miércoles, 28 de marzo de 2012

Cumbia cienaguera Vol. II

La fiesta había terminado y solo quedábamos los tres (y el israelita de la puerta, que también vivía en aquella casa). Salieron conmigo  y enseguida logré parar un taxi.
Richard se acercó a mí, y yo iba a abrazarlo, pero me besó en la boca. Me quedé desorientada y me reí.
Me acerqué a Jason, y cuando fui directo a su cachete, corrió su cara y también me besó en la boca.
Bien, ahora no solo estaba desorientada, estaba confundida. El taxista no disimulaba su atención por la escena.
Cuando se acercó el israelita (por las dudas) lo detuve: "Bueno, pará, a vos no te conozco y no te vas". Se rió y me dio un beso de despedida como correspondía.
Amagué a entrar al taxi, pero volví sobre mis pasos y abracé a Richard.
 "Buen viaje... Suerte en Europa", le dije.
Mientras avanzaba con el auto, di vuelta la cara y vi cómo se alejaban de mí. Levanté la mano derecha, en un signo de adiós. Y mi cara adquirió el tinte melancólico que suele caracterizarme.
Quedaba sola de nuevo: conmigo y mis historias nacionales. El taxista me daba charla... supongo que pensaba que también podía tener suerte.


El timbre sonó fuerte, más seco que el día anterior. Esta vez me senté en la cama, más dormida y algo ebria todavía. 
Miré la hora: eran las siete de la mañana, o sea, hacía tres horas que me había acostado. En algún momento creí que podría tratarse de mi imaginación, o que lo habría soñado.
Volvió a sonar. No eran los evangelistas, eso seguro. Pero, ¿podía ser de nuevo esta mujer? Juro que me arrojé de la cama, empecinada en matarla.
Abrí la primera puerta y no me importó la luz del sol en los ojos. Y después la segunda puerta.
Estaba parado, quieto y con la cabeza hacia abajo miraba el piso, con algo de verguenza.
¿Joaco? Sí, el pibito de mi fiesta de despedida.
- Estás en bombacha... -me dijo, y me señaló afligido. Yo entré corriendo y me puse el short.
Volví, más presentable: "Nooo. Andate", le dije. 
"Quería verte... Encima no encuentro mi auto, llegué en taxi hasta acá".
- Estás re borracho... Por eso no lo encontrás.
Traté de cerrar la puerta , pero la detuvo.
- ¿Puedo pasar al baño?


Esperé apoyada en el marco de la puerta sin saber qué hacer. Escuché un ruido dentro del baño: creo que se cayó, pero cuando entré, ya estaba levantado y me miraba, tratando de resultar cariñoso o seductor (¡como si pudiese resultar!).
Pasó rápidamente por al lado mío, entró a la habitación y empezó a sacarse la ropa. Ahora, no me sentía desorientada y confundida... me sentía violada también.
- Tapate eso... -le dije, girando la cabeza - ¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco...? 
- Perdón, soy cualquiera, pero dejame dormir acá, no te hago nada, no te molesto, pero no puedo volver así a mi casa... Ni siquiera sé en dónde dejé el auto, me van a matar.
Repasé mentalmente la situación: semidesnudo y borracho, estaba ese "hombre" que no había hecho nada muy malo en su vida (y mientras pensaba todo esto, podía escucharlo caminar por mi casa, tropezándose con todo); yo, actualmente, tenía dos camas, y una estaba en el living, así que podía "depositarlo" ahí sin mayor problema, y encerrarme en mi cuarto, tranquilamente; por otro lado, estas buenas acciones van y vienen, y lo cierto era que en algún punto yo me hacía le enojada, porque si bien Joaquín nunca había contestado el mail de "Feliz año nuevo" que yo había mandado desde Ecuador, ¡a mi no me importaba Joaquín! No me importaba en el sentido de que sus acciones no me lastimaban: no tenía nada con él, si bien nos habíamos gustado esa noche que lo conocí en la fiesta. Por otro lado, ¿qué lo llevó a pensar que yo lo rescataría? La respuesta era simple: él me había rescatado una noche, y lo había hecho porque intuyó que yo era una persona comprensiva... y era por eso que estaba acá. 
No seamos inocentes: no le hubiese molestado dormir conmigo, pero ese no era el punto.
Con la ternura de una madre, lo llevé de la mano al living y lo acomodé en la cama. 
Se había dormido cuando volví de la cocina con un vaso de agua. Lo apoyé en la mesa que él tenía al lado, por si se despertaba sediento. Corrí las cortinas para que no entrara la luz del sol y me acosté en mi cama. Por un momento pensé que me desvelaría, pero pronto, todo pensamiento perdió sentido.




Pocas horas después, desperté. La visión de su cuerpo en el living confirmó que no había soñado, y su aparición había terminado de desmoronar la vida de viajero que tuve.
De nuevo estaba en mi ciudad, con mi gente, mis confusiones, mis líos, mis historias. Ese pasado, que sigue dando vueltas, regresa una y otra vez, esperando que finalmente le dé la estocada final.
El celular que yo había apagado me avisó que Santiago había llamado a las cinco de la mañana, y sin darse cuenta, estos personajes de mi historia me arrojan de nuevo a esa vida que es mía, por más que lo niegue.
Café con soda que terminó por romper mi estómago, clásico de bar porteño, y tostado de jamón y queso... El verano empieza a terminar.
Me reí a carcajadas, aunque era domingo.
Cuando Joaco se despertó, paseamos por Palermo hasta encontrar su auto estacionado en la puerta de un boliche.
"No era tan grave...", le dije.


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