miércoles, 7 de noviembre de 2012

"Poder hacer". Lo vi lejos de mi voluntad.
Vi lejos de mí esos pasados almacenados que pueden transportarme al mejor de mis cielos.
Me vi oscura y confundida. Me percibí con pensamiento circular en un eterno retorno de lo amargo.
Finalmente, el vacío fluyó por mis venas como veneno que mata lento.
¿El vacío? Sí, me entienden. Esa idea de aniquilación. Dinamismo habitual de malos días que se suman y que restan. Esa idea que se apodera de la existencia y le quita sabor a lo cotidiano.

¿El camino? Sí, hay una salida. Lo prometo. Lo predigo. Lo creo.
Es entonces que agoto la idea de vacío. En un día, en una noche. El vacío comienza a repugnarme. Lo entiendo esa mañana que me levanto sin pena, y el olor del jardín aparece como si antes no hubiera estado ahí.

Corramos por la arena hasta tocar el agua helada, como si en verdad no hubiera que llegar a ningún lado. Como si el momento fuera uno en importancia, en una sonrisa, en un secreto, en revelar esa aventura que te lleve hasta aquel lugar conmigo; como si siempre hubiesen estado ahí las personas que más amo; cuando tus ojos se conmovieron ante mi labios, cuando me leíste una y otra vez y compartiste mis dolores, mis penas, alegrías, chistes de mañana, encantos, parodias, vida. Sentimientos olvidados que renacen en besos coloridos.
Lo creo. Lo creo. Lo creo.

Y si no nos es fácil hacer vida, no nos apresuremos en dar muerte.
Por suerte, creímos en el amor.
Hasta el final de los finales.
Creo. Creo. Creo. Te creo.
Un día, me vas a creer también.


















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