miércoles, 28 de marzo de 2012

Cumbia cienaguera Vol. II

La fiesta había terminado y solo quedábamos los tres (y el israelita de la puerta, que también vivía en aquella casa). Salieron conmigo  y enseguida logré parar un taxi.
Richard se acercó a mí, y yo iba a abrazarlo, pero me besó en la boca. Me quedé desorientada y me reí.
Me acerqué a Jason, y cuando fui directo a su cachete, corrió su cara y también me besó en la boca.
Bien, ahora no solo estaba desorientada, estaba confundida. El taxista no disimulaba su atención por la escena.
Cuando se acercó el israelita (por las dudas) lo detuve: "Bueno, pará, a vos no te conozco y no te vas". Se rió y me dio un beso de despedida como correspondía.
Amagué a entrar al taxi, pero volví sobre mis pasos y abracé a Richard.
 "Buen viaje... Suerte en Europa", le dije.
Mientras avanzaba con el auto, di vuelta la cara y vi cómo se alejaban de mí. Levanté la mano derecha, en un signo de adiós. Y mi cara adquirió el tinte melancólico que suele caracterizarme.
Quedaba sola de nuevo: conmigo y mis historias nacionales. El taxista me daba charla... supongo que pensaba que también podía tener suerte.


El timbre sonó fuerte, más seco que el día anterior. Esta vez me senté en la cama, más dormida y algo ebria todavía. 
Miré la hora: eran las siete de la mañana, o sea, hacía tres horas que me había acostado. En algún momento creí que podría tratarse de mi imaginación, o que lo habría soñado.
Volvió a sonar. No eran los evangelistas, eso seguro. Pero, ¿podía ser de nuevo esta mujer? Juro que me arrojé de la cama, empecinada en matarla.
Abrí la primera puerta y no me importó la luz del sol en los ojos. Y después la segunda puerta.
Estaba parado, quieto y con la cabeza hacia abajo miraba el piso, con algo de verguenza.
¿Joaco? Sí, el pibito de mi fiesta de despedida.
- Estás en bombacha... -me dijo, y me señaló afligido. Yo entré corriendo y me puse el short.
Volví, más presentable: "Nooo. Andate", le dije. 
"Quería verte... Encima no encuentro mi auto, llegué en taxi hasta acá".
- Estás re borracho... Por eso no lo encontrás.
Traté de cerrar la puerta , pero la detuvo.
- ¿Puedo pasar al baño?


Esperé apoyada en el marco de la puerta sin saber qué hacer. Escuché un ruido dentro del baño: creo que se cayó, pero cuando entré, ya estaba levantado y me miraba, tratando de resultar cariñoso o seductor (¡como si pudiese resultar!).
Pasó rápidamente por al lado mío, entró a la habitación y empezó a sacarse la ropa. Ahora, no me sentía desorientada y confundida... me sentía violada también.
- Tapate eso... -le dije, girando la cabeza - ¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco...? 
- Perdón, soy cualquiera, pero dejame dormir acá, no te hago nada, no te molesto, pero no puedo volver así a mi casa... Ni siquiera sé en dónde dejé el auto, me van a matar.
Repasé mentalmente la situación: semidesnudo y borracho, estaba ese "hombre" que no había hecho nada muy malo en su vida (y mientras pensaba todo esto, podía escucharlo caminar por mi casa, tropezándose con todo); yo, actualmente, tenía dos camas, y una estaba en el living, así que podía "depositarlo" ahí sin mayor problema, y encerrarme en mi cuarto, tranquilamente; por otro lado, estas buenas acciones van y vienen, y lo cierto era que en algún punto yo me hacía le enojada, porque si bien Joaquín nunca había contestado el mail de "Feliz año nuevo" que yo había mandado desde Ecuador, ¡a mi no me importaba Joaquín! No me importaba en el sentido de que sus acciones no me lastimaban: no tenía nada con él, si bien nos habíamos gustado esa noche que lo conocí en la fiesta. Por otro lado, ¿qué lo llevó a pensar que yo lo rescataría? La respuesta era simple: él me había rescatado una noche, y lo había hecho porque intuyó que yo era una persona comprensiva... y era por eso que estaba acá. 
No seamos inocentes: no le hubiese molestado dormir conmigo, pero ese no era el punto.
Con la ternura de una madre, lo llevé de la mano al living y lo acomodé en la cama. 
Se había dormido cuando volví de la cocina con un vaso de agua. Lo apoyé en la mesa que él tenía al lado, por si se despertaba sediento. Corrí las cortinas para que no entrara la luz del sol y me acosté en mi cama. Por un momento pensé que me desvelaría, pero pronto, todo pensamiento perdió sentido.




Pocas horas después, desperté. La visión de su cuerpo en el living confirmó que no había soñado, y su aparición había terminado de desmoronar la vida de viajero que tuve.
De nuevo estaba en mi ciudad, con mi gente, mis confusiones, mis líos, mis historias. Ese pasado, que sigue dando vueltas, regresa una y otra vez, esperando que finalmente le dé la estocada final.
El celular que yo había apagado me avisó que Santiago había llamado a las cinco de la mañana, y sin darse cuenta, estos personajes de mi historia me arrojan de nuevo a esa vida que es mía, por más que lo niegue.
Café con soda que terminó por romper mi estómago, clásico de bar porteño, y tostado de jamón y queso... El verano empieza a terminar.
Me reí a carcajadas, aunque era domingo.
Cuando Joaco se despertó, paseamos por Palermo hasta encontrar su auto estacionado en la puerta de un boliche.
"No era tan grave...", le dije.


Cumbia cienaguera Vol. I

Los domingos me deprimen un poco. Lo sé.
A veces, me ilumina alguna buena idea que saca la idea de domingo de contexto; o mejor aún, aparece alguna sorpresa que genera una alegría e ilumina gran parte del día. Sin embargo, confieso con vergüenza (porque Dios sabe que no quiero que sea así), que ese sentimiento amargo está en mis fibras, y se expanden por mi mente las imágenes de lo que sería un buen día, pero nunca es suficiente.
Mis mejores domingos fueron aquellos que eran como todos los días...
Y es con esta tristeza inminente, que descubro que el sueño del viaje ha terminado; de hecho, terminó ayer a la noche, cuando mis amigos se despidieron de Buenos Aires.
Y yo me quedo sola en esta ciudad, y era obvio que iba a pasar... o sea, es Buenos Aires: hola de nuevo al tránsito, a los problemas para viajar, al ruido de los colectivos y a las obligaciones. Los teléfonos que suenan sin parar, la gente que camina con el celular en la mano y te choca; uno vuelve cansado (porque trabaja, estudia, mantiene una casa) y a veces se encuentra con la sorpresa de que la línea D de subtes ha sido interrumpida; entonces, respiramos, elegimos caminar en la aparente paz de la noche, pero nos encontramos con personajes de actitudes dudosas y bueno... ¿a quién no intentaron robarle en nuestra ciudad? La calma se interrumpe, de hecho, la calma no es posible porque uno debe ir alerta y no perderse en cualquiera de sus mundos privados; y si vas pensando en qué podés hacerte de rico para cenar (estómago lleno, corazón feliz...), alguien puede salir de la nada e historia conocida. Tristemente conocida.
Debería encontrarle el costado amable a todo esto, y explicar que es por estos motivos que yo soy de hierro o de acero o de adamantio.
Sí, parece que, finalmente, la ciudad me está arrancando de la nube presocrática en la que vivo desde que volví de mis vacaciones.
En alguno de mis planteos domingueros, pienso en historias que me hacen reír, salgo de mi habitación y lo veo durmiendo en la cama del living...




El viernes me había encontrado con un humor extraño: perdida en mis pensamientos, empezaba a entrar en razón y a entender que ya no me sentía cómoda con ese look que adquirí en mi viaje. Yo misma me demandaba otra actitud frente a la vida y sé que las pequeñas cosas del afuera, como un peinado, unos aros, o una linda remera, empiezan a generar los cambios importantes, los internos. Pese a estar convencida de esto, una parte mía aún renegaba, pero intenté sobornarla con un perfume.
Eso me dejó en parte feliz, y acalló alguno de mis chillidos protestones.
No tenía otro plan más que descansar, porque al otro día tenía la fiesta de despedida de Jason.
¿Quién era? Un australiano que de alguna manera me había seguido desde Quito.
No era un romance ni nada así, solo una amistad que surgió en aquella noche en la que salí con un grupo de gringos. Ese grupo era "mi familia" en Quito, y en él, no había una sola persona que hablara español fluido, lo que me convertía en algo único en aquella familia y lo que me ayudó a practicar inglés.
Jason decidió que si todos en Buenos Aires eran tan amigables como yo, él debería ir bajar por Sudamérica hasta llegar a mi ciudad. Antes tenía otros lugares por visitar, así que prometió mantenerme informada. Y hacía una semana que había puesto los pies aquí: habíamos ido a cenar, a bailar, a pasear por San Telmo.
Y ahora se iba. Pero no solo se iba él, sino también mi amigo Richard, americano instalado en Buenos Aires, a quién yo había conocido en el 2010. Diría más bien, que el año pasado habíamos perdido el contacto, pero cuando vino el australiano, se unió a nuestro dúo. El australiano dejó el hotel y se mudó a la casa de él. La buena vibra entre ellos fue inmediata, y mientras se acercaba el día de la partida de Jason (con fecha conocida desde un principio), Richard decidió que era hora de partir.
"Yo regreso a mi país el lunes", decía el mensaje de Facebook, sin mayor explicación que esta. Obviamente, la fiesta era mi plan "A", mi plan preferido, mi plan obligado. Una punzada me recorrió el cuerpo. Me devolvió a mi realidad, y ese año sin verlo se convirtió en una mala decisión, porque ahora que se iba empezaba a extrañar la compañía que conscientemente había evitado. ¡Cómo somos algunas personas! Amamos lo que se convierte en no posible.


Sábado a las nueve de la mañana me desperté conmocionada por el timbrazo que sonó estruendoso desde mi sueño plácido.¿Quién podría ser a esa hora un sábado? Yo no esperaba a nadie.
"Deben ser los evangelistas", pensé. Decidí seguir en la cama, esperando que en algún momento se fu... De nuevo sonó el timbre.
Tenía la opción de dejarlo pasar, pero la cabeza se me empezaba a disparar, lo que significaba que no iba a poder dormir de nuevo.
En bombacha y remera caí de la cama y apenas pude pisar el piso de manera firme por lo dormido que aún estaba mi cuerpo. Corrí la cortina, luego me tapé un solo ojo que fue el que me molestó cuando la luz del sol entró. Fui hasta el living  para poder mirar por la ventana de ahí: no vi a nadie.
Medio confundida, me quedé parada sin saber qué hacer. Esta vez golpearon la puerta desde dentro del edificio. Me asomé por la mirilla y vi a la señora yugoslava del último piso. Vio que la vi, y en vez de hablarme a través de la puerta, se quedó esperando a que le abriera, así que me obligó a volver a la habitación y a ponerme un short.
- El timbre no funciona.
- Sí, funciona -le contesté con mala cara. Aunque nos llevábamos bien, era la responsable de devolverme a la vida antes de que yo lo quisiera así.
- Arriba, los timbres de unos y otros y míos no funciona.
No hablaba un buen castellano. O sea, ella entendía todo, pero, a pesar de sus cincuenta años en el país, había matices del idioma que nunca había logrado dominar. 
Me alegraba verla, no crean que me caía mal. Siempre estaba arreglando el jardín de mi edificio, su única responsabilidad en el mundo, la cual aceptaba con una sonrisa. Este era el motivo de que mi jardín dejara boquiabiertas a las visitas; el motivo por el que este lugar, mi hogar, es único en el mundo. El resto, los adornos, los creamos nosotros, y las aventuras siempre esperan entre la palmera gigante y los rincones verde oscuros.
Todo en el sábado ideal se proyectó hasta la idea de esa fiesta a la noche.


Horas después, a punto de partir, encontré un mensaje perdido en el celular y que me había llegado a la madrugada (durante el día, no me había dado cuenta). Debía ser un "mensaje borracho", de esos que se envían a las cuatro de la mañana por motivos que prefiero no discutir ahora. Ahora, lo cierto es que no me imagino a nadie en este momento de mi vida interesado en enviarme ese tipo de mensaje.
"cuando la intuicionn te dic algo, hacerle caso", decía el mensaje. Claro, era un "mensaje borracho", pero de otro tipo. Era Santiago. Sentí curiosidad: hacía una semana que había vuelto a Buenos Aires. Sé que algo había pasado en Colombia, algo que no había resultado bien, pero me había dicho (todo vía mail) que él estaba bien, o por lo menos, que iba a estarlo ("De esta salgo mejor parado que nunca. Me adapto a la ciudad y te cuento todo en persona, Lolita).
Decidí no contestar ni llamar, y salí disparada cuando me avisaron por teléfono que estaba mi taxi. Perfume, espejo y de vuelta la mujer sexy que puedo ser: vestido entallado y tacos. La mujer que yo había estado escondiendo estaba de vuelta.
Levanté miradas cuando salí por aquel pasillo, pero lo cierto es que no era muy difícil: fui festejada por un grupo de borrachos que no tenía nada mejor que hacer más que esperar el colectivo.
Llegué enseguida: la casa era extraña, y primero pasé por una especie de habitación que era la entrada (muy particular, claro). Un chico israelita en cuero, recién levantado, me indicó que la fiesta era arriba, así que subí la escalera y llegué a destino en el cual levanté miradas. Y esto sí fue mérito mío.
El piso era un desastre de barro y alcohol. La música se perdía un poco en las voces, ninguna castellana, que sonaban metálicas, como mi timbre.
Aparecí detrás de las dos cabezas rubias: "Hola mis cariños", les dije.
Ambos hablaban con la única persona que hablaba español: un muchacho ecuatoriano. Pero lo abandonaron.
"Hola bom bom" (así exacto sonaba cuando lo decía), expresó Jason.
Richard eligió agarrarme fuerte por la cintura.
- Última noche... ¿español o inglés?
- Español -dijo Richard-. Ya vamos a tener inglés. Mucho.
- Mejor... No quiero pensar todo el tiempo en las palabras correctas. Linda fiesta.
Jason se distraía más fácilmente y hablaba con cada persona que pasaba; o mejor dicho, probaba cada trago que pasaba. Richard, en cambio, era más introvertido.
- ¿Y tú qué hiciste hoy? -me dijo, mientras atajaba un vaso que se le caia a alguien.
- ¡Bicicleta!
- Ahhh, tu bicicleta. Te daba miedo cuando hablamos en última vez.
Bueno, lo cierto es que estos castellano son así.
- Ya no me da miedo -contesté orgullosa-. Nada me baja de mi bicicleta.


Horas después, algo borrachos, habíamos huido a la terraza de la casa: una de esas terrazas de Palermo, de simetría angosta, con los murales de color alegre, una parrilla usada, y una hamaca paraguaya en la que nos columpiábamos los tres.
Logré convencerlos de que se sentaran en las sillas para poder estirarme en la hamaca y disfrutar de la noche.
Hacía calor, sí. Ambos se quejaban del calor.
- Voy a extrañar aquí... -dijo Jason. Claro que iba a extrañar, nos encontraba cálidos y le gustaba el tinte apasionado de esta ciudad. Pero lo cierto, era que solo había estado una semana y eso no le dio tiempo de padecer pormenores. Richard, en cambio, estaba cansado de Buenos Aires.
- ¿Vos vas a extrañar?
- Algo... -contestó.
- Yo vuelvo a mi casa, él no vuelve a su casa -me dijo el australiano, que no se despegaba de la botella de cerveza transpirada.
- ¿Dónde te vas? -le pregunté.
- Vuelvo a casa, pero después sigo otro lado.
Me quedé mirándolo: su vida era un misterio para mí. Nunca se quedaba más de dos años en un lugar, necesitaba moverse. Era un camino solitario y silencioso. ¿Qué pensaba? Difícil saberlo, era siempre privado con sus emociones.
- Yo voy a Europa -sentenció.
Los ojos se me iluminaron.
-¿Y vas a extrañar? -insistió Jason.
-Estoy "lleno" de los porteños. No.
Nos reímos los tres. Ellos se olvidaban a veces que yo era porteña. Me sorprendió que emitiera una opinión tan jugada: lo vi distinto. Lo abracé.
- ¿Qué es esta música? -exclamé- ¡Me encanta!
- José González -contestó él.
Tan simple que sorprendió: José González (Nota mental: buscar a José González).



lunes, 19 de marzo de 2012

Creador de sueños, hacedor de mundos

Un mural azul de sirenas azules
que salen de un mar púrpura.
La noche de viento se aliena de la urbanidad
y se hace vino en el piano.


La voz dulce es para las noches
cuando solo hay silencio.
Como en un bar francés,
de un año que no conocimos.


Bailamos como si te perteneciéramos
y nos hicieras tu familia.
Inventamos himnos que fueron de nadie
en ningún universo.


Bajo la tierna mirada de tu propio amor,
la luz ilumina esos ojos.
Lo único que brillaba
desde aquella esquina oscura.


viernes, 16 de marzo de 2012

Teenage Wasteland

Verdad.
Esta verdad ya no es mentira. De hecho, es tan verdad que es un lugar común.
¿Mi vida? Permeabilidad. Sensibilidad. Creación. Culpa.
Treinta años y un poco más para empezar a entender que soy lo que soy (y no el que soy).
Agrego: movimiento. Cuando estanqué mi rumbo fui peor de lo que puedo ser, en tristeza y lágrimas.
Fue duro encontrar las pistas para entender ese mecanismo: yo, que no soy la peor de todas, nunca me dejé ser quien soy. Una parte mía siempre me quiso parte del mundo que según nos enseñaron es el correcto. No quise ser un Nieztsche ni un Novalis. No quería confiarme más a las noches de insomnio y creación que en algún momento fueron exageradas y terminaron comiéndose mis días: en consecuencia, liquidé la creación.
Tampoco quise aceptar la variedad extraña de amigos que se acercaban a mi. ¿Por qué? Si yo quería estar con esa gente que apunta hacia direcciones que ni entiendo. Yo también quería mis jeans a la moda, mi casamiento a los 26 y mis hijos perfectos; suegros "cortamambos", domingo de supermercado, tomar el té con mis amigas impecables y no sentir nunca esa punzada que siento a la noche y que me dice: "¿No me escuchás? Porque sí, existo...".  Pasar el día dibujada en ese cuadro que se corresponde con todo lo que conozco como"necesario", sentada en un sillón con mi belleza solitaria; y que mis noches no me encuentren corriendo por una avenida en busca de un colectivo, después de haber bailado como loca; después de haber hablado cosas profundas con gente que no volveré a ver... Y sin embargo, esos días me iban a encontrar vacía, confusa, alienada. Y de nuevo ese demonio que habita en mí: "Sigo existiendo, cariño".
Bueno, es hora de ser quién soy. Quizá no tenga una vida convencional, y la noche me encuentre en una cena intercultural comiendo arepas con gente que no conozco; quizás nunca tenga un amor monógamo y clásico, y quizás nunca tenga hijos y termine mis días solas. Pero esta soy yo.


- Qué boludez lo que decís, Lo... -me dijo mi hermana sin mirarme, mientras se limaba las uñas y hacía a un lugar el libro que estaba leyendo ("El mago de Oz").
Tres veces nos habíamos tirado a la pileta. El calor era terrible hasta en la sombra. Tremendas temperaturas acechaban Buenos Aires, y con la térmica casi rozando los 40, me había hecho un bolso y me había instalado en lo de mi vieja. Con más "mamitis" que calor, me dejé mimar unos días: no lavar platos ni pensar qué comer (no, no, ¡nada de tartas de atún!). Tarde de chicas con mi mamá, mi hermana y dos de sus amigas, Alex y Vale (conveniente conjunción de nombres, ¿no?).
En ese mismo momento, las cuatro estábamos tiradas panza arriba en el sol, sin hacer otra cosa más que tomar agua y fumar cigarrillos; yo me dedicaba a lo mío sin que ellas me prestaran demasiada atención.
Las chicas hablaban; yo, mayormente, escuchaba, porque a pesar de que eran solo cinco años más chicas, la forma en que se tomaban algunas cosas era distinta: parejas cruzadas... amigas de amigas que terminaban junto al amor de alguna de ellas. Pensaba que si en mi manada, alguna osaba tener una amiga que se quedara con el hombre de Sol o Barbi o Julia o Cata, ese sería motivo para desmenuzarla como una jauría de lobos. Para ellas, hasta era aceptable.
De vez en cuando pasaba mi mamá con su vaso de Fernet dominguero y nos miraba, trataba de escuchar lo que hablábamos. Las chicas, en lugar de callarse, seguían adelante con las historias de sexo, drogas y rock and roll. Mi madre se reía, me miraba, me preguntaba si quería agua o alguna bebida exótica que conseguiría aunque tuviese que ir al Congo. Después, me daba un beso que yo aceptaba como un cachorro. Miraba lo que yo hacía y no preguntaba nada más.
- Te aprovechás porque te extraña... -decía mi hermana. Mi mamá volvía sobre sus pasos y le encajaba un beso a ella también. Mar se quejaba, la empujaba; sus amigas se reían.
- Ahora se hace la buena, pero en la semana es infumable.
- La infumable sos vos.
Lo cierto es que mi vieja era muy "canchera": nunca había perdido esa parte juvenil que tantos problemas le había traído. Pero, justamente, la parte buena de su situación emocional a veces la hacía brillar como una quinceañera atrapada en un cuerpo que crecía. La luminosidad de sus ojos no se opacaba: pasaban los años y los golpes, y ese brillo se encendía varias veces en un mismo día, como si renaciera infinitamente.
Era capaz de resistir las confesiones más sucias: le hemos contado sobre borracheras, sobre besos sin nombres, sobre accidentes sexuales, etc. Y ella nos miraba, tratando de controlar su asombro, que no era reproche, sino inocencia. Una vez pasada la cara de "Mi hija es la que me está contando esto", nos agarraba la mano y nos prometía que todo iba a estar bien. Por suerte, siempre tenía razón: era una madre después de todo.


- Comí como un cerdo... -se quejó Alex, que no dejaba de mirar su panza, con el cuerpo semiacostado en la reposera.
- Pasa que el problema es que vos comés para el culo, Alex -contestó Vale.
- Nada que ver Valeria, ¿qué decís?
- Mirá -dijo mi hermana, quién solía ser el sentido común de aquel grupo que no era el mío-, yo no tengo ganas de discutir con vos... - La miró a Alex-, pero pasamos tiempo juntas y lo hablamos varias veces. Vos sos grande, sabés lo que tenés que hacer.
- ¿Cambio de hábitos? -intervine, algo tímida.
- Sí, exacto, gracias, Lo -dijo mi hermana.
- Bue ya fue, de última después vomito.
Las tres rieron. Yo reí por compromiso. Sus chistes eran oscuros y personales y no estaba segura de poder liberar mi alma y participar libremente.
- No es en serio -comentó Vale, mirándome fugazmente. Habló con rapidez, pero con elocuencia. Después miró hacia arriba con ese perfil perfecto, y de sus labios rojos y sensuales se elevó el humo del cigarrillo lentamente.
- Me imagino... -les dije.
- ¿Y en qué andás vos, Lo? -preguntó, después de sacar de su boca hasta el último rastro de humo.
- Muy tranquila, tratando de conservar la paz y energía del viaje...
- Pero, ¿estás con alguien?
- No. Estoy sola.
- Dale, desde hace dos años que no parás de conocer flacos.
- Ahora está curiosamente tranquila -intervino mi hermana, Mar-. Esa letra te salió mal... ¿querés dejarme?
Claro que la dejé, mi hermana es mucho más hábil que yo.
Con la tijera en la mano, la miró a Alex que ahora acercaba el torso a sus piernas para poder ver cómo su panza se desplegaba sobre ellas.
- Te voy a clavar la tijera en la cara, pelotuda.
Me reí sin pudor.
- ¿Y alguna de ustedes anda en algo? - Me apresuré a decirles, antes de que siguieran haciendo preguntas que yo no tenía ganas de contestar. Claramente yo no estaba en mi punto más existencial, sino que veía pasar los días como un despliegue de encuentros con gente que me sumaba, gente que aceptaba que yo trasmitiera las cosas que viví y la paz que pronto me iba a abandonar, porque digamos que es Buenos Aires, con su tráfico, sus días que no duran nada, y conmigo absolutamente desmotivada con el trabajo, con las salidas a boliches y bares.
- Ninguna anda en nada... Por ahora, vivimos de las historias de los demás -comentó mi hermana con su comicidad dulce pero agria.
- Tengo un mensaje de Chavi- contó Vale.
- Noo -le dijo mi hermana, y, agachándose (Vale y yo estábamos en el piso), la miró a los ojos- ¿Qué hizo al final? -me miró- Te dije que vivimos las historias de los demás, nosotras no tenemos nada que contar.
- Dejó de ver a la mina... se quedó con el flaco.
Las miré curiosa. Me hice la que no me interesaba, pero la combinación de sexos en esa oración me dejó desconcertada.
- No podés decir nada -se apresuró en decirme Vale.
"¿A quién le iba a contar algo?", o sea, yo casi no conocía a la implicada (Chavi) más que por nombre. Creo que la había visto en una fiesta, y me había dado una rara impresión.
"Claro, es lesbiana", pensé... pero no, lo dije. Las tres me miraron y se rieron.
- No es que es LESBIANA -intervino Alex-. Está confundida con una mina, pero siempre anduvo con hombres. La otra mina, en cambio, sí es lesbiana, y parece que le tira onda.
- Chavi se siente atraída hacia ella... -contó mi hermana.
- Y sí, siempre pensamos que era lesbiana... -confesó Vale -. Solo que nadie se animaba a decirlo.
De todas formas, nadie que yo conociera conocía a esta chica, así que no corrían ningún riesgo. Por otro lado, a las horas, probablemente yo lo olvidaría, salvo que apareciera la chica frente a mis ojos, algo muy improbable.
- ¿Y si prueba de estar con ella? -apuré - Estamos en el siglo veintiuno: primero el escándalo, pero después el olvido.
- El problema es que ella sale con un flaco y están bien... Se están poniendo de novios, y justo pasa esto.
Supongo que entonces no era tan fácil. Arriesgarse por un impulso inseguro... perder algo bueno... yo no lo dudaría, pero por eso no soy una exitosa del amor.
- No, vos no lo harías -dijo mi hermana. A veces creo que lee mi mente.
- Igual la mina es una tarada... -confesó Alex. Nadie se lo vio venir. Vale la miró algo enojada, ya que era la amiga oficial de Chavi, a quien -repito- yo prácticamente no conocía.
- Te voy a clavar la tijera... -insistió mi hermana riendo. Marcó con sus palabras todos los puntos que habiamos dejado desatados: "A veces te desubicás, Alex y sos desconsiderada. Vale, Lola no va a contar nada porque en dos horas se va a olvidar, es demasiado egocéntrica. Lo, vos no harías nada porque sos una cagona". Nos dejó calladas a las tres. Mi hermana me sorprende a veces...
- Y esa letra "A" que hiciste es espantosa, parece un hongo. Dame que te la hago yo- Me arrebató los papeles coloridos de cartel que yo estaba haciendo.
Mi hermana podía ser una mujer madura. De hecho, a veces era la madre de nuestra madre, papel que también había cumplido yo en su momento, pero que me había hecho casi enloquecer. Mi hermana, si bien es sensible, no se turba fácilmente: suele darle a las emociones el lugar que realmente ameritan, pero a veces exagera y parece apática frente a los problemas. Varias veces el año pasado aparecía en mi casa: yo le preparaba la cama y la cena. Creo yo que necesitaba sentirse mimada: veíamos alguna serie y nos reíamos como locas.
- Es exagerado -me dijo.- No sos egoísta-. Y me sonrió. Claramente, esta mujer me leía la mente. No importaba, yo a veces leía la suya-. Estás un poco loca...
Las tres asintieron con la cabeza.
- Che así que Sol...
- Sí, Vale.
- ¿Está contenta?
- Muy contenta.
- Ustedes son complicadas - Esa fue Alex, obvio. Se quedó pensando unos minutos. Era la primera vez en toda la tarde que no se miraba la panza -. Me retracto, no serían las palabras correctas: es complicado para ustedes...
- ¿Porque somos grandes?
- No, para nada. No son tan grandes... digo, la mayoría de las chicas de mi edad están solas y encaran cosas solas y está bien, pero no es lo común en tu "camada". Diría que son las pioneras - Ahora sí, Alex era una chica muy inteligente y nos había sacado la ficha.
- Estas elecciones que hacemos, ¿no?
Las tres me miraron (no de manera crítica). Era evidente que ellas hablaban de nosotras  y, de alguna manera, nos tenían como ejemplos. Somos de esa gente nueva que hace elecciones que tiene que mantener toda la vida.
Pienso que hay varios tipos de personas: los que nunca eligen, sino que son elegidos; aquellos que eligen una vez y se echan a dormir; y estamos los que tardamos en elegir, porque nuestra naturaleza quiere ver la cantidad de opciones, encontrar la idónea y sostenerla todos los días cuando la elegimos. Esto de ser mujeres nuevas, cada una a su manera, es agotador, pero creemos que, al final, podemos tener todo.
- Sí -dijo mi hermana -. Las elecciones a las que apostaron no hicieron la vida fácil, pero estoy segura de que un día van a tener todo lo que quisieron, todo eso por lo que sacrificaron una vida más cómoda.
- Eso es lindo...- Le sonreí. Ella bajó la mirada contenta. Se perdió de nuevo en el cartel que estaba ayudándome a hacer, y lo apoyó sobre la tapa de su libro. 
- Aparte queremos ver qué pasa -dijo Vale, y prendió otro cigarrillo -. Acordate que nosotras vamos por ese camino.
- Igual, estás loca -remató Alex-. Pero te bancamos.
- ¿Qué tan loca?
- No sé que contestar sabiendo que estás un cartel de cumpleaños en holandés...
- Igual te bancamos -dijo Vale.




Horas más tarde, solo quedábamos mi hermana y yo. Aunque seguía haciendo calor, el sol se retiraba de a poco. El jardín ya no estaba soleado.
Nos encontramos moviéndonos de acuerdo a lo que iba sucediendo: el  poco sol que quedaba nos acorraló hasta dejarnos contra la pared, el único lugar en dónde se proyectaba su luz, cada vez más lejos del piso.
Escapar del sol nunca había sido una opción, porque en la sombra hacía la misma temperatura, y la inversión más estética era mantener este bronceado. Minutos después, casi fue noche.
Me acerqué a la pileta y toqué el agua. Recordé que el agua siempre me daba frío en la noche, incluso en verano, pero el clima estaba demasiado pesado. Me sorprendió que el agua se sintiese tan tibia, tan bien...
- ¿Te saco otra foto? -dijo mi hermana, que se movía con su propia música, en la propia armonía de esa tarde noche. La vi como una presencia diferente en el medio de la oscuridad. Se movió rápido y el pelo castaño se balanceó hasta desaparecer dentro del quincho.
"Constancia", pensé. Eso también se destacaba en este movimiento hacia algún lado. O sea, no tengo idea hacia dónde debo ir y, a duras penas, estoy aprendiendo a ser quién soy. Me ayuda aferrarme a mis amores, mis pequeños amores que son mis propias familias y mis propios universos: ellos saben quién soy, y me recuerdan quién no soy. Sí, quizás sea la persona demandante y solitaria que puedo ser; y tal vez, cuando en un futuro, si algún europeo diga: "Estuve casado seis meses con una argentina... hace años que no sé nada de ella", podría tranquilamente referirse a mí.
Pero necesito a mi gente. Y necesito constancia, mantenerme en mi ruta y en mi alegría. Lo sé...
Creo en la alegría: la constancia es fe, y la alegría, justamente, es la mejor amiga de la fe.


Vi a mi mamá en un rincón. Seguro hacía rato que había salido al jardín, y estaba apoyada contra las rejas de una ventana, mirándome. Aunque estaba bastante oscuro vi el esbozo de su sonrisa. ¿Qué pensaría sobre mí? 
Esa sonrisa grande y repetido fue una no respuesta.
Algo me dijo, pero apenas lo oí porque me arrojé de cabeza al agua. Se sentía tan bien... 

viernes, 9 de marzo de 2012

Cuando soy contigo

Somos como nos gustamos.
Mi sonrisa no fue tu lágrima.
Tus ojos no desvelaron.


Invadime en mi primavera.
Yo te espero sin esperar nada...


Estamos por todo el mundo.
Sueltos, porque somos así.
Te dejo en las mejores manos: las tuyas.


E hicimos planes sin sentido.
Nos dimos naturales y sin rumbo,
alineando este no destino.


Me encantan mis tiempos.
Te encantan los tuyos.
Fue nuestro tiempo el que casi no existió.


sábado, 3 de marzo de 2012

No solo soy palabras. Soy el viento que molesta a veces; y otras, el viento compañero. Soy el que puede quedarse horas, mirando algo sin mirar. Pensando en algo más que lo que se toca...
Me toca el orgullo el amor que no llega, que viene, parece, se va. No sé que es el amor cuando soy crisis y confusión...
Mi confusión se supone que es oportunidad. Me lleno de vestigios de un futuro posible, y lentamente, me encuentro a mi mismo como una sombra. La luz refleja la sombra de mis deseos y virtualidades...
La virtud me queda grande cuando la plantean abstracta. Me deshago de nuevo y solo soy viento.Agito las hojas y me parece descubrir un sentido.

En mi intimidad hablo con alguien, y no sé si solo soy yo la que responde. Yo, que tanto hablo de mí que me agota. Me agotan las caras malas y la actitudes hirientes.
Un grito puede partir mi corazón en dos. Él vuelve a unirse y me preparo cada día para enfrentarte. Pero peleo contra cíclopes miopes y las mentiras entorpecen mis pasos.
Quiero llegar, creeme. Me aferro a una oración, a una palabra. Pero no soy solo palabras.

No soy un llanto eterno. Las canciones de muerte reclaman mi atención. Les sonrío y el sonido de mi risa tapa ese lamento.
Me recojo en la redondez perfecta que puede ser mi vida. Te miro, a mi lado, en todos lados. Por primera vez en el día me mirás. Una sonrisa en tu cara triste nos vuelve alegres. No estoy solo, no estoy con el mundo: estoy con vos.
Entiendo la pequeñez perfecta de los que me rodean. Me quieren. Y tengo valor para enfrentarte, y no soy el viento solamente, soy la hoja, soy un corazón, palabras vividas, crisis posible de virtudes reales, el eslabón entre el mundo que viene y el mundo que se cae, un salto de alegría en cámara lenta, la música que se mueve con este cambio continuo del tiempo que avanza, que no es mío, pero yo le pertenezco.
Me hago uno con el tiempo, con mi (del) tiempo: en mis manos están mis vivencias... Que no se escape nada de eso, ni las incertidumbres ni las alegrías.




Me despierto en silencio ("hola") y finalmente me integro en mi casi realidad. En noche de corazones rotos, te elegí (amigo), me elegiste (amiga). No más miedo. 

viernes, 2 de marzo de 2012



"Elucubración, elucubración, elucubración... elucubración. Elucu... elucubración".
Durante gran parte del viaje me quedo pensando en esa palabra... Sobre todo ahora, que Roberto se fue, y en mi cabeza puedo escuchar algo más que su vocecita chillona. Afuera sigue lloviendo y ya casi se fue la luz del día. Voy dejando playas atrás, y de vez en cuando, entre construcción y construcción, entre casa y casa en las que ya empiezan a asomar las luces artificiales, puedo ver al océano Pacífico que brilla en la oscuridad, en esa media oscuridad que aún no termina de ser día pero no llega a ser noche.
"Elucubración": esa palabra que elegí una hoja atrás. Suena extraña; y yo la uso pero ni siquiera sé si está bien usada. Me anoto en el cuaderno lo siguiente: "buscar en el diccionario".
La palabra me suena a "culebra" y sospecho que debe de tener una mala connotación, pero nunca se puede estar seguro con las palabras, algunas nos sorprenden.
Mi mente viaja hacia atrás en el tiempo, mientras trato de entender de dónde proviene tal nivel de excitación mental: o sea, dormí media hora la noche anterior, y llevo despierta más de doce.
Para ser sincera, tampoco dormí mucho la noche anterior a esa.
Por lo tanto, ¿cómo es posible que mis ojos no se dejen seducir por Morfeo?
Claro, es el café que me invitó el argentino en la terminal de micros de Guayaquil. Ese café potente que necesité todo el día y recién había conseguido dos horas atrás.
Al argentino lo conocí en el cambio de aviones que hubo entre Santiago de Chile y Guayaquil. Creo que él inició la conversación, pero lo cierto es que yo se la seguí, incluso cuando la respuesta que le di habría sido más que suficiente para sellar un trato cordial y aceptable. Después de atravesar el pasillo, y habiéndolo perdido cerca del baño de hombres, volvió a aparecer y se sentó en el mismo banco que yo, pero del otro lado. Ambos de perfil, yo en una punta y él en otra, nos miramos y mantuvimos una conversación reveladora. Él viajaba solo también, y estaba absolutamente más informado que yo: era como si a mí me hubiesen arrojado al avión, apenas con el nombre de los lugares a los cuales debía dirigirme (por ejemplo, nunca supe cuál era la tensión en Ecuador, motivo por el cual, el apagón de Montañita tiene nombre y apellido).
El argentino sabía detalladamente cómo era la vida en Ecuador. Sería exagerado decir que sabía cuáles iban a ser sus pasos día a día, pero lo cierto es que era una persona responsable e informada.
Yo ni siquiera sabía cómo iba a llegar desde el aeropuerto José Joaquín de Olmedo (dato que solo conozco gracias a mi pasaje) hasta la terminal de micros. No sabía si había micros hacia el pueblo, y muchos menos, claro, los horarios.
Lo bueno de los viajeros inconscientes es que tienen un ángel aparte: ese ángel se apareció en distintas formas durante mis vacaciones. Y este ángel argentino me buscó al llegar a Guayaquil para poder compartir el taxi, ya que él debía dirigirse también hacia uno de los hermosos pueblos de Ecuador. Y como el bien es difusivo y la gracia angelical no entra en pocas personas, pronto una pareja de rosarinos hippies se unió a la pandilla.
Cuatro entramos en la terminal de micros al salir del taxi. Las boleterías colapsaban, y la pareja de rosarinos y yo íbamos a la misma ventanilla (la que peor se veía), mientras mi primer amigo compró su boleto sin mayor problema.
"Solo queda un lugar para Montañita", se corría la voz por la cola formada de gente ansiosa. Y mientras Roberto (a quién aún yo no conocía más que por un revolucionario peleador) discutía con quién le había vendido el boleto, los rosarinos me daban la bendición. Levanté la mano: "Yo viajo sola".
Todas las caras en la fila, jóvenes, alegres, giraron hacia mí. Pasé frente a ellos, sin poder contener la felicidad de sentirme afortunada.
Perdí a los rosarinos, y ni siquiera me había podido despedir cuando apareció mi amigo. Caminamos hasta las casas que vendían café y rápidamente me compró uno.
Hablamos durante diez minutos hasta que llegó el horario en que su micro debía partir. Nos despedimos. Prometió encontrarme más adelante en aquel lugar en el que supuestamente íbamos a coincidir varios días después.
El resto lo saben: humedad, quioscos, Roberto.
Pero ahora, de nuevo en el micro, varias horas después, descubro que el Pacífico se perdió atrás de un bosque. Después de ese bosque aparecieron construcciones parecidas a las anteriores, con ese estilo que podría definirse como  "de la Costa del Pacífico": casas como las que habitaría Robinson Crusoe. Pero las que veía ahora eran más grandes, con más pisos, más gente, más luz... ¿era música? Había gente en la calle, algunos autos que coincidían en un punto en el que la gente no paraba de aparecer con bolsos. Todos empezaron a levantarse cuando el micro se detuvo.
Ya no llovía, y cuando abrieron la puerta, el calor entró como una masa pesada y se fundió con el aire acondicionado, dando esa sensación extraña de dos fuerzas que chocan, esa mezcla de olores y el estiramiento placentero de las piernas, el hormiguero relajante.
"Llegamos", dijo el chofer, y por primera vez en todo el viaje se paró del asiento y salió a respirar el aire de la costa del Pacífico.