¿Vieron cuando se detiene la caravana? Esas que vienen rápido por un camino peligroso, y a una velocidad que nadie puede controlar. Cuando frena, las cosas se caen; unas se rompen, otras solo cambian de lugar. Y si uno está durmiendo, termina en el piso o, por lo menos, el susto lo hace saltar de la cama y enfrentarse con cierto desorden: el de uno mismo y el de las cosas.
Miramos desconcertados, porque todo se movió, porque nada es estable.
Y ni hablar de aquello de lo que venimos huyendo: al fin de cuentas, aquí está.
Por un momento, dejo de ser un viajero que no sabe quién es, y vuelvo a ser la persona que pretende escribir, que pretende entender algo. Mi viaje empieza a terminar; una de sus etapas se detiene como esa caravana.
Me despierto porque el sol entra por la persiana rota (esa que ustedes ya conocen). La mano femenina que tengo sobre la cintura se ve delicada. El único problema es el problema de siempre: que no es mía.
Me siento en la cama. Me río porque ya nada me resulta imposible, indescifrable e inexorable.
Ahí está ella: Mariella, la mujer más linda de Montañita. No tengo que preguntarle qué pasó ni yo debo preguntarme qué estoy haciendo. Esto fue el rescate de esa mujer que terminó con su intensa relación de tres días con Dorf, el australiano. Fue un final a los golpes esa noche, última noche para mí en el pueblo.
Ella no tenía dónde ir, así que me la llevé conmigo.
La dueña del hotel nos ve salir y se hace la señal de la cruz. Mira para otro lado y se aleja.
"Varias veces en el día, vino un chico con una guitarra buscándote, niña", me dijo ayer, "pero no dejó ningún dato".
Obviamente no lo encontré, pero ya no importa, porque yo me tengo que ir. La caravana se vuelve a poner en marcha hacia otros lados.
Salgo con la valija a los topezones. La miro a Mariella esperando que me ayude, pero nunca interpreta mi ruego y se despide y me deja con ese bulto desprolijo que estuvo preparado a último momento. Solo Dios sabe si me olvido algo. También lo sabrá Darwin, el muchacho que ahora abrazo, que es el que limpia las habitaciones y el que siempre pierde las llaves. Recuerdo a un amigo trotamundos, Juanito, que siempre decía que el buen viajero es aquel que pierde cosas, pero que nunca pierde lo importante.
Tengo que incluir que tengo un ojo negro: en mi despedida, aquel italiano que me festejaba encontró el único champagne que había en el pueblo. En pose triunfal, en medio de la música descontrolada, hizo volar el corcho, que terminó rebotando en mi ojo. Después del pelotazo, ya nada dolía.
Darwin me señala el ojo y me pide un taxi: todo está increíble y fríamente calculado. Tengo veintiocho minutos para llegar a la terminal.
Tres minutos para caminar hasta el micro y tomarlo.
Claro que soy yo (¿¿acaso no aprendo??). Pasa lo que nunca en la historia del pueblo: no hay taxis disponibles; y no solo eso, sino que se levanta un viento huracanado que solo solo llega cada treinta años, me levanta la pollera, Darwin mira mi bombacha y se ríe.
"Me tengo que ir", grito furiosa al cielo.
Corro como puedo con la valija, dispuesta a vender mi alma inmortal por un transporte.
Dios acepta el trueque y aparece el micro de los misioneros.
El chofer para y me saluda.
"Otra vez usted", dice.
Me subo y le ruego que me lleve hasta la terminal de micros. Los mismos niños del día anterior gritan a mi favor.
Él asiente con la cabeza y señala mi ojo.
"Ya sé", contesto.
Me dejan en la terminal. Llevo cinco minutos de retraso. Los chicos me saludan; el viento me deja en ropa interior de nuevo y la multitud festeja. El chofer los reta.
Corro, y la valija, mal cerrada, se abre. El camino comienza a llenarse con mis remeras. Maldigo en todos los idiomas que conozco y hasta en un idioma inventado por mí que es como un gruñido.
Un hombre corre hacia mí y comienza a meter las cosas. Es Stalin.
"El pueblo no te deja ir... Cree que hay algo más para ti".
Mientras no lo miro y lo odio un poco por hacerse el misterioso y por reírse, él se las ingenia por enredarme en la muñeca una pulsera. Me promete que me va a cuidar siempre.
El maldito me hace llorar de emoción y me abraza. Levanta mi valija como si no pesara lo que pesa y corremos hacia el micro.
Una vez arriba, yo no puedo creer que lo logré. Ah, me había olvidado de respirar.
Finalmente, acá estoy de nuevo con mi alma y vuelve la quietud de ese movimiento continuo que me aleja. Ahora son dos los que me saludan por la ventana: Stalin y Ariki.
Soy de esas personas que, cuando se enamoran de un lugar, se imaginan cómo será el irse.
Y esta secuencia que vivo ya existió en mi mente. Calculo que busqué estos últimos sobresaltos, porque en paz jamás podría dejar algo que amo. Sí. también soy de esos...
El acompañante del chofer me trae hielo, lo pongo sobre el ojo derecho y quedo cíclope mientras despido estas tierras que pisé.
Un cable sobresale de mi bolso de mano: mis auriculares... ¡cómo los extrañé!
Por primera vez en muchos días, que se sienten como un año, me conecto con mis carpetas de música. Voy hacia esa que evité mucho tiempo y la hago sonar.
"So i look to my eskimo friend..."
Estoy tan en paz que puedo con lo que no pude. El micro avanza con el sonido y escucho esa letra que había olvidado.
Solo puedo pensar en más aventuras, en prolongar este proceso que empuja mi año hacia lo nuevo, y en entender que estamos solos frente al mundo, pero rodeados de las mejores cosas, siempre y cuando estemos dispuestos a generarlas.
De pronto, tengo una sensación: sé que jamás volveré a Montañita. Perdida en caminos que no se pueden repetir, este día, elijo entregarme...
7 de enero de 2012
Ese micro que se dirige a Guayaquil se detiene dos kilómetros después porque faltaba un pasajero que logra alcanzarlo en algún punto. Roberto, un pescador, se trepa como puede y golpea a varios pasajeros con sus cañas.
Aprovechando el revuelo que causa este hombre, un muchacho de guitarra logra entrar al micro. Le da cinco dólares al chofer y pone cara de sorpresa cuando ve a la pasajera del primer asiento.
viernes, 28 de diciembre de 2012
viernes, 21 de diciembre de 2012
The winner is
Dicen que no son muchas las cosas importantes que se aprenden en la vida.
Rebelde y adolescente decía que en verdad hay muchas cosas por ver, muchas cosas por vivir y, sobre todo, muchas cosas que nos dejarán enseñanzas. Eso dije a mis ventitantos, cuando un sentimiento de omnipotencia acompañó mis días. Supongo que era necesario y no lo condeno.
Pero el tiempo avanza sobre nosotros, y descubrimos que sí, hay muchas cosas por aprender, pero que, en definitiva, se resumen en pocas.
Básicamente, la primer enseñanza es la más chocante: sé humilde, porque solo de esa forma vas a aprender a aprender. Y más allá de la cacofonía osada, esta se convierte en la capa más profunda, la que sostendrá todo el hormiguero que construimos encima.
Cada capa depende de la otra y se encadenan tan íntimamente entre ellas que nace la relación más importante del universo, la más sólida y estable: la de causa y consecuencia.
Lo segundo más intenso que vas a aprender, la verdadera planta baja, es a asumir las consecuencias de tus actos. Esto solo sucederá cuando hayas aprendido en humildad cuáles fueron las causas de tus elecciones.
Tercero. Primer piso de nuestro trabajo de obreras: perdonate. Reconocé por tu humildad que algo seguro en la vida finita e imperfecta es que te vas a equivocar. Habrá quienes no lo vean, quienes te pongan mala cara y quienes lo reprochen toda la vida. De hecho, vas a reprochar cosas a muchos durante toda tu vida. Pero no, perdonate y perdoná, el tiempo es demasiado apático como para detenerse en tus propios sentimientos. Y te recuerdo, nadie es el centro del universo.
Como un animal de cuatro patas, por la fuerza de cuatro veces cuatro y en cuarto lugar, poné límites. De la manera más dulce y sana, o como una fiera de la sabana africana si es necesario. De esa manera, vas a tener poco para perdonarte y perdonar. De esa manera vas a tener las relaciones más sanas de tu vida. Las más transparentes, sinceras. Y sobre todo, ponele límites a tus pensamientos y emociones, porque muchos vendrán desde un centro confuso de caos para complicarte la existencia.
Sin embargo, estate preparado para ir más allá de los límites en función del amor, para saber en qué momento de emergencia emocional uno debe cruzar la barrera. Pero tenés que regresar. Regresá por vos mismo siempre.
Lo más difícil que aprendemos es a amar bien. Una vez que hayamos cumplido con todo el trabajo, podremos salir del hormiguero y ver la luz. Podremos darle a otros nuestra mejor versión y recibiremos la de ellos, en un intercambio sin mediadores, sin planteos, sin exigencias. Un intercambio real, espontáneo, natural. La diferencia con todo lo otro lo vas a ver cuando esta forma de amor esté sucediendo. Recién ahí vas a entender esa sutil diferencia.
Un detalle: no esperes que esto sea estable, preparate para trabajar todos los días como si fueras una hormiga. Animate de vez en cuando a dejar que todo se venga abajo, porque solo entonces vas a comprender la riqueza de esto: el dolor entrará por cada hueco y por los pasillos, inundará las cuevas, y verás cómo tus propios colosos tambalean, porque no estamos hechos para cargar mundos. Verás como los muros sangran una y otra vez. Dejá que la angustia y la ansiedad te hagan llorar, pero no dejes de hacer: andá al supermercado en lágrimas de fuego, pero no te olvides de cuidarte.
Otra cosa: te deseo suerte. Fuiste embarcado en la misión más difícil de la historia: ser feliz.
http://www.youtube.com/watch?v=YNzbq--GAYA&NR=1&feature=endscreen
- A veces, solo hay que dejar de pensar en todas las cosas. A veces, no hay nada más que les puedas agregar -dijo Santi-. Y terminar algo cuando termina. Dejarlo como está...
Intenté en vano toda la semana conectarme con mi centro.
Insomnio, pensamientos recurrentes sin salida, sin claridad. Todos razonamientos abiertos que me hacen girar en mi eje, como si no quisieran que viera hacia algún punto, como si no me dejaran mover.
Mi bici me grita desde la cocina, y como puedo, corro, me agacho y gateo a través del living; una mano gigante sale de mi habitación y trata de arrojarme a la cama, pero quedo aferrada al marco de la puerta. Sí, la misma imagen de la gata que tuve cuando era chica y de su primer baño: ese animalito tan chiquito y dulce que fue mío aferrado a los azulejos, con los pelos erizados, tratando de no tocar el agua.
Y el desfile. El desfile de todas las personas que me quieren, y sus diálogos.
Y de fondo, la imagen de una madre enterrando a una hija: la imagen de una Ana que se salió del tiempo. Que no se aguantó un "no sé que vendrá, pero creo que no era lo que pensaba".
- Las armas... - Eso dijo Juampi.
- El año me la dió -confesó Sol.
- No puedo creer que no le guste más. ¿Me puedo hacer un Fernet?
No sería Cata sin un Fernet.
- La vida es ahora... -sostiene mi hermana y suena a una persona más adulta que yo.
- Hola, ma -digo, cuando llego a su casa. Ella me abraza y trato de esconder que puedo llorar en todo momento y a toda hora. No logro esconder que estoy en jaque. Que no me cuesta nada volver a ser la persona de mi primer escrito. Volver a perder cierto sentido y tardar meses en encontrarlo. Podría, conozco ese camino.
Mis cosas -esas que suenan graciosas- pueden cobrar un matiz trágico si sumo malos momentos.
- No -dice mi hermana. Se ríe.
- El tiempo lo va a llevar lejos de mí -afirma Cata y toma su vaso-. No. El tiempo me va a llevar lejos de él. Todo lo que hice, fue por amor.
Por primera vez, levanto la cabeza y la veo sonreír. Por primera vez, levanto la cabeza...
- Vamos a volver reír algún día -me grita Sol, mientras corre por mi jardín para llegar a su auto-. No. Vamos a volver a reír mañana.
Me río porque ya son las doce.
- Lo que nos diferencia de Ana son las armas... -sostiene Juampi mientras me sostiene en brazos-: Las armas que tenemos para salir de nuestro dolor, de nosotros mismos cuando nos enroscamos.
Por primera vez en la semana, creo.
Llego a la cocina, agarro la bicicleta, abro la puerta y salgo a pedalear. El sol me da en la cara y siento el aire sin humedad; el jardín, lleno de colores primaverales y el panorama de todos los verdes posibles tiñen mis ojos. Veo, porque queda algo más que el dolor.
Esos caminos que conozco de memoria, no. Mejor, los otros.
- No son necesarios los pensamientos ni las palabras. Las cosas suceden -dice Santi-. No hay más que podamos agregar.
Rebelde y adolescente decía que en verdad hay muchas cosas por ver, muchas cosas por vivir y, sobre todo, muchas cosas que nos dejarán enseñanzas. Eso dije a mis ventitantos, cuando un sentimiento de omnipotencia acompañó mis días. Supongo que era necesario y no lo condeno.
Pero el tiempo avanza sobre nosotros, y descubrimos que sí, hay muchas cosas por aprender, pero que, en definitiva, se resumen en pocas.
Básicamente, la primer enseñanza es la más chocante: sé humilde, porque solo de esa forma vas a aprender a aprender. Y más allá de la cacofonía osada, esta se convierte en la capa más profunda, la que sostendrá todo el hormiguero que construimos encima.
Cada capa depende de la otra y se encadenan tan íntimamente entre ellas que nace la relación más importante del universo, la más sólida y estable: la de causa y consecuencia.
Lo segundo más intenso que vas a aprender, la verdadera planta baja, es a asumir las consecuencias de tus actos. Esto solo sucederá cuando hayas aprendido en humildad cuáles fueron las causas de tus elecciones.
Tercero. Primer piso de nuestro trabajo de obreras: perdonate. Reconocé por tu humildad que algo seguro en la vida finita e imperfecta es que te vas a equivocar. Habrá quienes no lo vean, quienes te pongan mala cara y quienes lo reprochen toda la vida. De hecho, vas a reprochar cosas a muchos durante toda tu vida. Pero no, perdonate y perdoná, el tiempo es demasiado apático como para detenerse en tus propios sentimientos. Y te recuerdo, nadie es el centro del universo.
Como un animal de cuatro patas, por la fuerza de cuatro veces cuatro y en cuarto lugar, poné límites. De la manera más dulce y sana, o como una fiera de la sabana africana si es necesario. De esa manera, vas a tener poco para perdonarte y perdonar. De esa manera vas a tener las relaciones más sanas de tu vida. Las más transparentes, sinceras. Y sobre todo, ponele límites a tus pensamientos y emociones, porque muchos vendrán desde un centro confuso de caos para complicarte la existencia.
Sin embargo, estate preparado para ir más allá de los límites en función del amor, para saber en qué momento de emergencia emocional uno debe cruzar la barrera. Pero tenés que regresar. Regresá por vos mismo siempre.
Lo más difícil que aprendemos es a amar bien. Una vez que hayamos cumplido con todo el trabajo, podremos salir del hormiguero y ver la luz. Podremos darle a otros nuestra mejor versión y recibiremos la de ellos, en un intercambio sin mediadores, sin planteos, sin exigencias. Un intercambio real, espontáneo, natural. La diferencia con todo lo otro lo vas a ver cuando esta forma de amor esté sucediendo. Recién ahí vas a entender esa sutil diferencia.
Un detalle: no esperes que esto sea estable, preparate para trabajar todos los días como si fueras una hormiga. Animate de vez en cuando a dejar que todo se venga abajo, porque solo entonces vas a comprender la riqueza de esto: el dolor entrará por cada hueco y por los pasillos, inundará las cuevas, y verás cómo tus propios colosos tambalean, porque no estamos hechos para cargar mundos. Verás como los muros sangran una y otra vez. Dejá que la angustia y la ansiedad te hagan llorar, pero no dejes de hacer: andá al supermercado en lágrimas de fuego, pero no te olvides de cuidarte.
Otra cosa: te deseo suerte. Fuiste embarcado en la misión más difícil de la historia: ser feliz.
http://www.youtube.com/watch?v=YNzbq--GAYA&NR=1&feature=endscreen
- A veces, solo hay que dejar de pensar en todas las cosas. A veces, no hay nada más que les puedas agregar -dijo Santi-. Y terminar algo cuando termina. Dejarlo como está...
Intenté en vano toda la semana conectarme con mi centro.
Insomnio, pensamientos recurrentes sin salida, sin claridad. Todos razonamientos abiertos que me hacen girar en mi eje, como si no quisieran que viera hacia algún punto, como si no me dejaran mover.
Mi bici me grita desde la cocina, y como puedo, corro, me agacho y gateo a través del living; una mano gigante sale de mi habitación y trata de arrojarme a la cama, pero quedo aferrada al marco de la puerta. Sí, la misma imagen de la gata que tuve cuando era chica y de su primer baño: ese animalito tan chiquito y dulce que fue mío aferrado a los azulejos, con los pelos erizados, tratando de no tocar el agua.
Y el desfile. El desfile de todas las personas que me quieren, y sus diálogos.
Y de fondo, la imagen de una madre enterrando a una hija: la imagen de una Ana que se salió del tiempo. Que no se aguantó un "no sé que vendrá, pero creo que no era lo que pensaba".
- Las armas... - Eso dijo Juampi.
- El año me la dió -confesó Sol.
- No puedo creer que no le guste más. ¿Me puedo hacer un Fernet?
No sería Cata sin un Fernet.
- La vida es ahora... -sostiene mi hermana y suena a una persona más adulta que yo.
- Hola, ma -digo, cuando llego a su casa. Ella me abraza y trato de esconder que puedo llorar en todo momento y a toda hora. No logro esconder que estoy en jaque. Que no me cuesta nada volver a ser la persona de mi primer escrito. Volver a perder cierto sentido y tardar meses en encontrarlo. Podría, conozco ese camino.
Mis cosas -esas que suenan graciosas- pueden cobrar un matiz trágico si sumo malos momentos.
- No -dice mi hermana. Se ríe.
- El tiempo lo va a llevar lejos de mí -afirma Cata y toma su vaso-. No. El tiempo me va a llevar lejos de él. Todo lo que hice, fue por amor.
Por primera vez, levanto la cabeza y la veo sonreír. Por primera vez, levanto la cabeza...
- Vamos a volver reír algún día -me grita Sol, mientras corre por mi jardín para llegar a su auto-. No. Vamos a volver a reír mañana.
Me río porque ya son las doce.
- Lo que nos diferencia de Ana son las armas... -sostiene Juampi mientras me sostiene en brazos-: Las armas que tenemos para salir de nuestro dolor, de nosotros mismos cuando nos enroscamos.
Por primera vez en la semana, creo.
Llego a la cocina, agarro la bicicleta, abro la puerta y salgo a pedalear. El sol me da en la cara y siento el aire sin humedad; el jardín, lleno de colores primaverales y el panorama de todos los verdes posibles tiñen mis ojos. Veo, porque queda algo más que el dolor.
Esos caminos que conozco de memoria, no. Mejor, los otros.
- No son necesarios los pensamientos ni las palabras. Las cosas suceden -dice Santi-. No hay más que podamos agregar.
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Foto (fotaza): Marina Brattoli
A veces podés no darte del momento en el que empezás a formar de algo. De hecho, esa es la única forma que conozco de hacerme parte de un lugar.
Ya adquirís una esencia, una distinción. Y ¿qué importa que te llamen "autista" porque caminás solo, pensativo y, en pocas ocasiones, hablás con la gente? Sabés que por más que te griten "distraído", sos parte de una comunidad que sabe cuando estás y cuando no. Y que sabe, a fin de cuentas, que pronto te irás.Yo empecé este viaje sin saber quién soy. Sería cursi decir que me encontré a mi misma... muy de bestseller americano, pero lo cierto es que encontré un lugar en el mundo.
Nooo. No me voy a quedar, pero esté donde esté, siempre sabré que aquí hay una bandera que reza: "Yo pisé esta arena, yo vi cómo el sol se mete en el mar al atardecer".
Lo cierto es que me estoy despidiendo, porque me quedan tres días y dos noches.
No más hippies que hacen círculos en la playa al atardecer y a la noche, ni más artesanos astrólogos que toman cerveza en el desayuno, no más señoras religiosas que intentan evangelizarnos en esta Babilonia ecuatoriana, no más bandas de pibes argentinos que cantan como si extrañaran las canchas de fútbol, no más niños que me dicen "gringa", no más pibes de guitarra que son mi debilidad.Ahora estoy en Olom. Llegan los amigos de mi chico. Nos salvan del incómodo momento del casi-beso interrumpido por un pelotazo en la cara. Me considero afortunada, pero no cuento con estos astros aburridos.
El segundo pelotazo dolió más que el primero...
Los amigos se acercan, salvo uno que se queda a unos metros. Me mira y no tiene la expresión de curiosidad que tienen los demás.
"Lo conozco", pienso.
En mi mente, los días comienzan a retroceder hasta el fogón: él traía la misma remera que trae ahora en la mano. Yo estaba montada en su espalda y se alejaba de la gente. Ya me faltaban los veinte centímetros de pelo y yo llevaba una cerveza en la mano.
Después, avanzo de nuevo hacia el futuro, que es pasado en este atardecer: el torso que veo ahora es el mismo que estaba en mi cama esa mañana del primero de enero.
Las piernas se me aflojan. Él le dice al oído algo a otro de los chicos.
Ese día del despertar horroroso yo había vuelto a la habitación con un café y no lo vi. Pensé que estaba salvada; sabía que no lo había imaginado, pero al menos no tendría que lidiar con un encuentro confuso. En el momento en el que me había tirado a la cama, escuché la cadena del baño... La puerta se abrió y salió ese cuerpo bronceado.
Se acercó a mí y yo me alejé... Corta: me estaba enterando de que me lo llevé a la habitación, pero que, una vez ahí, le dije que no tenía ganas de nada. Me dormí, dándole la espalda... Mala idea, ¿no? Pero digamos que él también estaba tan borracho como yo, y se había dormido y me había puesto la mano en la cara, en una especie de abrazo borracho, una última brazada de ahogado en la que trató de devolverme a la vida, una muestra de un cariño que no existía.
No hubo caso.
Esa es la historia de esa mañana.
Por supuesto, en aquel entonces insinuó que debíamos terminar lo que habíamos empezado en algún momento.
Acto seguido: salió casi disparado por mi puerta, enojado conmigo. No lo traté bien.
"Esperá", le digo al chico de guitarra. Le agarro la mano. "Me tengo que ir. Te vas a enterar de algo que no te va a gustar".
Trata de detenerme, pero huyo por la playa, casi corriendo. Saludo a los chicos y les digo que tengo que irme.
Nunca miro para atrás, pero puedo sentir cómo doce ojos se clavan en mi espalda; cómo seis bocas hablan fuerte y de fondo un cuchicheo que debe estar por poner al corriente a mi chico de que besé a un amigo suyo, lo llevé a mi habitación, lo histeriquié y a la mañana lo eché a patadas.
Lo dejo con el recuerdo de la mujer inmaculada que minutos atrás se había ganado un beso, una playa, un atardecer y un pelotazo. La mujer con la que había sacado fotos irrepetibles.
Decido caminar hacia Montañita. Dicen que el camino es hermoso y complicado, pero en cuanto dejo la arena y piso las calles descubro que no siempre dicen la verdad: el camino no es complicado, sino peligroso.
Hay poco espacio entre la calle, por donde pasan autos con pésimos conductores, y una especie de barranca empinada llena de helechos, ramas, tierra y vaya uno a saber qué.
Los conductores tocan bocina. Comienzo a odiar este vestidito playero. Me lo bajo hasta donde puedo para evitar que quede tan corto.
Un auto pasa demasiado cerca, me asusto, me arrimo al borde.
Llego a un camino más tranquilo que se desvía hacia la playa y sube. Esa no es la dirección, pero no hay otra.
Me siento en una piedra, algo odiada por toda la situación: me miro la cola lastimada, porque caí por el barranco unos metros y el resultado es un chichón de golpe y arañazos. Lloro un poco por deporte, porque prefiero llorar por eso que por lo otro.
Sigo adelante porque está empezando a oscurecer. No sé si está pasando esto o mi papá está teniendo una pesadilla: que su hija está en un país tercermundista caminando perdida, casi desnuda, cuando se está haciendo de noche.
Sin embargo, empiezo a reconocer el terreno: es el morro que delimita Montañita. Es el Mirador.
Una enorme pared de ladrillos grises y una entrada sellada por una soga.
Empiezo a hacerme la idea de que pasaré la noche ahí, pero el problema es que no hay nadie.
Entro (aún no lo sé, pero estoy violando propiedad privada), los horarios de visita terminaron; subo escaleras y, de pronto, estoy en una iglesia al aire libre. Me asomo y veo el mar de un lado y del otro.
Hacia un costado, oscuridad. Hacia el otro, las luces de mi pueblo.
Me río. No sabía que existía ese lugar.
El sol muere ante mis ojos. Ni siquiera había notado el cambio de turno, pero me doy cuenta de que ahora miro la luna. Se ve enorme y limpia. Pero más que nada, se ve silenciosa.
Saco el buzo que traje de casualidad. La verdad es que no tengo frío, pero el mar oscuro trasmite esa sensación. Me imagino entre las olas y tiemblo. Me río.
Me acuesto en un rinconcito que forma un altar, e improviso una almohada.
No tengo miedo. Y solo puedo pensar en que temí toda la vida, como si siempre las cosas pudiesen salir mal. Pero las cosas no pueden salir mal cuando uno es feliz, no importa lo que suceda. Cuando hay una sonrisa sincera y relajada, plácida, nada es tan grave.
Creo que eso fue lo último que pensé, porque unas horas después me despierta el sol.
Hacía días que no dormía tanto. El lugar es todavía más lindo de día, pero es uno de esos lugares en los que cada momento tiene su encanto: si pasara el día ahí y si olvidara la belleza de la oscuridad, al hacerse de noche pensaría que es aún más hermoso que el día.
La mano de Roland... no es que me tira del pelo ni me hace daño, pero lo cierto es que me levanta enojado. No entiende cómo alguien logró burlar la vigilancia. En tres minutos y en un lenguaje rápido, me entero que es cuidador del lugar hace más años que los tengo yo. Por su cara entiendo que esto puede ser un gran problema, pero después de esos tres minutos intensos, me ve en los ojos cierta inocencia, cierto descuido que me llevó hasta ahí.
Me mete en un micro con unos misioneros.
"Déjenla en el pueblo".
Los misioneros, todos niños de diez años más o menos, me miran simpáticos y curiosos. Cuando les digo que soy argentina esperan que les diga "che" al final de cada oración. Cantan canciones sobre las bondades de Cristo y, bondadosos como Cristo, me dejan en Montañita. Los niños misioneros se asoman por la ventana y me saludan.
Veo el pueblo como jamás lo había visto. Comienzo a extrañar esa simpleza, y emprendo, quizás por penúltima vez en mi vida, la caminata al hotel.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Ruinas.
Cuando soy la sombra de lo que brillé en los soles de agosto, soy mala compañía.
¿Debería agradecer esta posibilidad de conectarme con el caer de una era? ¿Alguien carga las mochilas como yo me cargué esta mañana?
Dejé la fuerza en mi sonrisa con los que me hicieron alegría. Sacaron las mejores versiones de mis elocuencias, y se llevaron las historias imposibles y reales.
En estos meses, soñé que era milagro y me dejé conmover con mis particularidades.
Dame una señal y me seguiré soñando.
No.
Dame esa fuerza y me seguiré siendo.
Dame lo nuevo y seré mi particularidad, mi naturaleza, mi propio sol de agosto.
Un corazón, porque se viene la tormenta...
Cuando soy la sombra de lo que brillé en los soles de agosto, soy mala compañía.
¿Debería agradecer esta posibilidad de conectarme con el caer de una era? ¿Alguien carga las mochilas como yo me cargué esta mañana?
Dejé la fuerza en mi sonrisa con los que me hicieron alegría. Sacaron las mejores versiones de mis elocuencias, y se llevaron las historias imposibles y reales.
En estos meses, soñé que era milagro y me dejé conmover con mis particularidades.
Dame una señal y me seguiré soñando.
No.
Dame esa fuerza y me seguiré siendo.
Dame lo nuevo y seré mi particularidad, mi naturaleza, mi propio sol de agosto.
Un corazón, porque se viene la tormenta...
viernes, 30 de noviembre de 2012
Híbridos
El vino terminó antes que la música.
Algo sonaba en el aire de esas historias.
Un hilo invisible que adornaba las charlas...
sobre tierras que no conozco...
sobre personas que nunca conocí y que amaste.
Sentí en mi boca los besos olvidados,
en mares de costas húmedas al otro lado del mundo.
Puedo pisar esa arena en nuestros chistes
y oler el viento salado de cuando no estuve ahí.
Haceme en el silencio y deshaceme en las canciones.
Creí que eras lo que sos y nos busqué toda la vida.
La muerte no merece respuesta ni atención (solo lugar).
Y no te olvides del amor, que no es como lo aprendimos,
sino lo que nos amamos en cada paso errático.
y como nos coloreamos en lo descolorido.
Te extraño porque sos mío.
Y sí, aún tengo mis secretos...
Un día no seré más que la sombra y recuerdo de lo que fui cada noche.
No creas mis reproches.
Las tormentas a veces traen suerte
y algo de consuelo deseado.
Mis detalles y errores merecen amor gastado.
Las alineaciones no determinarán mi presente.
Tengo un Géminis, por suerte.
Y pienso usarlo.
Nunca creas que no entendí.
Yo te creo.
Me repliego.
Y elijo.
Algo sonaba en el aire de esas historias.
Un hilo invisible que adornaba las charlas...
sobre tierras que no conozco...
sobre personas que nunca conocí y que amaste.
Sentí en mi boca los besos olvidados,
en mares de costas húmedas al otro lado del mundo.
Puedo pisar esa arena en nuestros chistes
y oler el viento salado de cuando no estuve ahí.
Haceme en el silencio y deshaceme en las canciones.
Creí que eras lo que sos y nos busqué toda la vida.
La muerte no merece respuesta ni atención (solo lugar).
Y no te olvides del amor, que no es como lo aprendimos,
sino lo que nos amamos en cada paso errático.
y como nos coloreamos en lo descolorido.
Te extraño porque sos mío.
Y sí, aún tengo mis secretos...
Un día no seré más que la sombra y recuerdo de lo que fui cada noche.
No creas mis reproches.
Las tormentas a veces traen suerte
y algo de consuelo deseado.
Mis detalles y errores merecen amor gastado.
Las alineaciones no determinarán mi presente.
Tengo un Géminis, por suerte.
Y pienso usarlo.
Nunca creas que no entendí.
Yo te creo.
Me repliego.
Y elijo.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
Las cosas fascinantes me resultan fascinantes menos tiempo. Recuerdo - ¡y qué recuerdo tan sentido!- ser chica y fascinarme con los juegos del parque: el asombro que me provocaba aquel mundo sin descubrir. La mirada hacia arriba, esperando el asentimiento de mi madre.
Recuerdo correr hasta estar trepada; correr, disfrutando cada paso que me acercaba al tobogán, al barco pirata, a la casita en forma de iglú, a las hamacas. La sensación de libertad no era lo mejor. Lo mejor era la sensación de lo nuevo, de descubrir lo nuevo. Y una vez que terminaba ese descubrimiento por lo otro, hazaña que llevaba buen tiempo, comenzaba un nuevo descubrimiento: el de mi misma. Me descubría en los juegos. Esto también me llevó años maravilloso.
Lo cierto es que ahora, lo nuevo, lo fascinante y el asombro duran menos.
Pero cuando creemos que nos sabemos todos, ahí aparece algo que nos saca de órbita.
Podría tratarse de una persona. O podría tratarse de un despertar violento producido por una alarma de tsunami...
Despierto agitada porque suena una sirena. El ruido es muy claro: se define por un silencio desolador de fondo. Tirada en la cama, me limpio la baba de la cara. ¿Por qué no escucho cómo las olas van y vienen? Recuerdo una película: claro, el agua se está yendo hacia atrás y va a formarse una ola gigante.
Tengo que mantener la calma y actuar con rapidez.
Me levanto. La cabeza me pesa. Short, la remera que uso para dormir y ojotas. Como no encuentro dos iguales, me pongo una de cada color, porque en medio de la evacuación y los destrozos a nadie le va a importar. Por las dudas, agarro las zapatillas: mi idea es correr hacia las montañas y puede que tenga que pisar cosas peligrosas, o quizás, deba trepar. Sí, a los árboles...
Me cuelgo. Creo que pasan como diez minutos... No entiendo cómo se fue el tiempo. ¿Debería salir?
La alarma otra vez y esta vez es en serio.
Abro la puerta, con algo de miedo o de curiosidad: o sea, no sé con qué me voy a encontrar.
Hay sol. Todos duermen. Debería despertar a todos.
Corro escaleras abajo y me mareo un poco.
Alguien me agarra: el chico de guitarra. Me confunde, le señalo el mar. Todo está como siempre.
"No tendríamos que haber comido los brownies que trajo ese australiano, ¿no?", me dice.
Como si de pronto un poco de luz cambiara absolutamente un escenario. La alarma suena, parte de una canción de música electrónica del hotel de al lado. Recuerdo, entre otras cosas, que soy una persona con mucha imaginación y mucha susceptibilidad a los efectos de las drogas.
Él mira mis pies. Después las zapatillas que llevo en las manos.
"¿Qué tipo de viaje te pegaste vos? ¿Qué creés que está pasando?".
De pronto, la noche vino casi completa a mi memoria: el australiano, él y yo en la playa. Los tres nos cruzamos de casualidad, nos pusimos a hablar en inglés. Como estaba borracha, creía que hablaba bien. Eso lo recuerdo. Después, el australiano sacó unos brownies de la mochila.... Me acuerdo intentar llegar a mi habitación.
"¿Te acordás que intentabas llegar a tu habitación? Porque hoy nos teníamos que encontrar para ir a Olom...".
Claro, decíamos que nos conocíamos el pueblo de memoria y que era hora de tomarnos un micro.
"Vamos. Mis amigos están allá. Te espero mientras te ponés presentable".
Mueve la guitarra y se sienta bajo la sombra de un árbol.
Tardo más en lavarme los dientes que en cambiarme. Solo puedo pensar en no estar apestosa. Cuando salgo, vuelvo a mirar el mar. Por las dudas.
El colectivo viejo con pocos pasajeros y un mal conductor se mueve demasiado. El chico de la guitarra se duerme. En algún momento, se apoya en mi hombro, mientras yo, poseída por un apetito voraz, muerdo la última galletita nada rica. Supongo que Dorf, el australiano, nos drogó. Es oficial.
Me río, pero miro el mar. Por las dudas.
Estoy pasando una de las mejores tardes de mi vida. La playa es casi nuestra, a no ser por unos chico que, varios metros más cerca del pueblo, improvisan una cancha de fútbol.
Comemos cebiche y me cuenta -sin ningún pudor- que no es cierto que el cebiche es afrosidíaco. Que un amigo lo comió una noche y que no le fue bien. Le hago notar que es probable que el amigo haya tomado y que por eso no se le paró. Se ríe por mi atrevimiento.
"Calles... voy a cruzar...", canta mientras toca su guitarra.
"En silencio, nena, escucha... hay un lugar". Se ríe de nuevo: no esperaba que yo conociera esa canción.
De pronto, le cuento cosas de las que no hablaba hace mucho. Me pregunta porqué no tengo novio y no sé si lo dice como un piropo y como una posible preocupación. Su cara no me deja saber si cree que está con un diamante en bruto o con una psicópata.
Vive en el sur y se refiere a mí como "porteña", y lo hace con un dejo de simpático desprecio.
"Porteña, te regalo eso..." Miro el mar, ya sin desconfianza. Está atardeciendo. Es lo más lindo que me han dicho en mucho tiempo. Se acerca a mí.
A veces no entiendo qué problema tienen los astros conmigo. En serio.
José es un chico ecuatoriano de doce años. Algunos le dicen "Maradona". Pero los que prefieren a Pelé lo llaman "Pelé". Tiene puntinazos infernales y muchas veces, las canchas de aquel pueblo más perdido que Montaña le quedan chicas.
Todos se agachan ante el balón que se dirige como misil al arco. El arquero se tira hacia el lado contrario al cual va la pelota.
El bólido solo se detiene cuando me golpea la cabeza.
Puedo ver la cara de mi chico en una mueca de horror ante mi mirada espanto en la medida en que la cabeza gira hacia la derecha catapultada por aquella pelota.
Me quedo mirándolo un buen rato, con los cachetes llenos de arenas. José grita "I´m sorry, gringa".
Le devolvemoss la pelota. Quiero llorar pero me río.
Llegan los chicos. Sus amigos, para sacarnos del incómodo momento...
Pero el momento verdaderamente incómodo está por llegar. En serio, ¿qué problema tienen los astros conmigo?
Foto: Nano Carulla
miércoles, 14 de noviembre de 2012
Chasing cars
http://www.youtube.com/watch?v=GemKqzILV4w
No sentirse parte de ningún lado. Como si fuésemos una especie de poesía que nació en la calle de cualquier pueblo, en cualquier tiempo y en cualquier dirección.
Ser fiel al origen fue el paradigma: ama como lo concebiste desde el primer momento en que dijiste "Soy"; odia, revuelve, entiende, perdona; ríe, llora, no lo entiendas, no des otra oportunidad, abraza los caminos de la vida y abraza este ida y vuelta que algún día terminará por abandonarte. Muere como si hubieras entendido la vida. Como si hubieras viajado a lo más profundo de tu ser, como si te hubieras descubierto cada día.
Nos hicieron creer que somos parte de un soplo divino, engendrados en el aire del ser superior. Pero no era tan así... somos un pedo de Dios.
- Lolita, tenés que aceptar que "Prometeus" no estuvo buena -dijo Santi, poco antes de cortar la comunicación. Esto hizo que, lo que parecía ser el fin de un llamado, fuese el comienzo de un nuevo debate.
- ¿Lo decís porque le recomendé a Dany que la vea?
- No solo por eso... también vi tu cara en el cine. Cada vez que te gusta mucho una peli sacás la lengua y te la mordés. Te das vuelta, me agarrás fuerte el brazo y me decís: "Seguro que hace tal cosa...".
- Sí, pero está buena la peli. O sea, me gusta lo intrincado y paradójico de que, de alguna manera, Alien nos haya salvado... Los Ingenieros venían a matarnos, pero eso que iban a usar para matarnos se fue contra ellos. Me encantan esas paradojas... Admití que eso está bueno...
- See... puede ser.
Claro que no lo convencí. Fue el cansancio lo que lo convenció esa noche de viernes.
A Santi no le gustó la película. Yo, por mi lado, sigo sumando nuevos rituales: el cine del domingo, la juntada de flores de los viernes y ahora, hasta retoco fotos. Claramente, los rituales son improductivos y el mejor de mis proyectos consiste en subir a Facebook los mejores momentos de algunas películas. Digamos que el año empezó de una forma y sigue fiel a su curso. Y sin embargo, solo importa que estoy bien.
Ni siquiera determinó mi día el hecho de que Pablo (mi amigo de Galápagos) no me haya contestado.
Después de nuestro cruce en bicicleta dos semanas atrás, después de proyectar un encuentro para la noche de viernes, yo no había tenido respuesta a mis dos mensajes.
Pese a esto, algo no permitía que yo sintiera inseguridad; ni siquiera había dado vueltas en la cama. Estaba segura de que yo le gustaba, y no importaba este silencio, porque mi mensaje había sido el correcto y si esto iba a marchar, lo haría en contra de cualquier eventualidad.
Como ya era sábado a la mañana, agarré la bici y volé.
Capitalizo el pasado. Se supone que eso hago cuando hago lo que hago.
Nadie nos quiso en soledad, pero ese es el problema: nadie nos quiso, tampoco, acompañados. Aprendemos a estar solos y tratamos de aferrarnos a cierta armonía entre la soledad y la expansión. A veces, fallamos. Ahí entra en juego otra capacidad de grandeza: la humildad. Bajo mi cuello ante lo que no sé, que es todo (ni siquiera me sé a mí misma). Y caigo de rodillas. Caigo. Si no lo hiciera, todo lo inmortal vendría a arrancarme la cabeza.
He muerto varias veces en mis impulsos románticos, suspiros inefables e inestables de corrientes simbólicas. He aquí que descubro, con varias vidas encima, que debo amar el ínfimo granito irregular de arena que soy, bajo este cielo inmenso.
Cata lloró ayer. Ante la mirada sorprendida de Sol y la mía, algo desentendida. Entendí que si dejaba arrastrarme no podía serle de mucha ayuda.
Finalmente, sucedió. Ella bajó la guardia, confesó los sentimientos al hombre que la llenaba de alegría.
Y comenzó el alejamiento. Se acabaron los mensajes y las canciones y el día a día.
Cata confesó que estaba con pensamiento circular: se perguntaba qué es lo que había hecho mal la última vez que se vieron, repasaba los detalles en cada movimiento, en cada mirada, en cada palabra. Si ella olía mal, acaso (varias veces me hizo sentir el olor de su pelo porque quizás tenía feo olor y nunca se había dado cuenta). Sí, a este punto llegamos...
Ella no podía entender que él no le pusiese atención, esa atención a la que la había acostumbrado.
Traté de encontrarle la lógica, pero ya lo dijo Sol: "Pasar de un contacto de día a día a nada explica lo que no queremos entender". Le dábamos vueltas al tema, sobre todo porque Cata no sentía esto siempre. Que él hubiese roto esa pared era algo que no pasaba todos los días. La pregunta era si él se iba a enterar.
Yo me sentía enojada hacia el hombre de mi amiga: ¿acaso no tenemos bastante con la exigencia a nosotros mismos como para que alguien más venga a ponerse exigente con nosotros?
Todo esto pensaba mientras pedaleaba.
Alternaba con pensamientos sobre Pablo. Prestaba atención a cada ciclista, con la ilusión de ver aquella bicicleta perfecta y cuidada.
El clima nos había perdonado un poco y el sol era tan suave como el viento casi tibio que no molestaba en absoluto. Daban ganas de respirar profundo y de reír. Me gusto cuando no temo, cuando no me obsesiono, cuando me dejo ser y me libero de ataduras.
De pronto vi a alguien que parecía ser él, aunque no puedo decir que lo haya sido.
Me pasó de largo y no iba solo.
Lo seguí con la mirada, mientras se alejaba, y mientras yo pedaleaba sin parar. Su traje, negro, su casco, negro y de pronto, todo negro.
Exagero. No fue todo negro: negro era el tronco del árbol cuya existencia no calculé. Tuve un mínimo segundo para girar e hice lo que pude.
La bicicleta se dobló hacia mi izquierda y hacia abajo. Yo volé un poco, sin contar que, antes de terminar en el piso rodeada de gente, el hombro derecho y la cabeza rebotaron en aquel tronco.
Me dejé caer sin rigidez, quizás hasta entregada a la fuerza de gravedad, y mientras lo hacía, recapitulé todo lo que estaba pensando cuando no pensé en mirar hacia adelante.
Cuando abrí los ojos, tres o cuatros personas estaban rodeándome. Abrí los ojos con algo de timidez. Creo que estuve desmayada unos minutos.
"Qué porrazo", dijo el más viejo de esos hombres. Me dio la mano y me levantó, mientras el más joven levantaba mi bicicleta roja y la miraba con dolor y resignación.
Rápidamente, mantuvo la rueda entre las piernas y la enderezó: la dejó como nueva. Me la dio con una sonrisa, sonrisa que se evaporó cuando me vio bien.
"Te conozco", me dijo. También le vi cara conocida, pero ningún nombre... Solo quería ir a casa. Les agradecí, los convencí de que estaba bien y me monté de nuevo en la bici.
"Cuidado con los árboles, suelen tirarse encima de la gente", dijo el muchacho.
Me reí. De hecho, empecé a reír como loca: de solo imaginar cómo una persona larga, delgada y torpe rebotaba contra un árbol en una bicicleta me provocó una carcajada que no dejaba de sonar.
Llegué ansiosa a casa (quizás intuí que me estaban buscando). Tomé una Villavicencio de naranja y sonó el celular.
Casi no llego.
- Ana se suicidó... -era la voz de Sol. Era mucha información.
Enseguida supe qué Ana era. Digo, no éramos cercanas desde hacía mucho, pero claro, era Ana, aquella chica. Pero no estaba muerta. No.
- No, ¡se quiso suicidar! ¿No?
Después de entender la charla y pasarla a otro plano, comprendí que nunca entendemos la muerte, pero no solo como algo existencial: no la entendemos concretamente en un primer momento. La información parece no ser correcta, hasta que todos lo entienden, hasta que son varias las personas que nos juran que aquello ha sucedido. Todo esto sucedió sin que yo estuviese preparada para recibirlo, como si la vida funcionara sin reparar en la muerte, y como si la muerte funcionara sin respetar la vida.
Le dije que tenía que cortar. Que la llamaba.
Me senté en el piso.
Fue tan simple este nuevo golpe seco que me dejó sin palabras: sin palabras siquiera en la mente.
Días después de aquello puedo pensar algo sobre este tema.
¿Qué sintió Ana?
Solo había silencio como respuesta. El silencioso recuerdo de su sonrisa, porque ella siempre reía: ¿acaso nunca había sido feliz y nos engañaba a todos? Y el recuerdo de sus ojos azules: vacío; un vacío que nunca encontró puentes y se aisló.
Podría decir que la entiendo (y no solo eso, yo la conocí desde los cinco años), y entonces: ¿qué nos diferenciaba de ella? ¿Por qué yo estaba acá y ella no?
- Las armas que tenemos para enfrentar el tiempo- me dijo Juampi, después del funeral.
Es en el tiempo también que podré entender algo más, que podré dejar de sentir esta punzada cuando recuerdo que crecimos bajo las mismas enseñanzas y las mismas aventuras. El tiempo lo destruye todo, ya lo han dicho...
No sentirse parte de ningún lado. Como si fuésemos una especie de poesía que nació en la calle de cualquier pueblo, en cualquier tiempo y en cualquier dirección.
Ser fiel al origen fue el paradigma: ama como lo concebiste desde el primer momento en que dijiste "Soy"; odia, revuelve, entiende, perdona; ríe, llora, no lo entiendas, no des otra oportunidad, abraza los caminos de la vida y abraza este ida y vuelta que algún día terminará por abandonarte. Muere como si hubieras entendido la vida. Como si hubieras viajado a lo más profundo de tu ser, como si te hubieras descubierto cada día.
Nos hicieron creer que somos parte de un soplo divino, engendrados en el aire del ser superior. Pero no era tan así... somos un pedo de Dios.
- Lolita, tenés que aceptar que "Prometeus" no estuvo buena -dijo Santi, poco antes de cortar la comunicación. Esto hizo que, lo que parecía ser el fin de un llamado, fuese el comienzo de un nuevo debate.
- ¿Lo decís porque le recomendé a Dany que la vea?
- No solo por eso... también vi tu cara en el cine. Cada vez que te gusta mucho una peli sacás la lengua y te la mordés. Te das vuelta, me agarrás fuerte el brazo y me decís: "Seguro que hace tal cosa...".
- Sí, pero está buena la peli. O sea, me gusta lo intrincado y paradójico de que, de alguna manera, Alien nos haya salvado... Los Ingenieros venían a matarnos, pero eso que iban a usar para matarnos se fue contra ellos. Me encantan esas paradojas... Admití que eso está bueno...
- See... puede ser.
Claro que no lo convencí. Fue el cansancio lo que lo convenció esa noche de viernes.
A Santi no le gustó la película. Yo, por mi lado, sigo sumando nuevos rituales: el cine del domingo, la juntada de flores de los viernes y ahora, hasta retoco fotos. Claramente, los rituales son improductivos y el mejor de mis proyectos consiste en subir a Facebook los mejores momentos de algunas películas. Digamos que el año empezó de una forma y sigue fiel a su curso. Y sin embargo, solo importa que estoy bien.
Ni siquiera determinó mi día el hecho de que Pablo (mi amigo de Galápagos) no me haya contestado.
Después de nuestro cruce en bicicleta dos semanas atrás, después de proyectar un encuentro para la noche de viernes, yo no había tenido respuesta a mis dos mensajes.
Pese a esto, algo no permitía que yo sintiera inseguridad; ni siquiera había dado vueltas en la cama. Estaba segura de que yo le gustaba, y no importaba este silencio, porque mi mensaje había sido el correcto y si esto iba a marchar, lo haría en contra de cualquier eventualidad.
Como ya era sábado a la mañana, agarré la bici y volé.
Capitalizo el pasado. Se supone que eso hago cuando hago lo que hago.
Nadie nos quiso en soledad, pero ese es el problema: nadie nos quiso, tampoco, acompañados. Aprendemos a estar solos y tratamos de aferrarnos a cierta armonía entre la soledad y la expansión. A veces, fallamos. Ahí entra en juego otra capacidad de grandeza: la humildad. Bajo mi cuello ante lo que no sé, que es todo (ni siquiera me sé a mí misma). Y caigo de rodillas. Caigo. Si no lo hiciera, todo lo inmortal vendría a arrancarme la cabeza.
He muerto varias veces en mis impulsos románticos, suspiros inefables e inestables de corrientes simbólicas. He aquí que descubro, con varias vidas encima, que debo amar el ínfimo granito irregular de arena que soy, bajo este cielo inmenso.
Cata lloró ayer. Ante la mirada sorprendida de Sol y la mía, algo desentendida. Entendí que si dejaba arrastrarme no podía serle de mucha ayuda.
Finalmente, sucedió. Ella bajó la guardia, confesó los sentimientos al hombre que la llenaba de alegría.
Y comenzó el alejamiento. Se acabaron los mensajes y las canciones y el día a día.
Cata confesó que estaba con pensamiento circular: se perguntaba qué es lo que había hecho mal la última vez que se vieron, repasaba los detalles en cada movimiento, en cada mirada, en cada palabra. Si ella olía mal, acaso (varias veces me hizo sentir el olor de su pelo porque quizás tenía feo olor y nunca se había dado cuenta). Sí, a este punto llegamos...
Ella no podía entender que él no le pusiese atención, esa atención a la que la había acostumbrado.
Traté de encontrarle la lógica, pero ya lo dijo Sol: "Pasar de un contacto de día a día a nada explica lo que no queremos entender". Le dábamos vueltas al tema, sobre todo porque Cata no sentía esto siempre. Que él hubiese roto esa pared era algo que no pasaba todos los días. La pregunta era si él se iba a enterar.
Yo me sentía enojada hacia el hombre de mi amiga: ¿acaso no tenemos bastante con la exigencia a nosotros mismos como para que alguien más venga a ponerse exigente con nosotros?
Todo esto pensaba mientras pedaleaba.
Alternaba con pensamientos sobre Pablo. Prestaba atención a cada ciclista, con la ilusión de ver aquella bicicleta perfecta y cuidada.
El clima nos había perdonado un poco y el sol era tan suave como el viento casi tibio que no molestaba en absoluto. Daban ganas de respirar profundo y de reír. Me gusto cuando no temo, cuando no me obsesiono, cuando me dejo ser y me libero de ataduras.
De pronto vi a alguien que parecía ser él, aunque no puedo decir que lo haya sido.
Me pasó de largo y no iba solo.
Lo seguí con la mirada, mientras se alejaba, y mientras yo pedaleaba sin parar. Su traje, negro, su casco, negro y de pronto, todo negro.
Exagero. No fue todo negro: negro era el tronco del árbol cuya existencia no calculé. Tuve un mínimo segundo para girar e hice lo que pude.
La bicicleta se dobló hacia mi izquierda y hacia abajo. Yo volé un poco, sin contar que, antes de terminar en el piso rodeada de gente, el hombro derecho y la cabeza rebotaron en aquel tronco.
Me dejé caer sin rigidez, quizás hasta entregada a la fuerza de gravedad, y mientras lo hacía, recapitulé todo lo que estaba pensando cuando no pensé en mirar hacia adelante.
Cuando abrí los ojos, tres o cuatros personas estaban rodeándome. Abrí los ojos con algo de timidez. Creo que estuve desmayada unos minutos.
"Qué porrazo", dijo el más viejo de esos hombres. Me dio la mano y me levantó, mientras el más joven levantaba mi bicicleta roja y la miraba con dolor y resignación.
Rápidamente, mantuvo la rueda entre las piernas y la enderezó: la dejó como nueva. Me la dio con una sonrisa, sonrisa que se evaporó cuando me vio bien.
"Te conozco", me dijo. También le vi cara conocida, pero ningún nombre... Solo quería ir a casa. Les agradecí, los convencí de que estaba bien y me monté de nuevo en la bici.
"Cuidado con los árboles, suelen tirarse encima de la gente", dijo el muchacho.
Me reí. De hecho, empecé a reír como loca: de solo imaginar cómo una persona larga, delgada y torpe rebotaba contra un árbol en una bicicleta me provocó una carcajada que no dejaba de sonar.
Llegué ansiosa a casa (quizás intuí que me estaban buscando). Tomé una Villavicencio de naranja y sonó el celular.
Casi no llego.
- Ana se suicidó... -era la voz de Sol. Era mucha información.
Enseguida supe qué Ana era. Digo, no éramos cercanas desde hacía mucho, pero claro, era Ana, aquella chica. Pero no estaba muerta. No.
- No, ¡se quiso suicidar! ¿No?
Después de entender la charla y pasarla a otro plano, comprendí que nunca entendemos la muerte, pero no solo como algo existencial: no la entendemos concretamente en un primer momento. La información parece no ser correcta, hasta que todos lo entienden, hasta que son varias las personas que nos juran que aquello ha sucedido. Todo esto sucedió sin que yo estuviese preparada para recibirlo, como si la vida funcionara sin reparar en la muerte, y como si la muerte funcionara sin respetar la vida.
Le dije que tenía que cortar. Que la llamaba.
Me senté en el piso.
Fue tan simple este nuevo golpe seco que me dejó sin palabras: sin palabras siquiera en la mente.
Días después de aquello puedo pensar algo sobre este tema.
¿Qué sintió Ana?
Solo había silencio como respuesta. El silencioso recuerdo de su sonrisa, porque ella siempre reía: ¿acaso nunca había sido feliz y nos engañaba a todos? Y el recuerdo de sus ojos azules: vacío; un vacío que nunca encontró puentes y se aisló.
Podría decir que la entiendo (y no solo eso, yo la conocí desde los cinco años), y entonces: ¿qué nos diferenciaba de ella? ¿Por qué yo estaba acá y ella no?
- Las armas que tenemos para enfrentar el tiempo- me dijo Juampi, después del funeral.
Es en el tiempo también que podré entender algo más, que podré dejar de sentir esta punzada cuando recuerdo que crecimos bajo las mismas enseñanzas y las mismas aventuras. El tiempo lo destruye todo, ya lo han dicho...
miércoles, 7 de noviembre de 2012
"Poder hacer". Lo vi lejos de mi voluntad.
Vi lejos de mí esos pasados almacenados que pueden transportarme al mejor de mis cielos.
Me vi oscura y confundida. Me percibí con pensamiento circular en un eterno retorno de lo amargo.
Finalmente, el vacío fluyó por mis venas como veneno que mata lento.
¿El vacío? Sí, me entienden. Esa idea de aniquilación. Dinamismo habitual de malos días que se suman y que restan. Esa idea que se apodera de la existencia y le quita sabor a lo cotidiano.
¿El camino? Sí, hay una salida. Lo prometo. Lo predigo. Lo creo.
Es entonces que agoto la idea de vacío. En un día, en una noche. El vacío comienza a repugnarme. Lo entiendo esa mañana que me levanto sin pena, y el olor del jardín aparece como si antes no hubiera estado ahí.
Corramos por la arena hasta tocar el agua helada, como si en verdad no hubiera que llegar a ningún lado. Como si el momento fuera uno en importancia, en una sonrisa, en un secreto, en revelar esa aventura que te lleve hasta aquel lugar conmigo; como si siempre hubiesen estado ahí las personas que más amo; cuando tus ojos se conmovieron ante mi labios, cuando me leíste una y otra vez y compartiste mis dolores, mis penas, alegrías, chistes de mañana, encantos, parodias, vida. Sentimientos olvidados que renacen en besos coloridos.
Lo creo. Lo creo. Lo creo.
Y si no nos es fácil hacer vida, no nos apresuremos en dar muerte.
Por suerte, creímos en el amor.
Hasta el final de los finales.
Creo. Creo. Creo. Te creo.
Un día, me vas a creer también.
Vi lejos de mí esos pasados almacenados que pueden transportarme al mejor de mis cielos.
Me vi oscura y confundida. Me percibí con pensamiento circular en un eterno retorno de lo amargo.
Finalmente, el vacío fluyó por mis venas como veneno que mata lento.
¿El vacío? Sí, me entienden. Esa idea de aniquilación. Dinamismo habitual de malos días que se suman y que restan. Esa idea que se apodera de la existencia y le quita sabor a lo cotidiano.
¿El camino? Sí, hay una salida. Lo prometo. Lo predigo. Lo creo.
Es entonces que agoto la idea de vacío. En un día, en una noche. El vacío comienza a repugnarme. Lo entiendo esa mañana que me levanto sin pena, y el olor del jardín aparece como si antes no hubiera estado ahí.
Corramos por la arena hasta tocar el agua helada, como si en verdad no hubiera que llegar a ningún lado. Como si el momento fuera uno en importancia, en una sonrisa, en un secreto, en revelar esa aventura que te lleve hasta aquel lugar conmigo; como si siempre hubiesen estado ahí las personas que más amo; cuando tus ojos se conmovieron ante mi labios, cuando me leíste una y otra vez y compartiste mis dolores, mis penas, alegrías, chistes de mañana, encantos, parodias, vida. Sentimientos olvidados que renacen en besos coloridos.
Lo creo. Lo creo. Lo creo.
Y si no nos es fácil hacer vida, no nos apresuremos en dar muerte.
Por suerte, creímos en el amor.
Hasta el final de los finales.
Creo. Creo. Creo. Te creo.
Un día, me vas a creer también.
miércoles, 31 de octubre de 2012
Extraño las cosas cuando vuelvo a verlas. Es entonces que descubro cuánta falta me hacían.
También extraño cosas que nunca pasaron, cosas que creí que iban a pasar. Como si padeciera una nostalgia de futuro.
Me resulta paradójico el haber relacionado este diálogo interior, este mix de sensaciones, con mis estados más tristes. Sin embargo, ahora que estoy feliz, vuelvo a ese juego dinámico, como si, en definitiva fuera parte del mismo proceso. Como si se tratara de una elección que determina el mundo.
Extrañaba el sol. El sol que finalmente entra por ese persiana chueca y rota.
Mi casa pequeña de aquel hotel sin mucha tecnología está como la dejé: ropa a medio secar colgada de donde se puede.
Respiro hondo y el día espera. Acá no vuela, ni se va a ningún lado.
Pero¿para qué hablar de mis particularidades del día? Entre surfers y licuados y encuentros con las personas de siempre no presentan nada novedoso. Solo mi propio disfrute personal.
El pragmatismo mudo me está abandonando. Comienzo a ser parte real de este verano y espero combinar lo que soy desde siempre y lo que quiero ser.
Pero, insisto: ¿para qué hablar de las particularidades de mi día si puedo contar sobre la noche en que Montaña quedó sin luz y yo fui besada por un desconocido en medio del apagón general del pueblo?
Ay, sistema electrógeno montañés, ¡qué avalancha de cuerpos!
Empecemos de cero: en Montañita es invierno.
Lo que determina este invierno de treinta grados no es otra cosa que la frecuencia de las lluvias. Lo cierto es que esta gente no padece las amplitudes térmicas que el resto de la humanidad sufre. Así de corta.
El verano tiene también treinta grados, pero nunca llueve.
De todas formas, el anochecer temprano es una característica heredada de cualquier invierno, y a las siete de la tarde ya no queda rastro de sol.
Pienso que, después de varios días sin contacto, debería dejar esta crueldad de lado y avisar a mi familia que sigo viva.
Después de varias vueltas, me decido a ir al pueblo para enviar un mail desde un locutorio. Esto lo empiezo a planear desde las cuatro de la tarde, porque, convengamos, lo ideal sería que no oscureciera en el camino.
Por supuesto, termino saliendo del hotel a las seis y cincuenta y cinco.
Mientras camino a medio vestir (salí de la peor manera posible) ya ni miro lo que cruzo. Puedo decir que conozco casi todos los detalles de memoria.
En el locutorio me atiende un chico que no tiene ni dieciocho añitos. Tampoco tiene ganas de hacer lo que hace y no me mira cuando me habla.
Con pocas palabras, me da una máquina.
Entro ante la mirada atenta de (en serio) todos hombres. Empiezo a arrepentirme de haberme dejado la biquini. También de tener la cámara de fotos, porque mi idea era bajar todas las fotos que saqué y mandarlas en aquel bendito mail.
Mientras espero que se envíen esas palabras, veo que pasa el chico de la guitarra con un grupo de amigos. Ríen, cantan, toman Fernet en una botella de plástico cortada.
Decidida a ir tras él, freno todo: la sesión, las fotos que se estaban bajando, el mensaje a punto de ser enviado.
De pronto, la computadora se apaga. Micro-segundos después, ante un grito generalizado, todo se apaga.
El pueblo a oscuras. Terror.
Escucho gritos, risas, voces que hablan fuerte, gente que busca a su propia gente. Las sillas se mueven y siento cuerpos que pasan.
Agarro mis cosas, las abrazo, las guardo y pienso qué es lo que debería hacer.
Alguien pasa cerca y, sí, creo que me manosean.
Salgo apurada de aquel lugar. Percibo que el chico desganado sigue ahí y ni se inmuta: podríamos llevarnos los monitores y ni se movería para impedirlo. Me sorprende el escalón de madera que había pasado por alto al entrar, y piso la calle sin ver nada más que una manada de cuerpos negros que pasan ante mí. Algunos corren y empujan a los otros. Alguien me da con una linterna en la cara y me enceguece aún más.
Desde lo que sospecho que es un bar sale algo de música improvisada. Música de fogón para esta oscuridad.
Cuando solo puedo ver un círculo luminoso en mis pupilas por culpa de esa linterna que me apuntó directo a los ojos, alguien respira cerca de mí, me golpea con algo en las piernas, y lo próximo que siento son dos manos en la cara y los labios algo secos en los míos. Lo empujo y me quedo sin saber qué hacer. Trato de agarrarlo para ponerlo en su lugar, pero se ríe y huye.
Bueno, no sé qué hacer. Tengo miedo de que me vuelva a pasar lo mismo. Empiezo a moverme junto a un grupo de voces femeninas. Alarmada les cuento que alguien me había besado. Una me dice que le tocaron la cola. Trato de unirme a ellas, porque la unión hace a la fuerza, pero ellas no me reconocen como una de las suyas y, ante el choque contra una columna que viene desde una calle que cruza, ellas me pierden y no se preguntan por mí. Siguen su camino.
Me pongo tan nerviosa que improviso un ataque de risa. ¿Cómo me puede estar pasando esto?
"¿Piscis?", me dice Stalin, que aparece con una vela.
En verdad soy yo la que aparece ante él, porque de alguna manera llego hasta su puesto.
Me da la mano y paso del otro lado, a salvo.
"Solo tú puedes quedar desnuda en un apagón...".
Nos sentamos sobre la mesa, en el lugar en dónde irían sus artesanías si es que no las hubiera sacado. Me da una cerveza y acepto. Nos quedamos viendo a las personas que pasan y tratan de resolver esta aventura. Intentan hacer aquello que hacían antes de que se hicieran las tinieblas. En algunos sectores aparece la luz de velas que se encienden y se ven como círculos de fuego en medio de la nada.
Stalin mira concentrado lo que puede y no se pierde un detalle. Me cuenta que esta tragedia sucede todos los años. Que mejora con el paso del tiempo.
Cuenta alguien que también estuvo ahí esa noche, que las chicas se reían si alguien se acercaba, porque las mujeres de ahora no le temen realmente a nada.
Que el chico que atiende el locutorio principal, que no tiene ni dieciocho años, dejó todo como estaba y se fue a fumar a la playa.
Que un artesano se sentó a tomar cerveza sobre su mesa de trabajo con una chica argentina.
Que la dueña de un hotel se preocupó por todos los que estaban perdidos en la oscuridad.
Que unos chicos de Adrogué se pelearon con unos de San Isidro.
Que un italiano se puso insoportable con unas chicas.
Que una mujer llamada Mariella terminó su romance de dos días con el australiano Dorf.
Que el apagón duró tres horas y fue provocado por una argentina que enchufó un secador de pelo.
Que un chico con guitarra andaba con una linterna...
viernes, 26 de octubre de 2012
- Quiero volver típico lo atípico y mágico lo cotidiano. Quiero expresarme en privacidad y compartir lo más íntimo.
- Solo te pregunté si querías agua...
- Quiero hacer bello el enojo y quiero enojar a los astros que nos hicieron mortales y que, en su inmortalidad, nos recuerden siempre en un grito de notas musicales, en un papel, en una tela, en un olor, en colores, en nuestros bailes.
- Ah, vos querés hacer algo de arte.
- No. No entendiste nada. Yo quiero vivir.
Foto: Marina Mangieri
miércoles, 24 de octubre de 2012
Ningún tiempo es tiempo perdido
¿Cómo nos vamos olvidar? Se llevó seis años de nuestra vida.
La respuesta siempre estuvo en una zapatilla colgada en el árbol.
Un aplauso encubierto de reproches para "Lost", la serie que nos enseñó la historia del mundo, y de una vida, y del proceso que, en definitiva, todos atravesamos. Y que el tiempo no es lineal cuando se trata de emociones, porque los actos se ordenan no en función del acontecer físico, sino de una trama que es nuestra y, al mismo tiempo, no lo es.
No se preocupen, no me voy a poner misteriosa, oscura, oracular.
Me estoy metiendo con recuerdos emocionales: para mí, representa lunes de canal de cable hace muchos años, en la cena familiar (muda) frente a la coincidencias a las que nos sometía una primera temporada prometedora; el ruido de los cubiertos, las respiraciones detenidas ante los cruces entre los personajes, en momentos previos a la isla; los "callate" de todos contra mi mamá que intentaba saber cómo había sido nuestro día.
También me meto con recuerdos culturales: imagino la cara de todos cuando descubrimos que Sawyer conoció al papá de Jack; que los números que llevaron a Hugo a la desgracia son los mismos que yacen en aquella escotilla misteriosa que deja ver una luz; luz que fue encendida por Desmond que buscaba saber qué era ese ruido, después de un ataque desesperado en el que había decidido matarse; el grito mudo cuándo nos enteramos que una parte del avión había quedado en la otra costa y otro grupo había sobrevivido, y que el hermano del señor Eko era el cura que iba a bordo de una avioneta que -¡oh casualidad!- años atrás había caído en la isla; las lágrimas cuando la isla nos lleva por el tiempo y Kate se ve a sí misma asistiendo en el parto a Claire, hecho que, para ese entonces, había ocurrido años atrás, o adelante, porque en definitiva, el tiempo es tan misterioso como el ser, y la última pregunta sobre la existencia es acerca del tiempo.
Por otro lado, quisiera quejarme por mi poca participación en el blog... Acá todos la pasan bien, incluso el infeliz que escribe en letra bordó. Hasta los nuevos la pasan mejor que yo. A mí me toca la parte aburrida: yo no viajo, no ando en bici, no fumo, no me saco la ropa y poso en fotografías, no veo ni un hombre desnudo y tampoco me despierto con personas que no sé quiénes son...
¡Reclamo atención!
Pido disculpas por el exabrupto. Y vuelvo por lo que vine. ¿Qué hice? Me propuse ver la serie nuevamente. De principio a fin. Tratando de buscar no sé qué, pero con un pálpito de que ahí hay algo más.
Lo que pasó después fue lo que suele pasar con "Lost": me abstraje del mundo varias noches. Todo el tiempo me decía que debía grabar lo que veía en mi mente, porque ese era el punto de gravedad de "Lost". Pero lo cierto, señores, es que después me olvidé de muchos detalles que harían un examen más racional, claro y distinto.
Y no solo eso, sino que no pude volver a ver ciertas situaciones que sabía cómo terminarían (claramente, no pude volver a ver cuando Locke queda paralítico, ni cuando mueren Ana Lucía y Libby en manos de Michael).
Y como si eso no fuera poco, terminé el análisis en la segunda temporada porque no quería perderme...no quería perder el punto.Sobre todo porque creo con objetividad que ciertas temporadas estuvieron de más.
Y la respuesta descansaba ahí, en todo momento, desde el primer plano, desde que Jack abre los ojos. Desde que una zapatilla cuelga del árbol. Todo es señales, tiempo y juego. A ensuciar la zapatilla.
¿Por dónde empiezo?
Ah, sí. Argumento: accidente aéreo, sobrevivientes varios, isla misteriosa, grupo hostil de personas extrañas en la isla, romances varios, el rescate que nunca llega. Objetivos: sobrevivir, ser rescatados. Problema: ¿por qué nadie llega, por qué no logramos salir?
Casualidad y causalidad
Casi terminando la primera temporada, Locke le dice a Jack: "Si nos trajeron aquí, fue por algo. Por alguna razón. A todos". Más importante es lo que responde Jack: "¿Y quién nos trajo, John?".
La respuesta es simple: ellos mismos se han llevado a la isla. Este hecho lo veremos suceder físicamente, pero siempre reflejado en una metáfora, porque todo esto no es más que una metáfora.
La explicación real (si podemos hablar de realidad) es que ellos estaban muertos, pero no por el accidente. La isla no es más que el purgatorio de estas personas que, al haber sido tan importantes la una para la otra en la vida real (en esa vida que nunca llegamos a ver del todo) se han juntado al final para resolver los asuntos pendientes, como si fuesen desconocidos en la situación en la que los conocemos.
Cuánto más enroscado es el personaje, más tarda en morir o en aceptar ciertas cosas. Jack, el héroe, es el personaje más complejo de todos; de hecho, es el último en llegar. Pero esta es la historia de la vida: las personas más inteligentes tardan más en resolver los conflictos. Ellos sufren como nadie, y hay quien dice que el diablo nunca será perdonado porque es demasiado inteligente como para echarse atrás en su postura.
"Lost" es la historia del proceso mental, moral y emocional que pasan las personas a lo largo y al final de sus vida: los conflictos reflejados en situaciones, y la resolución de todo eso que nos ha perdido.
Así como en este proceso Locke entiende que no puede echarle la culpa de todo al destino, a Jack le toca entender que sí, hay algo de destino en todo. Eko (el mejor personaje que hubo en la serie, y que no entiendo porqué corno lo sacaron) le dice a Locke: "No confundas las coincidencias con el destino".
Pero ese juego de casualidades y causalidades solo es posible verlo retrospectivamente, cuando, de alguna manera, llegamos a un fin. Lo que da sabor a la vida y nos da capítulos interesantes es el camino hacia él.
Los padecimientos del alma contemporánea (Soledad, miedo y falta de fe)
Es increíble seguir descubriendo cosas a medida que pasan los capítulos. Sentir que siempre hay algo más, y que lo que nos hizo entender la serie, sin entenderlo, es que nadie está solo.
A lo largo de la vida nos ataca cierto fantasma de soledad. Llegamos a un punto en el que nos sentimos incomprendidos.
Vemos que hay gente que suele mimetizarse con la multitud con mayor facilidad. Pero cuando se trata de seres con particularidades, con errores que aún se cargan, con ilusiones que no les permiten entrar fácilmente a un circuito poco inocente, o, incluso, cuando se trata de aquellos que actúan de manera cruel ante lo que el destino o la suerte les depara, entonces, el sentirse acompañado no pasa a ser algo de todos los días.
Terminamos por creer, algo desesperanzados, que la última realidad es la soledad. Amamos y tememos la soledad. La queremos echar, pero, al mismo tiempo, nos aferramos a ella como si fuera lo único que conocemos. Nos aferramos a los filósofos, mártires sociales y pensadores pesimistas que sostienen que no importa lo que hagamos: dormimos solos, soñamos solos, hablamos solos y, para colmo, somos seres destinados al egoísmo. Panorama copado, ¿no?
¿Por qué nos hace sentir bien "Lost"? Porque vemos cómo estas personas destinadas a la soledad se encuentran. Algo nos trae paz al alma en los cruces, en las miradas entre ellos. Se convierte en un alivio para nuestra cabeza. Un llamado a la fe natural: confiar en que seremos encontrados, confiar. CONFIAR.
Nos habla, también, del miedo que tenemos aquellos que hemos padecido. El miedo a seguir adelante ante un camino incierto.
Lamentablemente, es la superación de estas pasiones la única puerta de acceso. Y la isla, ese purgatorio creado por ellos mismos, pone estas pruebas a los personajes todo el tiempo.Se ensaña en perderlos, porque, en definitiva, ellos mismos deben encontrarse. Se ensaña en asustarlos, porque ellos mismos deben perder el miedo.
La idea de purgatorio
Sí, hubiésemos querido una resolución distinta.
¿La isla era el purgatorio? Eso parece.
Lo más triste es que, ya desde los primeros capítulos, esta idea pasaba por las más selectas páginas en las que todos asomábamos para ver posibles teorías. Pero deseábamos con todo nuestro corazón (comprometido a esa altura como con nada en la vida) que esa no fuese la respuesta. Queríamos una sorpresa, porque somos la especie humana que perdió la fe y la inocencia.
El padre de Jack, al final, le asegura que lo de la isla había sucedido. Yo no creo que haya sido así y es probable que, en esa frase, sigamos dentro de la metáfora: era tan real como lo sintió, porque lo que vivió en tan poco tiempo en la isla es lo que vivió a lo largo de su vida, y de ahí, que haya sido tan intenso.
Nunca hubo un accidente: ellos se habían conocido en una vida tan urbana y cotidiana como la nuestra. Se me ocurre pensar, por ejemplo, que Jack no solo puede haber sido el médico de Locke, sino que fue quien recibió al accidentado padre de Shannon. Quizás conoció a Kate, y ella fue el amor de su vida. Quizás conoció a Claire porque, a fin de cuentas, ella era su hermana. Podríamos realizar uniones que solo los que han seguido la serie podrían elucubrar en sus mentes. Estas uniones son libres y los famosos flash fowards son los que hablan de una vida real de los personajes. Nunca subieron a un avión juntos, solo se esperaron para cruzar al otro lado y el accidente fue la ocasión metafórica para llegar a ese punto.
De ahí también ciertas contradicciones muy tangibles: hablamos del purgatorio de varias personas, personas cuya real unión es incierta. Nos encontramos con personajes raros, como, por ejemplo, Walt, que dudo que haya sido un personaje real dentro de la metáfora: creo más bien que era la ocasión para que su padre lograra la paz que no logró. Porque sí, muchos no lo logran y quedan en su supuesto olvido: quizás la isla les depare otra vuelta hasta que finalmente estén en listos.
Otro ejemplo es la escotilla: en Locke representa todo el tiempo una muestra de fe, como un juego perverso que lo va encaminando a un punto medio. Vemos un hombre que pasa por todos los estados: desde un pietismo hasta un escepticismo. Para Hugo, en cambio, la escotilla es sinónimo de aquellos números que solo tienen un sentido "maldito" para él. Quizás Hugo es de aquellas personas que creen que su vida es una suma de malas suertes.
¡Y no me pregunten por Jacob, ni por el Hombre de Negro, ni por la estatua de cuatro dedos!
Tímidamente pienso que quizás estos personajes (que recién se definen en temporadas avanzadas) podrían ser, desde una teología polémica, Dios y el diablo, o uno de los ángeles principales y el diablo.
Pero siguiendo un poco con el juego que plantea la serie y que nunca termina de ser escatológico del todo, y suponiendo que esta isla-purgatorio es el purgatorio de varias otras personas que casi ni llegamos a conocer y no sabemos por dónde viene el enlace, podíamos suponer que no son muy distintos a nuestros personajes. Quizás llevan varias oportunidades tratando de pasar al otro lado, y se han alejado tanto de lo que es ser un humano que tienen ese rasgo sobrenatural. Hasta es posible que se hayan definido en un papel que se empecinan en desempeñar, pero no son muy distintos de los demás y, si lo quisieran, podrían pasar al otro lado.
La estatua puede llegar a ser parte de un purgatorio que no corresponde a ninguno de nuestros personajes principales, pero, al estar todos en ese lugar, se ve como objeto misterioso, algo que puede tener total sentido para alguno de ellos... ¿Para cuál? Esa interrogante, como otras, queda abierta, porque esta historia es la historia del proceso de algunos personajes y no otra cosa.
Podríamos volar en muchas direcciones.
Me pregunto qué me había preguntado... Qué quería encontrar. Y la verdad que lo que buscaba era entender porqué "Lost" nos gustó tanto y porqué seguimos cada capítulo como si fuese un ritual sanador.
Nos dejamos conmover por todas las historias, como si se tratara de nuestra propia historia.
Somos nosotros los que estamos perdidos y estamos viviendo una vida que se asemeja a un purgatorio.Por eso fue esperanzador ver que todos podemos encontrar cierta paz. Ver que todos podemos tener una aventura, develar un misterio y sospechar que hay un destino. Buscamos esa fe. Buscamos resolver nuestros conflictos a través del tiempo: el tiempo que a veces es lento y, a veces, demasiado rápido. Y que está tan ligado a la existencia que es imposible despegarlo de ella. Amamos en el tiempo y desesperanzamos en él; y lo cierto es que deja de ser lineal cuando importa lo que sentimos. El paso del tiempo ensucia cuando limpia.
De nuevo, insisto en que enfrentemos ese ejército de cosas que avanza contra nuestra esperanza, de lo contrario, nos vemos en el avión...
La respuesta siempre estuvo en una zapatilla colgada en el árbol.
Un aplauso encubierto de reproches para "Lost", la serie que nos enseñó la historia del mundo, y de una vida, y del proceso que, en definitiva, todos atravesamos. Y que el tiempo no es lineal cuando se trata de emociones, porque los actos se ordenan no en función del acontecer físico, sino de una trama que es nuestra y, al mismo tiempo, no lo es.
No se preocupen, no me voy a poner misteriosa, oscura, oracular.
Me estoy metiendo con recuerdos emocionales: para mí, representa lunes de canal de cable hace muchos años, en la cena familiar (muda) frente a la coincidencias a las que nos sometía una primera temporada prometedora; el ruido de los cubiertos, las respiraciones detenidas ante los cruces entre los personajes, en momentos previos a la isla; los "callate" de todos contra mi mamá que intentaba saber cómo había sido nuestro día.
También me meto con recuerdos culturales: imagino la cara de todos cuando descubrimos que Sawyer conoció al papá de Jack; que los números que llevaron a Hugo a la desgracia son los mismos que yacen en aquella escotilla misteriosa que deja ver una luz; luz que fue encendida por Desmond que buscaba saber qué era ese ruido, después de un ataque desesperado en el que había decidido matarse; el grito mudo cuándo nos enteramos que una parte del avión había quedado en la otra costa y otro grupo había sobrevivido, y que el hermano del señor Eko era el cura que iba a bordo de una avioneta que -¡oh casualidad!- años atrás había caído en la isla; las lágrimas cuando la isla nos lleva por el tiempo y Kate se ve a sí misma asistiendo en el parto a Claire, hecho que, para ese entonces, había ocurrido años atrás, o adelante, porque en definitiva, el tiempo es tan misterioso como el ser, y la última pregunta sobre la existencia es acerca del tiempo.
Por otro lado, quisiera quejarme por mi poca participación en el blog... Acá todos la pasan bien, incluso el infeliz que escribe en letra bordó. Hasta los nuevos la pasan mejor que yo. A mí me toca la parte aburrida: yo no viajo, no ando en bici, no fumo, no me saco la ropa y poso en fotografías, no veo ni un hombre desnudo y tampoco me despierto con personas que no sé quiénes son...
¡Reclamo atención!
Pido disculpas por el exabrupto. Y vuelvo por lo que vine. ¿Qué hice? Me propuse ver la serie nuevamente. De principio a fin. Tratando de buscar no sé qué, pero con un pálpito de que ahí hay algo más.
Lo que pasó después fue lo que suele pasar con "Lost": me abstraje del mundo varias noches. Todo el tiempo me decía que debía grabar lo que veía en mi mente, porque ese era el punto de gravedad de "Lost". Pero lo cierto, señores, es que después me olvidé de muchos detalles que harían un examen más racional, claro y distinto.
Y no solo eso, sino que no pude volver a ver ciertas situaciones que sabía cómo terminarían (claramente, no pude volver a ver cuando Locke queda paralítico, ni cuando mueren Ana Lucía y Libby en manos de Michael).
Y como si eso no fuera poco, terminé el análisis en la segunda temporada porque no quería perderme...no quería perder el punto.Sobre todo porque creo con objetividad que ciertas temporadas estuvieron de más.
Y la respuesta descansaba ahí, en todo momento, desde el primer plano, desde que Jack abre los ojos. Desde que una zapatilla cuelga del árbol. Todo es señales, tiempo y juego. A ensuciar la zapatilla.
¿Por dónde empiezo?
Ah, sí. Argumento: accidente aéreo, sobrevivientes varios, isla misteriosa, grupo hostil de personas extrañas en la isla, romances varios, el rescate que nunca llega. Objetivos: sobrevivir, ser rescatados. Problema: ¿por qué nadie llega, por qué no logramos salir?
Casualidad y causalidad
Casi terminando la primera temporada, Locke le dice a Jack: "Si nos trajeron aquí, fue por algo. Por alguna razón. A todos". Más importante es lo que responde Jack: "¿Y quién nos trajo, John?".
La respuesta es simple: ellos mismos se han llevado a la isla. Este hecho lo veremos suceder físicamente, pero siempre reflejado en una metáfora, porque todo esto no es más que una metáfora.
La explicación real (si podemos hablar de realidad) es que ellos estaban muertos, pero no por el accidente. La isla no es más que el purgatorio de estas personas que, al haber sido tan importantes la una para la otra en la vida real (en esa vida que nunca llegamos a ver del todo) se han juntado al final para resolver los asuntos pendientes, como si fuesen desconocidos en la situación en la que los conocemos.
Cuánto más enroscado es el personaje, más tarda en morir o en aceptar ciertas cosas. Jack, el héroe, es el personaje más complejo de todos; de hecho, es el último en llegar. Pero esta es la historia de la vida: las personas más inteligentes tardan más en resolver los conflictos. Ellos sufren como nadie, y hay quien dice que el diablo nunca será perdonado porque es demasiado inteligente como para echarse atrás en su postura.
"Lost" es la historia del proceso mental, moral y emocional que pasan las personas a lo largo y al final de sus vida: los conflictos reflejados en situaciones, y la resolución de todo eso que nos ha perdido.
Así como en este proceso Locke entiende que no puede echarle la culpa de todo al destino, a Jack le toca entender que sí, hay algo de destino en todo. Eko (el mejor personaje que hubo en la serie, y que no entiendo porqué corno lo sacaron) le dice a Locke: "No confundas las coincidencias con el destino".
Pero ese juego de casualidades y causalidades solo es posible verlo retrospectivamente, cuando, de alguna manera, llegamos a un fin. Lo que da sabor a la vida y nos da capítulos interesantes es el camino hacia él.
Los padecimientos del alma contemporánea (Soledad, miedo y falta de fe)
Es increíble seguir descubriendo cosas a medida que pasan los capítulos. Sentir que siempre hay algo más, y que lo que nos hizo entender la serie, sin entenderlo, es que nadie está solo.
A lo largo de la vida nos ataca cierto fantasma de soledad. Llegamos a un punto en el que nos sentimos incomprendidos.
Vemos que hay gente que suele mimetizarse con la multitud con mayor facilidad. Pero cuando se trata de seres con particularidades, con errores que aún se cargan, con ilusiones que no les permiten entrar fácilmente a un circuito poco inocente, o, incluso, cuando se trata de aquellos que actúan de manera cruel ante lo que el destino o la suerte les depara, entonces, el sentirse acompañado no pasa a ser algo de todos los días.
Terminamos por creer, algo desesperanzados, que la última realidad es la soledad. Amamos y tememos la soledad. La queremos echar, pero, al mismo tiempo, nos aferramos a ella como si fuera lo único que conocemos. Nos aferramos a los filósofos, mártires sociales y pensadores pesimistas que sostienen que no importa lo que hagamos: dormimos solos, soñamos solos, hablamos solos y, para colmo, somos seres destinados al egoísmo. Panorama copado, ¿no?
¿Por qué nos hace sentir bien "Lost"? Porque vemos cómo estas personas destinadas a la soledad se encuentran. Algo nos trae paz al alma en los cruces, en las miradas entre ellos. Se convierte en un alivio para nuestra cabeza. Un llamado a la fe natural: confiar en que seremos encontrados, confiar. CONFIAR.
Nos habla, también, del miedo que tenemos aquellos que hemos padecido. El miedo a seguir adelante ante un camino incierto.
Lamentablemente, es la superación de estas pasiones la única puerta de acceso. Y la isla, ese purgatorio creado por ellos mismos, pone estas pruebas a los personajes todo el tiempo.Se ensaña en perderlos, porque, en definitiva, ellos mismos deben encontrarse. Se ensaña en asustarlos, porque ellos mismos deben perder el miedo.
La idea de purgatorio
Sí, hubiésemos querido una resolución distinta.
¿La isla era el purgatorio? Eso parece.
Lo más triste es que, ya desde los primeros capítulos, esta idea pasaba por las más selectas páginas en las que todos asomábamos para ver posibles teorías. Pero deseábamos con todo nuestro corazón (comprometido a esa altura como con nada en la vida) que esa no fuese la respuesta. Queríamos una sorpresa, porque somos la especie humana que perdió la fe y la inocencia.
El padre de Jack, al final, le asegura que lo de la isla había sucedido. Yo no creo que haya sido así y es probable que, en esa frase, sigamos dentro de la metáfora: era tan real como lo sintió, porque lo que vivió en tan poco tiempo en la isla es lo que vivió a lo largo de su vida, y de ahí, que haya sido tan intenso.
Nunca hubo un accidente: ellos se habían conocido en una vida tan urbana y cotidiana como la nuestra. Se me ocurre pensar, por ejemplo, que Jack no solo puede haber sido el médico de Locke, sino que fue quien recibió al accidentado padre de Shannon. Quizás conoció a Kate, y ella fue el amor de su vida. Quizás conoció a Claire porque, a fin de cuentas, ella era su hermana. Podríamos realizar uniones que solo los que han seguido la serie podrían elucubrar en sus mentes. Estas uniones son libres y los famosos flash fowards son los que hablan de una vida real de los personajes. Nunca subieron a un avión juntos, solo se esperaron para cruzar al otro lado y el accidente fue la ocasión metafórica para llegar a ese punto.
De ahí también ciertas contradicciones muy tangibles: hablamos del purgatorio de varias personas, personas cuya real unión es incierta. Nos encontramos con personajes raros, como, por ejemplo, Walt, que dudo que haya sido un personaje real dentro de la metáfora: creo más bien que era la ocasión para que su padre lograra la paz que no logró. Porque sí, muchos no lo logran y quedan en su supuesto olvido: quizás la isla les depare otra vuelta hasta que finalmente estén en listos.
Otro ejemplo es la escotilla: en Locke representa todo el tiempo una muestra de fe, como un juego perverso que lo va encaminando a un punto medio. Vemos un hombre que pasa por todos los estados: desde un pietismo hasta un escepticismo. Para Hugo, en cambio, la escotilla es sinónimo de aquellos números que solo tienen un sentido "maldito" para él. Quizás Hugo es de aquellas personas que creen que su vida es una suma de malas suertes.
¡Y no me pregunten por Jacob, ni por el Hombre de Negro, ni por la estatua de cuatro dedos!
Tímidamente pienso que quizás estos personajes (que recién se definen en temporadas avanzadas) podrían ser, desde una teología polémica, Dios y el diablo, o uno de los ángeles principales y el diablo.
Pero siguiendo un poco con el juego que plantea la serie y que nunca termina de ser escatológico del todo, y suponiendo que esta isla-purgatorio es el purgatorio de varias otras personas que casi ni llegamos a conocer y no sabemos por dónde viene el enlace, podíamos suponer que no son muy distintos a nuestros personajes. Quizás llevan varias oportunidades tratando de pasar al otro lado, y se han alejado tanto de lo que es ser un humano que tienen ese rasgo sobrenatural. Hasta es posible que se hayan definido en un papel que se empecinan en desempeñar, pero no son muy distintos de los demás y, si lo quisieran, podrían pasar al otro lado.
La estatua puede llegar a ser parte de un purgatorio que no corresponde a ninguno de nuestros personajes principales, pero, al estar todos en ese lugar, se ve como objeto misterioso, algo que puede tener total sentido para alguno de ellos... ¿Para cuál? Esa interrogante, como otras, queda abierta, porque esta historia es la historia del proceso de algunos personajes y no otra cosa.
Podríamos volar en muchas direcciones.
Me pregunto qué me había preguntado... Qué quería encontrar. Y la verdad que lo que buscaba era entender porqué "Lost" nos gustó tanto y porqué seguimos cada capítulo como si fuese un ritual sanador.
Nos dejamos conmover por todas las historias, como si se tratara de nuestra propia historia.
Somos nosotros los que estamos perdidos y estamos viviendo una vida que se asemeja a un purgatorio.Por eso fue esperanzador ver que todos podemos encontrar cierta paz. Ver que todos podemos tener una aventura, develar un misterio y sospechar que hay un destino. Buscamos esa fe. Buscamos resolver nuestros conflictos a través del tiempo: el tiempo que a veces es lento y, a veces, demasiado rápido. Y que está tan ligado a la existencia que es imposible despegarlo de ella. Amamos en el tiempo y desesperanzamos en él; y lo cierto es que deja de ser lineal cuando importa lo que sentimos. El paso del tiempo ensucia cuando limpia.
De nuevo, insisto en que enfrentemos ese ejército de cosas que avanza contra nuestra esperanza, de lo contrario, nos vemos en el avión...
miércoles, 10 de octubre de 2012
Frente al mar. ¿Qué más se puede decir?
Creo que soy feliz. No tengo preocupaciones.
Solo puedo estar agradecida. Agradecida de estar acá.
Nunca en mi vida me sentí agradecida, pero no porque las cosas siempre hayan sido malas, sino, al contrario, porque nunca tuve conciencia de que las cosas no tienen que estar bien necesariamente.Y en algún momento, no lo estuvieron.
Esa energía del movimiento de las olas que van y vienen me llega hasta la cara algo colorada y renegrida. Esa sensación de calor, que vuelve cuando salgo de la ducha, se aleja con el viento.
¡Por favor! ¿Qué hago anotando estas cosas? Listo: hoja arrancada, hoja arrojada al mar.
Lo que me gusta de este verano loco es que apenas puedo escuchar mi voz.
Mi familia, compuesta de aquel grupo improvisado que terminó el año conmigo, y mi amiga, y la amiga de mi amiga se fueron. Finalmente, he quedado sola, lo cual tiene mucho sentido porque mi viaje era un viaje en soledad. ¿Cuánto estuve sola? Nada. Saben lo poco que sé sobre mantener firmes las ideas...
Realizo el camino de siempre por la arena. Es la primera vez que camino sola por la playa de noche y, pese a las advertencias de la dueña del hotel, que ya no sabe qué hacer conmigo, salí sola en la oscuridad. Sobrevuelan las leyendas, que no sé si podría llamar "urbanas", sobre una droga que desmaya a las chicas.
Más que marihuana, no vi otra droga en el pueblo. Y hasta hoy, puedo referirme solo al verbo "ver".
Mientras paso por los hoteles playeros me cruzo con la gente joven, los dueños de esta tierra de milagros naturales, de posibilidades infinitas. Algunos me ofrecen tragos, otros solo saludan; otros hacen lo que estaban haciendo y apenas me ven como un títere negro vestido de blanco que se desliza por la arena.
Antes de llegar al pueblo, advierto que una sombra viene siguiendo mis pasos, como perro guardián de historias provincianas que desaparecerá en cuanto yo haya llegado a destino. Pienso en las advertencias, pero lo cierto es que varias sombras nos rodean. Parece que nadie hace caso a las advertencias. Por las dudas, impongo una distancia razonable.
Este ángel que reproduce mis pisadas, metros atrás, es más alto que yo y más delgado. Tiene el torso desnudo, y dos lazos negros lo hacen acreedor de una supuesta mochila. Y todo esto logro verlo con la pupila torcida hasta el cachete, porque prefiero no girar la cabeza y amenazarlo con una mirada fija.
De refilón y por casualidad, detecto una especie de cuerno que le sale de la cabeza. Sospecho que este ángel podría ser un demonio. Me río.
Él se ríe.
Ahora me detengo y él llega hasta mi lado.
Ariki es de la isla de Pascua y vino a Montañita en busca de aventuras espirituales. Me pregunto si ha logrado algo de eso... Yo creo que debería haber pensado en otro lugar para su retiro espiritual.
El cuerno en verdad es una especie de pluma que corona su rodete perfecto del perfecto pelo negro. Envidio ese pelo que, suelto, llega hasta la cintura. Empiezo a extrañar mi larga cabellera...
No nos hablamos, pero nos hacemos compañía.
Una vez en el pueblo, Ariki va hacia la izquierda, y yo, por inclinación natural, hacia la derecha.
Camino varios pasos, durante algunos minutos, esquivo adolescentes y jóvenes agrupados, miro los puestos que venden tragos, extraño de a ratos a la gente que pasó estos días conmigo y sigo sola.
Tres Mojitos después, bailo con todos los grupos y con ninguno, me río y digo cosas trascendentes a personas intrascendentes en mi vida. Pongo en práctica las palabras que aprendí y grito cosas como "Chucha", "Chuchaqui", "Vergación": todo, claro, sin sentido alguno.
Si alguien me viera desde cierta objetividad, me encontraría algo distinta a la masa humana que reposa de pie en las calles, que sale en manadas de los hoteles y que trata de entrar a los precarios boliches. Y que sale a los minutos. Y pide que les sellen sus manos para volver a entrar. Nadie se queda en un lugar aquí. La idea es el movimiento.
Somos como esas olas.
Mi atención se detiene en una ronda de gente que salta.
Pasa algo increíble: por primera vez en la historia de Montañita, todos apagan la música. Pero la música nunca muere. Un chico que apenas tiene veinte años reproduce, con algo parecido a un tambor, temas de música electrónica. Se convierte en nuestro Armin van Buuren.
Ese ritual pagano nos convierte en esclavos y, finalmente, todos bailamos lo mismo. Así de fácil era.
Como producto de ese baile masificado -o por mera casualidad- el cielo explota y la lluvia regresa. Podríamos ser los últimos sobrevivientes del planeta, pero nuestros gritos son tan fuertes, nuestras risas tan potentes que creemos que nuestra energía llegará a cualquier lado del planeta. Nos sentimos parte de algo que no podemos explicar, y no hay nadie que sea feo en este lugar. Esto es este pueblo, y esto digo cuando digo que todo puede pasar.
Todos somos extraños y fríos en nuestras ciudades, pero acá no somos más que lo que somos: seres humanos imperfectos que buscan la felicidad. Yo soy el ser más afortunado que existe en el mundo: dejé la idea de felicidad en el ropero de mi casa y no sé que quiero.
Entre las caras distingo una que conozco y, en mi estado de ebriedad, emprendo un acercamiento impulsivo. Me detengo pasos después porque se trata del hombre que durmió conmigo en año nuevo.
Como ninja, desaparezco en medio de mi propia nube de humo y le bailo a nuestro Armin ecuatoriano.
Cuando salgo un poco del centro de escena, ahí tengo otro encuentro, pero esta vez se trata de alguien a quién me acercaría.
No trae la guitarra. No tiene remera y sus pantalones sueltos y coloridos casi reflejan todo lo que es. No logro disimular que mis ojos lo recorren.
Su cara refleja una suerte de curiosidad por saber qué pienso cuando pienso y lo miro de esa forma. Me sonríe, y los dientes grandes y blancos resaltan en su cara bronceada. Creo que no puede ser más perfecto.
Como por impulso toco mi pelo, pero mi pelo ya no está ahí.
Me saluda. Abro la boca para decir algo genial. Es la primera vez en todo el viaje que deseo hablar de esa manera con alguien. Solo digo: "Hola".
Sigo caminando y me arrepiento. Me detengo metros después.
Me doy vuelta y él también. Vuelve hacia mí. Mi corazón empieza a latir en el pecho. Trato de que mis ojos se vean bonitos.
Él llega hasta a mi lado.y sigue de largo -sí, sigue de largo-. Un grupo de chicas, que estaba delante de mí, lo saluda. Se conocen, se abrazan a él.
¿Y yo? En el preciso instante en el que advierto que yo no era su objetivo, miro hacia un costado, veo al tano y lo saludo. Salgo triunfante de la situación.
El tano cree que ha ganado algo. Pero dejo pasar unos minutos y desaparezco como ninja. Otra vez.
¿Y ahora? Media hora después, me encuentro con Ariki.
Bajo a la playa a su lado y caminamos hacia el hotel. Trato de ver algo más allá del mar, pero es como si no hubiera un más allá. Ahora ya casi no hay nada de viento, y Ariki promete que mañana el sol volverá a aparecer.
Nunca supe bien dónde paraba mi nuevo amigo, pero, siempre que me acompañaba, seguía de largo. Me pregunto qué lugar habría más allá, porque solo estaba el morro que marcaba el límite.
Bajo esta iluminación leve veo sus huellas en la arena, que siempre se alejan. Las mías terminan en esta escalera. Mañana será otro día.
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