viernes, 1 de junio de 2012





Me despierto porque tengo una mano huesuda sobre la cara. Estoy cansada, pero el calor húmedo y molesto contrarresta toda necesidad de descanso. Hay mucho olor a cigarrillo, y empiezo a sospechar que algo no está bien.
Mi pelo. Ni hablar de mi pelo: tengo esa sensación de pelo duro, húmedo arriba y mojado en la medida en que se aleja de la cabeza, como si mi último baño hubiera sido en el mar.
Cuando toco esa masa arenosa que reposa sobre la almohada, descubro, con horror, que me falta una parte (Sí, ¡horror y espanto!): alguien me sacó veinte centímetros de pelo. 
Me calma el abrir los ojos y reconocer mi cuarto de hotel.
En el piso veo un cartel desprolijo y salpicado que dice "Feliz 2012 lokaaa. Lo´ pibe´ de Adrogué".
Lo que no me calma en absoluto es que la mano no es mía, sino de un hombre tirado a mi lado...
Salgo de mi habitación y dejo a ese hombre durmiendo. Le veo cara conocida, probablemente sea del grupo que se formó anoche. Por las dudas, lo dejo encerrado: no pienso bajar más que unos minutos. Necesito un café.
La tela del vestido (el mismo vestido que tenía a la noche) se me pega húmedo al cuerpo, así que es oficial: me metí al mar.
Mientras me voy acercando al lugar donde desayunamos, la gente va girando la cabeza. Sospecho que adquirí popularidad ayer (si la quiero o no, aún no tengo idea).
La dueña del hotel, que por lo general es amable, me mira y no se acerca. Yo sola voy hasta la barra y me sirvo café del termo. El único que me sonríe (o más bien, se ríe a carcajadas de mí) es el chico que atiende.
Alguien grita algo, y la cabeza se me parte. "Gritos", pienso. La noche empieza a caerme encima porque me acuerdo que hubo gritos... Retrocede mi mente hasta algún punto lejano...


- ¡Los argentinos que se callen!
Eso no logró que la dueña del hotel impusiera su voluntad. Faltaba poco para las doce y nadie tenía intenciones de calmar esta alegría.
La mesa ya no tenía espacio para apoyar nada: era un cementerio de cervezas. Empezamos siendo muchos; terminamos siendo muchísimos: rebalsaba la gente por los costados, así que esta masa improvisada comenzó a moverse hacia la playa. No tan a los lejos (la distancia era confusa) ardía una fogata enorme que nos llamaba.
Minutos después, la tribu improvisada (armada por curiosos, solitarios y amigos de amigos de amigos) ya estaba donde tenía que estar. Mi amiga se quejaba porque había perdido una ojota (o "sayonaras", como las llaman en Perú). Ante la opción de volver al hotel para buscar otra, prefirió aprovechar esta fiesta en la playa.
Debo confesar que, para aquel entonces, yo ya estaba borracha y no veía gravedad en el hecho de andar descalzos. De pronto, me vi rebotando entre un multitud de cuerpos y  me sentí algo mareada, pero apareció un brazo amigo que me arrastró hasta una mesa blanca de plástico, rodeada de sillas. Alguien me acercó una copa a la boca y me obligó a tomar champán. Yo no me resistí.
Sentí olor a quemado: "Mi pelo", grité.
Pero no, no había sido mi pelo (o sea, no fue ahí). Cuando sentí un ardor en la espalda, entendí que me habían apagado un accidentalmente un cigarrillo. El muchacho se mostró apenado por lo sucedido, así que me regaló una cerveza; cerveza que intentaba compartir, pero no encontraba a los "míos".
Para colmo, aquella "mano amiga" dejó de ser mi amiga. Comenzó en mi cintura y fue subiendo por la espalda, intentando que mi cara diera contra una cara masculina, con una boca inmensa que me dijo: "Sei molto buona". Yo lo empujé y salí corriendo.
A lo lejos vi a mi amiga corriendo hacia mí; casi eran las doce, ¡dios mío! Ella pasó entre cinco pibes argentinos que cantaban como si estuvieran en la cancha: ella los esquivó como campeona olímpica.
Me gritó que teníamos que volver a la fogota (que ya era una hoguera). Alguien llevaba una antorcha hacia el mar, como si se tratara de un ritual.
Sentí olor a quemado, de nuevo. Pero la antorcha había quemado una remera (o sea, no fue mi pelo).
Cuando estuve frente a ella me mostró que traía el papel en el que todos habíamos escrito las cosas que queríamos olvidar; acontecimientos del año que no queríamos repetir nunca más. Pero lo cierto es que recuerdo que teníamos pocos segundos antes de que el 2012 llegara. Me palmeó la espalda, porque creyó que sería imposible, casi una misión suicida.
¿Qué importa un papel? O sea, no seamos supersticiosos: dejar las cosas depende de mí.
En el momento en que nos dimos vuelta, le arranqué el papel de la mano y corrí hacia la muerte... 
Primero frené, tomé toda la cerveza que pude y le di la botella a un chico ("Ehhh,  vamo Adrogué", me dijo... Listo, cartel explicado). Libre de todo, corrí por la playa, pasé entre las tablas de los surfers, que se quejaron porque a mi paso tiré varias de ellas; una cañita voladora descontrolada venía en dirección a la cara (recuerdo el fuego chispeante flotando frente a mis ojos), pero en un movimiento digno de "Matrix", la dejé pasar de largo; escuché un grito atrás: alguien no lo había logrado; unos chilenos se pusieron en mi camino con la intención de agarrarme (uno llevaba una corona que decía "2012"): los esquivé como jugadora de rugby (ya me creía mil) y le robé la corona, sinónimo de mi triunfo; una botella giraba por la arena pero recuerdo que la salté. 
Casi llegaba el conteo, o sea, últimos diez segundos del p$%& 2011. Detuve la marcha y mis ojos fijaron el objetivo. Detrás de mí, un malón corría en mi dirección.  Yo ya podía ver la fogata y casi no había gente entre ella y yo. Avancé inspirada, pero entonces vi al italiano que empezaba a bloquear mi camino, y abría sus brazos creyendo que yo podría aterrizar sobre él. Tenía microsegundos para saltarlo o atravesarlo, y salvo que tenga habilidades mutantes que aún no he desarrollado, pude comprender que la cosa se ponía difícil. Y sin embargo, no frené. Confiando en que se iba a echar atrás, grité como una salvaje.
En cámara lenta (sí, no lo puedo pensar de otra manera) pude ver cómo el "pibe de Adrogué", que se había adelantado sin que yo lo hubiera visto, "tacleaba" al italiano; ambos cayeron al piso: yo los salté (como campeona olímpica, claro) ante la boca abierta sin sonido del europeo y ante un grito triunfal del "adroguense".
Puedo decir que el 31 de diciembre del 2011, a las 23:59:57, yo cumplí con mi misión. Con ira y violencia que no tenían nada que ver con mi vestidito blanco, tiré el p$%& papel al fuego.
Un pequeño público improvisado me aplaudió (reconocí algunos huéspedes de mi hotel). Me di vuelta y los saludé como correspondía.
Alguien me señaló el pelo.


Siento olor a quemado, y en el bar del hotel, vuelvo a gritar como grité a la noche.
Me toco el pelo. El chico de la barra me explica que él me salvo: me tiró al suelo y me tiró arena en la cabeza.
También me dijo que después le pegué... que después lo abracé, y que después dije que me iba a bañar... y me metí al mar. Nunca más me vio hasta ahora. Se vuelve a reír de mí.
Mientras regreso a mi habitación con un café en la mano, veo la puerta de la habitación de mi amiga cerrada: sobre la alfombrita, donde uno se sacude los pies, está su ojota. No tengo idea qué habrá sido de su noche, pero me empiezo a reír como tonta.
Ok, parada frente a la puerta... ¿cómo encaro esta situación?



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