Hugo, en cambio, la escotilla es sinónimo de aquellos números que solo tienen un sentido "maldito" para él. Quizás Hugo es de aquellas personas que creen que su vida es una suma de malas suertes. 


¡Y no me pregunten por Jacob, ni por el Hombre de Negro, ni por la estatua de cuatro dedos! 
Tímidamente pienso que quizás estos personajes (que recién se definen en temporadas avanzadas) podrían ser, desde una teología polémica, Dios y el diablo, o uno de los ángeles principales y el diablo. 
Pero siguiendo un poco con el juego que plantea la serie y que nunca termina de ser escatológico del todo, y suponiendo que esta isla-purgatorio es el purgatorio de varias otras personas que casi ni llegamos a conocer y no sabemos por dónde viene el enlace, podíamos suponer que no son muy distintos a nuestros personajes. Quizás llevan varias oportunidades tratando de pasar al otro lado, y se han alejado tanto de lo que es ser un humano que tienen ese rasgo sobrenatural. Hasta es posible que se hayan definido en un papel que se empecinan en desempeñar, pero no son muy distintos de los demás y, si lo quisieran, podrían pasar al otro lado.
La estatua puede llegar a ser parte de un purgatorio que no corresponde a ninguno de nuestros personajes principales, pero, al estar todos en ese lugar, se ve como objeto misterioso, algo que puede tener total sentido para alguno de ellos... ¿Para cuál? Esa interrogante, como otras, queda abierta, porque esta historia es la historia del proceso de algunos personajes y no otra cosa. 

Podríamos volar en muchas direcciones.
Me pregunto qué me había preguntado... Qué quería encontrar. Y la verdad que lo que buscaba era entender porqué "Lost" nos gustó tanto y porqué seguimos cada capítulo como si fuese un ritual sanador. 
Nos dejamos conmover por todas las historias, como si se tratara de nuestra propia historia. 
Somos nosotros los que estamos perdidos y estamos viviendo una vida que se asemeja a un purgatorio.Por eso fue esperanzador ver que todos podemos encontrar cierta paz. Ver que todos podemos tener una aventura, develar un misterio y sospechar que hay un destino. Buscamos esa fe. Buscamos resolver nuestros conflictos a través del tiempo: el tiempo que a veces es lento y, a veces, demasiado rápido. Y que está tan ligado a la existencia que es imposible despegarlo de ella. Amamos en el tiempo y desesperanzamos en él; y lo cierto es que deja de ser lineal cuando importa lo que sentimos. El paso del tiempo ensucia cuando limpia.

De nuevo, insisto en que enfrentemos ese ejército de cosas que avanza contra nuestra esperanza, de lo contrario, nos vemos en el avión...





miércoles, 10 de octubre de 2012




Frente al mar. ¿Qué más se puede decir? 
Creo que soy feliz. No tengo preocupaciones. 
Solo puedo estar agradecida. Agradecida de estar acá. 
Nunca en mi vida me sentí agradecida, pero no porque las cosas siempre hayan sido malas, sino, al contrario,  porque nunca tuve conciencia de que las cosas no tienen que estar bien necesariamente.Y en algún momento, no lo estuvieron.
Esa energía del movimiento de las olas que van y vienen me llega hasta la cara algo colorada y renegrida. Esa sensación de calor, que vuelve cuando salgo de la ducha, se aleja con el viento.

¡Por favor! ¿Qué hago anotando estas cosas? Listo: hoja arrancada, hoja arrojada al mar.
Lo que me gusta de este verano loco es que apenas puedo escuchar mi voz.
Mi familia, compuesta de aquel grupo improvisado que terminó el año conmigo, y mi amiga, y la amiga de  mi amiga se fueron. Finalmente, he quedado sola, lo cual tiene mucho sentido porque mi viaje era un viaje en soledad. ¿Cuánto estuve sola? Nada. Saben lo poco que sé sobre mantener firmes las ideas...

Realizo el camino de siempre por la arena. Es la primera vez que camino sola por la playa de noche y, pese a las advertencias de la dueña del hotel, que ya no sabe qué hacer conmigo, salí sola en la oscuridad. Sobrevuelan las leyendas, que no sé si podría llamar "urbanas", sobre una droga que desmaya a las chicas.
Más que marihuana, no vi otra droga en el pueblo. Y hasta hoy, puedo referirme solo al verbo "ver".
Mientras paso por los hoteles playeros me cruzo con la gente joven, los dueños de esta tierra de milagros naturales, de posibilidades infinitas. Algunos me ofrecen tragos, otros solo saludan; otros hacen lo que estaban haciendo y apenas me ven como un títere negro vestido de blanco que se desliza por la arena.
Antes de llegar al pueblo, advierto que una sombra viene siguiendo mis pasos, como perro guardián de historias provincianas que desaparecerá en cuanto yo haya llegado a destino. Pienso en las advertencias, pero lo cierto es que varias sombras nos rodean. Parece que nadie hace caso a las advertencias. Por las dudas, impongo una distancia razonable.
Este ángel que reproduce mis pisadas, metros atrás, es más alto que yo y más delgado. Tiene el torso desnudo, y dos lazos negros lo hacen acreedor de una supuesta mochila. Y todo esto logro verlo con la pupila torcida hasta el cachete, porque prefiero no girar la cabeza y amenazarlo con una mirada fija.
De refilón y por casualidad, detecto una especie de cuerno que le sale de la cabeza. Sospecho que este ángel podría ser un demonio. Me río.
Él se ríe.
Ahora me detengo y él llega hasta mi lado.
Ariki es de la isla de Pascua y vino a Montañita en busca de aventuras espirituales. Me pregunto si ha logrado algo de eso... Yo creo que debería haber pensado en otro lugar para su retiro espiritual.
El cuerno en verdad es una especie de pluma que corona su rodete perfecto del perfecto pelo negro. Envidio ese pelo que, suelto, llega hasta la cintura. Empiezo a extrañar mi larga cabellera...
No nos hablamos, pero nos hacemos compañía.
Una vez en el pueblo, Ariki va hacia la izquierda, y yo, por inclinación natural, hacia la derecha.
Camino varios pasos, durante algunos minutos, esquivo adolescentes y jóvenes agrupados, miro los puestos que venden tragos, extraño de a ratos a la gente que pasó estos días conmigo y sigo sola.

Tres Mojitos después, bailo con todos los grupos y con ninguno, me río y digo cosas trascendentes a personas intrascendentes en mi vida. Pongo en práctica las palabras que aprendí y grito cosas como "Chucha", "Chuchaqui", "Vergación": todo, claro, sin sentido alguno. 
Si alguien me viera desde cierta objetividad, me encontraría algo distinta a la masa humana que reposa de pie en las calles, que sale en manadas de los hoteles y que trata de entrar a los precarios boliches. Y que sale a los minutos. Y pide que les sellen sus manos para volver a entrar. Nadie se queda en un lugar aquí. La idea es el movimiento. 
Somos como esas olas. 

Mi atención se detiene en una ronda de gente que salta. 
Pasa algo increíble: por primera vez en la historia de Montañita, todos apagan la música. Pero la música nunca muere. Un chico que apenas tiene veinte años  reproduce, con algo parecido a un tambor, temas de música electrónica. Se convierte en nuestro Armin van Buuren.
Ese ritual pagano nos convierte en esclavos y, finalmente, todos bailamos lo mismo. Así de fácil era.
Como producto de ese baile masificado -o por mera casualidad- el cielo explota y la lluvia regresa. Podríamos ser los últimos sobrevivientes del planeta, pero nuestros gritos son tan fuertes, nuestras risas tan potentes que creemos que nuestra energía llegará a cualquier lado del planeta. Nos sentimos parte de algo que no podemos explicar, y no hay nadie que sea feo en este lugar. Esto es este pueblo, y esto digo cuando digo que todo puede pasar.
Todos somos extraños y fríos en nuestras ciudades, pero acá no somos más que lo que somos: seres humanos imperfectos que buscan la felicidad. Yo soy el ser más afortunado que existe en el mundo: dejé la idea de felicidad en el ropero de mi casa y no sé que quiero.
Entre las caras distingo una que conozco y, en mi estado de ebriedad, emprendo un acercamiento impulsivo. Me detengo pasos después porque se trata del hombre que durmió conmigo en año nuevo.
Como ninja, desaparezco en medio de mi propia nube de humo y le bailo a nuestro Armin ecuatoriano.
Cuando salgo un poco del centro de escena, ahí tengo otro encuentro, pero esta vez se trata de alguien a quién me acercaría.

No trae la guitarra. No tiene remera y sus pantalones sueltos y coloridos casi reflejan todo lo que es. No logro disimular que mis ojos lo recorren. 
Su cara refleja una suerte de curiosidad por saber qué pienso cuando pienso y lo miro de esa forma. Me sonríe, y los dientes grandes y blancos resaltan en su cara bronceada. Creo que no puede ser más perfecto.
Como por impulso toco mi pelo, pero mi pelo ya no está ahí.
Me saluda. Abro la boca para decir algo genial. Es la primera vez en todo el viaje que deseo hablar de esa manera con alguien. Solo digo: "Hola". 
Sigo caminando y me arrepiento. Me detengo metros después. 
Me doy vuelta y él también. Vuelve hacia mí. Mi corazón empieza a latir en el pecho. Trato de que mis ojos se vean bonitos. 
Él llega hasta a mi lado.y sigue de largo -sí, sigue de largo-. Un grupo de chicas, que estaba delante de mí, lo saluda. Se conocen, se abrazan a él. 
¿Y yo? En el preciso instante en el que advierto que yo no era su objetivo, miro hacia un costado, veo al tano y lo saludo. Salgo triunfante de la situación.
El tano cree que ha ganado algo. Pero dejo pasar unos minutos y desaparezco como ninja. Otra vez.

¿Y ahora? Media hora después, me encuentro con Ariki.
Bajo a la playa a su lado y caminamos hacia el hotel. Trato de ver algo más allá del mar, pero es como si no hubiera un más allá. Ahora ya casi no hay nada de viento, y Ariki promete que mañana el sol volverá a aparecer.
Nunca supe bien dónde paraba mi nuevo amigo, pero, siempre que me acompañaba, seguía de largo. Me pregunto qué lugar habría más allá, porque solo estaba el morro que marcaba el límite. 

Bajo esta iluminación leve veo sus huellas en la arena, que siempre se alejan. Las mías terminan en esta escalera. Mañana será otro día.






- ¿Cuánto más vas a esperar la respuesta milagrosa a un mensaje obsoleto?
- Hasta que sea absurdo...
- ¿Y después?
- ¿Alguna vez escuchaste hablar del salto de fe?


viernes, 5 de octubre de 2012

Delicate

Se había distanciado de ella misma... ¿o acaso se había ensimismado demasiado? Hacía días que no vivía la vida que era suya, como si alguien la hubiese vivido, padecido por ella.
Pálida y frágil, simple y compleja se había alojado en una cavidad de su propio espíritu, hueco inaccesible, y ahí estaba, perdida en alguna fantasía infantil que nunca se realizó, buscando un faro que la guiara. Con los ojos empañados, la visión de afuera entorpecía los movimientos internos.
De todas formas, Ana tuvo la fuerza para levantarse y acomodar el vaso caído. Si seguía dando vueltas sobre el asunto, todo, vivir o morir, sería impensable. Lo mejor era terminar ahora.



Me encanta verla sonreír. Me recuerda a la vida sin pensamientos enroscados, me suena a nuestras vidas adolescentes de tardes avellanedenses de Chocolinas, café y soda; programas que ni mirábamos ni escuchábamos.. 
Muchos años después, veo a Cata sonreír como sonrió tantas veces en el pasado. 
Creo que él le gusta mucho. No lo vio tantas veces, ni ella piensa tanto en él, pero al día siguiente a sus encuentros, está llena de paz y energía. 
La acompaño y no le saco mucho el tema, porque sé de la presión que podemos ejercer los demás y, encima, las historias no son lo que eran. Hacemos trivialidades, las pavadas de siempre, porque ella se quiere medir. Aún no llega a ese punto en el que las cosas no se hacen fáciles, a ese punto al que es mejor llegar de a dos porque sino, uno la pasa mal. 
Encontramos que la manera de preservarnos, de cuidar esta energía, consiste en agarrarnos entre nosotros, los que estamos, tomarnos las manos y esperar el momento indicado para el "salto de fe". 
Ese término ronda mi cabeza desde mis días facultativos. Yo estudié filosofía. Podría haber estudiado paleontología, o cualquier carrera sin salida laboral, ya que mis talentos no suelen ser eficaces en el mundo. Puedo recordar el nombre más largo que le pusieron a un dinosaurio, y puedo grabar al instante en mi mente los momentos musicales de películas, pero, sin embargo, no sé cómo moverme en el mundo  concreto: no entiendo de economía y, cuando me explican, necesito que me repitan los términos cuatro veces. 
También sospecho que tras la sonrisa de Cata hay esperanza y miedo. Preveo intensidad y que esta batalla contra el tiempo y el mundo en relación a la posibilidad del amor será difícil, pero la llevo de la mano. No voy a soltarla hasta que me avise que debo hacerlo, hasta que me diga: "Lola, estoy decidida". 

Mis particularidades me están simpatizando más que nunca y son tan simples que no merecen explicaciones: despertar el sábado a la mañana y comerme una naranja. Salir de la cama sin la angustia del año pasado; hasta creo que ya no le temo a lo que temía. Después, el café enorme llena mi casa con su aroma; afuera ya hace frío. La temperatura no deja de bajar y me visto enseguida. Nada echa hacia atrás ese deseo de salir a andar en bicicleta. Nada quita las ganas de llevar mi cámara de fotos conmigo y, más aún, creo que mis fotos son cada vez mejores. 
Me pongo los guantes a veces; otras veces los olvido y llego con las manos coloradas por el viento cruel, pero nunca vuelvo atrás. 
Recién cuando llego a la bicisenda, me pongo los auriculares enormes y escucho música. Empiezo a convertirme en una figurita repetida de Palermo.
Así es como yo recupero mis rutinas saludables. 
Si logro hacerme del tiempo suficiente, antes de salir, dejo preparado el almuerzo: las verduras limpias, prolijas en el plato, como una paleta llena de colores, y el pescado, guardado en la heladera. 
Pero no me exijo tanto, y si no logro hacer todo rápido como para no perder la mañana, me conformo con unos fideos con queso.
Parece mentira que alguna vez haya temido a la velocidad de mi andar, y no entiendo porqué me preocupaba que todos vieran mis logros y mis posibles accidentes. Quizás, ya no tengo vergüenza de ser yo, con mis grandezas y mis miserias.
Con suerte pienso poco, pero seamos realistas: soy yo.
Pienso en todo lo que quisiera escribir, pienso en la gente que quiero y extraño, y a veces vuelvo con el irrefrenable deseo de comunicarme con amigos que tengo olvidados, vuelvo con ideas creativas, con nombres de pelis que no vi y quisiera ver. Sueño con cantantes, con escritores, con los viajes. Recuerdo los mejores momentos de mi vida. 
A veces, pienso un poco en el belga, porque fue reciente, pero lo cierto es que ningún hombre me tiene. Me pregunto si quiero que alguien me tenga. Me río, canto, cierro los ojos, miro el lago. Me conozco, no voy a responder eso.
Por un momento, todas las cosas que quiero hacer se vuelven fáciles: como si hubiera relación entre montar una bicicleta y buscar un trabajo en el que pudiera crecer, o entre tirarse de cabeza a la pileta y confiar en que cuando uno tira esos mensajes de amor al universo, en algún momento, en algún punto, en algún lugar, alguien responde. 
Solo puedo decir que en este momento de la vida, finalmente, respiro. A veces huelo que podría hurgar en la tristeza, pero vuelvo a mi centro, como si ya hubiera aprendido mi camino a casa; como si yo ya fuera mi propia casa.
A veces me enojo porque las ruedas pisan caca; a veces me raspo, a veces tengo que frenar cuando no quisiera.

Esa mañana en particular, iba riendo de mí misma. Podría haber soñado con este momento, pero esas cosas no suceden hasta que lo hacen.
Me crucé de frente con alguien y creí reconocerlo. Me di vuelta, confiando en la agudización de mis sentidos que me permiten saber de antemano que no hay nada frente a mí.
Él giró la cabeza y me miró. Nos seguimos con la vista mientras nos alejábamos, hasta que, decididamente, clavé los frenos. Él lo hizo también. Paramos de manera abrupta porque ambos íbamos rapidísimo. Yo me desestabilicé pero logré apoyar los pies en la tierra y no caer. 
Hicimos marcha atrás sin abandonar las bicis, pero sin subirnos a ellas. Cuando estuvimos a centímetros, nos abrazamos.
La última vez que me vio, había sido en las islas Galápagos.
Ahora me encontraba sobre el cemento, me encontraba urbana. Me miró de arriba abajo y se sonrió, le causó ternura mi desprolijidad. 
El día que lo abandoné en una de las islas, creí que nos íbamos a ver acá; creí que quizás nos gustábamos y que habría idas al cine, cenas, bares y, finalmente, un beso, ese que nunca me dio en las noches playeras del lugar mejor guardado del mundo. Sin embargo, su respuesta llegó con frialdad y nunca hubo tiempo para mí. 
Yo dejé de pensarlo, pero ayer, mientras cenaba con Cata en casa, le hablé de él. Una cerveza después, le escribí un mensaje en Facebook, mensaje que él nunca había leído. 
No le conté esta última parte, pero algo en este año me está resultando tan sospechoso... ¿acaso hay línea directa con el universo?

Nos despedimos varias veces hasta que, con todo lo aprendido, me hice la mujer de tiempo preciado y ocupado.
Quedó una promesa de encuentro.

Lo creí. Esa promesa me deparó una semana aún mejor que las que vengo pasando. Quizás los mensajes de amor al universo llegan. 
De todas formas, la trama es tan complicada que se vuelve frágil.