Verdad.
Esta verdad ya no es mentira. De hecho, es tan verdad que es un lugar común.
¿Mi vida? Permeabilidad. Sensibilidad. Creación. Culpa.
Treinta años y un poco más para empezar a entender que soy lo que soy (y no el que soy).
Agrego: movimiento. Cuando estanqué mi rumbo fui peor de lo que puedo ser, en tristeza y lágrimas.
Fue duro encontrar las pistas para entender ese mecanismo: yo, que no soy la peor de todas, nunca me dejé ser quien soy. Una parte mía siempre me quiso parte del mundo que según nos enseñaron es el correcto. No quise ser un Nieztsche ni un Novalis. No quería confiarme más a las noches de insomnio y creación que en algún momento fueron exageradas y terminaron comiéndose mis días: en consecuencia, liquidé la creación.
Tampoco quise aceptar la variedad extraña de amigos que se acercaban a mi. ¿Por qué? Si yo quería estar con esa gente que apunta hacia direcciones que ni entiendo. Yo también quería mis jeans a la moda, mi casamiento a los 26 y mis hijos perfectos; suegros "cortamambos", domingo de supermercado, tomar el té con mis amigas impecables y no sentir nunca esa punzada que siento a la noche y que me dice: "¿No me escuchás? Porque sí, existo...". Pasar el día dibujada en ese cuadro que se corresponde con todo lo que conozco como"necesario", sentada en un sillón con mi belleza solitaria; y que mis noches no me encuentren corriendo por una avenida en busca de un colectivo, después de haber bailado como loca; después de haber hablado cosas profundas con gente que no volveré a ver... Y sin embargo, esos días me iban a encontrar vacía, confusa, alienada. Y de nuevo ese demonio que habita en mí: "Sigo existiendo, cariño".
Bueno, es hora de ser quién soy. Quizá no tenga una vida convencional, y la noche me encuentre en una cena intercultural comiendo arepas con gente que no conozco; quizás nunca tenga un amor monógamo y clásico, y quizás nunca tenga hijos y termine mis días solas. Pero esta soy yo.
- Qué boludez lo que decís, Lo... -me dijo mi hermana sin mirarme, mientras se limaba las uñas y hacía a un lugar el libro que estaba leyendo ("El mago de Oz").
Tres veces nos habíamos tirado a la pileta. El calor era terrible hasta en la sombra. Tremendas temperaturas acechaban Buenos Aires, y con la térmica casi rozando los 40, me había hecho un bolso y me había instalado en lo de mi vieja. Con más "mamitis" que calor, me dejé mimar unos días: no lavar platos ni pensar qué comer (no, no, ¡nada de tartas de atún!). Tarde de chicas con mi mamá, mi hermana y dos de sus amigas, Alex y Vale (conveniente conjunción de nombres, ¿no?).
En ese mismo momento, las cuatro estábamos tiradas panza arriba en el sol, sin hacer otra cosa más que tomar agua y fumar cigarrillos; yo me dedicaba a lo mío sin que ellas me prestaran demasiada atención.
Las chicas hablaban; yo, mayormente, escuchaba, porque a pesar de que eran solo cinco años más chicas, la forma en que se tomaban algunas cosas era distinta: parejas cruzadas... amigas de amigas que terminaban junto al amor de alguna de ellas. Pensaba que si en mi manada, alguna osaba tener una amiga que se quedara con el hombre de Sol o Barbi o Julia o Cata, ese sería motivo para desmenuzarla como una jauría de lobos. Para ellas, hasta era aceptable.
De vez en cuando pasaba mi mamá con su vaso de Fernet dominguero y nos miraba, trataba de escuchar lo que hablábamos. Las chicas, en lugar de callarse, seguían adelante con las historias de sexo, drogas y rock and roll. Mi madre se reía, me miraba, me preguntaba si quería agua o alguna bebida exótica que conseguiría aunque tuviese que ir al Congo. Después, me daba un beso que yo aceptaba como un cachorro. Miraba lo que yo hacía y no preguntaba nada más.
- Te aprovechás porque te extraña... -decía mi hermana. Mi mamá volvía sobre sus pasos y le encajaba un beso a ella también. Mar se quejaba, la empujaba; sus amigas se reían.
- Ahora se hace la buena, pero en la semana es infumable.
- La infumable sos vos.
Lo cierto es que mi vieja era muy "canchera": nunca había perdido esa parte juvenil que tantos problemas le había traído. Pero, justamente, la parte buena de su situación emocional a veces la hacía brillar como una quinceañera atrapada en un cuerpo que crecía. La luminosidad de sus ojos no se opacaba: pasaban los años y los golpes, y ese brillo se encendía varias veces en un mismo día, como si renaciera infinitamente.
Era capaz de resistir las confesiones más sucias: le hemos contado sobre borracheras, sobre besos sin nombres, sobre accidentes sexuales, etc. Y ella nos miraba, tratando de controlar su asombro, que no era reproche, sino inocencia. Una vez pasada la cara de "Mi hija es la que me está contando esto", nos agarraba la mano y nos prometía que todo iba a estar bien. Por suerte, siempre tenía razón: era una madre después de todo.
- Comí como un cerdo... -se quejó Alex, que no dejaba de mirar su panza, con el cuerpo semiacostado en la reposera.
- Pasa que el problema es que vos comés para el culo, Alex -contestó Vale.
- Nada que ver Valeria, ¿qué decís?
- Mirá -dijo mi hermana, quién solía ser el sentido común de aquel grupo que no era el mío-, yo no tengo ganas de discutir con vos... - La miró a Alex-, pero pasamos tiempo juntas y lo hablamos varias veces. Vos sos grande, sabés lo que tenés que hacer.
- ¿Cambio de hábitos? -intervine, algo tímida.
- Sí, exacto, gracias, Lo -dijo mi hermana.
- Bue ya fue, de última después vomito.
Las tres rieron. Yo reí por compromiso. Sus chistes eran oscuros y personales y no estaba segura de poder liberar mi alma y participar libremente.
- No es en serio -comentó Vale, mirándome fugazmente. Habló con rapidez, pero con elocuencia. Después miró hacia arriba con ese perfil perfecto, y de sus labios rojos y sensuales se elevó el humo del cigarrillo lentamente.
- Me imagino... -les dije.
- ¿Y en qué andás vos, Lo? -preguntó, después de sacar de su boca hasta el último rastro de humo.
- Muy tranquila, tratando de conservar la paz y energía del viaje...
- Pero, ¿estás con alguien?
- No. Estoy sola.
- Dale, desde hace dos años que no parás de conocer flacos.
- Ahora está curiosamente tranquila -intervino mi hermana, Mar-. Esa letra te salió mal... ¿querés dejarme?
Claro que la dejé, mi hermana es mucho más hábil que yo.
Con la tijera en la mano, la miró a Alex que ahora acercaba el torso a sus piernas para poder ver cómo su panza se desplegaba sobre ellas.
- Te voy a clavar la tijera en la cara, pelotuda.
Me reí sin pudor.
- ¿Y alguna de ustedes anda en algo? - Me apresuré a decirles, antes de que siguieran haciendo preguntas que yo no tenía ganas de contestar. Claramente yo no estaba en mi punto más existencial, sino que veía pasar los días como un despliegue de encuentros con gente que me sumaba, gente que aceptaba que yo trasmitiera las cosas que viví y la paz que pronto me iba a abandonar, porque digamos que es Buenos Aires, con su tráfico, sus días que no duran nada, y conmigo absolutamente desmotivada con el trabajo, con las salidas a boliches y bares.
- Ninguna anda en nada... Por ahora, vivimos de las historias de los demás -comentó mi hermana con su comicidad dulce pero agria.
- Tengo un mensaje de Chavi- contó Vale.
- Noo -le dijo mi hermana, y, agachándose (Vale y yo estábamos en el piso), la miró a los ojos- ¿Qué hizo al final? -me miró- Te dije que vivimos las historias de los demás, nosotras no tenemos nada que contar.
- Dejó de ver a la mina... se quedó con el flaco.
Las miré curiosa. Me hice la que no me interesaba, pero la combinación de sexos en esa oración me dejó desconcertada.
- No podés decir nada -se apresuró en decirme Vale.
"¿A quién le iba a contar algo?", o sea, yo casi no conocía a la implicada (Chavi) más que por nombre. Creo que la había visto en una fiesta, y me había dado una rara impresión.
"Claro, es lesbiana", pensé... pero no, lo dije. Las tres me miraron y se rieron.
- No es que es LESBIANA -intervino Alex-. Está confundida con una mina, pero siempre anduvo con hombres. La otra mina, en cambio, sí es lesbiana, y parece que le tira onda.
- Chavi se siente atraída hacia ella... -contó mi hermana.
- Y sí, siempre pensamos que era lesbiana... -confesó Vale -. Solo que nadie se animaba a decirlo.
De todas formas, nadie que yo conociera conocía a esta chica, así que no corrían ningún riesgo. Por otro lado, a las horas, probablemente yo lo olvidaría, salvo que apareciera la chica frente a mis ojos, algo muy improbable.
- ¿Y si prueba de estar con ella? -apuré - Estamos en el siglo veintiuno: primero el escándalo, pero después el olvido.
- El problema es que ella sale con un flaco y están bien... Se están poniendo de novios, y justo pasa esto.
Supongo que entonces no era tan fácil. Arriesgarse por un impulso inseguro... perder algo bueno... yo no lo dudaría, pero por eso no soy una exitosa del amor.
- No, vos no lo harías -dijo mi hermana. A veces creo que lee mi mente.
- Igual la mina es una tarada... -confesó Alex. Nadie se lo vio venir. Vale la miró algo enojada, ya que era la amiga oficial de Chavi, a quien -repito- yo prácticamente no conocía.
- Te voy a clavar la tijera... -insistió mi hermana riendo. Marcó con sus palabras todos los puntos que habiamos dejado desatados: "A veces te desubicás, Alex y sos desconsiderada. Vale, Lola no va a contar nada porque en dos horas se va a olvidar, es demasiado egocéntrica. Lo, vos no harías nada porque sos una cagona". Nos dejó calladas a las tres. Mi hermana me sorprende a veces...
- Y esa letra "A" que hiciste es espantosa, parece un hongo. Dame que te la hago yo- Me arrebató los papeles coloridos de cartel que yo estaba haciendo.
Mi hermana podía ser una mujer madura. De hecho, a veces era la madre de nuestra madre, papel que también había cumplido yo en su momento, pero que me había hecho casi enloquecer. Mi hermana, si bien es sensible, no se turba fácilmente: suele darle a las emociones el lugar que realmente ameritan, pero a veces exagera y parece apática frente a los problemas. Varias veces el año pasado aparecía en mi casa: yo le preparaba la cama y la cena. Creo yo que necesitaba sentirse mimada: veíamos alguna serie y nos reíamos como locas.
- Es exagerado -me dijo.- No sos egoísta-. Y me sonrió. Claramente, esta mujer me leía la mente. No importaba, yo a veces leía la suya-. Estás un poco loca...
Las tres asintieron con la cabeza.
- Che así que Sol...
- Sí, Vale.
- ¿Está contenta?
- Muy contenta.
- Ustedes son complicadas - Esa fue Alex, obvio. Se quedó pensando unos minutos. Era la primera vez en toda la tarde que no se miraba la panza -. Me retracto, no serían las palabras correctas: es complicado para ustedes...
- ¿Porque somos grandes?
- No, para nada. No son tan grandes... digo, la mayoría de las chicas de mi edad están solas y encaran cosas solas y está bien, pero no es lo común en tu "camada". Diría que son las pioneras - Ahora sí, Alex era una chica muy inteligente y nos había sacado la ficha.
- Estas elecciones que hacemos, ¿no?
Las tres me miraron (no de manera crítica). Era evidente que ellas hablaban de nosotras y, de alguna manera, nos tenían como ejemplos. Somos de esa gente nueva que hace elecciones que tiene que mantener toda la vida.
Pienso que hay varios tipos de personas: los que nunca eligen, sino que son elegidos; aquellos que eligen una vez y se echan a dormir; y estamos los que tardamos en elegir, porque nuestra naturaleza quiere ver la cantidad de opciones, encontrar la idónea y sostenerla todos los días cuando la elegimos. Esto de ser mujeres nuevas, cada una a su manera, es agotador, pero creemos que, al final, podemos tener todo.
- Sí -dijo mi hermana -. Las elecciones a las que apostaron no hicieron la vida fácil, pero estoy segura de que un día van a tener todo lo que quisieron, todo eso por lo que sacrificaron una vida más cómoda.
- Eso es lindo...- Le sonreí. Ella bajó la mirada contenta. Se perdió de nuevo en el cartel que estaba ayudándome a hacer, y lo apoyó sobre la tapa de su libro.
- Aparte queremos ver qué pasa -dijo Vale, y prendió otro cigarrillo -. Acordate que nosotras vamos por ese camino.
- Igual, estás loca -remató Alex-. Pero te bancamos.
- ¿Qué tan loca?
- No sé que contestar sabiendo que estás un cartel de cumpleaños en holandés...
- Igual te bancamos -dijo Vale.
Horas más tarde, solo quedábamos mi hermana y yo. Aunque seguía haciendo calor, el sol se retiraba de a poco. El jardín ya no estaba soleado.
Nos encontramos moviéndonos de acuerdo a lo que iba sucediendo: el poco sol que quedaba nos acorraló hasta dejarnos contra la pared, el único lugar en dónde se proyectaba su luz, cada vez más lejos del piso.
Escapar del sol nunca había sido una opción, porque en la sombra hacía la misma temperatura, y la inversión más estética era mantener este bronceado. Minutos después, casi fue noche.
Me acerqué a la pileta y toqué el agua. Recordé que el agua siempre me daba frío en la noche, incluso en verano, pero el clima estaba demasiado pesado. Me sorprendió que el agua se sintiese tan tibia, tan bien...
- ¿Te saco otra foto? -dijo mi hermana, que se movía con su propia música, en la propia armonía de esa tarde noche. La vi como una presencia diferente en el medio de la oscuridad. Se movió rápido y el pelo castaño se balanceó hasta desaparecer dentro del quincho.
"Constancia", pensé. Eso también se destacaba en este movimiento hacia algún lado. O sea, no tengo idea hacia dónde debo ir y, a duras penas, estoy aprendiendo a ser quién soy. Me ayuda aferrarme a mis amores, mis pequeños amores que son mis propias familias y mis propios universos: ellos saben quién soy, y me recuerdan quién no soy. Sí, quizás sea la persona demandante y solitaria que puedo ser; y tal vez, cuando en un futuro, si algún europeo diga: "Estuve casado seis meses con una argentina... hace años que no sé nada de ella", podría tranquilamente referirse a mí.
Pero necesito a mi gente. Y necesito constancia, mantenerme en mi ruta y en mi alegría. Lo sé...
Creo en la alegría: la constancia es fe, y la alegría, justamente, es la mejor amiga de la fe.
Vi a mi mamá en un rincón. Seguro hacía rato que había salido al jardín, y estaba apoyada contra las rejas de una ventana, mirándome. Aunque estaba bastante oscuro vi el esbozo de su sonrisa. ¿Qué pensaría sobre mí?
Esa sonrisa grande y repetido fue una no respuesta.
Algo me dijo, pero apenas lo oí porque me arrojé de cabeza al agua. Se sentía tan bien...
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