Dicen que no son muchas las cosas importantes que se aprenden en la vida.
Rebelde y adolescente decía que en verdad hay muchas cosas por ver, muchas cosas por vivir y, sobre todo, muchas cosas que nos dejarán enseñanzas. Eso dije a mis ventitantos, cuando un sentimiento de omnipotencia acompañó mis días. Supongo que era necesario y no lo condeno.
Pero el tiempo avanza sobre nosotros, y descubrimos que sí, hay muchas cosas por aprender, pero que, en definitiva, se resumen en pocas.
Básicamente, la primer enseñanza es la más chocante: sé humilde, porque solo de esa forma vas a aprender a aprender. Y más allá de la cacofonía osada, esta se convierte en la capa más profunda, la que sostendrá todo el hormiguero que construimos encima.
Cada capa depende de la otra y se encadenan tan íntimamente entre ellas que nace la relación más importante del universo, la más sólida y estable: la de causa y consecuencia.
Lo segundo más intenso que vas a aprender, la verdadera planta baja, es a asumir las consecuencias de tus actos. Esto solo sucederá cuando hayas aprendido en humildad cuáles fueron las causas de tus elecciones.
Tercero. Primer piso de nuestro trabajo de obreras: perdonate. Reconocé por tu humildad que algo seguro en la vida finita e imperfecta es que te vas a equivocar. Habrá quienes no lo vean, quienes te pongan mala cara y quienes lo reprochen toda la vida. De hecho, vas a reprochar cosas a muchos durante toda tu vida. Pero no, perdonate y perdoná, el tiempo es demasiado apático como para detenerse en tus propios sentimientos. Y te recuerdo, nadie es el centro del universo.
Como un animal de cuatro patas, por la fuerza de cuatro veces cuatro y en cuarto lugar, poné límites. De la manera más dulce y sana, o como una fiera de la sabana africana si es necesario. De esa manera, vas a tener poco para perdonarte y perdonar. De esa manera vas a tener las relaciones más sanas de tu vida. Las más transparentes, sinceras. Y sobre todo, ponele límites a tus pensamientos y emociones, porque muchos vendrán desde un centro confuso de caos para complicarte la existencia.
Sin embargo, estate preparado para ir más allá de los límites en función del amor, para saber en qué momento de emergencia emocional uno debe cruzar la barrera. Pero tenés que regresar. Regresá por vos mismo siempre.
Lo más difícil que aprendemos es a amar bien. Una vez que hayamos cumplido con todo el trabajo, podremos salir del hormiguero y ver la luz. Podremos darle a otros nuestra mejor versión y recibiremos la de ellos, en un intercambio sin mediadores, sin planteos, sin exigencias. Un intercambio real, espontáneo, natural. La diferencia con todo lo otro lo vas a ver cuando esta forma de amor esté sucediendo. Recién ahí vas a entender esa sutil diferencia.
Un detalle: no esperes que esto sea estable, preparate para trabajar todos los días como si fueras una hormiga. Animate de vez en cuando a dejar que todo se venga abajo, porque solo entonces vas a comprender la riqueza de esto: el dolor entrará por cada hueco y por los pasillos, inundará las cuevas, y verás cómo tus propios colosos tambalean, porque no estamos hechos para cargar mundos. Verás como los muros sangran una y otra vez. Dejá que la angustia y la ansiedad te hagan llorar, pero no dejes de hacer: andá al supermercado en lágrimas de fuego, pero no te olvides de cuidarte.
Otra cosa: te deseo suerte. Fuiste embarcado en la misión más difícil de la historia: ser feliz.
http://www.youtube.com/watch?v=YNzbq--GAYA&NR=1&feature=endscreen
- A veces, solo hay que dejar de pensar en todas las cosas. A veces, no hay nada más que les puedas agregar -dijo Santi-. Y terminar algo cuando termina. Dejarlo como está...
Intenté en vano toda la semana conectarme con mi centro.
Insomnio, pensamientos recurrentes sin salida, sin claridad. Todos razonamientos abiertos que me hacen girar en mi eje, como si no quisieran que viera hacia algún punto, como si no me dejaran mover.
Mi bici me grita desde la cocina, y como puedo, corro, me agacho y gateo a través del living; una mano gigante sale de mi habitación y trata de arrojarme a la cama, pero quedo aferrada al marco de la puerta. Sí, la misma imagen de la gata que tuve cuando era chica y de su primer baño: ese animalito tan chiquito y dulce que fue mío aferrado a los azulejos, con los pelos erizados, tratando de no tocar el agua.
Y el desfile. El desfile de todas las personas que me quieren, y sus diálogos.
Y de fondo, la imagen de una madre enterrando a una hija: la imagen de una Ana que se salió del tiempo. Que no se aguantó un "no sé que vendrá, pero creo que no era lo que pensaba".
- Las armas... - Eso dijo Juampi.
- El año me la dió -confesó Sol.
- No puedo creer que no le guste más. ¿Me puedo hacer un Fernet?
No sería Cata sin un Fernet.
- La vida es ahora... -sostiene mi hermana y suena a una persona más adulta que yo.
- Hola, ma -digo, cuando llego a su casa. Ella me abraza y trato de esconder que puedo llorar en todo momento y a toda hora. No logro esconder que estoy en jaque. Que no me cuesta nada volver a ser la persona de mi primer escrito. Volver a perder cierto sentido y tardar meses en encontrarlo. Podría, conozco ese camino.
Mis cosas -esas que suenan graciosas- pueden cobrar un matiz trágico si sumo malos momentos.
- No -dice mi hermana. Se ríe.
- El tiempo lo va a llevar lejos de mí -afirma Cata y toma su vaso-. No. El tiempo me va a llevar lejos de él. Todo lo que hice, fue por amor.
Por primera vez, levanto la cabeza y la veo sonreír. Por primera vez, levanto la cabeza...
- Vamos a volver reír algún día -me grita Sol, mientras corre por mi jardín para llegar a su auto-. No. Vamos a volver a reír mañana.
Me río porque ya son las doce.
- Lo que nos diferencia de Ana son las armas... -sostiene Juampi mientras me sostiene en brazos-: Las armas que tenemos para salir de nuestro dolor, de nosotros mismos cuando nos enroscamos.
Por primera vez en la semana, creo.
Llego a la cocina, agarro la bicicleta, abro la puerta y salgo a pedalear. El sol me da en la cara y siento el aire sin humedad; el jardín, lleno de colores primaverales y el panorama de todos los verdes posibles tiñen mis ojos. Veo, porque queda algo más que el dolor.
Esos caminos que conozco de memoria, no. Mejor, los otros.
- No son necesarios los pensamientos ni las palabras. Las cosas suceden -dice Santi-. No hay más que podamos agregar.
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