viernes, 24 de mayo de 2013

Come down easy

http://www.youtube.com/watch?v=TEn2cBKT6lY

Adictos a las sorpresas. De una tarde como estas tardes de otoño en las que el sol seco se puede combinar con viejas penas y hacerlas llevaderas. Tomar el dolor y llevarlo a todas partes con nosotros, y olvidarlo en un lugar, un día, sin que nos demos cuenta. 
Podemos ser la tristeza de nuestro presente doliente y, sin embargo, ser esperanza de esa tarde que se hace noche y se diluye en las risas de los amigos.
Y bendita esa relación: la de la amistad. Y el viejo sueño lejano que trae el viento que habita bien en lo profundo de cada mirada. Si todos los sueños secretos se pusieran en las mesas de los bares, sólo habría bares de alegrías. Todas las cosas que nos hicieron felices, cada momento impregnado en vivencias que saltan a la memoria a través de lugares y de paradas de colectivo, se materializarían en la magia que sólo puede tener el realismo. 
Abrirse a las sorpresas es un privilegio, uno de esos que sólo puede obtener un realista. Porque el mundo nos dice que nada sabemos de él y que los hechos se encadenan más allá de lo que podemos controlar. Cuando soltamos ese control, nos pegan las casualidades.
Dejar ir papeles que condenan, hábitos obsoletos que nos llevaron a nada, basados en ideas sin importancia, en deseos impregnados sin un sentido. Agarrate fuerte a lo que tiene que ver con vos, porque eso es lo único que vamos a amar. 
Pero, sin embargo, volver y encontrarte es una de las estúpidas ideas que resisten los embates del tiempo. Y el show de nosotros, los estúpidos. 
Gracias a Dios, hay todo un mundo de estúpidos.


Cata critica el abandono al que la estoy sometiendo. Sé que no logra olvidarlo, que el verano en la playa no le fue suficiente, como si algo aún no cerrara en su cabeza. La veo manejar y mirar detenidamente los bares a los que él solía ir. Después me pregunta porqué la miro, se ríe, pero su risa se vuelve amarga. "Quiero ver a Juanchi", me dice a veces. 
Tal vez debería insistir (tal vez debería haber insistido) en que lo olvide, pero hay historias que necesitan vueltas de tuerca, que necesitan morir en acciones, pero, en definitiva, morir. 
Cuando era más chica, leí algo que decía que los amores que nunca se dan, que nunca se manchan, que nunca se marchitan ni se concilian en día a día, son aquellos amores que nunca mueren, porque lo que es joven no muere nunca. Tal vez hay que marchitar, acelerar el pulso hasta que, finalmente, todo dé lugar al silencio, a la lejanía de acción, al cese del movimiento, a la muerte del deseo.
- Contame del tarado ese -me dice, mientras le da una seca profunda a su cigarrillo maltratado.
Se refiere a Rodrigo Garay.

Le digo poco, porque estoy en el momento en el que las vivencias son más profundas que el recuerdo de ellas. Le podría decir que apenas nos vimos en la segunda cita nos besamos, que nunca retrocedimos y que nunca hubo que empezar de cero hasta llegar al momento del beso; que cada mañana recibo su mensaje de "buenos días" y él recibe mis "jajaja", que me manda canciones y yo le mando curiosidades, que  lo escucho hablar de su hijo y logra que esa dimensión, desconocida para mí, no sea la dimensión enemiga; que me conmueven sus historias y a él, mis confesiones. Que creo que se está enamorando de mis detalles. Que aún no conoce mi casa, pero yo sí la de él. Que me encanta cómo quiere a los suyos y hasta me motiva a expresarme con los míos: pregunta el nombre de cada integrante de mi familia: me cuida, me presta atención, escucha detenidamente cada palabra que digo y la hace suya y la usa en sus propias palabras. Que sólo nos vimos cuatro veces y ya pasó todo ésto. Y en una semana. Que todavía no estuvimos juntos (si sabe a qué me refiero).
- ¿Ya garcharon? -pregunta Cata y me saca de ese ritmo privado. 
- No. Y la pelotuda ya está enamorada -dice Santi, que se asoma desde el asiento de atrás. Me quedo mirándolo con los ojos como huevo, sorprendida por casi haber olvidado que él estaba ahí , sorprendida porque responde por mí, sorprendida porque a veces padezco por mi exceso de exposición. 
- No diría enamorada -contesto, entre enojada y (de nuevo) sorprendida. 
- ¿De dónde salió ese Rodrigo? -pregunta Cata, sin dejar de prestar atención a la gente amontonada en la puerta de los bares.
- No me acuerdo.
- ¿Vos sos demente? ¿Vas a tener sexo con alguien que no conocés? -me dice ella de manera exagerada. Me hace todas las preguntas que yo no me hago. 
- Dice él que nos conocimos hace diez años... De alguna manera, lo tengo en Facebook. Y dio la casualidad que me lo crucé el año pasado... una vez que iba en la bici y choqué contra un árbol. Él me levantó.
- Diez años ¡Qué viejos somos...! -contesta ella. Su única observación. 
- Pero no me acuerdo bien lo que pasó... Parece ser que nos juntamos en una casa, en esa época lo hacíamos mucho, salimos, creo que estabas vos también, Cata. Me iba a contar, pero siempre nos distraemos y terminamos hablando de cualquier otra cosa...
- Y la boluda ya está enamorada.
- Santiago, basta. Estoy encantada, no enamorada. 
- Hoy a la mañana me llamaste y me dijiste que tenías una noticia increíble. Y ahí me dijiste que estabas enamorada, chiquita. 

Me perdí en mis pensamientos mientras miraba la noche a través de la ventana, recordé la charla. "¿Encontraste un bar en el que pasan buena música? ¿De esa que nos da ganas de pararnos en las mesas y bailar?", respondió Santi, esta mañana, cuando le dije que tenía una noticia increíble. Probablemente puse la misma cara que había puesto al mirarlo sorprendida... ¿Cómo hace esas conexiones extrañas?
Le dije que estaba enamorada, o, más justa aún con la verdad, le dije que no lo había llamado porque había estado muy ocupada enamorándome (Santi tenía razón, yo lo había dicho). Pero lo cierto es que suelo ser exagerada a la mañana después de andar en bicicleta.

- Dejala que disfrute lo que le está pasando... Ustedes son terribles - Ese era Dany, amigo de Santi, que estaba acongojado en el asiento de atrás y quién también había olvidado que estaba... Debo estar borracha. O peor, debo estar enamorándome. 
- ¿Y por qué no está con nosotros...? ¿O por qué vos estás acá con nosotros? -insistió Cata.
- Porque los extrañaba...
- Dale.
- Porque tenía salida con su hijo.
- Vayamos acá -gritó Dany de la nada y saltó como un niño. Tocó la cabeza de Cata y la hizo poner violenta.
- Bueno, bajemos acá, pero esperá a que pare. El otro día te tiraste del auto... Vos estás loco.

Me acostumbro a las caras de ese boliche-bar cuando entramos. Y mientras busco con mi mirada una mesa cercana a la puerta, Santi huye al baño.
Veo un mensaje. Pasé varias veces por este momento: miro la pantalla, espero que vuelva la luz y veo su origen, y deseo... deseo que sea el mensaje que espero, pero siempre con un dejo de miedo, de desesperanza. Últimamente, soy una exitosa de los mensajes y este es, efectivamente, de Rodrigo. Un mensaje de "Buenas noches".  Pero no me sonrío. Me quedo quieta. 

Quiero decirme que soy feliz, pero sólo puedo preguntarme qué quiere él, porqué (me) hace ésto. Una sensación se deposita en el estómago: "¿Qué estoy haciendo?", me digo. Trato de decirle a Cata que estoy mal de la cabeza, que debería estar contenta, pero no es así...

Y en ese momento, la mano de Cata se clava en mi brazo, paraliza mi voz. Me aprieta tan fuerte
que me hace enojar. Como si eso fuera poco, se tira atrás de la mesa, llevándome con ella: casi caigo, pero me mantengo agarrada de la silla mientras la sostengo, o mejor dicho, mientras ella no me deja otra opción que la de sostenerla.
Miro hacia el punto al cual había mirado y detecto una cara que conozco mucho, pero no de la vida real. Es una cara que yo había mirado por horas en las fotos, una cara que nos mira y se acerca, se abre paso entre la gente.
- "Kate" -le dice.
 Juanchi.
Mi corazón late como si fuera la involucrada en esa historia que ni siquiera me pertenece. Santi viene hacia nosotras, pero lo ve, lo reconoce y se desvía.
Cata finalmente asoma de los abismos: su perfil claro se ilumina a medida que sube. Se para nerviosa, me mira, amaga a presentarnos, pero las palabras no salen.
Rápidamente repaso sus sueños: comprendo que poner demasiado en un deseo inmediato y que este suceda coloca en él una carga irracional. Casi puedo ver cómo todo el cuerpo de mi amiga responde a ese llamado misterioso, cómo se acopla a este evento sorpresivo. 
Digo alguna pavada que la trae a la vida y me muevo para darles espacio y soledad. Me deslizo hacia Santi, tentada por la simetría a la que nos somete a veces el universo.
Los vemos interactuar, nosotros en silencio. Es muy clara la atracción entre ellos, atracción que se había mantenido intacta por seis meses y, tal vez, que había cobrado fuerza en el misterio en el que nos convierte para el otro ese tiempo. Las manos se buscan en cada ocasión, las miradas se llaman, incluso cuando él no deja de mirar hacia dónde estamos nosotros. 

No recuerdo cuánto tiempo pasa. Pero sí recuerdo que esto ya me pasó a mí...
Una chica parte desde algún punto, nos atraviesa a Santi y a mí (a mí me mueve de mi lugar) y llega hasta ellos: empuja a Juanchi con la violencia suficiente como para alejarlo de nuestra amiga.
- ¡¿Vos te crees que yo soy boluda?! -le grita. Él mueve las manos dando explicaciones que sólo Cata puede oír. No lo miro a Santi, pero sé que camina hacia ellos con los mismos pasos con los que camino yo.
Y ahí está Catalina: paralizada, mirando hacia la puerta. Juanchi se aleja con esa chica, sin siquiera darle una explicación a mi amiga que huye hacia la puerta.
Santi y yo la perseguimos. Abandonamos a Dany, pero, después de todo, él es adulto. Lo entenderá.


Todo fue silencio después. Me pregunto porqué nos olvidamos que ya pasamos por esto, ¿acaso debería ella también llenarse la puerta con papeles que digan que cuando algo no nos cierra, tal vez, se deba a que simplemente no se ajusta a lo que buscamos? 
La luz sigue siendo la misma esa noche, entra por la ventana y se funde con el silencio. El espacio se hace perfecto y la iluminación es lo único que se atreve a irrumpir.
Tomo fuerzas de la nada y hago lo que todos quieren pero nadie se anima: prendo la radio. Gracias a Dios por la música, la música en un auto, cuando la noche ya se hace fría.
Adictos a las sorpresas, a las buenas y a las malas. Lo irreal se nutre de estas últimas.



Miro mi celular, tratando de adivinar los deseos de Rodrigo a través del aparato. Y de encontrar alguna pista en las palabras, en las letras. Me estremece pensar que esta oscuridad nace en el momento en que doy forma a este mal inminente: los dolores están a la vuelta de la esquina, los golpes, como el que mi amiga había recibido esta noche, ya me doblegaron con fuerza en el pasado. Alguna parte de mí quedó prendada de malos tragos y necesita mirar hacia abajo, controlar los pasos. Esa oscuridad comienza a apoderarse de mí. La mano de Santi descansa, de pronto, en mi hombro, como si pudiera ver la cantidad de imágenes que se suceden y se golpean en mi cabeza.
Para mi sorpresa, llega un mensaje más. 
"Hermosa, seguro estarás por ahí con tus amigos. Quería decirte que te extraño y desearte buenas noches otra vez".
La oscuridad se enoja más. Me vuelve un animalito indefenso y peligroso. Y Rodrigo parece no entender que mi yo más turbia y más densa me dice al oído que nunca olvide que lo que empiezo a querer se aleja de mí.
Vuelvo a depositar los ojos en la luz.
- Dejá que esa idea se vaya... -dice Santi al aire. Se refiere a Cata, a mi, a los miedos, al pasado.








jueves, 23 de mayo de 2013

Soy tu necesidad de libertad.

Cuando todo parece indicarte la dirección contraria,
cuando entendiste que el camino por el cual debés transitar
es el que no atraviesa tus deseos y te trae noches de insomnio.
Y el camino que te lleva lejos de ese lugar, ese lugar que ya sabés y tanto te gusta, se ampara en universales catastófricos, en dragones prehistóricos y en palabras de sabiduría neutra.
Construiste un mundo alienante que te cargás a tus espaldas.
Porque hay algo heroico en los actos matutinos de pasos que te llevan al mismo espacio,
con personas que ves pasar una y otra vez momificadas en el tiempo.
Una pisada distinta te depara soledad...

Y sin embargo, tenés tus contingencias sagradas,
los momentos que se suman...
Esos momentos que nunca viste venir, que nunca catalogaste, nunca convertiste en mandamientos congelados. Vivos como tu devenir constante en un día no planeado, mientras el mundo se mueve sin que lo cargues, las cosas se caen aunque las persigas. No hay proyecto ni amor que soporte los embates del tiempo, ni reflexiones treintañeras que aseguren que todo va a estar bien.
No profeso los pasos heroicos ni un abandono en la nada infinita.

Profeso la bondad de las contingencias,
noches sin sentido absoluto,
un salto a salto de querellas sin importancia.
Un cigarrillo. Un vaso de agua.
Y descansar como semidioses.
Abrazados en nuestra propia necesidad de libertad.









viernes, 17 de mayo de 2013

This magic moment

- Necesito que me lo cuentes de nuevo -dice él.
Estoy en una cita. Y mi cita quiere saber sobre la cita que no fue.
Ya llevamos tres tragos encima así que las cosas son sueltas, fáciles.
- Ya bastante tengo con las cargadas de mis amigos...¿Vas a seguir tomando?

Rodrigo Garay se termina su Negroni. Le hace una seña a la moza porque prefiere volver a la cerveza.
- Contámelo como lo contarías en un cuento. Sé que te gusta escribir, veo tus publicaciones y me río mucho...
No me pareció un mala idea. Tal vez era la forma más catártica de confrontar la situación.

- Bueno, había esperado ese momento por más de un año, y sucedió: Pablo me invitó a salir. Estuve pintándome un buen rato y hasta me puse tacos, lo cual marcaba una diferencia, yo nunca uso tacos, pero era una cita... Me pasó a buscar en su auto, me regaló un libro. Le di un abrazo y se puso nervioso... "Señal de que le gusto", pensé.
- No te culpo, yo pensaría lo mismo.
-  Fuimos a su pizzería favorita y elegimos pizza de rúcula y jamón crudo. Me preocupó...
- Terminar con rúcula en el diente.
- Exacto. Después surgió el tema bebidas: no quería tomar, porque él no es de tomar...  -digo, mirando preocupada la velocidad con la que desaparece el líquido en la boca de Rodrigo Garay. Sus ojos son sumamente simpáticos y nunca para de reír. Continúo con el relato -: Entonces decidí no tomar, quería igualdad de condiciones, que me viera como una mujer seria.

Rodrigo le sonríe a la moza, y su preocupación hacia la gente me resulta tierna. Empiezo a encontrarlo encantador, pero no es que no haya sido así desde el principio, sólo que comienzo, literalmente, a sentirme atraída hacia él. Sin embargo, no me acerco mucho. Cuido mis movimientos.
Pese a su simpatía, veo que me mira con seriedad, como si realmente hubiese pensado mucho en este momento en el que me tiene enfrente. Cada una de sus palabras está llena de sinceridad y me mira con atención. Sigue el movimiento de mis ojos y no se detiene en las manos; exageradamente se concentra en mis idas y vueltas y hace que no exista más que lo que le cuento.
Por lo pronto, yo sigo contándole lo que me había pasado  el día anterior:

- Ahora empieza lo surrealista... Llega la pizza -y le remarco a mi interlocutor la doble zeta- y me preocupa cortarla prolijamente. Se me ocurren mil maneras de cometer torpezas...Mil maneras de decirle algo incorrecto, a él, a ese hombre casi perfecto alejado de todo lo mundano. Esperé un año este momento. Momento en el que él me pregunta si ando con alguien. Le cuento que estoy sola, lo cual es cierto, esperando al indicado...
- Ay qué tierna -comenta mi cita.
- Él me dice que también. Lo miro seductoramente...Así. - Le muestro a Rodrigo mi mirada seductora-. Pero que nuevamente está en problemas, porque la chica de la que está enamorado y con la cual planeó un viaje es más pendeja.
- Auchhhhhhhhhhh.
- Y se siente algo histeriqueado y siempre hace lo mismo, comete el mismo error una y otra vez... Para ese entonces, Rodri, los ojos empiezan a ponérseme rojos. Te diría que el alma abandonó mi cuerpo, pero no, eso me pasó tantas veces que aprendí a detenerla.
- ¿Lloraste? - Me gustó que siguiera la línea de la seriedad, porque por más gracioso que sea, ese momento no fue un buen momento.
Lo cierto es que en aquel momento -que un día después parece lejano y se disoció de mis emociones- viví el típico quiebre de la mala noticia: llegó enseguida a mi cerebro y la información tomó posesión de mi cuerpo. Me di cuenta cuántas expectativas tenía yo en Pablo, como si fuera la única persona en el mundo capacitada para entenderme, aquella capaz de conectarme con mejores momentos, la única con la que podría ir al cine y hablar horas y horas de datos irrelevantes y de esos recuerdos de cada escena que sólo un obsesivo por la belleza puede tener. Ese quiebre que retuerce el estómago y construye un nudo... no llegó a ese punto. Enseguida entendí la insensatez de todo esto. Yo no tenía ningún sentimiento de ese tipo por esa persona concreta, ese sentimiento tenía que ver conmigo y se resolvía en mí. El resto es anécdota:
- No, no lloré. Subí las piernas a la silla, me relajé y finalmente cedí al impulso animal de comer la pizza con la mano.
- Buena jugada... -dice- ¿Esto vos lo inventás o tu vida es así?
- No sé, tal vez estoy maldita.
- O lo contrario. Creo que uno genera estas cosas cuando tiene un alma muy inquieta, un alma contenta, feliz... Uno sale a la calle con cierta magia y provoca cosas. Espero que algún día puedas controlar ese impulso a tu favor. Pero por favor, continuá.

Puedo decir que me deja algo perpleja. Hace mucho que no tenía este tipo de conexión con alguien. Casi estoy de acuerdo con él, casi creo haber tenido esa conclusión yo misma, pero alguien más puede verlo. Alguien más puede ver a través de mis ojos. Lo siento ansioso por mis detalles y sé que son muchos. Conviene guardarlos, conviene sacar la artillería pesada de a poco.
Sigo con mi relato.

- Ya no me importaba nada. Pero esto no fue suficiente:  me cuenta que se pregunta porqué no puede andar con alguien de su edad, como, por ejemplo, aquella chica con la que se junta para mmmm y con quien tiene mucha piel, pero es sólo eso.
- El príncipe azul es uno más, ponele. 
- Mientras me cuenta esto, yo ya paro a la moza y le pido que cambie mi agua por cerveza. "¿Chica?", pregunta ella. "No, traeme la de litro, por favor".
Rodrigo muestra la mejor de sus sonrisas: esa que estalla en carcajadas graduales, relajada, a la que no le importan las arrugas del costado del ojo. Hace mucho tiempo que no veo a alguien que ría así. De hecho, es simple eco de la alegría que duerme en mí, esa que espera ansiosa por ser despertada.
Me roba el beso que no daba desde el belga. Pero decir que lo roba es injusto. Simplemente nos miramos. Le pido que deje de mirarme y mi cara se acerca, su cara se acerca.

Pensemos en impulsos: en esa extraña posesión de la naturaleza que nos mueve a hacer cosas. Imaginemos cómo, en esa situación, el impulso de estampar mi boca en la suya se hace imposible de evitar. Y así vivo uno de los momentos más cursis de la vida. Me asusta un poco el creer que estoy en un cuento de hadas, de príncipes, de princesas y yo ya no soy el sapo.
- Tenía ganas de hacer esto...
- ¿Sí? -contesto de manera torpe porque tengo una boca en la mía.
- Desde que cruzaste la calle corriendo y riendo. Te hubiese dado un beso.
- Algo querías decirme... - Yo había sabido esto desde antes de cruzar la calle corriendo.
- Tengo un hijo.

¿Qué me pasó? Me pregunto: ¿qué me pasó que no fue relevante entre nosotros?
Supongo que crecí, supongo que entendí que el amor y que las ganas de conocer a alguien son las únicas razones suficientes para seguir adelante. Vueltas que da la vida terminan por romper cadenas sin sentido, y ya a esta altura, pretender que no hubo un intento de otra vida en todos nosotros es simplemente inocente y inadecuado, pretender encontrarnos sin historias es insólito. Amar después de crecer tiene que ver con amar una historia. Atraso y adelanto mi vida y me veo desde diferentes perspectivas, pero algo nuevo se mueve atrás de mis intenciones, algo nuevo opera en mis hábitos. Una liberación de prejuicios.
Mi respuesta a su confesión es un silencio de naturalidad, porque, como dije, yo ya lo sabía. Por otro lado, me iba a permitir la oportunidad de conocer a alguien distinto.


Rodrigo promete que cuando nos veamos (y lo mejor es que sea cuanto antes) va a contarme cómo nos conocimos diez años atrás y todo lo que pasó ese día.
A la mañana siguiente, monto la bici algo dormida y voy en ella hasta el trabajo. Mi energía es muy buena como para ser desperdiciada en el subte. La verdad es que apesto a cigarrillo y a optimismo.
Respiro hondo y me recuerdo que no estoy exenta de las vueltas incontrolables del mundo.
Con toda su atención puesto en mí, Rodrigo hace fáciles mis días por un tiempo.
Lo único que hace que esta historia vaya a ser un pasado es aquello de lo que más cuesta liberarse: los miedos. Los miedos también operaban esos días en mí desde los rincones más oscuros de las historias pasadas. Entre la adrenalina de un beso y de la respuesta del amor ante el amor, descansa ese monstruo que espera colarse en las emociones. Y no se iba perder este momento.















domingo, 5 de mayo de 2013

Podemos hacer la de siempre y tapar y negar.
Negociar un consuelo viejo frente a nuevas amenazas.
O simplemente entender que la historia de nuestros errores siempre estuvo plagada de una enorme capacidad de amor.

Podemos hacerlo distinto y dejarlo salir. 
Reaccionar de otras maneras ante el fracaso y encontrar aquella respuesta que nos vuelva victoriosos.
Y pacientemente, esperar a que los hábitos se acoplen a nuestra naturaleza cambiante.

Podemos patalear, llorar, mentir.
Bajar la cabeza y seguir de largo.
Pero, entonces, podemos entender que cada segundo, cada momento, cada instante de este devenir puede hacer la diferencia.

Plagados de espanto ante el amor y de amor ante el espanto.
Nadie eligió estos mientras tanto que vuelven duros los día a día.

Por suerte, amanezco de buenos aires todavía.