Adictos a las sorpresas. De una tarde como estas tardes de otoño en las que el sol seco se puede combinar con viejas penas y hacerlas llevaderas. Tomar el dolor y llevarlo a todas partes con nosotros, y olvidarlo en un lugar, un día, sin que nos demos cuenta.
Podemos ser la tristeza de nuestro presente doliente y, sin embargo, ser esperanza de esa tarde que se hace noche y se diluye en las risas de los amigos.
Y bendita esa relación: la de la amistad. Y el viejo sueño lejano que trae el viento que habita bien en lo profundo de cada mirada. Si todos los sueños secretos se pusieran en las mesas de los bares, sólo habría bares de alegrías. Todas las cosas que nos hicieron felices, cada momento impregnado en vivencias que saltan a la memoria a través de lugares y de paradas de colectivo, se materializarían en la magia que sólo puede tener el realismo.
Abrirse a las sorpresas es un privilegio, uno de esos que sólo puede obtener un realista. Porque el mundo nos dice que nada sabemos de él y que los hechos se encadenan más allá de lo que podemos controlar. Cuando soltamos ese control, nos pegan las casualidades.
Dejar ir papeles que condenan, hábitos obsoletos que nos llevaron a nada, basados en ideas sin importancia, en deseos impregnados sin un sentido. Agarrate fuerte a lo que tiene que ver con vos, porque eso es lo único que vamos a amar.
Pero, sin embargo, volver y encontrarte es una de las estúpidas ideas que resisten los embates del tiempo. Y el show de nosotros, los estúpidos.
Gracias a Dios, hay todo un mundo de estúpidos.
Cata critica el abandono al que la estoy sometiendo. Sé que no logra olvidarlo, que el verano en la playa no le fue suficiente, como si algo aún no cerrara en su cabeza. La veo manejar y mirar detenidamente los bares a los que él solía ir. Después me pregunta porqué la miro, se ríe, pero su risa se vuelve amarga. "Quiero ver a Juanchi", me dice a veces.
Tal vez debería insistir (tal vez debería haber insistido) en que lo olvide, pero hay historias que necesitan vueltas de tuerca, que necesitan morir en acciones, pero, en definitiva, morir.
Cuando era más chica, leí algo que decía que los amores que nunca se dan, que nunca se manchan, que nunca se marchitan ni se concilian en día a día, son aquellos amores que nunca mueren, porque lo que es joven no muere nunca. Tal vez hay que marchitar, acelerar el pulso hasta que, finalmente, todo dé lugar al silencio, a la lejanía de acción, al cese del movimiento, a la muerte del deseo.
- Contame del tarado ese -me dice, mientras le da una seca profunda a su cigarrillo maltratado.
Se refiere a Rodrigo Garay.
Le digo poco, porque estoy en el momento en el que las vivencias son más profundas que el recuerdo de ellas. Le podría decir que apenas nos vimos en la segunda cita nos besamos, que nunca retrocedimos y que nunca hubo que empezar de cero hasta llegar al momento del beso; que cada mañana recibo su mensaje de "buenos días" y él recibe mis "jajaja", que me manda canciones y yo le mando curiosidades, que lo escucho hablar de su hijo y logra que esa dimensión, desconocida para mí, no sea la dimensión enemiga; que me conmueven sus historias y a él, mis confesiones. Que creo que se está enamorando de mis detalles. Que aún no conoce mi casa, pero yo sí la de él. Que me encanta cómo quiere a los suyos y hasta me motiva a expresarme con los míos: pregunta el nombre de cada integrante de mi familia: me cuida, me presta atención, escucha detenidamente cada palabra que digo y la hace suya y la usa en sus propias palabras. Que sólo nos vimos cuatro veces y ya pasó todo ésto. Y en una semana. Que todavía no estuvimos juntos (si sabe a qué me refiero).
- ¿Ya garcharon? -pregunta Cata y me saca de ese ritmo privado.
- No. Y la pelotuda ya está enamorada -dice Santi, que se asoma desde el asiento de atrás. Me quedo mirándolo con los ojos como huevo, sorprendida por casi haber olvidado que él estaba ahí , sorprendida porque responde por mí, sorprendida porque a veces padezco por mi exceso de exposición.
- No diría enamorada -contesto, entre enojada y (de nuevo) sorprendida.
- ¿De dónde salió ese Rodrigo? -pregunta Cata, sin dejar de prestar atención a la gente amontonada en la puerta de los bares.
- No me acuerdo.
- ¿Vos sos demente? ¿Vas a tener sexo con alguien que no conocés? -me dice ella de manera exagerada. Me hace todas las preguntas que yo no me hago.
- Dice él que nos conocimos hace diez años... De alguna manera, lo tengo en Facebook. Y dio la casualidad que me lo crucé el año pasado... una vez que iba en la bici y choqué contra un árbol. Él me levantó.
- Diez años ¡Qué viejos somos...! -contesta ella. Su única observación.
- Pero no me acuerdo bien lo que pasó... Parece ser que nos juntamos en una casa, en esa época lo hacíamos mucho, salimos, creo que estabas vos también, Cata. Me iba a contar, pero siempre nos distraemos y terminamos hablando de cualquier otra cosa...
- Y la boluda ya está enamorada.
- Santiago, basta. Estoy encantada, no enamorada.
- Hoy a la mañana me llamaste y me dijiste que tenías una noticia increíble. Y ahí me dijiste que estabas enamorada, chiquita.
Me perdí en mis pensamientos mientras miraba la noche a través de la ventana, recordé la charla. "¿Encontraste un bar en el que pasan buena música? ¿De esa que nos da ganas de pararnos en las mesas y bailar?", respondió Santi, esta mañana, cuando le dije que tenía una noticia increíble. Probablemente puse la misma cara que había puesto al mirarlo sorprendida... ¿Cómo hace esas conexiones extrañas?
Le dije que estaba enamorada, o, más justa aún con la verdad, le dije que no lo había llamado porque había estado muy ocupada enamorándome (Santi tenía razón, yo lo había dicho). Pero lo cierto es que suelo ser exagerada a la mañana después de andar en bicicleta.
- Dejala que disfrute lo que le está pasando... Ustedes son terribles - Ese era Dany, amigo de Santi, que estaba acongojado en el asiento de atrás y quién también había olvidado que estaba... Debo estar borracha. O peor, debo estar enamorándome.
- ¿Y por qué no está con nosotros...? ¿O por qué vos estás acá con nosotros? -insistió Cata.
- Porque los extrañaba...
- Dale.
- Porque tenía salida con su hijo.
- Vayamos acá -gritó Dany de la nada y saltó como un niño. Tocó la cabeza de Cata y la hizo poner violenta.
- Bueno, bajemos acá, pero esperá a que pare. El otro día te tiraste del auto... Vos estás loco.
Me acostumbro a las caras de ese boliche-bar cuando entramos. Y mientras busco con mi mirada una mesa cercana a la puerta, Santi huye al baño.
Veo un mensaje. Pasé varias veces por este momento: miro la pantalla, espero que vuelva la luz y veo su origen, y deseo... deseo que sea el mensaje que espero, pero siempre con un dejo de miedo, de desesperanza. Últimamente, soy una exitosa de los mensajes y este es, efectivamente, de Rodrigo. Un mensaje de "Buenas noches". Pero no me sonrío. Me quedo quieta.
Quiero decirme que soy feliz, pero sólo puedo preguntarme qué quiere él, porqué (me) hace ésto. Una sensación se deposita en el estómago: "¿Qué estoy haciendo?", me digo. Trato de decirle a Cata que estoy mal de la cabeza, que debería estar contenta, pero no es así...
Y en ese momento, la mano de Cata se clava en mi brazo, paraliza mi voz. Me aprieta tan fuerte
que me hace enojar. Como si eso fuera poco, se tira atrás de la mesa, llevándome con ella: casi caigo, pero me mantengo agarrada de la silla mientras la sostengo, o mejor dicho, mientras ella no me deja otra opción que la de sostenerla.
Miro hacia el punto al cual había mirado y detecto una cara que conozco mucho, pero no de la vida real. Es una cara que yo había mirado por horas en las fotos, una cara que nos mira y se acerca, se abre paso entre la gente.
- "Kate" -le dice.
Juanchi.
Mi corazón late como si fuera la involucrada en esa historia que ni siquiera me pertenece. Santi viene hacia nosotras, pero lo ve, lo reconoce y se desvía.
Cata finalmente asoma de los abismos: su perfil claro se ilumina a medida que sube. Se para nerviosa, me mira, amaga a presentarnos, pero las palabras no salen.
Rápidamente repaso sus sueños: comprendo que poner demasiado en un deseo inmediato y que este suceda coloca en él una carga irracional. Casi puedo ver cómo todo el cuerpo de mi amiga responde a ese llamado misterioso, cómo se acopla a este evento sorpresivo.
Digo alguna pavada que la trae a la vida y me muevo para darles espacio y soledad. Me deslizo hacia Santi, tentada por la simetría a la que nos somete a veces el universo.
Los vemos interactuar, nosotros en silencio. Es muy clara la atracción entre ellos, atracción que se había mantenido intacta por seis meses y, tal vez, que había cobrado fuerza en el misterio en el que nos convierte para el otro ese tiempo. Las manos se buscan en cada ocasión, las miradas se llaman, incluso cuando él no deja de mirar hacia dónde estamos nosotros.
No recuerdo cuánto tiempo pasa. Pero sí recuerdo que esto ya me pasó a mí...
Una chica parte desde algún punto, nos atraviesa a Santi y a mí (a mí me mueve de mi lugar) y llega hasta ellos: empuja a Juanchi con la violencia suficiente como para alejarlo de nuestra amiga.
- ¡¿Vos te crees que yo soy boluda?! -le grita. Él mueve las manos dando explicaciones que sólo Cata puede oír. No lo miro a Santi, pero sé que camina hacia ellos con los mismos pasos con los que camino yo.
Y ahí está Catalina: paralizada, mirando hacia la puerta. Juanchi se aleja con esa chica, sin siquiera darle una explicación a mi amiga que huye hacia la puerta.
Santi y yo la perseguimos. Abandonamos a Dany, pero, después de todo, él es adulto. Lo entenderá.
Todo fue silencio después. Me pregunto porqué nos olvidamos que ya pasamos por esto, ¿acaso debería ella también llenarse la puerta con papeles que digan que cuando algo no nos cierra, tal vez, se deba a que simplemente no se ajusta a lo que buscamos?
La luz sigue siendo la misma esa noche, entra por la ventana y se funde con el silencio. El espacio se hace perfecto y la iluminación es lo único que se atreve a irrumpir.
Tomo fuerzas de la nada y hago lo que todos quieren pero nadie se anima: prendo la radio. Gracias a Dios por la música, la música en un auto, cuando la noche ya se hace fría.
Adictos a las sorpresas, a las buenas y a las malas. Lo irreal se nutre de estas últimas.
Miro mi celular, tratando de adivinar los deseos de Rodrigo a través del aparato. Y de encontrar alguna pista en las palabras, en las letras. Me estremece pensar que esta oscuridad nace en el momento en que doy forma a este mal inminente: los dolores están a la vuelta de la esquina, los golpes, como el que mi amiga había recibido esta noche, ya me doblegaron con fuerza en el pasado. Alguna parte de mí quedó prendada de malos tragos y necesita mirar hacia abajo, controlar los pasos. Esa oscuridad comienza a apoderarse de mí. La mano de Santi descansa, de pronto, en mi hombro, como si pudiera ver la cantidad de imágenes que se suceden y se golpean en mi cabeza.
Para mi sorpresa, llega un mensaje más.
"Hermosa, seguro estarás por ahí con tus amigos. Quería decirte que te extraño y desearte buenas noches otra vez".
La oscuridad se enoja más. Me vuelve un animalito indefenso y peligroso. Y Rodrigo parece no entender que mi yo más turbia y más densa me dice al oído que nunca olvide que lo que empiezo a querer se aleja de mí.
Vuelvo a depositar los ojos en la luz.
- Dejá que esa idea se vaya... -dice Santi al aire. Se refiere a Cata, a mi, a los miedos, al pasado.