Estoy en una cita. Y mi cita quiere saber sobre la cita que no fue.
Ya llevamos tres tragos encima así que las cosas son sueltas, fáciles.
- Ya bastante tengo con las cargadas de mis amigos...¿Vas a seguir tomando?
Rodrigo Garay se termina su Negroni. Le hace una seña a la moza porque prefiere volver a la cerveza.
- Contámelo como lo contarías en un cuento. Sé que te gusta escribir, veo tus publicaciones y me río mucho...
No me pareció un mala idea. Tal vez era la forma más catártica de confrontar la situación.
- Bueno, había esperado ese momento por más de un año, y sucedió: Pablo me invitó a salir. Estuve pintándome un buen rato y hasta me puse tacos, lo cual marcaba una diferencia, yo nunca uso tacos, pero era una cita... Me pasó a buscar en su auto, me regaló un libro. Le di un abrazo y se puso nervioso... "Señal de que le gusto", pensé.
- No te culpo, yo pensaría lo mismo.
- Fuimos a su pizzería favorita y elegimos pizza de rúcula y jamón crudo. Me preocupó...
- Terminar con rúcula en el diente.
- Exacto. Después surgió el tema bebidas: no quería tomar, porque él no es de tomar... -digo, mirando preocupada la velocidad con la que desaparece el líquido en la boca de Rodrigo Garay. Sus ojos son sumamente simpáticos y nunca para de reír. Continúo con el relato -: Entonces decidí no tomar, quería igualdad de condiciones, que me viera como una mujer seria.
Rodrigo le sonríe a la moza, y su preocupación hacia la gente me resulta tierna. Empiezo a encontrarlo encantador, pero no es que no haya sido así desde el principio, sólo que comienzo, literalmente, a sentirme atraída hacia él. Sin embargo, no me acerco mucho. Cuido mis movimientos.
Pese a su simpatía, veo que me mira con seriedad, como si realmente hubiese pensado mucho en este momento en el que me tiene enfrente. Cada una de sus palabras está llena de sinceridad y me mira con atención. Sigue el movimiento de mis ojos y no se detiene en las manos; exageradamente se concentra en mis idas y vueltas y hace que no exista más que lo que le cuento.
Por lo pronto, yo sigo contándole lo que me había pasado el día anterior:
- Ahora empieza lo surrealista... Llega la pizza -y le remarco a mi interlocutor la doble zeta- y me preocupa cortarla prolijamente. Se me ocurren mil maneras de cometer torpezas...Mil maneras de decirle algo incorrecto, a él, a ese hombre casi perfecto alejado de todo lo mundano. Esperé un año este momento. Momento en el que él me pregunta si ando con alguien. Le cuento que estoy sola, lo cual es cierto, esperando al indicado...
- Ay qué tierna -comenta mi cita.
- Él me dice que también. Lo miro seductoramente...Así. - Le muestro a Rodrigo mi mirada seductora-. Pero que nuevamente está en problemas, porque la chica de la que está enamorado y con la cual planeó un viaje es más pendeja.
- Auchhhhhhhhhhh.
- Y se siente algo histeriqueado y siempre hace lo mismo, comete el mismo error una y otra vez... Para ese entonces, Rodri, los ojos empiezan a ponérseme rojos. Te diría que el alma abandonó mi cuerpo, pero no, eso me pasó tantas veces que aprendí a detenerla.
- ¿Lloraste? - Me gustó que siguiera la línea de la seriedad, porque por más gracioso que sea, ese momento no fue un buen momento.
Lo cierto es que en aquel momento -que un día después parece lejano y se disoció de mis emociones- viví el típico quiebre de la mala noticia: llegó enseguida a mi cerebro y la información tomó posesión de mi cuerpo. Me di cuenta cuántas expectativas tenía yo en Pablo, como si fuera la única persona en el mundo capacitada para entenderme, aquella capaz de conectarme con mejores momentos, la única con la que podría ir al cine y hablar horas y horas de datos irrelevantes y de esos recuerdos de cada escena que sólo un obsesivo por la belleza puede tener. Ese quiebre que retuerce el estómago y construye un nudo... no llegó a ese punto. Enseguida entendí la insensatez de todo esto. Yo no tenía ningún sentimiento de ese tipo por esa persona concreta, ese sentimiento tenía que ver conmigo y se resolvía en mí. El resto es anécdota:
- No, no lloré. Subí las piernas a la silla, me relajé y finalmente cedí al impulso animal de comer la pizza con la mano.
- Buena jugada... -dice- ¿Esto vos lo inventás o tu vida es así?
- No sé, tal vez estoy maldita.
- O lo contrario. Creo que uno genera estas cosas cuando tiene un alma muy inquieta, un alma contenta, feliz... Uno sale a la calle con cierta magia y provoca cosas. Espero que algún día puedas controlar ese impulso a tu favor. Pero por favor, continuá.
Puedo decir que me deja algo perpleja. Hace mucho que no tenía este tipo de conexión con alguien. Casi estoy de acuerdo con él, casi creo haber tenido esa conclusión yo misma, pero alguien más puede verlo. Alguien más puede ver a través de mis ojos. Lo siento ansioso por mis detalles y sé que son muchos. Conviene guardarlos, conviene sacar la artillería pesada de a poco.
Sigo con mi relato.
- Ya no me importaba nada. Pero esto no fue suficiente: me cuenta que se pregunta porqué no puede andar con alguien de su edad, como, por ejemplo, aquella chica con la que se junta para mmmm y con quien tiene mucha piel, pero es sólo eso.
- El príncipe azul es uno más, ponele.
- Mientras me cuenta esto, yo ya paro a la moza y le pido que cambie mi agua por cerveza. "¿Chica?", pregunta ella. "No, traeme la de litro, por favor".
Rodrigo muestra la mejor de sus sonrisas: esa que estalla en carcajadas graduales, relajada, a la que no le importan las arrugas del costado del ojo. Hace mucho tiempo que no veo a alguien que ría así. De hecho, es simple eco de la alegría que duerme en mí, esa que espera ansiosa por ser despertada.
Me roba el beso que no daba desde el belga. Pero decir que lo roba es injusto. Simplemente nos miramos. Le pido que deje de mirarme y mi cara se acerca, su cara se acerca.
Pensemos en impulsos: en esa extraña posesión de la naturaleza que nos mueve a hacer cosas. Imaginemos cómo, en esa situación, el impulso de estampar mi boca en la suya se hace imposible de evitar. Y así vivo uno de los momentos más cursis de la vida. Me asusta un poco el creer que estoy en un cuento de hadas, de príncipes, de princesas y yo ya no soy el sapo.
- Tenía ganas de hacer esto...
- ¿Sí? -contesto de manera torpe porque tengo una boca en la mía.
- Desde que cruzaste la calle corriendo y riendo. Te hubiese dado un beso.
- Algo querías decirme... - Yo había sabido esto desde antes de cruzar la calle corriendo.
- Tengo un hijo.
¿Qué me pasó? Me pregunto: ¿qué me pasó que no fue relevante entre nosotros?
Supongo que crecí, supongo que entendí que el amor y que las ganas de conocer a alguien son las únicas razones suficientes para seguir adelante. Vueltas que da la vida terminan por romper cadenas sin sentido, y ya a esta altura, pretender que no hubo un intento de otra vida en todos nosotros es simplemente inocente y inadecuado, pretender encontrarnos sin historias es insólito. Amar después de crecer tiene que ver con amar una historia. Atraso y adelanto mi vida y me veo desde diferentes perspectivas, pero algo nuevo se mueve atrás de mis intenciones, algo nuevo opera en mis hábitos. Una liberación de prejuicios.
Mi respuesta a su confesión es un silencio de naturalidad, porque, como dije, yo ya lo sabía. Por otro lado, me iba a permitir la oportunidad de conocer a alguien distinto.
Rodrigo promete que cuando nos veamos (y lo mejor es que sea cuanto antes) va a contarme cómo nos conocimos diez años atrás y todo lo que pasó ese día.
A la mañana siguiente, monto la bici algo dormida y voy en ella hasta el trabajo. Mi energía es muy buena como para ser desperdiciada en el subte. La verdad es que apesto a cigarrillo y a optimismo.
Respiro hondo y me recuerdo que no estoy exenta de las vueltas incontrolables del mundo.
Con toda su atención puesto en mí, Rodrigo hace fáciles mis días por un tiempo.
Lo único que hace que esta historia vaya a ser un pasado es aquello de lo que más cuesta liberarse: los miedos. Los miedos también operaban esos días en mí desde los rincones más oscuros de las historias pasadas. Entre la adrenalina de un beso y de la respuesta del amor ante el amor, descansa ese monstruo que espera colarse en las emociones. Y no se iba perder este momento.
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