viernes, 29 de junio de 2012

Eskimo

Para ser sinceros, nunca pensé que iba a llegar hasta acá.


Hoy desperté sola y en diagonal, pero desayuné acompañada: esperé con el desayuno hecho a la señora que me ayuda con la limpieza.
En cuanto terminé, saqué la bicicleta roja y me fui lejos con mi música. 
Pensé muchas cosas, claro. Cada pedaleo era más que una palabra que nacía en la mente y rebotaba en el corazón. Pero no se dejen engañar -o mejor, sí-, pensé en cosas muy concretas: en el currículum que me espera para ser mejorado; en los apuntes que quieren ser estudiados; en la luz que desea ser arreglada.
Me pregunto qué estuve haciendo todo este tiempo... Ah, sí, aprendiendo a no ser solitaria; aprendiendo a ir al encuentro del otro con todo lo que soy, conmigo misma. Pero, ¿cuándo es mi tiempo de parar? ¿Cuál es mi punto de armonía?
Tenía un plan; y mi plan era decirles lo siguiente y no lo que les digo (y trato de resumirlo): en el fondo, siempre supimos lo que queremos. Pero la vida, este juego, consiste en buscar; o, mejor aún, en saber qué buscar. Conectarnos con nosotros mismos es la condición necesaria. Pero es una tarea de todos los días en varios momentos de cada día, sobre todo, si tenemos en cuenta que somos sordos de sentir y mudos de aceptar. Es entender que debemos ser los dados, las fichas y el objetivo; ser desde el alma cada momento, cada cambio, cada elegir esta vida y matar esa otra.
Comenzamos un efecto dominó, ponemos el tablero en movimiento desde el momento en que decimos "yo soy/yo siento/yo quiero".  
Igual, ¿vamos al fondo? Aja. Esta semana fue de sorpresas (algunas buenas, y más de las malas). Pero la sorpresa más grande es esta: que siempre supimos lo que queremos, solo debemos hacernos cargo y aceptar; aceptar porque solo así seremos encontrados por los de nuestra especie, y aprenderemos a no estar solos.
"So i look to my eskimo friend", canto en voz alta, como si pudiera alcanzar las notas y como si pudiera evitar que el juego me juegue, y como si pudiera ser la dueña del tiempo, mi tiempo.


¿Para ser sinceros? De todas formas, nunca pensé que iba a llegar hasta acá. Horas después de la mañana que se escapó con el sol y dio lugar a una gran tormenta, mi casa está llena de gente. 




- Esto no es un juego -gritó Dany.
Creo que me lo dijo a mi, porque yo me reí, pero no me reí de él. Supongo que me reí de mí.
- A la cocina... -me dijo Sol, amenazándome con el dedo.
Tenía que cocinar, actividad que no me interesa para nada. Y tenía que cocinar para ocho personas. A mí nunca me importó comer un huevo pasado por agua cuando en verdad pretendía y deseaba un huevo duro, pero esta gente no debe manejar el mismo grado de conformismo frente a lo culinario. No sabría decirlo, los conozco, pero creo que no soy buena juzgando estas cosas.
Para ser sincera, no conocía a todos:  Dany, famoso amigo de Santiago (de alguna manera, el responsable de la vuelta a la vida de nuestro querido amigo), finalmente, aparecía ante nosotros. Parece que tenía mucho para decir... O sea, no había parado de hablar desde que llegó.
Entre su voz grave, ronca y fuerte, y los timbrazos de mi vecina, la yugoslava, que, pese a la noche tormentosa, seguía probando si los timbres funcionaban bien, yo trataba de escuchar mi propia voz para que me dijera cómo proceder con la cocina. También pensaba en excusas que dieran origen al plan "B" (pedir empanadas).
- ¿Y cuántos años tenés? -preguntó Barbi, que no le sacaba los ojos de encima, llena de curiosidad. Ya se lo había preguntado a Santi, pero ella suele olvidarse de las cosas, y pregunta varias veces lo mismo. 
Era evidente que Dany era más grande que nosotros.
- Voy para cuatro uno... -contestó, con una sonrisa pícara. Si la edad le pasaba, secreto al que ninguna había tenido acceso, él debía haber aprendido a poner su cara de "No tiene importancia".
- ¿Te vas a sacar la campera? -preguntó Cata, que también lo miraba como jueza, pegada a la ventana, con un cigarrillo en la mano. Sol estaba pegada a ella, fiel a su estilo y algo inquieta. Le sacaba una pitada a Cata, venía a la cocina, me contaba algo y volvía a irse. 
- ¿Vos pensás fumar así toda la noche?
- ¿Vos pensás quedarte toda la noche? -respondió mi amiga, con frialdad. Estaba algo violenta. Dany, en respuesta, se rió con sinceridad y la abrazó. Cata puso de cara terror por ser abrazada y, a su manera, opuso resistencia como nunca antes vi. Él no le dio importancia, y la soltó solo cuando decidió hacerlo.
Santi estaba "chateando" en la computadora. De vez en cuando, ponía alguna canción que le pedíamos.
- Este teclado... 
- Creo que se le cayó té... -contestó Sol.
- Un día se le va a arruinar para siempre. A veces es tan descuidada...
- Bueno... ¿decías? -preguntó Sol, y volvió su mirada, de reojo, hacia Dany.
Dany se sacó la campara: como un caballero inglés, se acercó a una mesa y la dejó prolijamente. Ante nuestros ojos (yo había vuelto a escapar de la cocina) desplegó una camisa impecable y bordó, acompañada de un pañuelo de cuello que adornaba ese look particular. 
- Hablábamos de la importancia de este año. 
- Porque es el fin del mundo -contestó Santi sin mirarnos. Luego se rió.
- Es el fin de muchas cosas -le contestó Daniel.
Me quedé pensando y supe de lo que estaba hablando. De hecho, desde que Dany llegó, supe que nos entenderíamos. Creo que él también. No fue como si ya nos conociéramos, algo que me había pasado con muchas personas, pero supe que, naturalmente, el diálogo iba a ser fluido. Sus ojos negros se habían plantado frente a mí: "Te imaginaba distinta", dijo, en cuanto yo abrí la puerta y aparecí detrás de la enorme señora yugoslava que hacía lo que todos ya sabemos.
- Y el comienzo de otras -contesté, sin pensar mucho en lo que decía -.¡Dejen de juzgarlo!
- Igual, Lola, no me siento juzgado.
Era evidente que no le importaba lo que la gente pensara.
- Lo que les digo, chicas, es que un momento para aprovechar... Esto está sucediendo- Lo miré con firmeza... simplemente parafraseaba algo real, algo que yo sentía, algo que está en mis entrañas-. Está entrando un caudal de energía en el mundo. Es una oportunidad única.


Bueno, bien, no sé que tanto me conocen en esto, pero soy el tipo de persona que a veces llega a la idea, a la experiencia de tener una fe. Pero es muy cierto que no soy el tipo de persona que cree fácilmente en algo. Mi cabeza inquieta, en movimiento continuo y por momentos demasiado racional no permite que me abandone a las creencias populares: "¿En serio vas a creer que hay algo más que materia? Darwin y los materialistas tienen razón...".
Sin embargo, y pese a eso, hace más de un año que respiro algo extraño en el aire; y cierta intolerancia con respecto a estructuras que siempre había manejado empieza a generar disturbios en todo mi microcosmos. Es entonces, que creo que algo está pasando. Lo sospecho. Lo escucho, lo huelo... en mis huesos, en mi estómago, en cada movimiento que hago. Primero confusión, y ahora, después de tanta inestabilidad, cierta claridad y aceptación: "Algo está pasando", dijo él. Exacto, eso es lo que pasa.
- Algo que primero provoca confusión... -dijo Sol. Ella también sabía lo que sucedía. Aunque hablábamos de todo, nunca hablábamos de eso. Lo dábamos por sentado.
- E inestabilidad -remató él -. Después, todo se empieza a aclarar, siempre y cuando, uno acepte el cambio. Las personas que no aceptan el cambio, están pasando momentos muy malos...
Hasta Barbi, que suele empeñarse en otra cosa, estaba prestando atención. Digamos que Dany nos tenía en la palma de la mano.
Pero el timbre seco cortó el momento en el que el gurú pasaba ese conocimiento secreto a sus alumnos.
"¡Esta mujer!", pensé. Aunque podría ser Julia.
Directamente abrí la puerta: allí, junto a la yugoslava, que ahora estaba barriendo hojas, estaba Napoleón con un paraguas.
- ¿Él es tu novio? -preguntó ella (como era su costumbre).
- Sí... -contestó él y me metió un beso "jugoso" en el cachete. 
-Basta, Juampi... -le dije y lo empujé -.No es mi novio.
Entramos y cerré la puerta.
Pensé que mi amigo no iba a pasar por casa: tenía una fiesta de disfraces y había prometido acercarse para saludarnos a todos. Pero -insisto- creí que no se iba a hacer un tiempo para acercarse.
- Chicos... -dijo Sol, acercándose, y con el celular en mano.
- Sigo cocinando... -esbocé, resignada. 
- ¡Pará Lola! Julia... está con trabajo de parto. Te escribió el marido a tu celular, pero nadie contestaba... 
Todos nos alborotamos (incluido Napoleón). El corazón comenzó a galoparme en el pecho.
- Increíble lo que hace con tal de no comer tu comida... -agregó Santi.
Una sonrisa (otra) apareció en mi cara: se cancelaba la cena y yo no tenía que cocinar.
Empezamos con el proceso de organización que promovió Barbi:
- Bueno, juntemos todo...
- Hay que aceptar este cambio... ser puertas. No te olvides -dijo Dany, que seguía monologando mientras buscaba su campera -.En serio te digo, Lo: aceptá los cambios. Esto está pasando en serio, aún no hemos visto nada. Lo único que uno debe hacer es aceptar el cambio, y aprender eso que nunca aprendió antes, aprender lo nuevo, nuevas maneras de expresarse... de vivir.
Me quedé callada. Víctima de emociones desde todas direcciones posibles ("...aún no hemos visto nada") no podía dejar de mirarlo y de asentir; supongo que, por primera vez, me dejé guiar y admití lo evidente: yo creo.
- ¿Y este quién es? -preguntó Napoleón, que era Juampi. La situación estaba un poco bizarra...
- Tenemos dos autos... nos dividimos. Juampi, andá para la fiesta y te vamos contando cómo va todo, no podés caer así a la clínica... Dany, ¿dónde te dejamos? No tenés que venir -. Barbi organizó nuestras vidas.
- Estás loca, yo no me lo pierdo. Ustedes son muy graciosos...
Sol miraba por la ventana.
- Todo en orden -le dije a Barbi. Supongo que estábamos por salir.
- Che hay un pibe que le veo cara conocida -comentó Sol -.No sé de dónde... ahí está hablando con tu vecina, en otro idioma.
Nadie le dio mucha importancia. El timbre sonó de nuevo.
Yo solo pude odiar a la vecina por no parar de tocar el timbre.
Atendí enojadísima:
- ¿En qué idioma te tengo que decir que el timbre anda?
Creo que cuando me respondió, dejé el portero colgando, corrí, atravesé a mis amigos mientras Sol balbuceaba: "¿Es...?".




Detrás de la yugoslava, él me miraba con los ojos pequeños y azules que se abrieron en una sonrisa. Recordé que él podía reír con los ojos. También reconocí la camisa celeste que llevaba cuando lo conocí, y que había visto en tantas fotos a la distancia.
El murmullo se hizo silencio y la alegría, realidad. 
- ¿Él es tu novio? -preguntó la vecina, para variar.
Ante la mirada atónita de Napoleón; la de Dani, el "nuevo", que salía lleno de curiosidad; los ojos de Sol a través de la ventana y las manos de Santiago, tratándo de hacerse un lugar al lado de ella, corrí hacia el belga y lo abracé. Supongo que me encontró. Supongo que me equivoqué: hay otras sorpresas más grandes.
"Reíte hasta julio", me había dicho Sol una vez. 
Pero yo no hablo de finales felices. No.
Hablo de momentos felices. 


http://www.youtube.com/watch?v=hFySnZl2O8o


viernes, 22 de junio de 2012

Una noche fría como hoy, nació un hormiguero.
Rejunte de la música que da vueltas por mi alma,
y se filtra en el embudo de este cuerpo.
Como forma de no creer que creí que no podía creer...
y que olvidé que podía olvidar.
Como forma de ser cada persona que soy y no he sido...


Porque cada letra es un pedazo de una esencia rota
y una existencia multiforme en colores reales.
La unidad y la redondez y lo perfecto
no son el final de un camino, sino un pequeño momento de esperanza.
La felicidad no es estable, porque nosotros no lo somos.


Nació de ese encuentro lujurioso entre la casualidad y la idea,
y los hijos flotan conformes a los deseos de sus padres.
Me percibo como esfinge porque no recuerdo quién soy:
 una niña que se mira en el espejo e imagina lo que va a venir (y todo sucedió);
o la mujer que sale a caminar los atardeceres pintados atrás de los edificios
y encuentra la paz que no había en la soledad de su cueva;
la aventurera que transita por barrios olvidados del tiempo
y se codea con poetas pasados de todo, mientras espera un colectivo;
o una chispa inquieta de este color coral
que ridiculiza una cara que resiste la gravedad del ánimo,
que se escapa cada mañana de sol y viento en su corcel rojo.


Soy lo que me quiero,
me agrego, también, lo que me quieren.
Me pueden ver en ese espejo, en los atardeceres, en todas las ciudades, en mi música.
No me olvido ni me olvida.
Te junto.
Me deshago.
Soy hormiga.


"Te divido en mi reino" (dijo él).

"No" (contesté yo).
Azar, ¿qué es el amor?
El amor es lo nuevo.
Volver a sentir es un principio, no el final.
La conexión con el universo ha sido abierta.
De cara frente al secreto más grande de todos:
a veces, soy poeta:
"De caudales queda un río,
sentimientos bien guardados,
el mismo diablo enamorado
quiere de vuelta lo que tuvo".









 El que quiera entender, que escuche.                                                                                          
                                                                         

viernes, 15 de junio de 2012

Sensing owns

- ¿Alguien me va a extrañar? -preguntó Cata.
Probablemente, los ojos de todas, que estaban al revés del mundo, se torcieron para echarle una mirada. Todo lo que yo pude ver a través del pasto fue la acumulación de rulos prolijamente marcados que formaban la cabeza.
No tengo mucho que decir estos días. No son más que días de pensamientos con intensidad bien proyectada y de las mejores aventuras. Y el mejor de mis planes incluye cualquier actividad que incluya a esta gente: mis amigos.
Supongo que estos arranques aislados de melancolía grupal suponen un estado de cierta estabilidad en esta familia de manos entrelazadas.
Pienso en lo bueno que fue el haberlas extrañado cuando estuve lejos. Me sentí destilada de esas personalidades que siempre han absorbido mi energía, esas personas que buscaron mi abrazo y luego se llevaron todo eso y nunca volvieron. Pero acá me rodeo de la gente que me quiere: que puede estar parada al lado mío, sin necesidad de palabras, y que puede echarme una mala cara ante una actitud doliente sin que eso se convierta en "te odio" en mi corazón. Esas personas que me hacen saber que aunque no estamos frente a frente, me llevan consigo. Mis personas favoritas.
Un soplo de viento tranquilo me acompaña cada mañana, y no solo me recuerda la amenaza del invierno, sino que trae ese olor a un sentimiento de optimismo, optimismo puro en el que entiendo que no siempre voy a reír. También voy a llorar, claro.


- Yo te extrañaría... -contestó Sol.
No miré. Me pareció la voz más dulce del mundo y aunque no veía sus ojos, porque estábamos todas tiradas en el pasto, mirando ese cielo, pude imaginar cómo ellos se deberían haber torcido en dirección a Cata.
- En verdad... -continuó-, cuando no estuvieses presente no sentiría dolor, sobre todo si sé que estás bien, pero cuando volviera a verte pensaría en cómo pude vivir ese tiempo sin vos.
- ¿Y ese romanticismo? -intervino Julia.
Éramos seis.
Pero no, éramos siete: Julia y el bebé que crecía dentro de ella; nuestro primer bebé. Tremendamente embarazada, aún participaba de las juntadas que no implicaban humo y alcohol (bueno, alcohol un poco, siempre se permitía algo de cerveza, su bebida favorita en el mundo).
Al lado de mí estaba Barbi, que se movía mucho. Esto no me llamó la atención porque era una persona inquieta, pero lograba mantenerse en ese círculo.
Nos habíamos traído a Lila, quien seguía siendo una novedad y a quien, finalmente, veíamos por primera vez en el año ya que había estado en Israel visitando a su familia. No se atrevió a participar en el círculo: estaba echada en la reposera, preparando licuados.
- Por favor, no pongas "la vodka" -le dijo Sol, apelando a chistes del pasado remoto-, ahora tenemos a una futura madre que solo se permite un poco de cerveza... "La vodka" sería demasiado.
Sol nos había levantado una por una (sí, las seis metidas en el auto... siete con el sobrino del grupo). Decidimos que hacía tiempo que no pasábamos un buen momento juntas.
Nos pusimos al día: prácticamente todas teníamos novedades. Yo no tenía nada que decir; en verdad sí, pero no tenía novedad alguna que provocara ningún tipo de debate (o al menos eso creí).
- Salí con Juampi y los chicos y terminamos desayunando en McDonalds como adolescentes... lo que me reí. Ah, soñé que me peleaba con Sofía Loren -confesé, cuando me preguntaron qué contaba.
Hubo algunas risas, pero luego un silencio.
Ya hacía frío, pero el sol estaba más que agradable. Creo que en algún momento me dormí.
- Nunca más -dijo Cata.
- ¿Qué pasó exactamente? -preguntó Julia, y se sentó con dificultad.
- No me invitó a su cumpleaños...
Nos quedamos calladas, aunque rebotó algún que otro "uhh". Calculo que todas evocamos un momento de desilusión y nos empatizamos con lo que ella estaba sintiendo.
- No será invitado al tuyo... -respondió Barbi y estiró la mano, tratando de alcanzar la de Cata. Nunca fue correspondida porque a Cata no le gustaba el contacto físico.
Rápidamente evoqué el año pasado: alrededor del cumple de Cata -que estaba próximo-  fue que yo empecé con esa depresión que me acompañó varios meses. Nos habíamos quedado hablando hasta la madrugada y algo se despertó en mi, porque supongo que revolví cosas. Las mismas cosas que me habían lastimado en ese entonces no tenían ya el mismo filo: podían llegar a ser más cortantes, pero por algún motivo no me sentía capaz de prestarles atención. Entre nosotros, creo que se me murió el corazón...
- Yo lo llamé a las 00:45 más o menos, pero es obvio, chicas, que desde las 23:45 yo estaba pendiente de todo. Él nunca contestó. Al otro día, me mandó un mensaje y me dijo que espontáneamente se había juntado con amigos y no se había llevado el celular. Le quise creer, pero lo cierto es que no le creí. O sea, puede ser... solo que no. ¡Dale!
- Yo tampoco le creo... -confesé.
- Y yo tampoco... -intervino Lila, que apenas se animaba a emitir opinión.
- Al final, cuando hablamos sobre el tema le dije que me había parecido mal que no me invitara... Igual, ya me la veía venir. Confirmó mis sospechas cuando en vez de decirme, de nuevo, que lo que pasó es que no había organizado nada, me dijo: "Ibas a venir y me ibas a traer una torta, como si fueras mi novia". O sea, fue consciente de que me estaba evitando. Me evitó. 
Esta vez hubo un "auch" colectivo y miradas en todas direcciones: a todas nos había pasado alguna vez. Este era un ejemplo concreto de una generalización. Una situación que vengo esquivando. Y básicamente, me cansé de montar shows.
La racionalidad de Cata no le permitía ser una víctima, sino que lo convertía a él en un "hijo de puta". De alguna manera, eso sí la hacía digna de pena y a él lo hacía digno de enojo. Se sentó y prendió un cigarrillo. Lila aprovechó e hizo lo mismo.
- Nooo-gritó Barbi -, dijimos vida sana. Además está Juli.
Lila apagó el cigarrillo disimuladamente (no era local así que no se sentía en libertad de movimiento). En un momento nuestros ojos se cruzaron, pero sabía que su secreto estaba a salvo conmigo.
- No me molesta -dijo Julia.
- Dejala -le dijo Sol -, está pasando por un momento difícil.
- Lo bueno es lo determinante que sos -le dije, y me senté (también le robé una seca).
-Sí, no sos Lola... -dijo rápidamente Julia.
El comentario me hirió desmedidamente. Fue como si me apagaran un cigarrillo en el brazo. Cerré los ojos para aceptar esa verdad dolorosa.
El silencio que siguió nació, simplemente, para mitigar la situación.
Lila intentó consolarme cuando me trajo un licuado con sus pasos rápidos y me miró con ternura. Lo cierto es que no importaba, porque solo cuando uno acepta lo real no sufre tan adentro, por más que llore y patalee (cosa que, curiosidad, uno no hace).
- El problema -intervino Barbi -es que hay mucho boludo buscando contención.
- Amén -dijo Sol.
Nada tan cierto: cuántas veces nos había pasado... Pasamos dos días con alguien; cocinamos juntos, vemos películas, dormimos juntos. Y esa misma persona, la que abrió sus ojos y te contó lo que había soñado, desaparece siete días y no queda nada de su rastro más que el olor en las sábanas. La vida sigue siendo solitaria, después de haber sido invadidos. Las primeras horas, en las que recuperamos la privacidad, son geniales, pero luego, uno empieza a dudar de si alguna vez hubo alguien más o simplemente imaginó.
Este año no pudieron encontrarme... ellos, los boludos que buscan contención.
- Y sabemos quién colecciona estos boludos... -dijo Julia. Y me miró. Otro cigarrillo apagado, ahora en la espalda. Conté hasta diez porque de nuevo ella avanzaba taurinamente contra mí y nada la iba a detener. Y ese nivel de acidez respondía a una charla que habíamos tenido días atrás, en la que había criticado la energía y empeño que pongo en aquellos que no me deparan ningún futuro proyecto, aquellos que no me merecen. Estuvimos de acuerdo en todo, salvo en que ella no veía una mejora en mi comportamiento.
"Dejá de hacer caridad" fueron las últimas palabras que escuché en el teléfono.
Insisto: no soy tonta y sé que Julia tiene razón. Pero insisto nuevamente: me gustaría ver reflejado, en estos momentos, la aceptación del cambio profundo que se está gestando en mí.
Sol se sentó también porque preveía el comienzo de la tercera guerra mundial.
Lila apuró los licuados y sacó "la vodka". Ya no le importaron las pautas sociales y prendió otro cigarrillo.
- Terminemos la charla -le contesté a Julia, enfrentándola. Nunca dejé de mirarla.
- Uy... y encima esta que se me puso "liera".... -comentó Sol. Me hizo gesto de tijeras con las manos.
Vio mis ojos, y su siguiente gesto fue semejante al de Poncio Pilatos.
Como maestra jardinera incluí a todas:
- Julia cree que siempre elegí mal a los hombres... Tiene razón: colecciono boludos que buscan contención...
- ¡Y cualquier otro engendro poco prometedor!
- Estamos hablando de una mujer que busca conectarse con alguien desde lo emocional, Juli... Ella es desinteresada de lo material -. Esa fue Sol, tratando de defenderme.
- Sí, pero eso es de cuando teníamos veinte años... ¡tenemos treinta, chicas! No las quiero alarmar, pero hay que pensar en las comodidades, en alguien que te ofrezca una seguridad futura. No digo de ser una perra sin sentimientos, pero hay que ser astutas: que tenga casa, no tenga panza y tenga auto -Esa era Julia, tratando de ponerle humor a la situación. No era su intención, jamás, lastimarme, pero en su obstinación, nada iba a detenerla: necesitaba desmotrarme lo equivocada que vivo.
- ¿Este año me viste caer en alguna situación?
- No llegó a mayores, pero siempre está el peligro... alrededor tuyo, sos un imán para esas personalidades... Este "pendejo" que te cayó a la madrugada y que a veces te manda mensajes a cualquier hora...
- Joaco -contesté rápidamente -. No tiene lugar en mi vida... de hecho, no pasó nada entre nosotros.
- ¡Te lo besuqueaste!
- ¡El año pasado! Cuando me llevó desde la fiesta de despedida a mi casa...
- Pero el hecho de que les des lugar... Imaginate que estás bien con alguien y este "salame" te toca timbre a las cinco de la mañana... ¿qué explicación vas a dar?
- Contaré la verdad. No tengo nada que ocultar.
- Pero me enfurece que él sienta que puede ir a tu casa cuando quiere... ¿qué estás proyectando que alguien cree que puede despertarte a cualquier hora e instalarse en tu casa?
- Que soy alguien en quien puede confiar... y sí, es un boludo que busca contención, pero lo cierto es que, justamente, ese boludo no me puede dañar.
- Che ¿y si te fijás qué onda? A lo mejor te puede gustar el "pendejo"...
- Barbi, no tenés idea -dijo Sol-. No digas boludeces, a Lola no le gusta el flaco, es obvio, sino ya hubiese activado.
- Bueno, pero quizás no se anima y encima le decimos esto.
- No la conocés nada si pensás eso...
El clásico del grupo: Sol y Barbi enfrentándose. Se venía una guerra por otro lado.
Cata nos miraba con algo de preocupación.
- Pero eso no es lo peor de todo... La charla surgió por algo más -contó Julia.
- ¿Por qué? -quiso saber Barbi, a quien Sol ya estaba mirando mal. 
- Por lo del viaje.
El gesto de Barbi se convirtió en un "¿Qué cosa no me están contando?".
Sol revolvía en su mente, tratando de encontrar la anécdota o el dato que echara luz al asunto.
- ¿De qué estás hablando? -preguntó Cata.
Yo miré a Julia. Aunque nunca había dejado de mirarla.
- Si no hubo nadie en el viaje... -siguió Cata, con inocencia fingida, como la de quien quiere saber lo que no le habían contado.
Ahora yo me prendí un cigarrillo. Barbi espantó el humo con sus manos: sí, esto de la vida sana no estaba dando resultado. En verdad, desde que Sol había aceptado un daiquiri declarado, esto ya no era lo que había sido.
¿Qué era lo que yo había hecho en el viaje? Aquel supuesto secreto que nadie sabía.
La inquietud pasaba de una a otra, y un sentimiento de ansiedad, que comenzó en Lila y en su boca torcida, se fue expandiendo hacia todas. ¿Acaso yo les miento cuando digo que mis aventuras solo incluyen a esta gente y que mi vida amorosa quedó anclada en algún punto melancólico, esperando la hazaña de un príncipe? No soy de las que se queda esperando, tampoco soy una cazadora, pero cuando uno es amante por naturaleza, cuando uno es enamoradizo y adicto a las emociones, esa energía destruye las barreras, se come las distancias y adorna nuestros contornos, como una luz que se proyecta desde nosotros hacia el mundo. Lo cierto era que yo me había enamorado en mi viaje.
- No dejás de elegir mal... -prosiguió Julia. Todas lucían preocupadas, pero yo me estaba sonriendo...  me había olvidado y hacía mucho que no pensaba en nada de eso. Esa sonrisa humedeció un poco mis ojos y me recordó que soy un animal sensible. Pero lo hizo de una linda manera, en la que se juntó la alegría por recuerdos y la promesa de futuras ilusiones.
Esto solo agudizó las curiosidades.
- Me enamoré dos veces...
Sol entendió enseguida cómo atar esos cabos. Barbi quiso saber más, como un niño curioso de dos enormes ojos verdes. Se dio vuelta y puso las manos bajo su mentón, esperando saber de qué se trataba todo.
- De alguien que es de acá, y de alguien que vive en otro país...
- Ahhh, el cartel de "Feliz cumpleaños" en holandés... -dijo Lila, y se rió con ternura.
- Ese es el de afuera, el que no le conviene y, obviamente, es en el que puso más energía.
De alguna manera, eso era muy cierto. Lo que no era muy cierto era el porqué.
- No -le contesté seca. Dejé de mirarla y mi mirada se perdió -¿Querés saber qué pasó? Todo el tiempo allá, en las islas, elegí a la persona que creía que era la correcta. De hecho, siempre lo elegí a él, al argentino y fui fría y distinta con el otro - Recordé que con ese otro había pasado uno de los mejores días de mi vida en una excursión-. Pero yo seguí eligiendo al que me convenía... Sin que pasara nada con ninguno, yo me jugué. Porque al argentino lo vería en Buenos Aires... el europeo simplemente desaparecería.
- Y sí... pero no hiciste nada, al contrario, seguiste el contacto con el europeo.
- ¿Pueden dar nombres? -preguntó Lila. Cata le contestó.
- Cuando volvimos a Buenos Aires comencé a mandarle mensajes. Quería verlo, porque, como les dije, yo lo había elegido.
- No sabía que le habías mandado mensajes.
- Sí. Te conté.
- No te escuché... -comentó Julia. Comenzaba a afligirse.
- ¿Sabés que pasó? Me contestó. Con frialdad. Pero eso no significaba nada... él es serio, educado, caballero, así que le propuse juntarnos. No me contestó por varios días.
En el silencio, comenzó finalmente a sonar la música que yo había puesto pero que no lográbamos hacer funcionar. Sucedió después de que Lila pateara sin querer aquel bendito reproductor.
- Y un día me contestó: "No puedo. Arreglamos otro día. Saludos" - Me reí cuando les dije esto -. Me han pasado cosas peores, ¿no? No es la primera vez que me desilusiono... por suerte no fue grave, solo fuimos amigos.
En cuanto terminé, la risa se hizo llanto. Así de obvio, fácil y cursi. No es gran mérito, ya se sabe.
Cata me abrazó y fue raro que ella iniciara un abrazo, pero yo la saqué.
- Estoy bien, pero estoy cansada de que la gente se vaya... Ya mi corazón no soportaría abrirse a alguien y que esa persona entre y después desaparezca para siempre...
- "Siempre" es una palabra muy grande, Lolita - Esa fue Sol. Pero Sol sabe que todo se vive exagerado en este corazón.
De pronto tuve un ataque de verborragia, no sabía exactamente qué les quería decir. Pero tenía cosas para decirles, algo que quería que supieran y eso era cuáles eran mis sentimientos. ¡Vamos! No soy de piedra, siento cosas todos los días, en cada momento del día, y más allá de mis estupideces, yo quiero lo que todos quieren: quiero amor. Pero estoy asustada. Las cosas que pasaron... Yo estaba cansada de todo eso, cansada de creer que cualquier pequeño detalle puede significar amor: yo había creído que alguien se había enamorado de mi porque me había regalado un cepillo de dientes... un estúpido cepillo de dientes. Pero había algo que me cansaba más que todo lo demás.
- Estás pensando en el cepillo de dientes... -dijo Sol. Claramente, sufría a través de mí.
- Fue algo tan estúpido... Diosssss, ¿cómo puedo ser tan inocente, tan fácil?  Digo, yo que no creo que merezca ser querida, que no me valoro... - Ahí estaba lo que a mí me destrozaba-, el hecho de que alguien que quiero haya girado su cabeza y me haya mirado, y que me haya dado ese cepillo. Esa fue para mí lo más cercano al amor que conocí en toda mi vida... - Me sequé los mocos. Esa era la yo que estaba cambiando, esa mujer que no sentía que valía la pena; la que se pasaba animando a los hombres que llegaban a su vida, montando un show en el que no importaba la respuesta, no importaba el cansancio ni la energía que se iban porque si había posibilidad de ser retribuida en el amor era "ahora o nunca". Nunca nadie hizo nada importante por mí, no, el show siempre estaba servido y luego era olvidado. Se llevaban lo más lindo que tengo: mis besos y mis risas, mis mitos y mis confesiones, mis teorías y mis bailes, la fuerza para encarar una jornada y la poesía en cada acto de amor... mi mirada, mis ojos, ellos a través de mis ojos.
- ¡¿Qué te hice?! ¡¡¿¿Cómo te pude hacer llorar??!! - Julia estalló en llanto. El solo hecho de la mujer embarazada llorando fue más bochornoso que esta mujer que se abría y confesaba que sentía que no merecía ser querida. Miré a todos lados desconcertada.
Sol abrazó a Julia.
- Juli, no pasa nada. ¡En serio! Esto es lo que tiene que pasar. Tengo que entenderlo, tengo que sacarlo... Esto es lo que estoy revirtiendo, por eso estoy tan rara y distinta este año. Estar lejos y sola me hizo entender eso, fue lo mejor para mi.
- No sabés cuánto te quiero... - Barbi fue la primera en correr en su ayuda. Lila no sabía qué hacer, miraba a una y a la otra.
Estiré la mano y toqué la de ella. Sol me miró y me hizo un gesto: "Todo va a estar bien". Sí, era eso lo que quería escuchar.
La vida no es fácil, nosotros no somos fáciles para nosotros mismos. Y años después de la primera gran desilusión, yo empiezo a entender por dónde viene la mano. Necesito un gesto, algo que aprecie, un pequeño sacrificio y mi corazón va a estar de nuevo en juego. Solo eso. Creo que nunca entendí nada del amor, porque soy incapaz de sentirlo siquiera por mí.
- Cosas nuevas van a venir -dijo Cata que se había alejado de todas (era un momento físicamente muy emocional para ella)-. Sé que me espera algo que nunca antes viví. El amor no es nada de lo que sentimos hasta ahora... ni remotamente. Es toda esa vida que no nos podemos imaginar, es un cambio. Es estar en lugares que no conocemos sin importar cómo estemos vestidos. Es subir una foto aunque no estemos lindas, solo porque en ese momento éramos felices. Juntar las cosas más intensas que sentimos y multiplicarlas. Es como cuando el tiempo se detiene y no hay un "Me tengo que levantar temprano mañana", pero elevado infinitamente. No tenemos idea de todo lo que va a venir.
Nos quedamos mudas. Creo que fue lo mejor que alguien dijo en mucho tiempo.
- Amén -dijo Sol, con los ojos bien abiertos. Esa conclusión saliendo de Cata suponía lo evidente: todo cambia, todo es posible.
- La semana que viene cenamos en casa -les dije -. Todos, ustedes, Santi, Juampi...
- Creo que Juampi tenía una fiesta de disfraces -comentó Barbi.
- Me dijo, pero pasa un toque. Es cena "Fuck off".
- ¿Qué puedo hacer para que me perdones? -dijo Julia sin soltar mi mano.
Yo recuperé mi mano y la miré con amor.
- Te vas a comer todo lo que yo cocine... Ese es castigo suficiente.


Creo que ya era momento de que yo lo entienda, porque el universo me iba a gritar siempre hasta que acepte las cosas. Sumisa frente a tantas otras...
Parece ser que casi siempre estuve equivocada respecto a todo. Pero no me quiero equivocar más, o por lo menos, espero no equivocarme tanto.
La lección más importante que me dio es mi error más grave de todos: creer que yo nunca tengo razón.  Después de muchas idas y vueltas y rebusques emocionales, me aviso a mí misma que ya no me puedo engañar más y me grito que a veces tengo razón.
No puede ser que ningún tiempo sea mío. Aunque tampoco puedo pretender tenerlo todo. Los niveles de exigencia requieren una fuerza que puede no volver porque uno la utiliza en mantener situaciones que no van, o en discusiones sin sentido en las que solo afirmamos, con o sin sentido, que el otro tiene razón, una y otra vez (y eso es lo que nos enoja).
Realmente creo que van a venir cosas buenas: este sentimiento de optimismo es nuevo en mi vida, pero le creo. Yo creo, y por primera vez, sé que no son solo palabras. No soy solo palabras...
"Reíte hasta julio", me dijo Sol el otro día. Me llevo sus palabras hasta agosto. 


http://www.youtube.com/watch?v=Tq2tHQ9JDp8

viernes, 8 de junio de 2012

Carta al universo


Ella me dejó esperando ese saludo.
Yo me llevé las palabras.
No importa donde está su alma 
porque todo es maravillo alrededor.

Le prometí la carta al universo,
una de esas que podrá entender, aunque no entienda.
Esa sonrisa pecosa es la de una amiga de mis pocos días
en los que fuimos grandes almas compañeras.

Te deseo esa suerte que es más grande que las penas.
El mundo reclama un código que es el nuestro:
las cosas suceden para cambiar vidas,
desde la insensatez que fueron las noches.

Si esto sobrevive el año de las mil primaveras, 
te encuentro en el viejo continente.
No somos mercenarios,
la existencia pasa por algún motivo secreto
(Esta es mi carta, amiga). 

La luz dio forma a nuestros ojos,
sabemos cómo se olvida el amor,
aprendimos de migajas
y de miradas clandestinas.

Independiente, segura.
Valemos lo que vale este cosmos.
La risa coronó la palabra
y fue el origen de cada idea.








viernes, 1 de junio de 2012





Me despierto porque tengo una mano huesuda sobre la cara. Estoy cansada, pero el calor húmedo y molesto contrarresta toda necesidad de descanso. Hay mucho olor a cigarrillo, y empiezo a sospechar que algo no está bien.
Mi pelo. Ni hablar de mi pelo: tengo esa sensación de pelo duro, húmedo arriba y mojado en la medida en que se aleja de la cabeza, como si mi último baño hubiera sido en el mar.
Cuando toco esa masa arenosa que reposa sobre la almohada, descubro, con horror, que me falta una parte (Sí, ¡horror y espanto!): alguien me sacó veinte centímetros de pelo. 
Me calma el abrir los ojos y reconocer mi cuarto de hotel.
En el piso veo un cartel desprolijo y salpicado que dice "Feliz 2012 lokaaa. Lo´ pibe´ de Adrogué".
Lo que no me calma en absoluto es que la mano no es mía, sino de un hombre tirado a mi lado...
Salgo de mi habitación y dejo a ese hombre durmiendo. Le veo cara conocida, probablemente sea del grupo que se formó anoche. Por las dudas, lo dejo encerrado: no pienso bajar más que unos minutos. Necesito un café.
La tela del vestido (el mismo vestido que tenía a la noche) se me pega húmedo al cuerpo, así que es oficial: me metí al mar.
Mientras me voy acercando al lugar donde desayunamos, la gente va girando la cabeza. Sospecho que adquirí popularidad ayer (si la quiero o no, aún no tengo idea).
La dueña del hotel, que por lo general es amable, me mira y no se acerca. Yo sola voy hasta la barra y me sirvo café del termo. El único que me sonríe (o más bien, se ríe a carcajadas de mí) es el chico que atiende.
Alguien grita algo, y la cabeza se me parte. "Gritos", pienso. La noche empieza a caerme encima porque me acuerdo que hubo gritos... Retrocede mi mente hasta algún punto lejano...


- ¡Los argentinos que se callen!
Eso no logró que la dueña del hotel impusiera su voluntad. Faltaba poco para las doce y nadie tenía intenciones de calmar esta alegría.
La mesa ya no tenía espacio para apoyar nada: era un cementerio de cervezas. Empezamos siendo muchos; terminamos siendo muchísimos: rebalsaba la gente por los costados, así que esta masa improvisada comenzó a moverse hacia la playa. No tan a los lejos (la distancia era confusa) ardía una fogata enorme que nos llamaba.
Minutos después, la tribu improvisada (armada por curiosos, solitarios y amigos de amigos de amigos) ya estaba donde tenía que estar. Mi amiga se quejaba porque había perdido una ojota (o "sayonaras", como las llaman en Perú). Ante la opción de volver al hotel para buscar otra, prefirió aprovechar esta fiesta en la playa.
Debo confesar que, para aquel entonces, yo ya estaba borracha y no veía gravedad en el hecho de andar descalzos. De pronto, me vi rebotando entre un multitud de cuerpos y  me sentí algo mareada, pero apareció un brazo amigo que me arrastró hasta una mesa blanca de plástico, rodeada de sillas. Alguien me acercó una copa a la boca y me obligó a tomar champán. Yo no me resistí.
Sentí olor a quemado: "Mi pelo", grité.
Pero no, no había sido mi pelo (o sea, no fue ahí). Cuando sentí un ardor en la espalda, entendí que me habían apagado un accidentalmente un cigarrillo. El muchacho se mostró apenado por lo sucedido, así que me regaló una cerveza; cerveza que intentaba compartir, pero no encontraba a los "míos".
Para colmo, aquella "mano amiga" dejó de ser mi amiga. Comenzó en mi cintura y fue subiendo por la espalda, intentando que mi cara diera contra una cara masculina, con una boca inmensa que me dijo: "Sei molto buona". Yo lo empujé y salí corriendo.
A lo lejos vi a mi amiga corriendo hacia mí; casi eran las doce, ¡dios mío! Ella pasó entre cinco pibes argentinos que cantaban como si estuvieran en la cancha: ella los esquivó como campeona olímpica.
Me gritó que teníamos que volver a la fogota (que ya era una hoguera). Alguien llevaba una antorcha hacia el mar, como si se tratara de un ritual.
Sentí olor a quemado, de nuevo. Pero la antorcha había quemado una remera (o sea, no fue mi pelo).
Cuando estuve frente a ella me mostró que traía el papel en el que todos habíamos escrito las cosas que queríamos olvidar; acontecimientos del año que no queríamos repetir nunca más. Pero lo cierto es que recuerdo que teníamos pocos segundos antes de que el 2012 llegara. Me palmeó la espalda, porque creyó que sería imposible, casi una misión suicida.
¿Qué importa un papel? O sea, no seamos supersticiosos: dejar las cosas depende de mí.
En el momento en que nos dimos vuelta, le arranqué el papel de la mano y corrí hacia la muerte... 
Primero frené, tomé toda la cerveza que pude y le di la botella a un chico ("Ehhh,  vamo Adrogué", me dijo... Listo, cartel explicado). Libre de todo, corrí por la playa, pasé entre las tablas de los surfers, que se quejaron porque a mi paso tiré varias de ellas; una cañita voladora descontrolada venía en dirección a la cara (recuerdo el fuego chispeante flotando frente a mis ojos), pero en un movimiento digno de "Matrix", la dejé pasar de largo; escuché un grito atrás: alguien no lo había logrado; unos chilenos se pusieron en mi camino con la intención de agarrarme (uno llevaba una corona que decía "2012"): los esquivé como jugadora de rugby (ya me creía mil) y le robé la corona, sinónimo de mi triunfo; una botella giraba por la arena pero recuerdo que la salté. 
Casi llegaba el conteo, o sea, últimos diez segundos del p$%& 2011. Detuve la marcha y mis ojos fijaron el objetivo. Detrás de mí, un malón corría en mi dirección.  Yo ya podía ver la fogata y casi no había gente entre ella y yo. Avancé inspirada, pero entonces vi al italiano que empezaba a bloquear mi camino, y abría sus brazos creyendo que yo podría aterrizar sobre él. Tenía microsegundos para saltarlo o atravesarlo, y salvo que tenga habilidades mutantes que aún no he desarrollado, pude comprender que la cosa se ponía difícil. Y sin embargo, no frené. Confiando en que se iba a echar atrás, grité como una salvaje.
En cámara lenta (sí, no lo puedo pensar de otra manera) pude ver cómo el "pibe de Adrogué", que se había adelantado sin que yo lo hubiera visto, "tacleaba" al italiano; ambos cayeron al piso: yo los salté (como campeona olímpica, claro) ante la boca abierta sin sonido del europeo y ante un grito triunfal del "adroguense".
Puedo decir que el 31 de diciembre del 2011, a las 23:59:57, yo cumplí con mi misión. Con ira y violencia que no tenían nada que ver con mi vestidito blanco, tiré el p$%& papel al fuego.
Un pequeño público improvisado me aplaudió (reconocí algunos huéspedes de mi hotel). Me di vuelta y los saludé como correspondía.
Alguien me señaló el pelo.


Siento olor a quemado, y en el bar del hotel, vuelvo a gritar como grité a la noche.
Me toco el pelo. El chico de la barra me explica que él me salvo: me tiró al suelo y me tiró arena en la cabeza.
También me dijo que después le pegué... que después lo abracé, y que después dije que me iba a bañar... y me metí al mar. Nunca más me vio hasta ahora. Se vuelve a reír de mí.
Mientras regreso a mi habitación con un café en la mano, veo la puerta de la habitación de mi amiga cerrada: sobre la alfombrita, donde uno se sacude los pies, está su ojota. No tengo idea qué habrá sido de su noche, pero me empiezo a reír como tonta.
Ok, parada frente a la puerta... ¿cómo encaro esta situación?