lunes, 25 de noviembre de 2013

Advertencia: Ver con música (http://www.youtube.com/watch?v=20YOwaOsntY) y en movimiento.


-         Realismo Mágico… es lo que abunda en la ciudad que vivo. Esta ciudad que me vio nacer en muchas formas, tantas veces, y que me verá morir una y otra vez aplastada en sus calles… Y es cuando las calles adquieren un vacío oscuro y absoluto que la nada se vuelve absoluta. La nada de las calles… la nadidad de lo urbano… la realidad de mis pasos. Santa Fe al 2800… por acá vivía él creo.


-         Sante Fe al 2600:  acabo de dejar atrás un bar de otros tiempos. El perfume que marcó mis veintipico se evapora en el aire húmedo de esta noche de museos y desfiles de amor. Desde el fondo, el río me trae lluvia pantanosa, me sugiere padecimientos, me sugiere romanticismos, me sugiere poemas y poetas y música de todos los mundos posibles. Y este aire que anticipa la primavera…


-         Santa Fe al 2500: No, basta de metafísica. Hoy no tengo adonde dormir. Y aclaro esta noche que yo no sé qué es el amor (pero sí sé de eras geológicas)… Que me quedé sin música para pensarte y que te dije que todo, pero que tengo esta música, que es nueva. Que camino rápido, casi de la misma manera en que pienso, pero me duelen los pies.


-         Santa Fe al 2400: ¿La gente creerá que no tengo adónde dormir? Me ven pasar con un vestido y un perfume, no creo que se imaginen qué cosa soy yo realmente, que aunque me visto de inviernos, y de primaveras y de veranos y de otoños, dejé mi corazón en una playa. Y encima estoy pensando en el tiempo. En cómo me sacudió un poco, en cómo rompió las maquetas que había armado, en cómo se llevó los restos y en cómo me dejó parada frente a un espejo que refleja mi vacío. Te extraño. Y encima me duelen los pies.


-         Santa Fe al 2300: Tu ausencia empieza a quedarme incómoda. La noche empieza a quedarme incómoda. El tiempo volvió: ahora veo claramente cómo destruye todos los futuros que imagino y empiezo a sospechar que sí existe un secreto: que no tengo que inventarme futuros. El futuro no existe. Y la vida es incómoda. Es el secreto más feliz que alguna vez descubrí.


-         ¿Y si llego a la parada y justo llega el colectivo? Sería como encontrar un zapato que no sea ni 38 ni 39, largo y angosto como mi pie. O como una oración sin erres. O como todas esas cosas que hace la suerte para despistarnos y para disimular que, a fin de cuentas, tiene un plan macabro para todos nosotros. Como una falsa alineación de hechos fortuitos… y después el ZÁCATE… el sin sentido, la nada. No, dije no, metafísica. Por dios, qué manera de pensar en tantas cosas en poco tiempo, Santa Fe 2200 (y sí, me duelen los pies).


-         Santa Fe al 2100: Hola...¿ese chico es lindo o lo miro porque lo conozco de algún lado?


-         Santa Fe al 2100 (pero de la vereda de enfrente): Me asusté de alguien y crucé. No soy perseguida, no tengo miedo fácilmente, pero soy hija de Armando, que me hizo creer que todos me quieren matar… o al menos, eso entendí yo. ¿Y si me equivoco?... ¿Si justo llega el colectivo cuando llego a la parada? Ojalá… Me duelen los pies. Caminé demasiado.


-         Santa Fe al 1800: Alguien me dijo el otro día que la memoria está en el cuerpo… O que el cuerpo tiene memoria. No me acuerdo quién fue. Y tampoco me acuerdo bien qué me dijo exactamente. O sea que podría decir que me falla la mano, o un riñón, o una teta, o la nariz. Pero si la memoria está en el cuerpo… Pero si la memoria es el alma, entonces el alma es el cuerpo y entonces puedo decir que el dolor del alma es el dolor de cualquier parte del cuerpo y que el cuerpo no tiene que ver con la periferia, sino con lo más íntimo. 
      ¿En qué noche de qué ciudad estarás ahora que me duelen los pies?


-         Santa Fe al 1700: Yo no me siento parte de ningún lado, como si fuera una especie de poesía que nació en la calle de un pueblo de cualquier tiempo, en cualquier dirección, que se desplegó en una dimensión y no en las demás  y asesinó a mis otras posibilidades, persiguiendo una casualidad que puede ser chispa, que puede ser divina. Y nos hicieron creer que somos un soplo engendrado en el aire vivo de un ser superior. Tal vez era así… y somos un pedo de Dios.


-         Santa Fe al 1600: Cada vez pienso menos en ella… Nunca va a cumplir más años que los que tenía. Se congeló con treinta, nada más.
      Es como si viera las cosas que pasaron por tu cabeza en ese momento, Nati. Porque conozco cómo se mueve esos demonios. ¿Qué pasaría si no tuviera estas armas? Lo mismo. El barquero nos espera a todos, al otro lado de ese río sucio...


-         Santa Fe al 1500: Me duelen los pies. Porque sé las cosas que sé y también las que ustedes me contaron, porque ella me dejó esperando ese saludo, porque me hacés sentir que soy algo que merece ser mirado cuando tu dedo termina en mi panza y se desliza y yo apenas te toco pero te miro y te miro mucho y dejo que toques los botones de mi saco y yo no hago nada…
-         1450: me duelen los pies porque no son sólo palabras, yo no soy sólo palabras; me duelen los pies porque el amor es lo nuevo y no tiene que ver con esfuerzo, sino con moverse en una dirección hacia la que nos acostumbramos a no movernos.
-         1400: me duelen los pies porque no conocía mi propio veneno, porque si no somos amigos ante todo entonces no hay amor, porque extraño los días romanos y las noches alemanas, porque soy tan musicable…
-         1350: me duelen los pies porque soy frágil como los cambios de estación, porque aunque pasee con la tana nunca seré turista en Buenos Aires, porque esos labios no son los míos.
-         1300: me duelen los pies porque Sol se queja de su Venus en Acuario, porque soy crisis posibles de virtudes reales y el vacío es posibilidad.
-         1250: porque me encanta verte florecer y existir cuando la noche se hace día, porque estas contingencias son sagradas, porque no sé si soy una tragedia o soy un milagro.
-         1200: me duelen los pies porque las reflexiones treinteañeras no aseguran que nada va a estar bien, porque nos plagamos de amor ante el espanto y de espanto ante el amor y nadie eligió estos “mientras tanto”. Y porque todos los caminos te conducen a vos y porque fuimos embarcados en la misión más difícil de la historia: ser felices. 
      Me duelen los pies y parece que va a llover, pero sólo es música.


-         Santa Fe al 1100: Seamos como nos gustamos. Que mi sonrisa no sea tu lágrima. Invadime esta primavera, que yo te espero sin esperar nada.


-         Es Santa Fe al 1000… Me pasé de la parada.






jueves, 29 de agosto de 2013

J. P.

Me sentía enredada.
O sea, está buenísima la forma en que nos estamos mirando a los ojos (me hacés sentir como algo que merece ser mirado). O la forma en que sin querer tu dedo termina en mi mano, en mi panza, y se desliza.
Yo apenas te toco, pero te miro mucho. Miro lo que me hacés y no hago nada.
Dejo que toques los botones de mi saco. Y no hago nada.
Creo que nos estamos robando algo del tiempo que tuvimos. Y cuando de algo tenemos que hablar, no hablamos.

Más abajo, pienso, algo parece imposible de dejar.
En todos los universos posibles estamos juntos.
Pero no nos es posible mantener esta intensidad acá, ¿no? Ni tu paradójica protección ni mi paradójico  “seamos amigos”.
Porque entonces nos damos un beso y faltamos a nuestras pequeñas promesas. Dejás de cuidarme, yo dejo de ser tu amiga.
Me pregunto si leíste lo que te escribí en el libro, si entendiste mi letra. si entendés esta letra. Vos te preguntarás porqué te preguntás tantas cosas y qué está mal en vos, ¿o en nosotros?

Me decís que no sabés dónde está tu cabeza, pero yo sé que medio corazón mío está acá, en juego en esta mentira que estamos sosteniendo que termina siendo una realidad a medias.
Te dejo medio corazón y me voy. Así ya sabés lo que te quería decir: que te quería, bebé.






lunes, 15 de julio de 2013

ADiós, 32

Vestite de tempestades,
no configures intermitencias.
Que el amor todo L O C U R A,
y la alegría, también.

Místicos caídos de la naturaleza.
Escandizate en los impulsos.
Arrojate en este salto...
El vacío es posibilidad. 




viernes, 24 de mayo de 2013

Come down easy

http://www.youtube.com/watch?v=TEn2cBKT6lY

Adictos a las sorpresas. De una tarde como estas tardes de otoño en las que el sol seco se puede combinar con viejas penas y hacerlas llevaderas. Tomar el dolor y llevarlo a todas partes con nosotros, y olvidarlo en un lugar, un día, sin que nos demos cuenta. 
Podemos ser la tristeza de nuestro presente doliente y, sin embargo, ser esperanza de esa tarde que se hace noche y se diluye en las risas de los amigos.
Y bendita esa relación: la de la amistad. Y el viejo sueño lejano que trae el viento que habita bien en lo profundo de cada mirada. Si todos los sueños secretos se pusieran en las mesas de los bares, sólo habría bares de alegrías. Todas las cosas que nos hicieron felices, cada momento impregnado en vivencias que saltan a la memoria a través de lugares y de paradas de colectivo, se materializarían en la magia que sólo puede tener el realismo. 
Abrirse a las sorpresas es un privilegio, uno de esos que sólo puede obtener un realista. Porque el mundo nos dice que nada sabemos de él y que los hechos se encadenan más allá de lo que podemos controlar. Cuando soltamos ese control, nos pegan las casualidades.
Dejar ir papeles que condenan, hábitos obsoletos que nos llevaron a nada, basados en ideas sin importancia, en deseos impregnados sin un sentido. Agarrate fuerte a lo que tiene que ver con vos, porque eso es lo único que vamos a amar. 
Pero, sin embargo, volver y encontrarte es una de las estúpidas ideas que resisten los embates del tiempo. Y el show de nosotros, los estúpidos. 
Gracias a Dios, hay todo un mundo de estúpidos.


Cata critica el abandono al que la estoy sometiendo. Sé que no logra olvidarlo, que el verano en la playa no le fue suficiente, como si algo aún no cerrara en su cabeza. La veo manejar y mirar detenidamente los bares a los que él solía ir. Después me pregunta porqué la miro, se ríe, pero su risa se vuelve amarga. "Quiero ver a Juanchi", me dice a veces. 
Tal vez debería insistir (tal vez debería haber insistido) en que lo olvide, pero hay historias que necesitan vueltas de tuerca, que necesitan morir en acciones, pero, en definitiva, morir. 
Cuando era más chica, leí algo que decía que los amores que nunca se dan, que nunca se manchan, que nunca se marchitan ni se concilian en día a día, son aquellos amores que nunca mueren, porque lo que es joven no muere nunca. Tal vez hay que marchitar, acelerar el pulso hasta que, finalmente, todo dé lugar al silencio, a la lejanía de acción, al cese del movimiento, a la muerte del deseo.
- Contame del tarado ese -me dice, mientras le da una seca profunda a su cigarrillo maltratado.
Se refiere a Rodrigo Garay.

Le digo poco, porque estoy en el momento en el que las vivencias son más profundas que el recuerdo de ellas. Le podría decir que apenas nos vimos en la segunda cita nos besamos, que nunca retrocedimos y que nunca hubo que empezar de cero hasta llegar al momento del beso; que cada mañana recibo su mensaje de "buenos días" y él recibe mis "jajaja", que me manda canciones y yo le mando curiosidades, que  lo escucho hablar de su hijo y logra que esa dimensión, desconocida para mí, no sea la dimensión enemiga; que me conmueven sus historias y a él, mis confesiones. Que creo que se está enamorando de mis detalles. Que aún no conoce mi casa, pero yo sí la de él. Que me encanta cómo quiere a los suyos y hasta me motiva a expresarme con los míos: pregunta el nombre de cada integrante de mi familia: me cuida, me presta atención, escucha detenidamente cada palabra que digo y la hace suya y la usa en sus propias palabras. Que sólo nos vimos cuatro veces y ya pasó todo ésto. Y en una semana. Que todavía no estuvimos juntos (si sabe a qué me refiero).
- ¿Ya garcharon? -pregunta Cata y me saca de ese ritmo privado. 
- No. Y la pelotuda ya está enamorada -dice Santi, que se asoma desde el asiento de atrás. Me quedo mirándolo con los ojos como huevo, sorprendida por casi haber olvidado que él estaba ahí , sorprendida porque responde por mí, sorprendida porque a veces padezco por mi exceso de exposición. 
- No diría enamorada -contesto, entre enojada y (de nuevo) sorprendida. 
- ¿De dónde salió ese Rodrigo? -pregunta Cata, sin dejar de prestar atención a la gente amontonada en la puerta de los bares.
- No me acuerdo.
- ¿Vos sos demente? ¿Vas a tener sexo con alguien que no conocés? -me dice ella de manera exagerada. Me hace todas las preguntas que yo no me hago. 
- Dice él que nos conocimos hace diez años... De alguna manera, lo tengo en Facebook. Y dio la casualidad que me lo crucé el año pasado... una vez que iba en la bici y choqué contra un árbol. Él me levantó.
- Diez años ¡Qué viejos somos...! -contesta ella. Su única observación. 
- Pero no me acuerdo bien lo que pasó... Parece ser que nos juntamos en una casa, en esa época lo hacíamos mucho, salimos, creo que estabas vos también, Cata. Me iba a contar, pero siempre nos distraemos y terminamos hablando de cualquier otra cosa...
- Y la boluda ya está enamorada.
- Santiago, basta. Estoy encantada, no enamorada. 
- Hoy a la mañana me llamaste y me dijiste que tenías una noticia increíble. Y ahí me dijiste que estabas enamorada, chiquita. 

Me perdí en mis pensamientos mientras miraba la noche a través de la ventana, recordé la charla. "¿Encontraste un bar en el que pasan buena música? ¿De esa que nos da ganas de pararnos en las mesas y bailar?", respondió Santi, esta mañana, cuando le dije que tenía una noticia increíble. Probablemente puse la misma cara que había puesto al mirarlo sorprendida... ¿Cómo hace esas conexiones extrañas?
Le dije que estaba enamorada, o, más justa aún con la verdad, le dije que no lo había llamado porque había estado muy ocupada enamorándome (Santi tenía razón, yo lo había dicho). Pero lo cierto es que suelo ser exagerada a la mañana después de andar en bicicleta.

- Dejala que disfrute lo que le está pasando... Ustedes son terribles - Ese era Dany, amigo de Santi, que estaba acongojado en el asiento de atrás y quién también había olvidado que estaba... Debo estar borracha. O peor, debo estar enamorándome. 
- ¿Y por qué no está con nosotros...? ¿O por qué vos estás acá con nosotros? -insistió Cata.
- Porque los extrañaba...
- Dale.
- Porque tenía salida con su hijo.
- Vayamos acá -gritó Dany de la nada y saltó como un niño. Tocó la cabeza de Cata y la hizo poner violenta.
- Bueno, bajemos acá, pero esperá a que pare. El otro día te tiraste del auto... Vos estás loco.

Me acostumbro a las caras de ese boliche-bar cuando entramos. Y mientras busco con mi mirada una mesa cercana a la puerta, Santi huye al baño.
Veo un mensaje. Pasé varias veces por este momento: miro la pantalla, espero que vuelva la luz y veo su origen, y deseo... deseo que sea el mensaje que espero, pero siempre con un dejo de miedo, de desesperanza. Últimamente, soy una exitosa de los mensajes y este es, efectivamente, de Rodrigo. Un mensaje de "Buenas noches".  Pero no me sonrío. Me quedo quieta. 

Quiero decirme que soy feliz, pero sólo puedo preguntarme qué quiere él, porqué (me) hace ésto. Una sensación se deposita en el estómago: "¿Qué estoy haciendo?", me digo. Trato de decirle a Cata que estoy mal de la cabeza, que debería estar contenta, pero no es así...

Y en ese momento, la mano de Cata se clava en mi brazo, paraliza mi voz. Me aprieta tan fuerte
que me hace enojar. Como si eso fuera poco, se tira atrás de la mesa, llevándome con ella: casi caigo, pero me mantengo agarrada de la silla mientras la sostengo, o mejor dicho, mientras ella no me deja otra opción que la de sostenerla.
Miro hacia el punto al cual había mirado y detecto una cara que conozco mucho, pero no de la vida real. Es una cara que yo había mirado por horas en las fotos, una cara que nos mira y se acerca, se abre paso entre la gente.
- "Kate" -le dice.
 Juanchi.
Mi corazón late como si fuera la involucrada en esa historia que ni siquiera me pertenece. Santi viene hacia nosotras, pero lo ve, lo reconoce y se desvía.
Cata finalmente asoma de los abismos: su perfil claro se ilumina a medida que sube. Se para nerviosa, me mira, amaga a presentarnos, pero las palabras no salen.
Rápidamente repaso sus sueños: comprendo que poner demasiado en un deseo inmediato y que este suceda coloca en él una carga irracional. Casi puedo ver cómo todo el cuerpo de mi amiga responde a ese llamado misterioso, cómo se acopla a este evento sorpresivo. 
Digo alguna pavada que la trae a la vida y me muevo para darles espacio y soledad. Me deslizo hacia Santi, tentada por la simetría a la que nos somete a veces el universo.
Los vemos interactuar, nosotros en silencio. Es muy clara la atracción entre ellos, atracción que se había mantenido intacta por seis meses y, tal vez, que había cobrado fuerza en el misterio en el que nos convierte para el otro ese tiempo. Las manos se buscan en cada ocasión, las miradas se llaman, incluso cuando él no deja de mirar hacia dónde estamos nosotros. 

No recuerdo cuánto tiempo pasa. Pero sí recuerdo que esto ya me pasó a mí...
Una chica parte desde algún punto, nos atraviesa a Santi y a mí (a mí me mueve de mi lugar) y llega hasta ellos: empuja a Juanchi con la violencia suficiente como para alejarlo de nuestra amiga.
- ¡¿Vos te crees que yo soy boluda?! -le grita. Él mueve las manos dando explicaciones que sólo Cata puede oír. No lo miro a Santi, pero sé que camina hacia ellos con los mismos pasos con los que camino yo.
Y ahí está Catalina: paralizada, mirando hacia la puerta. Juanchi se aleja con esa chica, sin siquiera darle una explicación a mi amiga que huye hacia la puerta.
Santi y yo la perseguimos. Abandonamos a Dany, pero, después de todo, él es adulto. Lo entenderá.


Todo fue silencio después. Me pregunto porqué nos olvidamos que ya pasamos por esto, ¿acaso debería ella también llenarse la puerta con papeles que digan que cuando algo no nos cierra, tal vez, se deba a que simplemente no se ajusta a lo que buscamos? 
La luz sigue siendo la misma esa noche, entra por la ventana y se funde con el silencio. El espacio se hace perfecto y la iluminación es lo único que se atreve a irrumpir.
Tomo fuerzas de la nada y hago lo que todos quieren pero nadie se anima: prendo la radio. Gracias a Dios por la música, la música en un auto, cuando la noche ya se hace fría.
Adictos a las sorpresas, a las buenas y a las malas. Lo irreal se nutre de estas últimas.



Miro mi celular, tratando de adivinar los deseos de Rodrigo a través del aparato. Y de encontrar alguna pista en las palabras, en las letras. Me estremece pensar que esta oscuridad nace en el momento en que doy forma a este mal inminente: los dolores están a la vuelta de la esquina, los golpes, como el que mi amiga había recibido esta noche, ya me doblegaron con fuerza en el pasado. Alguna parte de mí quedó prendada de malos tragos y necesita mirar hacia abajo, controlar los pasos. Esa oscuridad comienza a apoderarse de mí. La mano de Santi descansa, de pronto, en mi hombro, como si pudiera ver la cantidad de imágenes que se suceden y se golpean en mi cabeza.
Para mi sorpresa, llega un mensaje más. 
"Hermosa, seguro estarás por ahí con tus amigos. Quería decirte que te extraño y desearte buenas noches otra vez".
La oscuridad se enoja más. Me vuelve un animalito indefenso y peligroso. Y Rodrigo parece no entender que mi yo más turbia y más densa me dice al oído que nunca olvide que lo que empiezo a querer se aleja de mí.
Vuelvo a depositar los ojos en la luz.
- Dejá que esa idea se vaya... -dice Santi al aire. Se refiere a Cata, a mi, a los miedos, al pasado.








jueves, 23 de mayo de 2013

Soy tu necesidad de libertad.

Cuando todo parece indicarte la dirección contraria,
cuando entendiste que el camino por el cual debés transitar
es el que no atraviesa tus deseos y te trae noches de insomnio.
Y el camino que te lleva lejos de ese lugar, ese lugar que ya sabés y tanto te gusta, se ampara en universales catastófricos, en dragones prehistóricos y en palabras de sabiduría neutra.
Construiste un mundo alienante que te cargás a tus espaldas.
Porque hay algo heroico en los actos matutinos de pasos que te llevan al mismo espacio,
con personas que ves pasar una y otra vez momificadas en el tiempo.
Una pisada distinta te depara soledad...

Y sin embargo, tenés tus contingencias sagradas,
los momentos que se suman...
Esos momentos que nunca viste venir, que nunca catalogaste, nunca convertiste en mandamientos congelados. Vivos como tu devenir constante en un día no planeado, mientras el mundo se mueve sin que lo cargues, las cosas se caen aunque las persigas. No hay proyecto ni amor que soporte los embates del tiempo, ni reflexiones treintañeras que aseguren que todo va a estar bien.
No profeso los pasos heroicos ni un abandono en la nada infinita.

Profeso la bondad de las contingencias,
noches sin sentido absoluto,
un salto a salto de querellas sin importancia.
Un cigarrillo. Un vaso de agua.
Y descansar como semidioses.
Abrazados en nuestra propia necesidad de libertad.









viernes, 17 de mayo de 2013

This magic moment

- Necesito que me lo cuentes de nuevo -dice él.
Estoy en una cita. Y mi cita quiere saber sobre la cita que no fue.
Ya llevamos tres tragos encima así que las cosas son sueltas, fáciles.
- Ya bastante tengo con las cargadas de mis amigos...¿Vas a seguir tomando?

Rodrigo Garay se termina su Negroni. Le hace una seña a la moza porque prefiere volver a la cerveza.
- Contámelo como lo contarías en un cuento. Sé que te gusta escribir, veo tus publicaciones y me río mucho...
No me pareció un mala idea. Tal vez era la forma más catártica de confrontar la situación.

- Bueno, había esperado ese momento por más de un año, y sucedió: Pablo me invitó a salir. Estuve pintándome un buen rato y hasta me puse tacos, lo cual marcaba una diferencia, yo nunca uso tacos, pero era una cita... Me pasó a buscar en su auto, me regaló un libro. Le di un abrazo y se puso nervioso... "Señal de que le gusto", pensé.
- No te culpo, yo pensaría lo mismo.
-  Fuimos a su pizzería favorita y elegimos pizza de rúcula y jamón crudo. Me preocupó...
- Terminar con rúcula en el diente.
- Exacto. Después surgió el tema bebidas: no quería tomar, porque él no es de tomar...  -digo, mirando preocupada la velocidad con la que desaparece el líquido en la boca de Rodrigo Garay. Sus ojos son sumamente simpáticos y nunca para de reír. Continúo con el relato -: Entonces decidí no tomar, quería igualdad de condiciones, que me viera como una mujer seria.

Rodrigo le sonríe a la moza, y su preocupación hacia la gente me resulta tierna. Empiezo a encontrarlo encantador, pero no es que no haya sido así desde el principio, sólo que comienzo, literalmente, a sentirme atraída hacia él. Sin embargo, no me acerco mucho. Cuido mis movimientos.
Pese a su simpatía, veo que me mira con seriedad, como si realmente hubiese pensado mucho en este momento en el que me tiene enfrente. Cada una de sus palabras está llena de sinceridad y me mira con atención. Sigue el movimiento de mis ojos y no se detiene en las manos; exageradamente se concentra en mis idas y vueltas y hace que no exista más que lo que le cuento.
Por lo pronto, yo sigo contándole lo que me había pasado  el día anterior:

- Ahora empieza lo surrealista... Llega la pizza -y le remarco a mi interlocutor la doble zeta- y me preocupa cortarla prolijamente. Se me ocurren mil maneras de cometer torpezas...Mil maneras de decirle algo incorrecto, a él, a ese hombre casi perfecto alejado de todo lo mundano. Esperé un año este momento. Momento en el que él me pregunta si ando con alguien. Le cuento que estoy sola, lo cual es cierto, esperando al indicado...
- Ay qué tierna -comenta mi cita.
- Él me dice que también. Lo miro seductoramente...Así. - Le muestro a Rodrigo mi mirada seductora-. Pero que nuevamente está en problemas, porque la chica de la que está enamorado y con la cual planeó un viaje es más pendeja.
- Auchhhhhhhhhhh.
- Y se siente algo histeriqueado y siempre hace lo mismo, comete el mismo error una y otra vez... Para ese entonces, Rodri, los ojos empiezan a ponérseme rojos. Te diría que el alma abandonó mi cuerpo, pero no, eso me pasó tantas veces que aprendí a detenerla.
- ¿Lloraste? - Me gustó que siguiera la línea de la seriedad, porque por más gracioso que sea, ese momento no fue un buen momento.
Lo cierto es que en aquel momento -que un día después parece lejano y se disoció de mis emociones- viví el típico quiebre de la mala noticia: llegó enseguida a mi cerebro y la información tomó posesión de mi cuerpo. Me di cuenta cuántas expectativas tenía yo en Pablo, como si fuera la única persona en el mundo capacitada para entenderme, aquella capaz de conectarme con mejores momentos, la única con la que podría ir al cine y hablar horas y horas de datos irrelevantes y de esos recuerdos de cada escena que sólo un obsesivo por la belleza puede tener. Ese quiebre que retuerce el estómago y construye un nudo... no llegó a ese punto. Enseguida entendí la insensatez de todo esto. Yo no tenía ningún sentimiento de ese tipo por esa persona concreta, ese sentimiento tenía que ver conmigo y se resolvía en mí. El resto es anécdota:
- No, no lloré. Subí las piernas a la silla, me relajé y finalmente cedí al impulso animal de comer la pizza con la mano.
- Buena jugada... -dice- ¿Esto vos lo inventás o tu vida es así?
- No sé, tal vez estoy maldita.
- O lo contrario. Creo que uno genera estas cosas cuando tiene un alma muy inquieta, un alma contenta, feliz... Uno sale a la calle con cierta magia y provoca cosas. Espero que algún día puedas controlar ese impulso a tu favor. Pero por favor, continuá.

Puedo decir que me deja algo perpleja. Hace mucho que no tenía este tipo de conexión con alguien. Casi estoy de acuerdo con él, casi creo haber tenido esa conclusión yo misma, pero alguien más puede verlo. Alguien más puede ver a través de mis ojos. Lo siento ansioso por mis detalles y sé que son muchos. Conviene guardarlos, conviene sacar la artillería pesada de a poco.
Sigo con mi relato.

- Ya no me importaba nada. Pero esto no fue suficiente:  me cuenta que se pregunta porqué no puede andar con alguien de su edad, como, por ejemplo, aquella chica con la que se junta para mmmm y con quien tiene mucha piel, pero es sólo eso.
- El príncipe azul es uno más, ponele. 
- Mientras me cuenta esto, yo ya paro a la moza y le pido que cambie mi agua por cerveza. "¿Chica?", pregunta ella. "No, traeme la de litro, por favor".
Rodrigo muestra la mejor de sus sonrisas: esa que estalla en carcajadas graduales, relajada, a la que no le importan las arrugas del costado del ojo. Hace mucho tiempo que no veo a alguien que ría así. De hecho, es simple eco de la alegría que duerme en mí, esa que espera ansiosa por ser despertada.
Me roba el beso que no daba desde el belga. Pero decir que lo roba es injusto. Simplemente nos miramos. Le pido que deje de mirarme y mi cara se acerca, su cara se acerca.

Pensemos en impulsos: en esa extraña posesión de la naturaleza que nos mueve a hacer cosas. Imaginemos cómo, en esa situación, el impulso de estampar mi boca en la suya se hace imposible de evitar. Y así vivo uno de los momentos más cursis de la vida. Me asusta un poco el creer que estoy en un cuento de hadas, de príncipes, de princesas y yo ya no soy el sapo.
- Tenía ganas de hacer esto...
- ¿Sí? -contesto de manera torpe porque tengo una boca en la mía.
- Desde que cruzaste la calle corriendo y riendo. Te hubiese dado un beso.
- Algo querías decirme... - Yo había sabido esto desde antes de cruzar la calle corriendo.
- Tengo un hijo.

¿Qué me pasó? Me pregunto: ¿qué me pasó que no fue relevante entre nosotros?
Supongo que crecí, supongo que entendí que el amor y que las ganas de conocer a alguien son las únicas razones suficientes para seguir adelante. Vueltas que da la vida terminan por romper cadenas sin sentido, y ya a esta altura, pretender que no hubo un intento de otra vida en todos nosotros es simplemente inocente y inadecuado, pretender encontrarnos sin historias es insólito. Amar después de crecer tiene que ver con amar una historia. Atraso y adelanto mi vida y me veo desde diferentes perspectivas, pero algo nuevo se mueve atrás de mis intenciones, algo nuevo opera en mis hábitos. Una liberación de prejuicios.
Mi respuesta a su confesión es un silencio de naturalidad, porque, como dije, yo ya lo sabía. Por otro lado, me iba a permitir la oportunidad de conocer a alguien distinto.


Rodrigo promete que cuando nos veamos (y lo mejor es que sea cuanto antes) va a contarme cómo nos conocimos diez años atrás y todo lo que pasó ese día.
A la mañana siguiente, monto la bici algo dormida y voy en ella hasta el trabajo. Mi energía es muy buena como para ser desperdiciada en el subte. La verdad es que apesto a cigarrillo y a optimismo.
Respiro hondo y me recuerdo que no estoy exenta de las vueltas incontrolables del mundo.
Con toda su atención puesto en mí, Rodrigo hace fáciles mis días por un tiempo.
Lo único que hace que esta historia vaya a ser un pasado es aquello de lo que más cuesta liberarse: los miedos. Los miedos también operaban esos días en mí desde los rincones más oscuros de las historias pasadas. Entre la adrenalina de un beso y de la respuesta del amor ante el amor, descansa ese monstruo que espera colarse en las emociones. Y no se iba perder este momento.















domingo, 5 de mayo de 2013

Podemos hacer la de siempre y tapar y negar.
Negociar un consuelo viejo frente a nuevas amenazas.
O simplemente entender que la historia de nuestros errores siempre estuvo plagada de una enorme capacidad de amor.

Podemos hacerlo distinto y dejarlo salir. 
Reaccionar de otras maneras ante el fracaso y encontrar aquella respuesta que nos vuelva victoriosos.
Y pacientemente, esperar a que los hábitos se acoplen a nuestra naturaleza cambiante.

Podemos patalear, llorar, mentir.
Bajar la cabeza y seguir de largo.
Pero, entonces, podemos entender que cada segundo, cada momento, cada instante de este devenir puede hacer la diferencia.

Plagados de espanto ante el amor y de amor ante el espanto.
Nadie eligió estos mientras tanto que vuelven duros los día a día.

Por suerte, amanezco de buenos aires todavía.







viernes, 26 de abril de 2013

The Fairest of the seasons

- Alguna vez vamos a decir que estos días fueron los mejores días -dice él que yo dije hace diez años.

 http://www.youtube.com/watch?v=CzGt9CZplyE



Escuché por ahí que todo en la vida, incluso ser una mejor persona, tiene elementos físicos.
Creo que en algún momento habría renegado de esto. Un día como hoy, que podría haber sido ayer porque los días son confusos cuando son largos e intensos y mi mente ya no es la misma, alguien habló de una puerta pesada que hay que abrir cada vez que nos queremos conectar con lo mejor de nosotros. Y para tener fuerza ¿qué es mejor que ejercitarnos?
Estos días que pueden estar matándonos, desconectándonos de ese centro de garantía y seguridad, son, sin duda, los que darán que hablar. Y son los que quizás ejercitarán la constancia a la hora de abrir esa puerta pesada.
Pero es Rodrigo Garay quien atajó estas reflexiones (no yo misma) para luego traerlas a un plano que se hizo más real y encantador.
Rodrigo Garay sabía querer desde que tenía memoria: conoció todas las formas de amor posibles y eso lo hacía un gran hijo, un buen hermano, primo y amigo, un amante atento y un padre ejemplar.
Disfrutaba de misterios y enredos emocionales sin verse afectado.Traté de imitar su conducta y las charlas que tuvimos, algo enredados en nuestros besos, tenían que ver con todo esto.
Sus decisiones, incluso las más alocadas, nunca lo habían desvelado, y cuando apostaba a algo no padecía ansiedades, no padecía de reflejos morales ni metafísicos al respecto: sabía que esa idea había sido puesta en marcha y los seres humanos sólo debemos confiar en el tiempo y en entregarnos.
Eso creíamos esa tarde en la que teorizábamos todos nuestros posibles y futuros choques, en la que practicábamos algo del amor. Y sin embargo, cada uno a su manera, habíamos pasado las etapas del amor.
Ese viaje que él había hecho, diez años atrás, era parte del proceso de ser uno mismo: su curiosidad de mundo era demasiado grande como para desplegarse en esta ciudad, así que partió hacia España con una novia: el viaje duró diez años; la novia, días. Pero no la recordaba con rencor, sino como una pieza de ese proceso, una pieza para la que él también era una pieza. Sucede que cuando uno cree amar y ese amar se va, aunque sea con un dolor inicial, uno recuerda al otro como una posibilidad que nunca sucedió; como si ese proyecto inicial hubiese sido para otra persona, porque uno cambia cuando los sentimientos cambian y lo que podría haber sido no es más que una alienación de la realidad y un juego de la memoria confusa que, al evocar situaciones, no hace más que repasar un obra retocada infinitamente.

En este trayecto en el que todavía estoy, yo no lo conozco. O, mejor dicho, no lo reconozco. Nos habíamos cruzado hacía diez años.
Por ahora solo recibo mensajes erráticos; mensajes que hoy me sobran, pero que mañana echaré de menos.


La temperatura va bajando como baja aquel telón del teatro en el que ahora estoy. Mientras la obra termina, el verano también lo hace. El otoño despliega su encanto y trae viejas sensaciones, y algo de calma, esa calma que sólo tiene lo nuevo. Pero es lo nuevo que no es nuevo, eso que quizás siempre está ahí: los balcones, que son parte de una arquitectura a la que nos habitúan nuestros días laborales, forman una nueva entidad. Esta Avenida de Mayo, de la que este teatro toma parte de su nombre, se desdibuja en otro escenario, y de esos balcones comienzan a asomarse personas que entienden que el día terminó. Las luces se encienden casi al mismo tiempo, como si otra mente programara la vida salvaje de la ciudad noctámbula. El aire festivo se materializa en botellas que tienen en sus manos. Yo solo tengo mis dilemas y la idea de evaporarlos escribiendo. Escribiendo estas líneas que nunca creo que alguien vaya a ver...
- La temperatura va bajando como baja aquel telón del teatro -me dice Alejandro, que pululaba atrás de mí, pero yo no lo había visto. Se había colado en la oscuridad y me había leído-. Romántica y pelotuda...
Cierro el cuaderno rápidamente y ni lo miro. Él se sienta a mi lado y prende un cigarrillo. Me convida uno:
- No, gracias, acabo de fumar.
- ¿En qué andás? Aparte de andar reviviendo a los alemanes del siglo XVIII.
- Buscaba estar sola... Mucha gente en la oficina estos días. Me quedé algo alienada y recién ahora recobro el diálogo conmigo misma.
- Entonces mejor no me cuentes nada, no quisiera participar de ese diálogo esquizofrénico... ¿Algún amor por ahí?
Lo miro fastidiada.
-Todos preguntan lo mismo cuando se quieren poner al día con una persona -dice.
- Otros preguntan por el trabajo...
- Es buen parámetro para saber qué es lo que le importa a cada uno -remata, absorbe con fuerza el cigarrillo apretado en sus manos, pero nunca saca la mirada del ciclista que pasa frente a nosotros. Esta noche descontracturada es una invitación para no preocuparse por los autos. Por algún motivo desconocido empiezo a pensar en llegar a casa y en hacerme un té de vainilla. El té es una de las mejores cosas del otoño.

- Sabía que andabas en alguna -contesta, cuando le cuento que Pablo, el galapaguense, me había invitado a cenar al día siguiente-. Parece que finalmente se va a concretar esa historia perdida.
Nos reímos. Me levanto y lo saludo: es hora de volver a casa.



Amo cenar desayunos, de hecho, es uno de los platos clásicos de José Hernández.
El té de vainilla y las tostadas nocturnas se ven tibias en la mesa llena de miguitas. La luz del costado alumbra lo necesario. Y mi computadura encaja a duras penas en todo el despliegue de esta cena que es sólo mía.
Cata me responde a la pregunta de "Qué harás este findelargo" (así escrita por mí, a las apuradas). "Pienso estar borracha todos los días...", es su respuesta.
Pero otro mensaje azul me espera: "Seguís atropellando árboles con la bicicleta?". El mensaje pertenece a un tal Rodrigo Garay.
Pienso unos minutos qué es lo que me dice esta persona. Pero me distraen mis nuevos vecinos que están ensayando: pese a las quejas, prefieren hacerlo de noche.
La música entra por mi casa de manera afinada, como si viniera de varios lados a la vez. Alguien chista afuera y me asomo al jardín. Un viento alegre revolea las hojas apiladas y se desparraman en un baile inocente sin tragedia. Una ventana se cierra con fuerza: bien podría ser el viento o alguien enojado.
Muchas veces hablamos con Sol de los mensajes o, mejor dicho, de las señales. Mi hermana es una gran estudiosa de las señales. El universo cantando, el universo bailando, el universo gritando, el universo disfrazándose de gato que aprueba o desaprueba. Miramos pasar la vida y nos sorprende frenar siempre en la misma calle, como si algo nos quisieran mostrar algo. Y ahí en el medio, nosotros con nuestros dramas, jugando a que somos los actores principales de una obra con final feliz. Amé y odié las señales, pero siempre cobraron sentido más adelante, hasta que un día cobraron sentido en el momento justo.
Pero algo que nadie dice sobre ellas es que a veces, para aprender, hay que desoírlas. Tal vez la señal entre todas las señales sea que hay que equivocarse: creer que debemos enviar un mensaje en un arrebato (y hacerlo), creer que mañana recibiremos respuesta sobre un nuevo trabajo, creer que el cambio de estación nos llenará de novedades. O bien, concretamente, creer que tendremos una cita.
Pienso en la ropa que usaré mañana para ver a Pablo y con inocencia busco la belleza en mi cara frente a un espejo, una remera negra que me encanta, pero que siempre olvido que tengo... (lo mismo que olvido mi cara). 
Y las señales nos gritan, nos dejan sordos, para que no podamos oírlas.










jueves, 25 de abril de 2013

16:58

Armarse de valor cuando todo lo bueno parece no haber sucedido
y los peores demonios hacen fila para dominarnos.
Lo malo de los malos momentos es que el dolor se come la teoría de la torre de mis libros
y parece no importar cuánto razonemos, porque todos nos miran con nuestros propios ojos (cerrados).
Enredarme en mis propios secretos, esos que se anudan en los sueños e ilusiones y en las esperanzas y en los miedos.
Anularme en reflexiones irreales... Entenderte que te extraño.

No. Armarse de valor.





sábado, 20 de abril de 2013

- Extrañaba verte por acá.
- Igual valió la pena, ¿no?
- A veces el amor le gana el miedo. Valió la pena, sí.



jueves, 18 de abril de 2013

Hijos de Dios, del hombre, del mono. De la evolución o del milagro. 
Hijos de estrellas desconectadas, de las psiquis rotas.
Hay algo en esta búsqueda intensa que no tiene que ver con los demás, sino con uno mismo.

Todo se diluye, ¿y qué queda?
Un grito en medio de la oscuridad, un lamento determinante de voluntades que creímos que han sido fijadas y un dejo de vacío, altibajos de humores poco frecuentados por la cultura y sueños inflados de mentes revolutivas. 

Creimos saber todo lo que había por saber y nos hicimos viejos. 
Y sin embargo la confusión nos trajo la vida de nuevo.
¿Por qué creer que habíamos creído y ya no creemos?

Agitadores culturales que piden a gritos que la vida sea otra.
En medio del caos, ¿qué es lo que espero?
Tal vez entender contra qué estamos batallando, porque la batalla siempre fue la misma. 




 

viernes, 8 de marzo de 2013

Tangled up in blue

- Siempre amé esa enorme capacidad para llorar que tenés -me dijo ella. Aún no lo sabía, pero se estaba despidiendo.
Por Dios que hacía calor en esos días. Digo: ¿estuvieron este enero y este febrero en Buenos Aires?
 "¿Quién dejó abierto el horno?", gritaba un señor desde una vereda.
Díganme que no estoy loca y que padecieron lo mismo que yo: caminaban por la calle y un minuto al sol, esperando que cortara un semáforo o que alguien acelerara el paso, hacía que los pensamientos se dispersaran, que la ira cobrara dimensiones básicas y que la temperatura doliera. Era como entrar en un horno, y movernos entre una masa hirviendo, una goma pesada apoyada en el piso; naturalmente, y por mala costumbre quizás, creíamos que con cada paso íbamos a llegar a un lugar en el que un viento nos aliviara, pero no, la quietud del calor abarcaba todo. Respirar quemaba las fosas nasales  -parecía una mentira, un montaje-, y no encontrábamos el espacio en el que nuestra nariz pudiera dar ese suspiro, esa inhalación que permitiera desempeñarnos como la especie dominante que somos. Alguien nos vendió un clima templado, con las obligaciones y el modo de vida que tal situación amerita, pero no, llegamos al siglo en el que el mapa de color amarillo nos abarca.
"¿Estamos en el Ecuador o qué?", gritaba un señor por la calle. La gente lo miraba con odio. Ni una sonrisa en la vereda... Hasta que sí: sonrisas cómplices de compasión.

http://www.youtube.com/watch?v=YwSZvHqf9qM

Mientras los grados nos derriten, yo estoy deshaciéndome, sacando de encima todo lo que no soy, todo lo que dejé que eligieran por mí. Como un hilo que va desenredándose, buscando qué hay en ese fondo fijo, estable, en el núcleo.
Soy de migrar eras y los cambios le calzan bien a mis zapatos. Quizás soy ultra maleable como el agua, que entra en cualquier lugar, se adapta, se mueve, se transforma.
No es culpa de nadie que la propia naturaleza nos mueva, nos aleje de nuestros hermanos de ruta y que nos vuelva a encontrar. Seguir esa ruta después de enamorarse de ella implica focalizar.
"Encuentra tu alegra y focus", había dicho Amie, en esa mezcla increíble de idiomas que hacía que sus consejos fuesen más legendarios de lo que eran. Amie había seguido su camino, y, si ahora no me equivoco, debía estar rumbo a Japón: "Es mejor para mí ser sola", me confesó la última vez que nos comunicamos , después de tres serias relaciones fallidas en poco tiempo. ¿Acaso también lo era para mí?

Sol me trajo de nuevo a un presente focalizado cuando me hizo apurar el paso. Es mi primer caminata urbana desde que regresé, y más allá de reencontrarme con mi mejor amiga, no tiene nada de atractivo. El calor me está matando, lo mismo que estos zapatos altos. 
- Me encanta ver que no volviste como una hippie roñosa. Cuando volviste de Ecuador estabas tan dejada... ahora estás hermosa. Me encanta.
Lo que a mi no me encanta es el hecho de haber tropezado tres veces ya.
Sol retoma el monólogo en el que dice que tengo la increíble capacidad de llorar mucho y que eso hace que apacigue el dolor, que evito así, de esa manera, que la ansiedad se apodere de mi organismo.
Ella siempre me recuerda que el cuerpo tiene memoria, así que cada hábito que nos haga bien puede conectarnos enseguida con algo de luz cuando todo se vuelve oscuro. Explotar en llanto, para ella, es un buen hábito. ¿Cómo le explico que ya no quiero llorar...?
- Me voy de Buenos Aires -lanza al aire y ni se inmuta. 
En ese momento extraño en el que abandono mi cuerpo, veo las caras borrosas de la gente, pero una cara comienza a definirse entre todas. Un rostro de otro lado, que nada tiene que hacer en los pasos que camino, se planta frente a mí con una nitidez que provoca de todo.
Sol nota que pierde mi conexión. Yo noto que pierdo, otra vez, el equilibrio. En esta ocasión, tengo poco tiempo para reaccionar, y cuando tomo algo de conciencia me doy cuenta de que estoy muy cerca del piso. Hago mi mejor movida y quiero creer que fui como una gacela que volaba por los aires, con mi divino vestido floreado.

Ante la mirada impresionada de Sol, esa presencia que ella nunca había visto en persona, Paco, me levanta del piso.
¿Cómo le explico a él que no soy la misma, o que no quiero serlo, o que quizás lo soy pero soy más fuerte, o que soy más débil pero nunca la misma? Tampoco me lo puedo explicar a mí.
- No cualquiera cae de esa manera... -dice, y se porta como un caballero.
En cuatro minutos de charla me entero que tuvo una hija, que es feliz; él se entera de mis viajes, de lo intenso que fue el 2012. Le presento a Sol (y de paso, le resuelvo a mi amiga la intriga de no haber visto nunca al hombre que me había dejado patas para arriba).
Nos saludamos con un abrazo y seguimos.
No sé porqué, pero creo que es la mejor forma en la que podría habérmelo encontrado.
- Por lo menos, estabas hermosa... -comenta Sol, como para que yo no pensara en la caída. Enseguida supera el momento en el que podría no haber sabido qué decirme. Lo gracioso es que no importa. Nada es más que la afirmación de mi propia vida. Creo que alguna vez hice las cosas bien...
Pero todo lo que me importaba era que Sol se iba. Yo no la podía detener. Ahora sí, las cosas iban a cambiar. 
- ¿Crees que vas a estar bien sin mí? O sea, solo con decírtelo, te caíste y te encontraste con Paco. No sé si es el universo pidiendo que me quede, o diciendo que me vaya.
Me sonrió, como hacía mucho que no veía.
- Como si no me hubiesen pasado cosas peores... 

Supongo que eso era todo. Lo de mi amiga estaba decidido y esto no había sido el anuncio, sino la despedida. Yo la acompañé a hacer un par de cosas y a cerrar otras tantas. Ella me acompañó hasta la puerta de casa. No se movió hasta que atravesé ese jardín que ella amaba y hasta que desaparecí en mi edificio.
Adentro sonó el teléfono.
Supongo que puse a Santi al día. 
- Se viene la tormenta -me dijo.
- Ajá.
- Sos como el clima.
- ¿Insoportable?
- Inestable. 
- Mañana te veo a la noche... pero ¿qué pensás hacer durante el día?
- Voy a ir a reciclar botellas -contesté.
- Planes locos los tuyos chiquita... 
- No me cargues, sabés que me divierto a mi manera.
- Lo, deberías empezar a salir. Creo que es una pena que no conozcas a nadie.
Me dejó pensando.
Ni él ni yo sabíamos que se acercaba un hombre que iba a sacarme de esta caja de cristal...





jueves, 28 de febrero de 2013





- El fondo parece no tener límites. Cada detalle del día lastima, y soy esta misma encrucijada. La fuerza va y viene y se dispersa en mi contra. Siento que duelo y me culpo.
- No tiene que estar todo bien siempre. ¿Otra vuelta de bici?
- ¿Cómo se sigue?
- Ya sabés la respuesta... Como siempre. 

viernes, 22 de febrero de 2013


Foto: Tslil Lila Dahan                                                                                 


- ¿Dónde estás?
- Más cerca de mañana. ¿Y vos?



jueves, 21 de febrero de 2013

Hard sun

Realismo mágico.

Es lo que abunda en la ciudad que habito: esa ciudad que me vio nacer en muchas formas, innumerables veces, y que me verá morir una y otra vez aplastada en sus calles; desde su fondo, el río me trajo lluvia pantanosa y me sugirió en humedad, me arrojó padecimientos y me curó en romanticismos, en poemas y poetas, música de todos los mundos posibles... ¿Soy una tragedia o soy un milagro?...Te preludio en este viento... Pero algo quería decir.
Y caigo de rodillas... Caigo. "Reíte hasta julio", dijo ella.
Me quedé sin música para pensarte...Amar. Querer. Te quiero. Fuckin love you. Ik houd van jou. Mi amas vin.
Cuánto hay de mi en vos...
Trágicamente, corro tras las hojas y descubro que se aleja de mí ese pedazo de papel que decía: "Volveré por ti".


(http://www.youtube.com/watch?v=e4uTEhDqa_s)

Recuerdos. Memorias. De alguna manera, todo esto quedará atrapado en un universo que no es real. Impregnado y pegado, arrancado de mí, plasmado en lo más parecido a una memoria impersonal, a un recuerdo que pierde peso y gana años.

Huellas: mis pies de diez años pisaron suelo neoyorquino de jugueterías y puertos. Cubrieron arenas cariocas y camas uruguayas. Mis manos tocaron las pieles de reptiles ancestrales galapaguenses; se adueñaron ilícitamente de alcoholes baratos en avenidas cocteleras sudacas. Mis labios rieron con niños de todos colores bajo el mismo cielo una tarde nublada, y besaron bocas europeas de culturas antagónicas.
¡Ay! Quisiera borrar. Borrar tantas otras cosas. Pero ya no me pertenecen esos recuerdos: ya no me pertenezco.

Cambios.

Sentada frente a las montañas.
El año pasado, que apenas me dejó de salir de él, fue aprender a poner límites, fue aprender a ir y a venir (pero siempre, a volver a mí) y es, entonces, que acá están los límites.

Sentada frente a las montañas, no veo un océano infinito de infinitas posibilidades: acá las cosas son estables, delimitadas, fijadas por marcos imponentes. Dibujadas en un paisaje que tarda siglos (va, ¡qué siglos! ¡Eras!) en moverse y en cambiar; un paisaje lleno de altibajos, pero fijo, casi inmortal e incorruptible. 
Quisiera quedarme quieta, pero las piernas se mueven solas. Es cierto que extrañan esa posibilidad marítima de caminar sin rumbo, pasando de playa en playa sin necesidad de volver a los caminos, sin nada que marque un límite entre un terreno y otro. Hace cinco minutos que me senté, y el pie izquierdo hace un movimiento molesto. Respiro, me comunico con él y lo detengo.
Confío en mis elecciones. Hace meses que la gente me pregunta qué quiero de la vida: "Tranquilidad", respondo. Pero se ríen de mí, y algunos hasta aseguran que soy una de las persona más tranquilas del mundo, pero eso es porque no me conocen bien...

"No quiero morirme acá". Esa (eso) era yo el seis de diciembre.
Solo alguien que vive en Buenos Aires puede entender lo que pasó ese día. Solo alguien que se la pasa viendo películas de ciencia ficción puede haber pensado todo lo que pensé cuando vi la nube, aparentemente tóxica, que nos cubría.
Los que sobrevivimos a la nube tuvimos que padecer otro de los diluvios universales. La ciudad colapsó, y yo tuve un examen final. En fin, fue un día típico en nuestra ciudad.
"No quiero morirme acá". Eso fue lo que les gritaba a mis compañeros de trabajo. Algo que me excedió terminó por confesarme no tranquila, y si bien mi cara puede vestir cierta paz, lo cierto es que mi ánimo puede oscilar entre la quietud atrapada en la intelectualidad y la magnitud de la Explosión Inicial rebotando en mis emociones. No hubo vuelta tras ese liberación, y nunca más volvieron a mirarme como antes.
Siempre tuve un alma inquieta, y cuando eso pasa, las cosas simplemente pasan. No importa lo que uno haga por impedirlo.

Pero hay otra versión mía que resume estos dos humores que me eligen: la parte mía que anda en silencio en bicicleta, la parte que prefiere estar bien lejos de un subterráneo, que quiere evitar el contacto forzado con la gente y elegir las formas de acercamiento al mundo que le son propias. Quiero ser esa persona; quiero ser la persona que puede almorzar un miércoles con una de sus mejores amigas y con su bebé; la persona que puede cruzarse en Palermo con Sol y moverse adonde quiera. Esa libertad es la que sacará mi mejor versión adelante, la que permitirá lo estable en mi vida, lo que hará que los "día a día" sean frecuentes y lo que hará que, de nuevo, me vuelva dueña de mis propios tiempos.

"La gente en la montaña es estable", pienso, y miro a los que me rodean: sentados frente al lago toman mate, fuman, leen. La gente de montaña es comprometida. Cualquier acto de rebeldía, como perderse en medio de la noche, es casi impensable, sobre todo, porque las condiciones climáticas no ayudan.
Estar solo acá es estar solo, cada cual tiene su familia y, si bien hay momentos sociales, lo cierto es que cada persona que llegó aquí se comprometió con su decisión. Tomó sus cosas y eligió y elige ese "día a día" todos los días; ese día que transcurre entre árboles, perros que son de todos, lagos helados, siestas, caminatas breves, tierra y polvo (¿acaso no somos eso: tierra y polvo?).
Mi respuesta natural fue cierta resistencia a la siesta. La respuesta natural al polvo fue una alergia caradura que no sé de dónde habrá salido (entre mis males, la alergia nunca había existido).
Con los días, esa molestia se fue. Con los días, me fui abandonando al sueño después de almorzar: en la casa de mi amiga, o en la playa, sola, tirada en el sol, pegada al lago. Dios sabe que no me gusta alejarme del agua.
Traté varias veces de meterme al lago, pero el agua está tan fría que hace doler los dedos del pie. Traté de caminar por la orilla, pero no hay arena: hay piedras que te hacen retroceder.
Alguien me habló del lago alguna vez. Había sido Paco: "El agua es tan fría que te encoge el pito...".

Tiemblo un poco con ese recuerdo enterradísimo. Solo existe cuando lo nombro, pero no existe en mis sueños ni en mis pesadillas. Alguna especie de aplanadora mental pasó por encima de él, y alguna máquina más sofisticada desintegró lo que quedaba.
Me quedo pensando que varias de mis ideas de amor están ligadas a cosas que vi, a cosas que viví. A un Paco que había puesto en marcha una cadena de decisiones que lo habían sacado de mi historia. Sin embargo, una versión de él me había tirado por abajo de la puerta ese bendito papel que perdí, el papel con tres palabras: "Volveré por ti". Pero eso se había esfumado de este universo.
Probablemente, una vez que cambie de pensamiento, volverá a ser un póster y no una red de mis emociones.
Descubro también que los veranos definen mis años, que me gusta el verano y que me gusta definir. Que cuando estoy tranquila disfruto la comida y una siesta. Que la playa es el paraíso de los descomprometidos, que la sucesión de gente y la extensión plana de su geografía invitan a moverse inestablemente.
Extraño la playa. Pero me dejo conmover por la montaña...
El paisaje de altibajos solo se puede atravesar con paso firme, concreto. Pies estables son los únicos que te llevan hasta los lugares.
Uno se pierde por los caminos, el sol se pone cruel sobre la cabeza, y el pelo llega a quemar. Un auto pasa y nos llena de polvo. Un gaucho a caballo saluda y sigue camino; me pregunto cómo tolera la boina, la camisa, el pantalón... el silencio.
Pierdo el equilibrio un par de veces, pero nunca llego a caer. Seamos justos con mis inquietudes violentas: me enseñaron a balancearme como nadie en la urbanización violenta versus mi bici.
"La entrada a la playa", pienso feliz. Me relajo y me pregunto cómo encaro esta bajada pronunciada. Lo encaro como encaro todo, un poco arrojada, un poco consentida por mi peso, un poco inclinada y caigo sin caer, hasta el agua.

En la orilla, esta vez me saco la ropa como loca, la tiro en el pasto y corro hasta el lago conteniendo la respiración. El frío primero me lastima, y probablemente pongo cara de Jack en "Titanic". Una nena de cuatro años es la única metida y me mira cuando paso por al lado. "Dale, nena", me dice, y suena como el ser más valiente, seguro y concreto de mi vida.
Tomo aire y el agua no se siente tan mal en la cabeza. Una vez que todo el contorno de la cara se envuelve en el agua fría, entiendo como nunca que somos seres de sangre caliente, y que esta piel protege hasta que no lo hace más.
Nado para no dejar que el frío hiele mi sangre, pero lo cierto es que ya no tengo frío. Me muevo como pez en el agua ("Claro", dirían).
Salgo casi sola en medio del lago, rodeada de montañas.
Y sí, creo que voy a poder con esto...
Cuando regrese.


¿Estable? En mis ciclos de inestabilidad. Y con cada gota del tiempo voy viviendo esta importancia del conocerse. Y de elegir. Porque elegimos.
El sol me va secando de a poco y noto y podría descubrir con palabras aquella sensación que provoca el calor ante el frío, esa desaparición del elemento mojado, ese bienestar simple. 
¿Por qué pienso en un café con leche y en bizcochitos Canale? Tendrán que ver los buenos recuerdos.
Es tan simple como entender que llegan los días en que me tengo que casar con la idea. Con la idea de felicidad. 
De hecho, esos días ya están aquí. Es ahora cuando tengo que ver cuánto hay de mi sin todos.

"Bienvenida al 2013", decía su mensaje.